Por Ángel Fernández
Guido De Giorgio es un autor
tradicionalista italiano escasamente conocido, cuya bibliografía ha sido
publicada póstumamente, de hecho desde 1973, cuando la editorial Il Cinabro editó
la primera de sus obras La Tradizione Romana, han ido saliendo con cuentagotas
una serie de obras tales como Dio e il poeta en 1985, Ciò che mormora il vento
del Gargano aparecida en 1990 o bien Prospettive della Tradizione también
publicada el mismo año. Nuestro autor, fallecido el 27 de diciembre de 1957, a
los 67 años de edad, vivió sus últimos años en unas condiciones materiales y de
salud bastante precarias, aquejado de una profunda depresión y entre las
montañas de los Alpes marítimos, en la frontera entre Italia y Francia, donde
se había encontrado a sí mismo, entre la trascendencia de las montañas, desde
donde también vivió la caída de su hijo Havis, su alter ego, el hijo y el héroe
de Gimma, muerto en acto heroico en las guerras coloniales italianas,
concretamente un 7 de mayo de 1939 que le valió la medalla de oro al mérito y
la búsqueda de incesantes homenajes y honores por parte del padre, Guido, que
llegó a remitirse al propio Mussolini. Evola definió a De Giorgio como un
iniciado en estado salvaje, de vida austera y costumbres espartanas,
obsesionado con la idea de purificación, bajo el dominio de una cierta mística
de carácter ascético, desde la aversión profunda al mundo moderno, hacia las
ciudades, símbolo de mediocridad y sede de la nivelación caótica y democrática.
A lo largo de su vida estuvo vinculado a unos
escasos proyectos intelectuales, aunque unido en estrecha amistad a René
Guénon, al que pudo conocer en Blois (Francia) en el verano de 1927, y desde
entonces la amistad se prolongó hasta la muerte del propio Guénon en 1952, ya
para entonces convertido al Islam y viviendo en una humilde casa en la
periferia de El Cairo. De Giorgio estuvo vinculado al Grupo de Ur, y publicó
varios artículos, dispersos entre la bibliografía publicada del grupo, que
firmó bajo el seudónimo de Havismat. Todo ello pese a no estar de acuerdo con
el proyecto en sí mismo, ni creer en las posibilidades iniciáticas de la magia,
puesto que se habían perdido los vínculos con la naturaleza, todo producto de
la destrucción operada por el mundo moderno, al margen de las fuentes mismas de
esa magia, planteadas dentro de un contexto de ideas y principios ocultistas,
bajo la aureola de un cierto pseudocientífismo y pseudomisticismo, tal y como
lo planteó el propio Guénon en su momento y en su correspondencia personal con
Guido De Giorgio.
Doctrinalmente De Giorgio estuvo
fuertemente influenciado por los escritos de René Guénon, de quien asimiló una
serie de premisas que le servirían para articular su propia doctrina
metafísica, la cual se fundamentó en la idea de restaurar el vínculo perdido
con el Orden Divino, las vías que conducen a un proceso de transhumanización,
de fusión en la síntesis absoluta de lo Divino, y ello lo hizo apoyándose en la
doctrina no dualista de la metafísica en su estado puro y primigenio. El
Vêdantâ guenoniano es el mejor ejemplo a través de la idea de la Identidad
Suprema, del principio de lo incondicionado. La existencia de una gradación
jerárquica de estados del Ser, el Silencio, los Ritmos y las Formas articularon
esas concepciones metafísicas representando simbólicamente el espíritu, las
influencias sútiles y el ámbito de las manifestaciones físico-materiales. Este
último estado es el característico de la ignorancia, la del hombre caído, fruto
de la ignorancia y la mediocridad, abandonado a su suerte. Es el hombre que
vive de la apariencia, de la exterioridad, es el hombre prometaico, abandonado
a su suerte, avocado a la fe ilusoria en un progreso infinito que únicamente
puede llevarle a su propia destrucción.
Para restaurar las vías que
conducen a Dios, De Giorgio encuentra en la Tradición Romana, bajo la égida de
los cuatro grandes símbolos cósmico-tradicionales de Jano y el Fascio Litorio,
culminado en la continuidad del cristianismo de la cruz, fuente renovadora del
mensaje tradicional, que no se plantea, en ningún caso, como una ruptura con
respecto a la norma tradicional de la Roma primitiva, más bien es un nuevo
impulso ante la degeneración de las fuentes espirituales previas al
advenimiento del cristianismo, corrompidas y sumidas en la exterioridad, presa
de la idolatría y vaciadas de todo su simbolismo originario. Para De Giorgio no
hay una ruptura entre "paganismo" y "cristianismo" en lo
que respecta al fondo del mensaje tradicional, sino más bien una continuidad.
Roma se erige como ese símbolo perenne e inmortal de la Tradición universal, el
eje del mundo, entre el Este y el Oeste, la síntesis absoluta, armonizando
opuestos, generando esa unidad orgánica simbolizada en el Silencio, como Unidad
Superior de lo Divino. Roma cae y vuelve a levantarse, aparece como la luz de
Occidente, que nunca muere y siempre resurge de sus cenizas para salvar a
Occidente, y De Giorgio, en la formulación de una especie de Fascismo Sacro fue
integrante de una de las corrientes ideológicas y tradicionales menos conocidas
del Fascismo de entreguerras.
Extraído de Europa Tradicional
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