Por Benito Mussolini
Cuando, en el ya lejano marzo de
1919, desde las columnas del Popolo d'Italia convoqué en Milán a los
supervivientes de los intervencionistas-intervenidos que me siguieron desde la
constitución de los fascios de acción revolucionaria - celebrada en enero de
1915 - no tenía en mi espíritu ningún plan doctrinal específico. Solo aportaba
la doctrina de una experiencia vivida: la del socialismo desde 1903-04 hasta el
invierno de 1914; alrededor de un decenio. Experiencia de soldado de filas y de
jefe, pero no experiencia doctrinal. Mi doctrina, incluso en aquel período,
había sido la doctrina de la acción. Doctrina única, universalmente aceptada
del socialismo, no existía desde 1905, cuando empezó en Alemania el movimiento
revisionista con Bernstein a la cabeza, y enfrente se formó, como equilibrio de
las tendencias, un movimiento revolucionario de izquierdas que en Italia no
pasó del campo de la oratoria, mientras que en el socialismo ruso fue preludio
del bolcheviquismo. Reformismo, revolucionarismo, centrismo, incluso los ecos
de esta terminología se han apagado, mientras que en el gran río del fascismo
se encuentran los filones que nacen de Sorel, de Peguy, de Lagardelle, el del
movimiento socialista y de las huestes de sindicalistas italianos que, entre
1904 y 1914, aportaron una nota de novedad en el ambiente socialista italiano,
cloroformizado y perdida su virilidad por degeneración giolittiana, con Las
Páginas Libres de Olivetti; La Loba, de Orano; El Devenir Social, de Enrico
Leone.
En 1919, acabada la guerra, el
socialismo estaba muerto como doctrina: sólo existía como rencor, y tenía aún
una sola posibilidad, especialmente en Italia: las represalias contra quienes
habían querido la guerra y que debían expiarla. El Popolo d'Italia lleva el
subtítulo de diario de los combatientes y de los productores. La palabra
productores era ya expresión de una directriz mental. El fascismo no fue fruto
de una doctrina elaborada según precedentes, nació de una necesidad de acción,
y fue acción; no fue partido, sino, en los primeros años, antipartido y
movimiento. El nombre que di a la organización fijaba sus caracteres. Quien
relea, en los periódicos de aquella época, las resoluciones de la asamblea
constitutiva de los fascios italianos de combate, no encontrará una doctrina,
sino una serie de bosquejos, de anticipaciones, de indicios que, liberados del
peso muerto inevitable de las contingencias, deberían después, al cabo de algunos
años, desarrollarse en una serie de posiciones doctrinales, que harían del
fascismo una doctrina política bien determinada, opuesta a todas las otras
doctrinas pasadas y presentes.
“Si la burguesía - dije entonces
- cree encontrar en nosotros pararrayos, se equivoca. Nosotros debemos salir al
encuentro de los trabajadores... Queremos dar a las clases obreras capacidad
directiva, incluso para convencerles de que no es fácil llevar adelante una
industria o un comercio... Combatiremos el retrogradismo técnico y
espiritual... Cuando se abra la sucesión del régimen, nosotros no debemos
quedar entre los rezagados, debemos correr; si el régimen cae, seremos nosotros
quienes ocupemos su puesto. El derecho de sucesión viene a nosotros porque
impulsamos el país a la guerra y le hemos conducido a la victoria. La actual
representación política no puede bastar, y queremos una representación directa
de los diferentes intereses. Se podrá decir contra este programa que es un
retorno a las corporaciones. ¡No importa...! Queremos que la asamblea acepte
las reivindicaciones del sindicalismo nacional desde el punto de vista
económico...” [1]
Nota:
[1] Fragmento de discurso
pronunciado por el propio Benito Mussolini en la Plaza del Santo Sepulcro (San
Sepolcro) de Milán en 1919, año de fundación de los fascios.
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