lunes, 22 de diciembre de 2014

NICOLA BOMBACCI: DE LENIN A MUSSOLINI

Por Erik Norling



El 29 de abril de 1945 eran pasados por las armas los principales jerarcas fascistas a manos de los partisanos comunistas. Curiosamente entre éstos fascistas encontramos a Nicola Bombacci, el que fuera una de las máximas figuras del comunismo italiano, ni más ni menos que el fundador del Partido Comunista italiano (PCI), amigo personal de Lenin con el que estuvo en la URSS durante los años de la Revolución (en mayúscula). Apodado el “Papa Rojo” y finalmente incondicional seguidor de Mussolini, al que se unió en los últimos meses de su régimen. Su vida, ¿es la historia de una conversión o de una traición? O fue, acaso, ¿una evolución natural de un nacional bolchevique?

Un joven revolucionario

Nicola Bombacci nace en el seno de una familia católica (su padre era agricultor, antaño soldado del Estado Pontificio) de la Romagna, en la provincia de Forli, un 24 de octubre de 1879, a escasos kilómetros de Predappio, donde también nacerá cuatro años después el que sería fundador del fascismo. Es una región donde la lucha obrera se había distinguido por su dureza y un campesinado habituado a la rebelión, tierra de pasiones extremas. Por imposición paterna ingresa en el seminario pero lo abandonará al morir su progenitor. En 1903 ingresa en el anticlerical Partido Socialista (PSI) y decide estudiar para maestro para poder servir a las clases menos favorecidas en su lucha (nuevamente las similitudes con el Duce son evidentes, llegando a estudiar en la misma Escuela superior) para pronto dedicarse en cuerpo y alma a la revolución socialista. Su capacidad de trabajo y dotes de organizador le valen serle encomendada la dirección de órganos de prensa socialista, donde irá aumentando su poder en el seno del movimiento obrero, llegará a ser Secretario del Comité Central del partido y diputado, y donde conocerá a un muchacho unos años más joven: Benito Mussolini, que no olvidemos fue la promesa del socialismo italiano antes de tornarse nacional-revolucionario.

Opuesto a la línea blanda de la socialdemocracia, Bombacci fundará junto a Gramsci el Partido Comunista de Italia tras la fractura interna del PSI y viajará a principios de los años 20 a la URSS para participar en la revolución bolchevique a donde había ido ya antes como representante del partido socialista siendo captado para la causa de los soviets. Allí traba amistad con el propio Lenin que le diría en una recepción en el Kremlin aquellas famosas palabras acerca de Mussolini: “En Italia,compañeros, en Italia sólo había un socialista capaz de guiar al pueblo hacia larevolución Benito Mussolini”, y poco después el Duce encabezaría una revolución, pero la fascista.

Como líder (Antonio Gramsci era el teórico, Bombacci el organizador) del recién creado PCI, se convertirá en el auténtico “enemigo público nº 1 de la burguesía italiana que le apoda “El Papa Rojo”. Revalidará brillantemente su acta de diputado, esta vez en las listas de la nueva formación, mientras que las escuadras fascistas comenzaban a tomar las calles enfrentándose a las milicias comunistas en sangrientos combates. Bombacci se empeñará en detener la marcha hacia el poder del fascismo pero fracasará, desde las páginas de sus periódicos lanza invectivas contra el fascismo arengando a la defensa de la revolución comunista. Es una época en que los escuadristas con camisa negra cantan canciones irreverentes como “No tengo miedo de Bombacci/ ...con la barba de Bombacci haremos spazzolini (cepillos)/ para abrillantar la calva de Benito Mussolini”. Etapa en la que el comunismo se ve inmerso en numerosas tensiones internas y el propio Bombacci entra en polémica con sus compañeros de partido; uno de los puntos de fricción es precisamente la decisión entre nacionalismo e internacionalismo. Ya había mostrado antes tendencias nacionalistas, que hacían presagiar su futura línea, cuando aún estaba en el partido socialista y como consecuencia de un documento protestando contra la acción de Fiume de D’Annunzio que quería presentar el partido, Bombacci se rebeló y escribió sobre éste que era “Perfecta y profundamente revolucionario; porque D’Annunzio es revolucionario. Lo ha dicho Lenin en el Congreso de Moscú”.

El primer fascismo

En 1922 los fascistas marchan sobre la capital del Tíber; nadie puede impedir que Mussolini asuma el poder, aunque éste no será absoluto durante los primeros años del régimen. Como diputado y miembro del Comité Central del partido así como encargado de las relaciones exteriores del mismo, Bombacci viaja al extranjero con frecuencia. Está en el IV Congreso de la Internacional Comunista representando a Italia, en el Comité de acción antifascista, se entrevista con dirigentes bolcheviques rusos. Lleva ya media vida dedicada a la causa del proletariado y no está dispuesto a cejar en su empeño de llevar a la práctica su sueño socialista. Se convierte en un ferviente defensor del acercamiento de Italia a la URSS en la cámara y en la prensa comunista, seguramente hablando en nombre y por instigación de los dirigentes moscovitas, pero utilizando un discurso nacional-revolucionario que molesta en el seno del partido, que por otro lado está en plena desbandada tras la victoria fascista. Las relaciones con el revolucionario estado soviético sería una ventaja para Italia como nación, que también ve un proceso revolucionario aunque sea fascista. Inmediatamente le acusan de herético y piden que rectifique. No pueden admitir que un comunista exija, como hace Bombacci, “superar la Nación (sin) destruirla, la queremos más grande, porque queremos un gobierno de trabajadores y agricultores”, socialista y sin negar la Patria “derecho incontestable y sacro de todo hombre y de todo grupo de hombres”. Es la llamada “Tercera Vía” donde el nacionalismo revolucionario del fascismo pudiera encontrarse con el socialismo revolucionario comunista.

Bombacci es progresivamente marginado en el seno del PCI y condenado al ostracismo político, aunque no dejaría de tener contactos con algunos dirigentes rusos y la embajada rusa para la que trabajaba, además un hijo vivía en la URSS. Creía sinceramente en la revolución bolchevique y que, a diferencia de los camaradas italianos, los rusos tenían un sentido nacional de la revolución por lo que jamás renegará de su amistad hacia la URSS ni siquiera cuando se adhiera definitivamente al fascismo.

Con la expulsión definitiva del partido en 1927 Bombacci entra en una etapa que podemos calificar como los años del silencio que llegan hasta 1936 cuando lanzará su editorial y revista homónima bautizada La Verità (La Verdad) y que culminará en 1943 en una progresiva conversión hacia el fascismo. Sin embargo es demasiado fácil considerar que Bombacci simplemente se pasó con armas y bagajes al fascismo como pretenden los que le acusan de ser un “traidor”. Asistiremos a un proceso lento de acercamiento, no al fascismo sino a Mussolini y a la ala izquierdista del movimiento fascista, donde Bombacci se siente arropado y en familia, cercano a sus planteamientos revolucionarios, su corporativismo y sus leyes sociales de este fascismo del que “todo postulado es un programa del socialismo” dirá en 1928 reconociendo su identificación.

Comprobamos así como Bombacci, no es un fascista pero defiende los logros del régimen y la figura de Mussolini. No se acercó al partido fascista –jamás se adhirió al Partido Nacional Fascista- aún su amistad reconocida con Mussolini, no aceptó cargos que le pudieran ofrecer ni renegó de sus orígenes comunistas. Su independencia valía más. Sin embargo se convenció que el Estado Corporativo propuesto por el fascismo era la realización más perfecta, el socialismo llevado a la práctica, un estadio superior al comunismo. Jamás camuflaría sus ideales, en 1936 escribía en la revista La Veritá, confesando su adhesión al fascismo pero también al comunismo:

“El fascismo ha hecho una grandiosa revolución social, Mussolini y Lenin. Soviet y Estado fascista corporativo, Roma y Moscú. Mucho tuvimos que rectificar, nada de qué hacernos perdonar, pues hoy como ayer nos mueve el mismo ideal: el triunfo del trabajo.”

Mientras esto sucedía Bombacci tiene un largo intercambio epistolar con el Duce intentando influir en el antaño socialista en su política social. El máxime historiador del fascismo, Renzo de Felice, ha escrito al respecto que Bombacci tiene el mérito de haber sugerido a Mussolini más de una de las medidas adoptadas en esos años 30. En una de estas misivas, fechada en julio de 1934, propone un programa de economía autárquica (que aplicará Mussolini) que, dice Bombacci al Duce, es muestra de su “voluntad de trabajar más en aquello que ahora concierne, en el interés y por el triunfo del Estado Corporativo...”, como hace también desde las páginas de su revista donde una y otra vez batalla por una autarquía que haga de Italia un país independiente y capaz de enfrentarse a las potencias plutocráticas (entiéndase EE.UU. pero también Francia e Inglaterra). Por ello apoya decididamente la intervención en Etiopía en 1935, pero no como campaña colonial sino como preludio del enfrentamiento entre los países “proletarios” (entre los que estaría la Italia fascista) y los “Capitalistas” que irremediablemente deberá llegar, esa “revolución mundial (que) restablecerá el equilibrio mundial”. La acción italiana sería una “típica e inconfundible conquista proletaria” destinada a derrotar a las potencias “capitalistas” y cuya experiencia “deberá ser asumida... como un dato fundamental para la redención de las gentes de color, aún bajo la opresión del capitalismo más terrible”.

Contra Stalin

Entre los años 1936 y 1943, difíciles para el fascismo pues se inician los conflictos armados preludio de la derrota, Bombacci acrecienta su adhesión ideológica a Mussolini. Ya es un hombre que tiene casi sesenta años, ha visto cómo muchos de sus sueños socialistas no se han realizado, pero es un eterno idealista y no está dispuesto a abandonar la lucha por el socialismo, por “esa obra de redención económica y de elevación espiritual del proletariado italiano que los socialistas de primera hora habíamos iniciado”. Su editorial es una ruina económica, sus biógrafos han dejado constancia de las dificultades y penurias que sufre. Le habría bastado un paso oportunista e integrarse en el fascismo oficial y habría dispuesto de todas las ayudas del aparato del Estado pero no quiere perder su independencia aunque en ocasiones deba aceptar subvenciones del Ministerio de Cultura Popular.

Coincide esta etapa con una profunda reflexión de sus errores del pasado y una serie de ataques al comunismo ruso se habría vendido a las potencias capitalistas traicionando los postulados de Lenin. Así, escribe Bombacci en noviembre de 1937, las relaciones entre la URSS y los países democráticos sólo tenía una expoliación que delataría todo lo demás, “la razón es una sola, frívola, vulgar, pero real: el interés, el dinero, el negocio” por lo que podía este antaño comunista declarar abiertamente que “nosotros proclamamos con la conciencia limpia que la Rusia bolchevique de Stalin ha devenido una colonia del capitalismo masónico-hebraico-internacional...” La alusión antisemita no es nueva en Bombacci, ni en los teóricos socialistas de principios de siglo, pues no debemos olvidar que el antisemitismo moderno tuvo sus más fervientes defensores precisamente entre los doctrinarios revolucionarios de finales del siglo XIX cuando el judío encarnaba la figura del odiado capitalista. En Bombacci no encontramos un antisemitismo racialista sino social, acorde con los planteamientos mediterráneos del problema judío a diferencia del anti-judaísmo alemán o galo.

Cuando llega la segunda guerra mundial, y especialmente al estallar en el frente del Este, Bombacci participa de lleno en las campañas anticomunistas del régimen. Como dirigente comunista que ha viajado a la URSS su voz se hace oír. Ahora bien, no reniega de sus ideales, sino que profundiza en su tesis que Stalin y sus acólitos han traicionado la revolución. Escribe numerosos artículos contra Stalin, sobre las condiciones reales de vida en el llamado paraíso comunista, las medidas adoptadas por éste para destruir todos los logros del socialismo leninista. En 1943, poco antes de la caída del fascismo, concluía Bombacci resumiendo su posición en un folleto de propaganda:

“Cuáles de las dos revoluciones, la fascista o la bolchevique, hará época en el siglo XX y quedará en la historia como creadora de un orden nuevo de valores sociales y mundiales? ¿Cuáles de las dos revoluciones ha resuelto el problema agrario interpretando verdaderamente los deseos y aspiraciones de los campesinos y los intereses económicos y sociales de la colectividad nacional? ... ¡Roma ha vencido! ... Moscú materialista semi-bárbara, con un capitalismo totalitario de Estado-Patrono, quiere unirse a marchas forzadas (planes quinquenales), llevando a la miseria más negra a sus ciudadanos, a la industrialización existente en los países que durante el siglo XIX siguieron un proceso de régimen capitalista burgués. Moscú completa la fase capitalista. ... Roma es bien otra cosa. ... Moscú, con la reforma de Stalin, se retrata institucionalmente al nivel de cualquier Estado burgués parlamentario. Económicamente hay una diferencia sustancial, porque, mientras en los Estados burgueses el gobierno está formado por delegados de la clase capitalista, el gobierno está en manos de la burocracia bolchevique, una nueva clase que en realidad es peor que esa clase capitalista porque sin control alguno dispone del trabajo, de la producción y de la vida de los ciudadanos...”

La República Social Italiana

Cuando Mussolini es depuesto en julio de 1943 y rescatado por los alemanes unos meses después, el Partido Nacional Fascista se ha derrumbado. La estructura orgánica ha desaparecido, los mandos del partido, provenientes de las capas privilegiadas de la sociedad se han pasado en masa al gobierno de Badoglio e Italia se encuentra dividida en dos (al sur de Roma los aliados avanzan hacia el norte). Mussolini reagrupa a sus más fieles, todos ellos viejos camaradas de primera hora o jóvenes entusiastas, casi ninguno dirigente de alto rango, que aún creen en la revolución fascista y proclama la República Social Italiana. Inmediatamente el fascismo parece volver a sus orígenes revolucionarios y Nicola Bombacci se adhiere a la proclamada república y presta a Mussolini todo su apoyo. Su sueño es poder llevar a cabo la construcción de esa “República de los trabajadores” por la que tanto él como Mussolini combatiesen a principios de siglo juntos. Como Bombacci se le unen otros conocidos intelectuales de izquierda al nuevo gobierno como Carlo Silvestri (diputado socialista, después de la guerra defensor de la memoria del Duce), Edmondo Cione (filósofo socialista que será autorizado a crear un partido socialista aparte del Partido Fascista Republicano), etc.

El primer contacto con Mussolini lo tiene el 11 de octubre, hace apenas un mes de la proclamación de la RSI, y es epistolar. Bombacci le escribe a Mussolini desde Roma, una ciudad donde el fascismo se ha derrumbado estrepitosamente, los romanos han destruido todos los símbolos del anterior régimen en las calles, pero donde quedan muchos fascistas de corazón, y es ahora el momento que elige para declarar a Mussolini que está con él. No cuando todo eran parabienes y alegrías sino en los momentos difíciles como tan sólo hacen los verdaderos camaradas:

“Estoy hoy más que ayer totalmente con usted” –le confiesa Bombacci- “la vil traición del rey-Badoglio ha traído por todos lados la ruina y el deshonor de Italia pero le ha liberado de todos los compromisos pluto-monárquicos del 22. Hoy el camino está libre y a mi juicio se puede sólo recorrer al resguardo socialista. Ante todo: la victoria de las armas. Pero para asegurar la victoria debe tener la adhesión de la masa obrera. ¿Cómo? Con hechos decisivos y radicales en el sector económico-productivo y sindical... Siempre a sus órdenes con el gran afecto de treinta años ya.”

Mussolini, acosado por la situación militar pero más resuelto que nunca en llevar a cabo su revolución ahora que se ha desprendido de los lastres del pasado, autoriza que los sectores más radicales del partido asuman el poder y se inicia una etapa denominada de “Socialización” (nombre propuesto por Bombacci y aceptado por el Duce) que se traducirá en la promulgación de leyes claramente de inspiración socialista, en cuanto a la creación de sindicatos, cogestión de las empresas, distribución de beneficios, nacionalización de los sectores industriales de importancia. Todo ello resumido en los 18 puntos del primer (y único) congreso del Partido Fascista Republicano en Verona, un documento redactado por Mussolini y Bombacci conjuntamente, que debía convertirse en las bases del Estado Social Republicano. En política exterior intentará convencer a Mussolini que había que firmar la paz con la URSS y proseguir la guerra contra la plutocracia anglosajona, resucitar el eje Roma-Berlín-Moscú de los pensadores geopolíticos del nacional-bolchevismo de los años veinte, una propuesta que parece haber tenido éxito en Mussolini que escribirá varios artículos para la prensa republicana al respecto aún sabiendo que esta propuesta tenía una tenaz oposición por parte de un amplio sector del partido, en particular de Roberto Farinacci. Bombacci viaja al norte y se reinstala cerca de su amigo Walter Mocchi, otro veterano dirigente comunista convertido al fascismo mussoliniano que trabaja para el Ministerio de Cultura Popular.

Si para muchos el último Mussolini era un hombre acabado, títere de los alemanes, no deja de sorprender la adhesión que recibiera de hombres como Bombacci, un verdadero idealista, de altura imponente, con la barba crecida y una oratoria atrayente, alérgico a todo lo que pudiera significar encasillarse o aburguesarse, que tampoco ahora aceptará ni sueldo ni prebendas (sólo a principios de 1945 aparecerá su nombre en una lista de propuestas de nóminas del ministerio de Economía o como Jefe de la Confederación Única del Trabajo y de la Técnica). Bombacci se convertirá en asesor personal y confidente de Mussolini, para atraer de nuevo a las bases del partido de los trabajadores. Propone la creación de comités sindicales, abiertos a no militantes fascistas, elecciones sindicales libres, viajará a lo largo de las fábricas del industrializado norte (Milán-Turín) explicando la revolución social del nuevo régimen y el porqué de su adhesión. Parece que nuevamente el viejo combatiente revolucionario rejuvenece, tras un mitin en Verona y varias visitas a empresas socializadas escribe al Duce el 22 de diciembre de 1944: “He hablado una hora y 30 minutos en un teatro entregado y entusiasta... la platea, compuesta en la mayor parte por obreros ha vibrado gritando: Sí, queremos combatir por Italia, por la república, por la socialización... por la mañana he visitado la Mondadori, ya socializada, he hablado con los obreros que forman parte del Consejo de Gestión que he encontrado lleno de entusiasmo y comprensión de esta nuestra misión”. Mientras la situación militar se deterioraba por momentos y los grupos terroristas comunistas (los trágicamente famosos GAP) ya habían decidido eliminarle por el peligro que conllevaba su actividad para sus objetivos.

Pero la guerra está llegando a su fin. Benito Mussolini, aconsejado por el diputado ex-socialista Carlo Silvestri y Bombacci, propone entregar el poder a los socialistas, integrados en el Comité Nacional de Liberación, antes que a los dirigentes derechistas del sur. Sin embargo fracasan. En abril de 1945 las autoridades militares alemanas se rinden a los aliados, sin informar a los italianos, es el fin. Abandonados y solos.

Crepúsculo de un nacional-revolucionario

Durante los últimos meses de la RSI Bombacci continuó, incluso entonces, la campaña para recuperar a las masas populares y evitar que se decantasen por el bolchevismo. A finales de 1944 se publicaba un opúsculo titulado Esto es el Bolchevismo, reproducido en el periódico católico Crociata Italica en marzo de 1945, Bombacci insiste en las críticas hacia las desviaciones estalinistas del comunismo real que ha destruido el verdadero sindicalismo revolucionario en Europa con las injerencias rusas. Estas últimas semanas de vida de la experiencia republicana Bombacci está al lado de los que aún creen posible una solución de compromiso con el enemigo y así evitar la ruina del país. Leal hasta el final se quedará con Mussolini aún cuando todo ya definitivamente esté perdido, proféticamente habla de ello a sus obreros en una de sus últimas apariciones públicas, el 14 de marzo de 1945:

“Hermanos de fe y de lucha... yo no he renegado a mis ideales por los cuales he luchado y por los que, si Dios me concede de vivir aún más, lucharé siempre. Pero ahora me encuentro en las filas de los colores que militan en la República Social Italiana, y he venido otra vez porque ahora que sí va en serio y es verdaderamente decisivo reivindicar los derechos de los obreros...”

Nicola Bombacci, siempre fiel, siempre sereno, acompañará a Mussolini en su último y dramático viaje hasta la muerte. El 25 de abril está en Milán. El relato de Vittorio Mussolini, hijo del Duce, de su último encuentro con su padre, a quien le acompañaba Bombacci, nos muestra la entereza de éste:

“Pensé en el destino de este hombre, un verdadero apóstol del proletariado, un tiempo enemigo acérrimo del fascismo y ahora al lado de mi padre, sin ningún cargo ni prebenda, fiel a dos jefes diversos hasta la muerte. Su calma me sirvió de consuelo.”

Poco después, tras haberse Mussolini separado de la columna de sus últimos fieles para ahorrarles tener que compartir su destino, Bombacci es detenido por un grupo de partisanos comunistas junto a un grupo de jerarcas fascistas. La mañana del 28 de abril era colocado contra el paredón en Dongo, al norte del país, a su lado Barracu, un valeroso excombatiente, mutilado de guerra; Pavolini, el poeta-secretario del partido; Valerio Zerbino, un intelectual; Coppola, otro pensador. Todos gritan ante el pelotón que los asesina “¡Viva Italia!” mientras y no deja de ser una paradoja, fiel reflejo de la controvertida personalidad de Nicola Bombacci, que éste, mientras caía su cuerpo acribillado por las balas de los comunistas, gritase: “¡Viva el Socialismo!”

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