Por Antonio Gramsci
La revolución de los bolcheviques se ha insertado definitivamente en la revolución general del pueblo ruso. Los maximalistas, que hasta hace dos meses fueron el fermento necesario para que los acontecimientos no se detuvieran, para que la marcha hacia el futuro no concluyera, dando lugar a una forma definitiva de aposentamiento -que habría sido un aposentamiento burgués- se han adueñado del poder, han establecido su dictadura y están elaborando las formas socialistas en las que la revolución tendrá finalmente que hacer un alto para continuar desarrollándose armónicamente, sin exceso de grandes choques, a partir de las grandes conquistas ya realizadas.
La revolución de los bolcheviques
se compone más de ideologías que de hechos. (Por eso, en el fondo, nos importa
poco saber más de cuanto ya sabemos). Es la revolución contra El Capital
de Carlos Marx. El Capital de Marx era, en Rusia, el libro de los
burgueses más que el de los proletarios. Era la demostración crítica de la
necesidad ineluctable de que en Rusia se formase una burguesía, se iniciase una
era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de
que el proletariado pudiera siquiera pensar en su insurrección, en sus
reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han superado las ideologías.
Los hechos han reventado los esquemas críticos según los cuales la historia de
Rusia hubiera debido desarrollarse según los cánones del materialismo
histórico. Los bolcheviques reniegan de Carlos Marx al afirmar, con el
testimonio de la acción desarrollada, de las conquistas obtenidas, que los
cánones del materialismo histórico no son tan férreos como se pudiera pensar y
se ha pensado.
Si los bolcheviques reniegan de
algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan el pensamiento
inmanente, vivificador. No son marxistas, eso es todo; no han compilado
en las obras del Maestro una doctrina exterior de afirmaciones dogmáticas e
indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, lo que no muere nunca, la
continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, contaminado en Marx
de incrustaciones positivistas y naturalistas. Y este pensamiento sitúa siempre
como máximo factor de historia no los hechos económicos, en bruto, sino el
hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres que se acercan unos a otros,
que se entienden entre sí, que desarrollan a través de estos contactos
(civilidad) una voluntad social, colectiva, y comprenden los hechos económicos,
los juzgan y los condicionan a su voluntad, hasta que esta deviene el motor de
la economía, plasmadora de la realidad objetiva, que vive, se mueve y adquiere
carácter de material telúrico en ebullición, canalizable allí donde a la
voluntad place, como a ella place.
Marx ha previsto lo previsible.
No podía prever la guerra europea, o mejor dicho, no podía prever la duración y
los efectos que esta guerra ha tenido. No podía prever que esta guerra, en tres
años de sufrimientos y miseria indecibles suscitara en Rusia la voluntad
colectiva popular que ha suscitado. Semejante voluntad necesita normalmente
para formarse un largo proceso de infiltraciones capilares; una extensa serie
de experiencias de clase. Los hombres son perezosos, necesitan organizarse,
primero exteriormente, en corporaciones, en ligas; después, íntimamente, en el
pensamiento, en la voluntad... de una incesante continuidad y multiplicidad de
estímulos exteriores. He aquí porqué normalmente, los cánones de crítica
histórica del marxismo captan la realidad, la aprehenden y la hacen evidente,
inteligible. Normalmente las dos clases del mundo capitalista crean la
historia a través de la lucha de clases cada vez más intensa. El proletariado
siente su miseria actual, se halla en continuo estado de desazón y presiona
sobre la burguesía para mejorar sus condiciones de existencia. Lucha, obliga a
la burguesía a mejorar la técnica de la producción, a hacer más útil la
producción para que sea posible satisfacer sus necesidades más urgentes. Se
trata de una apresurada carrera hacia lo mejor, que acelera el ritmo de la
producción, que incrementa continuamente la suma de bienes que servirán a la
colectividad. Y en esta carrera caen muchos y hace más apremiante el deseo de
los que quedan. La masa se halla siempre en ebullición, y de caos-pueblo se
convierte cada vez más en orden en el pensamiento, se hace cada vez más
consciente de su propia potencia, de su propia capacidad para asumir la
responsabilidad social, para devenir árbitro de su propio destino.
Todo esto, normalmente. Cuando
los hechos se repiten con un cierto ritmo. Cuando la historia se desarrolla a
través de momentos cada vez más complejos y ricos de significado y de valor pero,
en definitiva, similares. Pero en Rusia la guerra ha servido para sacudir las
voluntades. Estas, con los sufrimientos acumulados en tres años, se han puesto
al unísono con gran rapidez. La carestía era inminente, el hambre, la muerte
por hambre, podía golpear a todos, aniquilar de un golpe a decenas de millones
de hombres. Las voluntades se han puesto al unísono, al principio
mecánicamente; activa, espiritualmente tras la primera revolución [1].
Las prédicas socialistas han
puesto al pueblo ruso en contacto con las experiencias de los otros proletarios.
La prédica socialista hace vivir en un instante, dramáticamente, la historia
del proletariado, su lucha contra el capitalismo, la prolongada serie de
esfuerzos que tuvo que hacer para emanciparse idealmente de los vínculos de
servilismo que le hacían abyecto, para devenir conciencia nueva, testimonio
actual de un mundo futuro. La prédica socialista ha creado la voluntad social
del pueblo ruso. ¿Por qué debía esperar ese pueblo que la historia de
Inglaterra se renueve en Rusia, que en Rusia se forme una burguesía, que se
suscite la lucha de clases para que nazca la conciencia de clase y sobrevenga
finalmente la catástrofe del mundo capitalista? El pueblo ruso ha recorrido
estas magníficas experiencias con el pensamiento, aunque se trate del pensamiento
de una minoría. Ha superado estas experiencias. Se sirve de ellas para
afirmarse, como se servirá de las experiencias capitalistas occidentales para
colocarse, en breve tiempo, al nivel de producción del mundo occidental.
América del Norte está, en el sentido capitalista, más adelantada que
Inglaterra, porque en América del Norte los anglosajones han comenzado de golpe
a partir del estadio a que Inglaterra había llegado tras una larga evolución.
El proletariado ruso, educado en sentido socialista, empezará su historia desde
el estadio máximo de producción a que ha llegado la Inglaterra de hoy, porque
teniendo que empezar, lo hará a partir de la perfección alcanzada ya por otros
y de esa perfección recibirá el impulso para alcanzar la madurez económica que
según Marx es condición del colectivismo. Los revolucionarios crearán ellos
mismos las condiciones necesarias para la realización completa y plena
de su ideal. Las crearán en menos tiempo del que habría empleado el
capitalismo.
Las críticas que los socialistas
han hecho y harán al sistema burgués, para evidenciar las imperfecciones, el
dispendio de riquezas, servirán a los revolucionarios para hacerlo mejor, para
evitar esos dispendios, para no caer en aquellas deficiencias. Será, en
principio, el colectivismo de la miseria, del sufrimiento. Pero las mismas
condiciones de miseria y sufrimiento serían heredadas por un régimen burgués.
El capitalismo no podría hacer
jamás súbitamente más de lo que podrá hacer el colectivismo. Hoy haría
mucho menos, porque tendría súbitamente en contra a un proletariado
descontento, frenético, incapaz de soportar durante más años los dolores y las
amarguras que le malestar económico acarrea. Incluso desde un punto de vista
absoluto, humano, el socialismo inmediato tiene en Rusia su justificación. Los
sufrimientos que vendrán tras la paz sólo serán soportables si los proletarios
sienten que de su voluntad y tenacidad en el trabajo depende suprimirlos en el
más breve plazo posible.
Se tiene la impresión de que los
maximalistas hayan sido en este momento la expresión espontánea, biológicamente
necesaria, para que la humanidad rusa no caiga en el abismo, para que,
absorbiéndose en el trabajo gigantesco, autónomo, de su propia regeneración,
pueda sentir menos los estímulos del lobo hambriento y Rusia no se transforme
en una enorme carnicería de fieras que se entre devoran.
Notas:
[1] Se refiere a la revolución
democrático-burguesa de febrero (marzo) de 1917.
Aparecido en Avanti, edición milanesa, el 24 de noviembre de 1917.
Aparecido en Avanti, edición milanesa, el 24 de noviembre de 1917.
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