Por Erik Norling
El 29 de abril de 1945 eran
pasados por las armas los principales jerarcas fascistas a manos de los
partisanos comunistas. Curiosamente entre éstos fascistas encontramos a Nicola
Bombacci, el que fuera una de las máximas figuras del comunismo italiano, ni
más ni menos que el fundador del Partido Comunista italiano (PCI), amigo
personal de Lenin con el que estuvo en la URSS durante los años de la Revolución
(en mayúscula). Apodado el “Papa Rojo” y finalmente incondicional seguidor de
Mussolini, al que se unió en los últimos meses de su régimen. Su vida, ¿es la
historia de una conversión o de una traición? O fue, acaso, ¿una evolución
natural de un nacional bolchevique?
Un joven revolucionario
Nicola Bombacci nace en el seno
de una familia católica (su padre era agricultor, antaño soldado del Estado
Pontificio) de la Romagna, en la provincia de Forli, un 24 de octubre de 1879,
a escasos kilómetros de Predappio, donde también nacerá cuatro años después el
que sería fundador del fascismo. Es una región donde la lucha obrera se había
distinguido por su dureza y un campesinado habituado a la rebelión, tierra de
pasiones extremas. Por imposición paterna ingresa en el seminario pero lo
abandonará al morir su progenitor. En 1903 ingresa en el anticlerical Partido Socialista
(PSI) y decide estudiar para maestro para poder servir a las clases menos favorecidas
en su lucha (nuevamente las similitudes con el Duce son evidentes, llegando a
estudiar en la misma Escuela superior) para pronto dedicarse en cuerpo y alma a
la revolución socialista. Su capacidad de trabajo y dotes de organizador le
valen serle encomendada la dirección de órganos de prensa socialista, donde irá
aumentando su poder en el seno del movimiento obrero, llegará a ser Secretario
del Comité Central del partido y diputado, y donde conocerá a un muchacho unos
años más joven: Benito Mussolini, que no olvidemos fue la promesa del
socialismo italiano antes de tornarse nacional-revolucionario.
Opuesto a la línea blanda de la
socialdemocracia, Bombacci fundará junto a Gramsci el Partido Comunista de
Italia tras la fractura interna del PSI y viajará a principios de los años 20 a
la URSS para participar en la revolución bolchevique a donde había ido ya antes
como representante del partido socialista siendo captado para la causa de los
soviets. Allí traba amistad con el propio Lenin que le diría en una recepción
en el Kremlin aquellas famosas palabras acerca de Mussolini: “En Italia,compañeros,
en Italia sólo había un socialista capaz de guiar al pueblo hacia larevolución
Benito Mussolini”, y poco después el Duce encabezaría una revolución, pero la
fascista.
Como líder (Antonio Gramsci era
el teórico, Bombacci el organizador) del recién creado PCI, se convertirá en el
auténtico “enemigo público nº 1 de la burguesía italiana que le apoda “El Papa
Rojo”. Revalidará brillantemente su acta de diputado, esta vez en las listas de
la nueva formación, mientras que las escuadras fascistas comenzaban a tomar las
calles enfrentándose a las milicias comunistas en sangrientos combates.
Bombacci se empeñará en detener la marcha hacia el poder del fascismo pero fracasará,
desde las páginas de sus periódicos lanza invectivas contra el fascismo arengando
a la defensa de la revolución comunista. Es una época en que los escuadristas con
camisa negra cantan canciones irreverentes como “No tengo miedo de Bombacci/
...con la barba de Bombacci haremos spazzolini (cepillos)/ para
abrillantar la calva de Benito Mussolini”. Etapa en la que el comunismo se
ve inmerso en numerosas tensiones internas y el propio Bombacci entra en
polémica con sus compañeros de partido; uno de los puntos de fricción es
precisamente la decisión entre nacionalismo e internacionalismo. Ya había
mostrado antes tendencias nacionalistas, que hacían presagiar su futura línea,
cuando aún estaba en el partido socialista y como consecuencia de un documento
protestando contra la acción de Fiume de D’Annunzio que quería presentar el
partido, Bombacci se rebeló y escribió sobre éste que era “Perfecta y
profundamente revolucionario; porque D’Annunzio es revolucionario. Lo ha
dicho Lenin en el Congreso de Moscú”.
El primer fascismo
En 1922 los fascistas marchan
sobre la capital del Tíber; nadie puede impedir que Mussolini asuma el poder,
aunque éste no será absoluto durante los primeros años del régimen. Como
diputado y miembro del Comité Central del partido así como encargado de las
relaciones exteriores del mismo, Bombacci viaja al extranjero con frecuencia.
Está en el IV Congreso de la Internacional Comunista representando a Italia, en
el Comité de acción antifascista, se entrevista con dirigentes bolcheviques
rusos. Lleva ya media vida dedicada a la causa del proletariado y no está
dispuesto a cejar en su empeño de llevar a la práctica su sueño socialista. Se
convierte en un ferviente defensor del acercamiento de Italia a la URSS en la
cámara y en la prensa comunista, seguramente hablando en nombre y por
instigación de los dirigentes moscovitas, pero utilizando un discurso nacional-revolucionario
que molesta en el seno del partido, que por otro lado está en plena desbandada
tras la victoria fascista. Las relaciones con el revolucionario estado
soviético sería una ventaja para Italia como nación, que también ve un proceso
revolucionario aunque sea fascista. Inmediatamente le acusan de herético y
piden que rectifique. No pueden admitir que un comunista exija, como hace Bombacci,
“superar la Nación (sin) destruirla, la queremos más grande, porque queremos
un gobierno de trabajadores y agricultores”, socialista y sin negar la
Patria “derecho incontestable y sacro de todo hombre y de todo grupo de
hombres”. Es la llamada “Tercera Vía” donde el nacionalismo revolucionario
del fascismo pudiera encontrarse con el socialismo revolucionario comunista.
Bombacci es progresivamente
marginado en el seno del PCI y condenado al ostracismo político, aunque no
dejaría de tener contactos con algunos dirigentes rusos y la embajada rusa para
la que trabajaba, además un hijo vivía en la URSS. Creía sinceramente en la
revolución bolchevique y que, a diferencia de los camaradas italianos, los
rusos tenían un sentido nacional de la revolución por lo que jamás renegará de
su amistad hacia la URSS ni siquiera cuando se adhiera definitivamente al
fascismo.
Con la expulsión definitiva del
partido en 1927 Bombacci entra en una etapa que podemos calificar como los años
del silencio que llegan hasta 1936 cuando lanzará su editorial y revista
homónima bautizada La Verità (La Verdad) y que culminará en 1943 en una
progresiva conversión hacia el fascismo. Sin embargo es demasiado fácil considerar
que Bombacci simplemente se pasó con armas y bagajes al fascismo como pretenden
los que le acusan de ser un “traidor”. Asistiremos a un proceso lento de acercamiento,
no al fascismo sino a Mussolini y a la ala izquierdista del movimiento fascista,
donde Bombacci se siente arropado y en familia, cercano a sus planteamientos revolucionarios,
su corporativismo y sus leyes sociales de este fascismo del que “todo postulado
es un programa del socialismo” dirá en 1928 reconociendo su identificación.
Comprobamos así como Bombacci, no
es un fascista pero defiende los logros del régimen y la figura de Mussolini.
No se acercó al partido fascista –jamás se adhirió al Partido Nacional
Fascista- aún su amistad reconocida con Mussolini, no aceptó cargos que le
pudieran ofrecer ni renegó de sus orígenes comunistas. Su independencia valía
más. Sin embargo se convenció que el Estado Corporativo propuesto por el fascismo
era la realización más perfecta, el socialismo llevado a la práctica, un
estadio superior al comunismo. Jamás camuflaría sus ideales, en 1936 escribía
en la revista La Veritá, confesando su adhesión al fascismo pero también
al comunismo:
“El fascismo ha hecho una
grandiosa revolución social, Mussolini y Lenin. Soviet y Estado fascista
corporativo, Roma y Moscú. Mucho tuvimos que rectificar, nada de qué hacernos
perdonar, pues hoy como ayer nos mueve el mismo ideal: el triunfo del trabajo.”
Mientras esto sucedía Bombacci
tiene un largo intercambio epistolar con el Duce intentando influir en el
antaño socialista en su política social. El máxime historiador del fascismo,
Renzo de Felice, ha escrito al respecto que Bombacci tiene el mérito de haber
sugerido a Mussolini más de una de las medidas adoptadas en esos años 30. En
una de estas misivas, fechada en julio de 1934, propone un programa de economía
autárquica (que aplicará Mussolini) que, dice Bombacci al Duce, es muestra de
su “voluntad de trabajar más en aquello que ahora concierne, en el interés y
por el triunfo del Estado Corporativo...”, como hace también desde las
páginas de su revista donde una y otra vez batalla por una autarquía que haga
de Italia un país independiente y capaz de enfrentarse a las potencias
plutocráticas (entiéndase EE.UU. pero también Francia e Inglaterra). Por ello
apoya decididamente la intervención en Etiopía en 1935, pero no como campaña
colonial sino como preludio del enfrentamiento entre los países “proletarios”
(entre los que estaría la Italia fascista) y los “Capitalistas” que irremediablemente
deberá llegar, esa “revolución mundial (que) restablecerá el equilibrio
mundial”. La acción italiana sería una “típica e inconfundible conquista
proletaria” destinada a derrotar a las potencias “capitalistas” y
cuya experiencia “deberá ser asumida... como un dato fundamental para la
redención de las gentes de color, aún bajo la opresión del capitalismo
más terrible”.
Contra Stalin
Entre los años 1936 y 1943,
difíciles para el fascismo pues se inician los conflictos armados preludio de
la derrota, Bombacci acrecienta su adhesión ideológica a Mussolini. Ya es un
hombre que tiene casi sesenta años, ha visto cómo muchos de sus sueños
socialistas no se han realizado, pero es un eterno idealista y no está
dispuesto a abandonar la lucha por el socialismo, por “esa obra de redención
económica y de elevación espiritual del proletariado italiano que los
socialistas de primera hora habíamos iniciado”. Su editorial es una ruina
económica, sus biógrafos han dejado constancia de las dificultades y penurias
que sufre. Le habría bastado un paso oportunista e integrarse en el fascismo oficial
y habría dispuesto de todas las ayudas del aparato del Estado pero no
quiere perder su independencia aunque en ocasiones deba aceptar subvenciones
del Ministerio de Cultura Popular.
Coincide esta etapa con una
profunda reflexión de sus errores del pasado y una serie de ataques al
comunismo ruso se habría vendido a las potencias capitalistas traicionando los
postulados de Lenin. Así, escribe Bombacci en noviembre de 1937, las relaciones
entre la URSS y los países democráticos sólo tenía una expoliación que delataría
todo lo demás, “la razón es una sola, frívola, vulgar, pero real: el
interés, el dinero, el negocio” por lo que podía este antaño comunista
declarar abiertamente que “nosotros proclamamos con la conciencia limpia que
la Rusia bolchevique de Stalin ha devenido una colonia del capitalismo
masónico-hebraico-internacional...” La alusión antisemita no es nueva en
Bombacci, ni en los teóricos socialistas de principios de siglo, pues no
debemos olvidar que el antisemitismo moderno tuvo sus más fervientes defensores
precisamente entre los doctrinarios revolucionarios de finales del siglo XIX cuando
el judío encarnaba la figura del odiado capitalista. En Bombacci no encontramos
un antisemitismo racialista sino social, acorde con los planteamientos
mediterráneos del problema judío a diferencia del anti-judaísmo alemán o galo.
Cuando llega la segunda guerra
mundial, y especialmente al estallar en el frente del Este, Bombacci participa
de lleno en las campañas anticomunistas del régimen. Como dirigente comunista
que ha viajado a la URSS su voz se hace oír. Ahora bien, no reniega de sus
ideales, sino que profundiza en su tesis que Stalin y sus acólitos han
traicionado la revolución. Escribe numerosos artículos contra Stalin, sobre las
condiciones reales de vida en el llamado paraíso comunista, las medidas
adoptadas por éste para destruir todos los logros del socialismo leninista. En
1943, poco antes de la caída del fascismo, concluía Bombacci resumiendo su
posición en un folleto de propaganda:
“Cuáles de las dos revoluciones, la fascista o la bolchevique, hará
época en el siglo XX y quedará en la historia como creadora de un orden nuevo
de valores sociales y mundiales? ¿Cuáles de las dos revoluciones ha resuelto el
problema agrario interpretando verdaderamente los deseos y aspiraciones de los
campesinos y los intereses económicos y sociales de la colectividad nacional? ...
¡Roma ha vencido! ... Moscú materialista semi-bárbara, con un capitalismo
totalitario de Estado-Patrono, quiere unirse a marchas forzadas (planes
quinquenales), llevando a la miseria más negra a sus ciudadanos, a la
industrialización existente en los países que durante el siglo XIX siguieron un
proceso de régimen capitalista burgués. Moscú completa la fase capitalista. ...
Roma es bien otra cosa. ... Moscú, con la reforma de Stalin, se retrata
institucionalmente al nivel de cualquier Estado burgués parlamentario.
Económicamente hay una diferencia sustancial, porque, mientras en los Estados
burgueses el gobierno está formado por delegados de la clase capitalista, el
gobierno está en manos de la burocracia bolchevique, una nueva clase que en
realidad es peor que esa clase capitalista porque sin control alguno dispone del
trabajo, de la producción y de la vida de los ciudadanos...”
La República Social Italiana
Cuando Mussolini es depuesto en
julio de 1943 y rescatado por los alemanes unos meses después, el Partido
Nacional Fascista se ha derrumbado. La estructura orgánica ha desaparecido, los
mandos del partido, provenientes de las capas privilegiadas de la sociedad se
han pasado en masa al gobierno de Badoglio e Italia se encuentra dividida en
dos (al sur de Roma los aliados avanzan hacia el norte). Mussolini reagrupa a
sus más fieles, todos ellos viejos camaradas de primera hora o jóvenes entusiastas,
casi ninguno dirigente de alto rango, que aún creen en la revolución fascista y
proclama la República Social Italiana. Inmediatamente el fascismo parece volver
a sus orígenes revolucionarios y Nicola Bombacci se adhiere a la proclamada
república y presta a Mussolini todo su apoyo. Su sueño es poder llevar a cabo
la construcción de esa “República de los trabajadores” por la que tanto él como
Mussolini combatiesen a principios de siglo juntos. Como Bombacci se le unen
otros conocidos intelectuales de izquierda al nuevo gobierno como Carlo
Silvestri (diputado socialista, después de la guerra defensor de la memoria del
Duce), Edmondo Cione (filósofo socialista que será autorizado a crear un
partido socialista aparte del Partido Fascista Republicano), etc.
El primer contacto con Mussolini
lo tiene el 11 de octubre, hace apenas un mes de la proclamación de la RSI, y
es epistolar. Bombacci le escribe a Mussolini desde Roma, una ciudad donde el
fascismo se ha derrumbado estrepitosamente, los romanos han destruido todos los
símbolos del anterior régimen en las calles, pero donde quedan muchos fascistas
de corazón, y es ahora el momento que elige para declarar a Mussolini que está
con él. No cuando todo eran parabienes y alegrías sino en los momentos difíciles
como tan sólo hacen los verdaderos camaradas:
“Estoy hoy más que ayer totalmente
con usted” –le confiesa Bombacci- “la vil traición del rey-Badoglio ha
traído por todos lados la ruina y el deshonor de Italia pero le ha liberado de
todos los compromisos pluto-monárquicos del 22. Hoy el camino está libre y a mi
juicio se puede sólo recorrer al resguardo socialista. Ante todo: la victoria
de las armas. Pero para asegurar la victoria debe tener la adhesión de la masa
obrera. ¿Cómo? Con hechos decisivos y radicales en el sector
económico-productivo y sindical... Siempre a sus órdenes con el gran afecto de
treinta años ya.”
Mussolini, acosado por la
situación militar pero más resuelto que nunca en llevar a cabo su revolución
ahora que se ha desprendido de los lastres del pasado, autoriza que los
sectores más radicales del partido asuman el poder y se inicia una etapa denominada
de “Socialización” (nombre propuesto por Bombacci y aceptado por el Duce) que
se traducirá en la promulgación de leyes claramente de inspiración socialista, en
cuanto a la creación de sindicatos, cogestión de las empresas, distribución de
beneficios, nacionalización de los sectores industriales de importancia. Todo
ello resumido en los 18 puntos del primer (y único) congreso del Partido
Fascista Republicano en Verona, un documento redactado por Mussolini y Bombacci
conjuntamente, que debía convertirse en las bases del Estado Social
Republicano. En política exterior intentará convencer a Mussolini que había que
firmar la paz con la URSS y proseguir la guerra contra la plutocracia
anglosajona, resucitar el eje Roma-Berlín-Moscú de los pensadores geopolíticos
del nacional-bolchevismo de los años veinte, una propuesta que parece haber
tenido éxito en Mussolini que escribirá varios artículos para la prensa
republicana al respecto aún sabiendo que esta propuesta tenía una tenaz
oposición por parte de un amplio sector del partido, en particular de Roberto Farinacci.
Bombacci viaja al norte y se reinstala cerca de su amigo Walter Mocchi, otro veterano
dirigente comunista convertido al fascismo mussoliniano que trabaja para el Ministerio
de Cultura Popular.
Si para muchos el último
Mussolini era un hombre acabado, títere de los alemanes, no deja de sorprender
la adhesión que recibiera de hombres como Bombacci, un verdadero idealista, de
altura imponente, con la barba crecida y una oratoria atrayente, alérgico a
todo lo que pudiera significar encasillarse o aburguesarse, que tampoco ahora
aceptará ni sueldo ni prebendas (sólo a principios de 1945 aparecerá su nombre
en una lista de propuestas de nóminas del ministerio de Economía o como Jefe de
la Confederación Única del Trabajo y de la Técnica). Bombacci se convertirá en asesor
personal y confidente de Mussolini, para atraer de nuevo a las bases del
partido de los trabajadores. Propone la creación de comités sindicales,
abiertos a no militantes fascistas, elecciones sindicales libres, viajará a lo
largo de las fábricas del industrializado norte (Milán-Turín) explicando la
revolución social del nuevo régimen y el porqué de su adhesión. Parece que
nuevamente el viejo combatiente revolucionario rejuvenece, tras un mitin en
Verona y varias visitas a empresas socializadas escribe al Duce el 22 de
diciembre de 1944: “He hablado una hora y 30 minutos en un teatro entregado
y entusiasta... la platea, compuesta en la mayor parte por obreros ha vibrado gritando:
Sí, queremos combatir por Italia, por la república, por la socialización... por
la mañana he visitado la Mondadori, ya socializada, he hablado con los obreros
que forman parte del Consejo de Gestión que he encontrado lleno de entusiasmo y
comprensión de esta nuestra misión”. Mientras la situación militar se
deterioraba por momentos y los grupos terroristas comunistas (los trágicamente
famosos GAP) ya habían decidido eliminarle por el peligro que conllevaba su
actividad para sus objetivos.
Pero la guerra está llegando a su
fin. Benito Mussolini, aconsejado por el diputado ex-socialista Carlo Silvestri
y Bombacci, propone entregar el poder a los socialistas, integrados en el
Comité Nacional de Liberación, antes que a los dirigentes derechistas del sur.
Sin embargo fracasan. En abril de 1945 las autoridades militares alemanas se
rinden a los aliados, sin informar a los italianos, es el fin. Abandonados y solos.
Crepúsculo de un
nacional-revolucionario
Durante los últimos meses de la
RSI Bombacci continuó, incluso entonces, la campaña para recuperar a las masas
populares y evitar que se decantasen por el bolchevismo. A finales de 1944 se
publicaba un opúsculo titulado Esto es el Bolchevismo, reproducido en el
periódico católico Crociata Italica en marzo de 1945, Bombacci insiste
en las críticas hacia las desviaciones estalinistas del comunismo real que ha
destruido el verdadero sindicalismo revolucionario en Europa con las
injerencias rusas. Estas últimas semanas de vida de la experiencia republicana
Bombacci está al lado de los que aún creen posible una solución de compromiso
con el enemigo y así evitar la ruina del país. Leal hasta el final se quedará
con Mussolini aún cuando todo ya definitivamente esté perdido, proféticamente
habla de ello a sus obreros en una de sus últimas apariciones públicas, el 14
de marzo de 1945:
“Hermanos de fe y de lucha... yo
no he renegado a mis ideales por los cuales he luchado y por los que, si Dios
me concede de vivir aún más, lucharé siempre. Pero ahora me encuentro en las
filas de los colores que militan en la República Social Italiana, y he venido
otra vez porque ahora que sí va en serio y es verdaderamente decisivo
reivindicar los derechos de los obreros...”
Nicola Bombacci, siempre fiel,
siempre sereno, acompañará a Mussolini en su último y dramático viaje hasta la
muerte. El 25 de abril está en Milán. El relato de Vittorio Mussolini, hijo del
Duce, de su último encuentro con su padre, a quien le acompañaba Bombacci, nos
muestra la entereza de éste:
“Pensé en el destino de este
hombre, un verdadero apóstol del proletariado, un tiempo enemigo acérrimo del
fascismo y ahora al lado de mi padre, sin ningún cargo ni prebenda, fiel a dos
jefes diversos hasta la muerte. Su calma me sirvió de consuelo.”
Poco después, tras haberse
Mussolini separado de la columna de sus últimos fieles para ahorrarles tener
que compartir su destino, Bombacci es detenido por un grupo de partisanos
comunistas junto a un grupo de jerarcas fascistas. La mañana del 28 de abril
era colocado contra el paredón en Dongo, al norte del país, a su lado Barracu, un
valeroso excombatiente, mutilado de guerra; Pavolini, el poeta-secretario del
partido; Valerio Zerbino, un intelectual; Coppola, otro pensador. Todos gritan
ante el pelotón que los asesina “¡Viva Italia!” mientras y no deja de
ser una paradoja, fiel reflejo de la controvertida personalidad de Nicola
Bombacci, que éste, mientras caía su cuerpo acribillado por las balas de los
comunistas, gritase: “¡Viva el Socialismo!”
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