Por Juan Vázquez de Mella
Nosotros tenemos los límites
naturales más definidos. Ya sé yo que ciertos geógrafos modernos han puesto
hasta en litigio las fronteras naturales, exagerando la dificultad de señalar
bien los dos caracteres, el de protección y el de obstáculo. Claro está que si
no hay por parte de los naturales una preparación orgánica y técnica, no existe
ni aun en el Himalaya obstáculo ni protección sobre el globo; pero si hay
algunas bien definidas, ellos lo afirman, son las de la Península Ibérica;
porque aunque tengamos parte de nuestra raza extendida al otro lado del
Pirineo, es un hecho evidente que la muralla de los Pirineos y el mar nos
demarcan con límites tales, que no existe ningún otro Estado en la Europa
actual que pueda presentar unas fronteras como las que tenemos nosotros.
Y España, ¿ejerce la soberanía
sobre todo su territorio? ¿Hay algún Estado que ejerza soberanía sobre sus
dominios españoles? Al hacer la pregunta ya habéis contestado vosotros, y un
nombre pasa por vuestra memoria y por todos los labios. Nosotros, como decía
Floridablanca, tenemos clavada la espina de Gibraltar: pero ¿no es nada más que
la de Gibraltar? Yo sé que un embajador inglés, presentando un plano de
Gibraltar, exigió de España (y está concedida esta exigencia) que, trazando una
circunferencia, cuyo centro sería el Castillo del Moro, de Gibraltar, abarcase
unos quince kilómetros dentro de los cuales España no podría fortificar ni
emplazar una batería o el más insignificante fuerte que pudiera amenazar la
plaza, sin que Inglaterra lo considerase una 60 casus belli; de modo que no es
la plaza y el Peñón de Gibraltar, son trece kilómetros de territorio español
los que están sojuzgados por otra potencia. Nuestra soberanía está limitada y
enfeudada; nosotros no podemos fortificar Sierra Carbonera, no podemos
fortificar Sierra Arca, que está dentro y la domina; no podemos fortificar
Punta Carnero, no podemos poner cañones en San García, ni en los Adalides, ni
en San Roque, ni sobre otros muchos puntos; nosotros tenemos sometida a otra
potencia parte del territorio nacional.
No se trata, no, de la Plaza de
Gibraltar; y cuando se habla de ella -y han hablado recientemente oradores y
periódicos-, se plantea muy mal la cuestión. Porque se dice: "¿Cómo
queréis que reivindiquemos a Gibraltar? ¿Lo vamos a reivindicar
diplomáticamente, lo vamos a reivindicar por la fuerza? No tenemos poder
bastante para reivindicarle diplomáticamente, las negociaciones han
fracasado."
Acerca de Gibraltar ha habido, si
no estoy en este instante trascordado, hasta siete negociaciones distintas.
Antes de la paz de Utrech, en los preliminares, ya negoció Felipe V, para que,
en el tratado secreto que intentaba hacer en Versalles, Inglaterra no llevase
la compensación de Gibraltar. Después, Felipe V negoció dos veces con motivo de
la Cuádruple Alianza; y en la segunda, Jorge I, que le ofreció acceder, no pudo
llevarlo a cabo, porque lo rechazó el Parlamento británico. La cuarta vez se
puso de acuerdo con el emperador para conseguirlo, pero Inglaterra y Francia lo
estorbaron. La quinta negociación se verificó en tiempo de Fernando VI, que
trató de la devolución de la plaza, y Pitt se la ofreció, pero a cambio de que
le ayudásemos nosotros a reconquistar para Inglaterra la isla de Menorca, que
había perdido. La sexta y séptima gestión se realizaron, en tiempo de Carlos
III, por Floridablanca y Aranda, y las dos fracasaron por excesivas exigencias
de Inglaterra y por la oposición parlamentaria.
Después no se volvió a tratar,
porque lo que intentó Godoy no pasó de preliminares; y hoy, cuando se habla de
estas cosas, siempre se cita y se señala a Gibraltar, y este es un grave error.
No se trata sólo de la plaza de Gibraltar; se plantea muy mal la cuestión: se
trata de la soberanía sobre el Estrecho de Gibraltar.
Y ved, que el estrecho de
Gibraltar es el punto central del planeta, que allí está escrito todo nuestro
Derecho internacional; parece que Dios, previendo la ceguedad de nuestros
estadistas y políticos parlamentarios, se lo ha querido poner delante de los
ojos para que supiesen bien cual era nuestra política internacional. Es el
punto central del planeta: une cuatro continentes; une y relaciona el
Continente africano con el Continente europeo; es el centro por donde pasa la
gran corriente asiática y donde viene a comunicarse con las naciones
mediterráneas toda la gran corriente americana; es más grande y más importante
que el Skagerrakh y el Cattegat, que el gran Belt y el pequeño Belt, que al fin
no dan paso más que a un mar interior, helado la mitad del tiempo, es más importante
que el Canal de la Mancha, que no impide la navegación por el Atlántico y el
Mar del Norte; es muy superior a Suez, que no es más que una filtración del
Mediterráneo, que un barco atravesado con su cargamento puede cerrar, y que los
Dardanelos, que, si se abrieran a la comunicación, no llevarían más que a un
mar interior; y no tiene comparación con el Canal de Panamá, que corta un
Continente. Dios nos ha dado la llave del Mar latino. La Geología, la
Geografía, la Topografía, las olas mismas del Estrecho chocando en el
acantilado de la costa, nos están diciendo todos los días: aquí tenéis la
puerta del Mediterráneo, y la llave; aquí está vuestra grandeza.
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