Por Alexander Dugin
En el siglo XX solamente hubo
tres formas ideológicas que pudieron probar la realidad de sus principios en
materia de realización político-estatal: el liberalismo, el comunismo y el
fascismo. No encontramos en la realidad otro modelo de sociedad que no sea una
de las formas de estas ideologías. Hay países liberales, comunistas y fascistas
(nacionalistas). Los otros están ausentes. Y no pueden existir.
En Rusia, pasamos dos etapas
ideológicas: la comunista y la liberal.
Hay un fascismo.
1. Contra el
nacional-capitalismo
Una de las versiones del
fascismo, que, parece, la sociedad rusa ya está dispuesta a aceptar (o ya casi
lo ha hecho) es el nacional-capitalismo.
No hay duda de que el proyecto
del nacional-capitalismo o el «fascismo de derechas» es la iniciativa
ideológica de esta parte de la élite de la sociedad, preocupada seriamente por
el problema del poder y que distintamente se siente l´esprit du temps.
Sin embargo, la versión
«nacional-capitalista», de «derechas», del fascismo no agota, en absoluto, la
esencia de esta ideología. Además, la unión de la «burguesía nacional» y los
«intelectuales» sobre la cual, según ciertos analistas, se fundará el futuro
fascismo ruso, representa un ejemplo brillante de un enfoque completamente
extraño al el fascismo como concepción del mundo, como doctrina y como estilo.
La «dominación del capital nacional» es la definición marxista del fenómeno
fascista. No tiene en cuenta en absoluto la base filosófica específica de la
ideología fascista, ignora conscientemente el pathos de base,
radical, del fascismo.
El fascismo es un nacionalismo,
pero no importa qué nacionalismo, un nacionalismo revolucionario, rebelde,
romántico e idealista, aludiendo a un gran mito y a una idea transcendental que
aspira a realizar en la realidad el Sueño Imposible, dar la luz de la sociedad
del héroe y del Suprahombre, transformar y transfigurar el mundo. A nivel
económico, para el fascismo son característicos, más que la fraternidad, los
métodos socialistas o socialistas moderados, que someten los intereses
económicos personales e individuales a los principios del bien de la nación, de
la justicia. Y por fin, la mirada fascista sobre la cultura corresponde a la
negativa radical del humanismo, de la mentalidad «demasiado humana», es decir
de lo que son los «intelectuales». El fascista detesta a la especie
intelectual. Ve allí a un burgués enmascarado, a un burgués presuntuoso, a un
hablador y a un cobarde irresponsable. El fascista ama al mismo tiempo lo
feroz, lo sobrehumano y lo angélico. Ama el frío y la tragedia, no quiere el
calor y la comodidad. En otras palabras, al fascismo le gusta todo lo se enfrenta
al «nacional-capitalismo». Lucha por la «dominación del idealismo nacional» (y
no del «capital nacional»), y contra la burguesía y los intelectuales (y no
para ésta o con éstos). La célebre frase de Mussolini define exactamente el pathos fascista:
«¡en pie, Italia fascista y proletaria!».
«Fascista y proletario», tal es
la orientación del fascismo. Obrero, heroico, combativo y creativo, idealista y
futurista, una ideología que no tiene nada que ver con garantías de comodidad
suplementaria estatal para los vendedores (aunque sean mil veces nacionales) y
sinecuras para los intelectuales, parásitos sociales. Las figuras centrales del
Estado fascista, la mitología fascista, son el campesino, el obrero y el
soldado. Y, como símbolo superior de la lucha trágica con destino y con la
entropía espacial, el jefe divino, el Duce, el Führer, el Suprahombre que
realiza en su persona supra-individual (más que individual, como «suprahombre»)
la tensión extrema de la voluntad nacional hacia la gesta. Por cierto, en
alguna parte en la periferia, hay también un sitio para el ciudadano tendero
honrado y el profesor de universidad. Enarbolan también las insignias del
partido y van a la fiesta de la reunión. Pero en la realidad fascista sus
figuras se marchitan, están perdidos, retroceden al fondo. Ésta no para ellas y
no es por ellos por quien se hace la revolución nacional.
En la historia, el fascismo puro
e ideal fue realizado directamente. En la práctica, los problemas esenciales de
la llegada al poder y de la ordenación económica obligaron a los líderes
fascistas -Mussolini, Hitler, Franco, Salazar- a aliarse con los conservadores,
el nacional-capitalismo de los grandes propietarios y de los jefes de los
consorcios. Pero este compromiso acaba siempre lamentablemente para los
regímenes fascistas. El anticomunismo fanático de Hitler, capitalismo germánico
recalentado, le costó a Alemania la derrota en la guerra frente la URSS, y por
creer en la honradez del rey (portavoz de los intereses de la alta burguesía),
Mussolini fue entregado en 1943 por los renegados Badoglio y Ciano, metiendo al
Duce en prisión y dejándolo así en los brazos abiertos de los estadounidenses.
Franco consigue mantenerse más
tiempo pero al precio de concesiones a la Inglaterra liberal capitalista y a
USA y al precio de negarse a sostener los regímenes ideológicos emparentados
con los países del Eje. Además, Franco no era ningún verdadero fascista. El
nacional-capitalismo es un virus interior del fascismo, su enemigo, la prenda
de su degeneración y de su destrucción. El nacional-capitalismo no es de
ninguna manera una característica esencial del fascismo, sino un elemento
accidental y contradictorio con su estructura interior.
Así, y en nuestro caso, el del
nacional-capitalismo ruso en desarrollo, la discusión no es sobre el fascismo,
sino sobre intentar desfigurar por anticipado un avance inevitable. Podemos
calificar tal pseudofascismo de «preventivo», de «anticipación». Hay que
definirlo antes de que nazca y se refuerce seriamente en Rusia el fascismo, el
fascismo original y real, el fascismo radicalmente revolucionario por venir.
Los nacional-capitalistas son viejos jefes de partido acostumbrados a dominar y
a humillar el pueblo, hechos luego unos «liberales-demócratas» por conformismo,
pero cuando esta etapa está acabada comienzan también a afiliarse con celo a
los grupos nacionales.
Es probable que los
partitócratas, con los intelectuales serviles, una vez transformada en farsa la
democracia, se reunieran para ensuciar y envenenar el nacionalismo que nacía en
la sociedad. La esencia del fascismo: una nueva jerarquía, una nueva
aristocracia. La novedad consiste en lo que la jerarquía es construida sobre
principios claros, naturales y orgánicos: la superioridad, el honor, el coraje,
el heroísmo. La vieja jerarquía, que aspira a mantenerse en la era del
nacionalismo, como en otro tiempo, está fundada sobre facultades conformistas:
la «flexibilidad», la «prudencia», el «gusto por las intrigas», la «adulación
servil», etc. El conflicto evidente entre dos estilos, dos tipos humanos, dos
sistemas de valores, es inevitable.
2. El socialismo ruso
Es completamente inapropiado
calificar al fascismo de ideología de «extrema-derecha». Este fenómeno se identifica
más exactamente con la fórmula paradójica de «Revolución Conservadora». Esta
combinación de orientación cultural-política de «derecha» -el tradicionalismo,
la fidelidad al suelo, las raíces, la ética nacional- con un programa económico
de «izquierda» -justicia social, restricción de los elementos del mercado,
liberación de «la esclavitud del porcentaje», prohibición de flujos bursátiles,
monopolios y trusts, primacía del trabajo honrado-. Por analogía
con el nacionalsocialismo, que se llama a menudo simplemente «socialismo
alemán», podemos hablar del fascismo ruso como de un «socialismo ruso». La
especificación étnica del término «socialismo» en el contexto dado tiene un
sentido particular. La discusión se refiere a la formulación inicial de la doctrina
social y económica, no teniendo como base dogmas abstractos y teniendo como
base leyes racionalistas, pero teniendo como base principios concretos,
espirituales, morales y culturales, que formaron orgánicamente a la nación como
tal. El Socialismo Ruso: no los rusos para el socialismo, sino el socialismo
para los rusos. A diferencia de los dogmas marxistas-leninistas rígidos, el
socialismo nacional ruso viene de esta comprensión de la justicia social que es
característica de nuestra nación, de nuestra tradición histórica, de nuestra
ética económica. Tal socialismo será más campesino que proletario, más
municipal y cooperativo que estatal, más regionalista que centralista; son las
exigencias de la especificidad nacional rusa, que se reflejará en la doctrina,
y no menos en la práctica.
3. El hombre nuevo
Este socialismo ruso será
construido por un hombre nuevo, «un nuevo tipo de hombre, una nueva clase». La
clase de los héroes y de los revolucionarios. Los restos de la nomenklatura del
partido y su régimen deben perecer como víctimas de la revolución socialista.
De la revolución nacional rusa. Los rusos se cansaron de la frescura, de la
modernidad, del romanticismo auténtico, de la participación en un gran asunto.
Todo lo que les es propuesto hoy es o bien arcaico (los nacionales-patriotas),
o bien fastidioso y cínico (los liberales).
El baile y el ataque, la moda y
el la agresión, el exceso y la disciplina, la voluntad y el gesto, el fanatismo
y la ironía comenzarán a hervir entre los revolucionarios nacionales; jóvenes,
malos, alegres, intrépidos, apasionados y sin fronteras. Para ellos, construir
y destruir, gobernar y ejecutar las órdenes, limpiar de enemigos la nación y
preocuparse tiernamente por los ancianos y los niños rusos. De un paso furioso
y alegre, ellos alcanzarán la ciudad gastada, el Sistema que se pudre. Sí,
tienen sed de Poder. Saben ordenar. Insuflarán la Vida en la sociedad,
precipitarán al pueblo al proceso voluptuoso de la creación de la Historia.
Hombres nuevos. Por fin prudentes y valientes. Así, como hace falta.
Percibiendo el mundo exterior como un desafío (según expresión de Golovin).
Ante la muerte, el escritor
fascista francés Robert Brasillach pronunció una extraña profecía: «veo que al
este, en Rusia, el fascismo vuelve a cabalgar, un fascismo inmenso y rojo».
Observe: no el nacional-capitalismo
marchito, marrón-rosa, sino el alba deslumbrante de la nueva Revolución rusa,
el fascismo inmenso, como nuestras tierras, y rojo, como nuestra sangre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario