lunes, 15 de julio de 2013

LAS RAÍCES DEL FASCISMO ITALIANO: SOREL Y EL SORELISMO

Por Gustavo Morales

Georges Sorel

El papel de Sorel y el sorelismo en las raíces del fascismo constituye un problema en las concepciones políticas apocalípticas: el deseo de una renovación drástica y total de la Italia del post-Risorgimento. Sin embargo, el aparato conceptual requerido para el estudio del impacto de Sorel en Italia ha sido ambiguo durante mucho tiempo. Probablemente, por este motivo, deben establecerse distinciones entre Sorel y sus continuadores italianos.

El carácter variable de las doctrinas y fidelidades políticas de Sorel debe diferenciarse de las de numerosos individuos entusiastas y de grupos. Estos últimos, una vez bajo su influencia, prosiguieron su propio camino, manteniéndose a veces en posturas que Sorel había abandonado sustancialmente hacía tiempo, o bien, en el caso de otros, explorando nuevos terrenos. No obstante, también hay que marcar diferencias en el interior del movimiento fascista, donde, entre otras numerosas fracciones, el sorelismo también se enraizó. La posición de Mussolini en cuanto a Sorel no era de ningún modo constante, ni siquiera necesariamente idéntica a las posturas expresadas por otros sorelistas en los grupos fascistas, ya fuera antes o después de la marcha sobre Roma. El problema es mucho más complicado, no sólo por el hecho de la aparición en el movimiento fascista de una oposición al sorelismo, sino también por una oposición de sorelistas al fascismo.

El hecho de que las ideas de Sorel fueran operativas en el seno de tantos grupos diversos puede atribuirse a su carácter esencial, al igual que a la atmósfera política e intelectual de Italia antes y después de la guerra. Este texto pretende establecer que el deseo de Sorel en Italia fue el de una conquista política y espiritual, que su pensamiento y su acción iniciaron un movimiento sorelista que se enraizó en una variedad de corrientes políticas e intelectuales orientadas de forma similar, y que el sorelismo figura significativamente, a la vez directa e indirectamente, en los orígenes del fascismo.

Cuando Sorel comenzó a escribir en 1886, no estaba lejos de los cuarenta, preparado para retirarse como ingeniero en el Servicio Civil francés. Sin embargo, en pocos años se convirtió en un teórico de la revolución. La metamorfosis de Sorel en revolucionario fue bastante determinada por el curso de los acontecimientos en Francia. Sin duda, fue el desastre de 1870-1871 lo que le condujo a un moralismo proudhoniano. En todas partes percibía la decadencia, el crecimiento de una democracia utilitarista y materialista, y el predominio de los intelectuales racionalistas. Desde el principio, deseó la renovación de “valores pesimistas esenciales para la moral cristiana” y una “sociedad basada en el trabajo”. Con el éxito parlamentario de 1893, anunció su “conversión” al marxismo. Sin embargo, inspirado por los artículos de Edouard y Bernstein, empezó a atacar a una ortodoxia que jamás había soportado. Enseguida se distanció radicalmente de Bernstein. La lectura de Henri Bergson le convenció de que la historia está impulsada por movimientos espontáneos que surgen de las masas. Son estos movimientos los que crean nuevos valores morales y los que reimpulsan el proceso histórico. En 1898, publicó El porvenir socialista de los sindicatos, un estudio que llamó la atención, especialmente en los círculos anarquistas y sindicalistas. El movimiento sindicalista en Francia era para él la manifestación auténtica del proletariado revolucionario. Aconsejaba a los sindicatos aislarse del mundo corrupto de los políticos e intelectuales burgueses, para trabajar en silencio en crear los valores y las instituciones del futuro. Con el caso Dreyfus en 1898, Sorel vio principalmente una gran misión moral. El proletariado debía emanciparse de todos aquellos que sufrían injusticias. Pero tras la gran victoria electoral de los discípulos de Dreyfus en 1899, éstos mostraban la misma inmoralidad interesada de sus opuestos. Ya no había menosprecio hacia los políticos socialistas como Jean Jaurès y Alexandre Millerand. Estaba convencido de que la democracia parlamentaria corrompía todo lo que tocaba. Para Sorel, estos años se destacaron por una implicación creciente en la escena política e intelectual italiana. Casi desde el principio, se sentía atraído por la tradición de Italia en cuanto a su realismo político y a la atención centrada en la psicología de la política. Este interés fue expresado por primera vez en algunos artículos consagrados al trabajo de Cesare Lombroso sobre la psicología del crimen político. Con su conversión al marxismo, sus nexos se estrecharon. Antonio Labriola, el líder de los teóricos marxistas, escribió en una revista que Sorel dirigió muy poco tiempo. Sorel escribió al joven Benedetto Croce y a Vilfredo Pareto para pedirles su participación. En 1896, Sorel descubrió a Giovanni Battista Vico, que daba una visión más penetrante a su amalgama de Marx y Bergson. Con Vico vio la distinción entre conspiración pura y revolución; sólo la revolución da vida a una nueva moral. De Vico le llegó la idea de la revolución como ricorso, el retorno a un estado de espíritu anterior. Hacia 1898, Sorel publicó mucho en Italia, y sus trabajos recibieron extensos comentarios. Pero a medida que profundizaba sus críticas a Marx –llamaba al marxismo “poesía social”-, sus escritos mostraban hostilidad. Labriola lo acusó públicamente de llevar a cabo una guerra de secesión. Avanti! Intentó bloquear la publicación de sus artículos. Sorel se sintió muy ofendido. Sin embargo, Italia le parecía el único país donde la crítica al marxismo fue seria. “Italia –escribió- ha sido la educadora de Europa: podría asumir perfectamente este papel una vez más”.

Hacia 1903, Sorel estaba convencido de que solamente una revolución catastrófica podría traer un ricorso. En este momento, había conseguido un número de discípulos modesto en Francia, pero sustancial en Italia.

El sindicalismo revolucionario fue el primero en recibir el apoyo de Sorel. El movimiento sindical había aparecido en Francia y en Italia en la década de 1890. en la Confederación General del Trabajo, fundada en 1903, y en el Segratariato Nazionale della Resistenza, creado el año anterior, los elementos revolucionarios eran originalmente dominantes. De 1903 a 1910, Sorel intentó explicar a los militantes y al público en general el potencial histórico de estos movimientos. En Francia, sus artículos influyeron en el Movimiento Socialista de Hubert Lagardelle, una revista con numerosa participación italiana. En Italia, la vanguardia socialista de Milán introdujo a Sorel en círculos proletarios, en 1903, gracias a la traducción de El porvenir socialista de los sindicatos. Estableció una colaboración más intensa con la revista doctrinal de Roma Divinire Social, donde apareció la primera versión de las Reflexiones sobre la violencia. Además, se publicaban cartas y artículos de Sorel en muchos periódicos y revistas más pequeños, y se tradujeron casi todas sus obras. Sorel remarcaba que su labor se ignoraba mucho en Francia. Pero en el “país de Vico”, esperaba “encontrar jueces más competentes”. Lo que Sorel escribía sobre el tema del sindicalismo revolucionario era muy comparable en Francia y en Italia. Observaba en el sindicalismo como movimiento revolucionario algo idéntico al cristianismo primitivo. Era motivado, como todo gran movimiento, “por un mito revolucionario”. El mito había nacido de los amores, los temores y los odios del grupo. Sus miembros se veían a sí mismos como un ejército de la verdad luchando contra un ejército del mal. El mito del proletariado era el de la huelga general, una visión apocalíptica del día en que el detestado régimen burgués sería destruido. Sorel veía en el sindicalismo una elite, pues sólo los trabajadores más militantes eran sindicalistas. La técnica del movimiento era la violencia, el rechazo a comprometerse con palabras y con actos. Se daba cuenta de que los anarquistas, en el movimiento sindicalista, habían enseñado a los trabajadores a no sentir vergüenza de la violencia. La lucha de clases tenía el mismo valor moral que la guerra entre naciones. Incluso algunos actos criminales eran justos si eran claras expresiones de la lucha de clases. Y pensaba que la violencia proletaria podía restaurar en la burguesía algún fragmento de su antigua energía. El sindicalismo, como orden revolucionario, estaba impulsado por una moral. Surgiría de la revolución una nueva escala de valores, que daría lugar a la perfección del maquinismo y los adelantos en la producción. La organización de la sociedad sindicalista vendría determinada por las necesidades de la producción; el sindicalismo sería una “sociedad de productores”. La técnica del nuevo orden sería la creación de una “sociedad de héroes”, héroes de la producción.

Hacia 1908, Sorel se convenció de que el sindicalismo francés se había comprometido sin esperanzas con el reformismo, pero el provenir del movimientoitaliano era todavía incierto. Entre la elite intelectual simpatizante con el sindicalismo, sulabor fue muy acogida y discutida. Croce en la crítica y en el prólogo a la edición italiana de las Reflexiones sobre la violencia hizo patente la mayor preocupación de Sorel, la génesis de la moralidad. Aceptó sus tesis, aunque con reservas. Respecto a este libro, Pareto alabó la “preocupación por la realidad de Sorel y su “rechazo de los discursos humanitaristas vacíos”. Sin embargo, el movimiento sindicalista, escribía Sorel, debería un día transformarse y reaparecer con otro nombre. Roberto Michels, “el alemán italianizado”, quien también mantenía correspondencia con Sorel, se sentía especialmente atraído por su concepto de elite proletaria. No obstante, fue en una variedad de periódicos y revistas anarco-sindicalistas, e incluso socialistas, donde Sorel causó mayor impacto, pues ahí se interesaban por sus percepciones toda una pléyade de académicos, periodistas y organizadores. Algunos eran miembros del partido socialista y participaban en las elecciones. De todos modos, denunciaban la cobardía del partido socialista y trabajaban por el progreso de concepciones más o menos sorelistas. L’Avanguardia socialista, un periódico milanés, era dirigido por Arturo Labriola, profesor de economía política y eminente discípulo de Sorel. Fue Labriola quien alentó la huelga general de 1904. L’Avanguardia predicaba “la violencia heroica” y una república de trabajadores dedicada a la producción. “Nuestro pensamiento –proclamabacoincide con el de Sorel”. Aquí los más consagrados de los discípulos italianos de Sorel eran Enrico Leone, Sergio Panunzio y Emanuele Longobardi, todos ellos académicos. También se publicaron aquí los artículos de los periodistas Walter Mocchi, Paolo Orani y del joven Mussolini. Este último, por ejemplo, era un socialista revolucionario que no aceptaba las especificaciones del sindicalismo. Pero proclamaba con insistencia su adhesión a la “revolución catastrófica” y a la “moral de los productores” de Sorel. El Divinere Sociale fue fundado por Leone y el periodista Paolo Mantica, y ahí publicaron sus artículos Croce, Pareto y Michels, al igual que muchos colaboradores de L’Avanguardia. El jurista A. O. Olivetti, los académicos Alfonso de Pietri-Tonelli, Francesco Arca y Agostino Lanzillo, e incluso varios discípulos franceses de Sorel escribían en esta publicación. Sin embargo, Sorel, debido a la preponderancia de sus propios artículos, y por consenso, era el director de orquesta indiscutible. Podrían citarse una docena de periódicos y revistas que mostraban una influencia sorelista marcada y modificada por cada tendencia particular. Esto no sólo revela la gran difusión del sorelismo, sino también la cantidad de dirigentes sindicalistas influidos: Alceste de Ambris, Michele Bianchi, Filippo Corridoni y Edmondo Rossoni. No obstante, la más inesperada revista sorelista fue probablemente la Pagine Libere de Lugano, fundada a finales de 1906 por el exiliado Olivetti. Era rigurosamente proletaria y también nacionalista. El ricorso se enlazaba con la renovación del Risorgimento. La nación estaba destinada a ser el máximo sindicato. Hacia 1910, Panunzio, Orani y Lanzillo eran sus principales colaboradores, y en menor medida, Corridoni, Rossoni y Mussolini. El movimiento sindicalista, bien que creció rápidamente hasta el congreso del partido socialista en Roma en 1906, parecía ir en declive.

En Milán, ese mismo año, los reformistas transformaron el Segretariato en Confederazione Gelerale del Laboro (CGL), más moderado. Un grupo de sindicalistas conducido por De Ambris y Bianchi formó una contraorganización de alrededor de 200.000 miembros en Parma. Pero la huelga de 1908 en Parma fue de tal violencia que los sindicalistas que quedaban en el partido fueron expulsados. En el congreso de Bolonia, en diciembre de 1910, las uniones sindicales, desorganizadas y desacreditadas volvieron a la CGL. En este mismo congreso, se leyó una carta de Sorel ante los delegados en asamblea. Anunciaba su abandono del sindicalismo. No se podía esperar nada de un movimiento de trabajadores vencidos por la democracia.

Enrico Corradini

El nacionalismo integral fue el siguiente en llamar la atención de Sorel. En Francia, su discípulo George Valois se había impregnado de la noción de una posible “renovación burguesa”, y en 1906 había intentado una fusión doctrinal y organizativa entre el sindicalismo y el monarquismo. En Italia, estaba en marcha un esfuerzo paralelo. En 1903, Enrico Corradini, que había sido seducido por Gabriele d’Annunzio, fundó en Florencia Il Regno figura el primer signo de interés por Sorel procedente de la derecha. Sin embargo, hubo un desacuerdo relativo a la huelga general de 1904 que provocó su abandono. En 1906, Corradini se unió a un pequeño grupo de antiguos sindicalistas. Éstos no habían expresado una dependencia explícita en relación a Sorel, aunque en el tono y en la argumentación, se diferenciaban poco de los sindicalistas que lo habían hecho. Mediante las lecturas y discusiones en numerosas ciudades italianas, Corradini y su grupo investigaron más a fondo las posibilidades de una renovación nacional. El sindicalismo y el nacionalismo, observaba Corradini, sentían “un amor común por la conquista”, ambos eran “imperialista”. Además, el imperialismo italiano era de una “nación pobre”. Los trabajadores, en consecuencia, que luchan por Italia, luchan también por ellos mismos. El nacionalismo corradiniano se convirtió hacia 1908 en un sindicalismo nacional “para todos los productores” y en un imperialismo “de una nación proletaria”. Leyendo a Corradini, se siente el espíritu de las reflexiones sobre la violencia, aunque él no hubiera atribuido explícitamente sus ideas a Sorel. No obstante, Sorel escribía a Croce que Corradini “comprende perfectamente el valor de mis ideas”. Prezzolini, mientras tato había fundado en 1908 en Florencia La Voce, con el fin de preparar un nacionalismo a un nivel más espiritual y moral. La Voce, abierta a todas las opiniones, se caracterizaba por una urgencia de renovación e, inicialmente, un interés considerable por Sorel. Su primer número anunciaba el abandono de Sorel del sindicalismo francés y en los meses siguientes los artículos trataban de temas sorelistas varios. En una entrevista, Sorel expresó su deseo de una renovación italiana. En un estudio sobre el sindicalismo, Prezzolini se declaró discípulo de Sorel, aunque pensaba que el sindicalismo todavía se encontraba en sus albores. Acabaría como una institución de integración social y de conservación. Sorel, en este intervalo se sentía más atraído por el nacionalismo francés. En 1909, en una entrevista a un periódico monarquista, declaraba que no se oponía desde el principio a una restauración. Pero el hecho decisivo para él fue la aparición en 1910 de la Juana de Arco de Charles Péguy. En este libro, opinaba, se habían relacionado brillantemente las ideas cristiana y patriótica. Era lo que el nacionalismo exigía: había encontrado otro ricorso. Sorel anunció su descubrimiento simultáneamente en l’Action Française y en La Voce. En Francia, él mismo y gran parte de sus discípulos monarquistas fundaron varias revistas que intentaron, en los años precedentes a la guerra, aunar a los antidemócratas de izquierda y derecha. Sorel pasó a escribir menos para Italia, exceptuando el Resto del Carlino de Bolonia, editado por un nuevo admirador, Mario Missiroli.

Sorel percibía el nacionalismo italiano, aunque sus comentarios habían sido fragmentarios, también el término de ricorso, según Vico. El movimiento era alentado, pensaba por el “mito nacional” del Risorgimento abortado. El interés por Oriani y la demanda de una revolución nacional permanente eran los signos indiscutibles de un despertar. Pero el nacionalismo en Italia contaba con el catolicismo y dudaba que se aceptase el apoyo católico. Sin embargo, se convenció de que la guerra de Libia había hecho renacer un sentimiento de grandeza nacional igual al de los mejores momentos del Risorgimento. La renovación italiana podría ser obra de un resurgimiento burgués. En cualquier caso, “el futuro de Italia –escribía- no se conseguirá por una evolución natural”. Al igual que para el nuevo orden, su moral será nacional y católica. Veía la organización de la sociedad en términos sindicalistas, pero ahora estaba preparado para aceptar un sindicalismo mixto de trabajadores y patrones o un sindicalismo nacional. El régimen propugnaría un “culto a la nación”, la perfección de las instituciones en el interior y una política imperialista en el exterior.

Hacia 1912-1913, Sorel estaba convencido de que los dirigentes de L’Action Française se interesaban más por escribir sobre la revolución que por llevarla a cabo. En Italia, las posibilidades de una revolución nacional parecían de nuevo más claras. El nuevo interés de Sorel por el nacionalismo iba en paralelo al de sus principales admiradores. Croce, en su estudio sobre Vico, veía en Sorel un Vico en las costumbres del siglo XX, pero creía que Alemania, antes que Italia, podría en aquel momento aportar el modelo de un movimiento proletario que defendería las tradiciones nacionales. Pareto, en su estudio sobre los mitos, y Michels, en su obra sobre los partidos políticos, concentraron su atención en el nacionalismo e insistieron en sus exagerados elogios a Sorel. Pero en el mismo movimiento nacionalista cesaron todos los signos de aprobación de las ideas sorelistas, poco después de 1910. en Turín, el monarquista e imperialista Tricolore, un periódico semanal de un pequeño grupo conducido por Mario Viana, se dejó influir por las actividades de Valois en París. Éste invitaba al proletariado a aceptar una organización nacional-sindicalista en pro de la solidaridad italiana. A pesar de que Corradini y Missiroli aportaron a Tricolore su apoyo entusiasta, el periódico fue el último esfuerzo para establecer un nexo explícito entre Sorel y el movimiento nacionalista. Posteriormente, en Florencia, el grupo de Corradini, al que se habían adherido nuevos elementos, creó el partido nacionalista. Reaparecieron los temas de un sindicalismo nacional y del imperialismo de una “nación proletaria”. Pero ya no se hizo mención de Sorel. Además, mediante la investigación de La Voce del significado de la implicación de Sorel con L’Action Française, se presentaron nuevas preocupaciones. Hacia 1914, el nacionalismo corradiniano y el nacionalismo de La Voce, alejados de Libia, se habían acercado, y sólo quedó un mínimo interés por Sorel por parte de cada una. En el congreso de Milán, Alfredo Rocco, el teórico nacionalista de la economía, rechazaba el “sindicalismo” como una palabra extranjera. Tras este giro, los nacionalistas ya no hablaron más que de “corporaciones”.

En cuanto al movimiento sindicalista, si el nacionalismo había virado hacia una forma de sindicalismo, al igual que algunos elementos sindicalistas viraron cada vez más hacia variedades de nacionalismo. La creación en 1910 de La Lupa, en Florencia por Orano, era una tentativa, procedente de la izquierda, idéntica a la emprendida por el Tricolore, procedente de la derecha. El periódico se definía a sí mismo como la versión italiana de la nueva orientación de Sorel y reclamaba la guerra de Libia. Los sindicalistas Labriola, Mantica, Arca y Pietri-Tonelli coincidían en este punto con los nacionalistas Corradini y Missiroli. Declaraban que los dos movimientos tenían los mismos enemigos. El imperialismo italiano era además el de una “nación proletaria”. Pero La Lupa no mostró ninguna disposición respecto a la estructura de un sindicalismo nacional. La Pagine libere de Lugano apoyaba también a Sorel y aprobaba la guerra, pero permaneció “proletaria”. En la guerra de Libia, Olivetti, Panunzio y Lanzillo vieron la posibilidad de una renovación revolucionaria sin precedentes. Por otra parte, sin embargo, en los círculos sindicalistas, donde Sorel en el pasado había sido muy apreciado, los contactos de éste con los monarquistas eran denunciados como una traición y se condenaba la guerra de Libia como una aventura burguesa. El Demolizione de Milán, la Gioventi socialista de Parma, la Bandiera del popolo de Mirándola y La Propaganda de Nápoles eran publicaciones donde estaban muy presentes los dirigentes sindicalistas. Sus opiniones estaban muy influidas por Mussolini. Sin embargo, el rechazo de Sorel no fue permanente en todas las circunstancias. En cualquier caso, la guerra de Libia era un resultado del renacimiento de un movimiento sindicalista independiente. En Módena, en 1912, se fundó la Unione sindicale Italiana (USI), una organización de 150.000 miembros. Pero incluso aquí apareció enseguida el nuevo nacionalismo proletario de los maestros sindicalistas, especialmente en los grupos sindicales de Corridoni en Milán. Corridoni era un ferviente admirador de Sorel, y viceversa. Pero Corridoni adoraba en silencio a los héroes del Risorgimento. Había transformado la idea de la huelga general en la de “una guerra revolucionaria de la libertad”. Durante las revueltas de la semana roja en junio de 1914, sus sindicalistas marcharon por las calles de Milán cantando el himno del Risorgimento, gritando “viva Italia” y ondeando la bandera italiana.

Sorel odió el estallido de la guerra. Era despreciativo con su propio país. Escribió a Croce que deseaba una victoria alemana. No obstante, esperaba que de la guerra podría surgir otro ricorso, “una catástrofe” que sumergiría a Europa en una “nueva Edad Media”. Posteriormente, en 1918, descubrió otro ricorso: la revolución bolchevique. Empezó de nuevo a publicar sus artículos. En Francia, escribió para la revista comunista y, en Italia, publicó más de sesenta artículos, la mayoría en el Resto del Carlino y en el Tempo de Roma. Sorel opinaba que los bolcheviques eran impulsados por mitos revolucionarios que eran a la vez “sociales” y “nacionales”: el odio del pueblo en general hacia un régimen extranjero importado del Oeste. En los soviets de las fábricas veía una elite que desempeñaba el papel que él había atribuido a los sindicatos. La técnica del movimiento era la violencia. En cuanto al orden bolchevique, lo movían las energías morales liberadas por la revolución. La dictadura del proletariado era una “sociedad de productores”, pero Sorel vio en Lenin por primera vez los méritos de un dirigente carismático. La técnica del orden era doble: una política interior enraizada en un marxismo pragmático y una política extranjera enfocada a la conquista de un mundo dominado por un oeste agotado y decadente.

El sorelismo continuó en los círculos comunistas. La U.S.I., que se había opuesto a la intervención, se adhirió en breve a la III Internacional llevando aún la marca de la influencia de Sorel. Pero apareció para Sorel un nuevo punto de interés en un grupo de jóvenes intelectuales comunistas de Turín, que fundaron L’Ordine Nuovo en 1919. el periódico lo dirigía Antonio Gramsci, con Palmiro Togliatti y Angelo Tasca entre los principales colaboradores. Todos admitían, en diferente medida, la influencia de Sorel. De todos modos, el más interesado por Sorel era Gramsci. No apoyaba “todo” en Sorel pero apoyaba la idea de la “espontaneidad del movimiento proletario, los consejos de trabajadores como aprendices de la nueva sociedad, el papel de la violencia creadora, y la visión de una sociedad de productores”. Después de 1912, el periódico se convirtió en el órgano oficial del partido comunista y recuperaba periódicamente artículos de Sorel.

El fascismo también fue muy bien acogido por Sorel. Seguía a Mussolini desde 1912, cuando los socialistas revolucionarios habían tomado el control del partido y cuando Mussolini se convirtió en el editor de Avanti!. Había predicho que “Mussolini no era un socialista normal”, que era un condottiere que un día miraría hacia la derecha. Pero en 1915, Sorel no apoyó ni la formación del Fasci ni la intervención de Italia en la guerra. Es más, rechazaba la vulgaridad de D’Annunzio y de Filippo Marinetti. En su correspondencia durante la guerra, prestaba atención a los socialistas y los sindicalistas pacifistas. Sin embargo, tras la guerra, le decepcionó su incapacidad para llevar a cabo una acción revolucionaria decisiva. Además, la toma de Fiume le convenció de que D’Annunzio debía ser tenido en cuenta en adelante. El Fasci reactivado de 1919 renovó su interés por las actividades de Mussolini. Durante algún tiempo le afectó la ferocidad del escuadrismo y la destrucción de las organizaciones de trabajadores. Pero las cartes que escribió a Croce y a Missiroli hacia 1921 muestran con evidencia su atracción por el fascismo. En marzo de 1922 declaró: “los hechos más importantes después de la guerra son: la acción de Lenin, que creo sólida, y la de Mussolini que seguro triunfará”. Sorel no vivió lo suficiente para oír hablar de la marcha sobre Roma. Lo que Sorel escribía sobre el tema del fascismo es fragmentario, pero lo describió claramente como un ricorso. Veía el movimiento impulsado por los mitos “sociales” y “nacionales” ya había pensado en esta unión, aunque no lo había comprendido del todo. “Este descubrimiento nacional y social”, decía “es puramente mussoliniano”. El fascismo era el resultado de la incapacidad del Estado de proteger la burguesía y de la incapacidad de los gobernantes italianos de expresar las demandas justas de la nación en la conferencia de paz.

Sorel vio en los fascistas una elite y calificó a Mussolini como “genio político”. En tanto, los camisas negras fueron amos de la calle, sus oponentes no podrían esperar ningún éxito. Como orden revolucionario, veía el fascismo dominado por una moral compuesta por “lo social” y “lo nacional”. Se restauraría el Estado con toda su grandeza bajo Mussolini, y se asentaría sobre una base colectiva social y económica. Percibía en el fascismo un régimen consagrado a la reconstrucción interna y a la expansión imperial.

Filippo Corridoni durante un míting

Las huellas del sorelismo perduraron en el movimiento fascista que nacía. Croce, a pesar de que reafirmó su interés por Sorel, tendió hacia un liberalismo prudente y aceptó el fascismo como inevitable y benéfico a la vez. Pareto, en su célebre Tratado de Sociología y Michels, algo menos, en su obra sobre el nacionalismo y el imperialismo, continuaron aportando el prestigio de sus nombres a Sorel; ambos aceptaban el fascismo. Respecto al movimiento fascista, Mussolini se convirtió en intervencionista, quizás bajo la influencia de su íntimo amigo Corridoni. En cualquier caso, los elementos sorelistas eran muy importantes en el Popolo d’Italia y en los Fascios de 1915: Lanzillo, Panunzio, Longobardi, Olivetti, Orano y Prezzolini. Por otra parte, los organizadores sindicalistas Corridoni, Rossoni, Ambris y Bianchi rompieron con la U.S.I., para fundar un grupo sindicalista intervencionista. En cuanto a los Fascios reactivados de 1919, eran la mayoría supervivientes de los Fascios de antes de la guerra. No obstante, el Popolo d’Italia pedía ahora una república y un sindicalismo nacional basado en la cooperación entre las clases. Sin embargo, el fascismo necesitaba en este momento el apoyo de los trabajadores, y lo encontró en los sucesores de los grupos intervencionistas de Corridoni. Éstos se habían reconstituido, en 1918, con la protección de Rossoni en l’Unione Italiana del Lavoro, una unión anticomunista y antisocialista que contaba con 150.000 miembros. En Italia nostra, ligada a la U.I.L., y particularmente, en la recuperada Pagina Libere, dirigida por Olivetti, que era un dirigente de la U.I.L., el sorelismo afloraba siempre en conexión con un “idealismo neomaziniano”. Cuando Rossoni abandonó la U.I.L. para abrazar al fascismo, se llevó consigo lo que iba a ser el núcleo de los sindicatos obreros fascistas. Creados en Bolonia en enero de 1922, estos sindicatos fueron dirigidos por Rossoni y contaban con unos 500.000 afiliados. Sin embargo, el fascismo necesitaba el apoyo del pequeño pero influyente partido nacionalista. Recibió este apoyo cuando en septiembre Mussolini anunció que no se pondría en cuestión la monarquía. No obstante, desde hacía tiempo en el Partido nacionalista ya no había ningún signo de interés por Sorel. En los meses precedentes a la marcha sobre Roma, Mussolini fundó y dirigió la revista doctrinal Gerarchia, en la que Pareto, Lanzillo, Orano y otros relacionaban claramente a Sorel con los orígenes del fascismo. Su “pesimismo voluntarista”, su doctrina de la violencia creadora, su concepto de la moral de los productores... todo esto decían, había pasado al movimiento fascista. Cuando murió Sorel, la Gerarchia anunció en una nota necrológica que no sería Lenin sino Mussolini quien concretaría la misión del maestro del sindicalismo. Las legiones fascistas arriarían sus banderas en honor al solitario pensador francés que había partido hacia una pacífica eternidad.

El sorelismo debía continuar después de 1922; aunque la década después de la guerra no pueda tratarse más que brevemente, el destino de la posteridad de Sorel estaba claro. En los años veinte, las biografías “oficiales” de Mussolini y sus entrevistas en la prensa repetían la consecución de la primacía de Sorel en los orígenes del fascismo. Pero, de hecho, la fuerza de las ideas de Sorel iba a diminuir rápidamente. Hacia 1925, Croce encontraba el fascismo sin ley y sin moral. Pareto había muerto en 1923 y Michels dejó de interesarse demasiado por Sorel. Los intelectuales sindicalistas Lanzillo, Olivetti, Panunzio y Orano recibieron un alto rango académico o importantes puestos en el partido, y lo mismo ocurrió con los antiguos dirigentes Rossoni y Bianchi. Los academicistas no cesaban de comentar los orígenes sorelistas del fascismo, pero sus escritos, en su mayoría, ya no se consagraron más que a la elaboración legislativa y económica del corporatismo. Muchos pasaron a ser colaboradores del Stirpe de Rossoni y de la Conquista dello Stato de Curcio Malaparte, quien entre 1924 y 1928 reavivó el interés por Sorel en los círculos fascistas. Sin embargo, ahora se combatía a los sorelistas. En los cenáculos nacionalistas y fascistas había una verdadera hostilidad contra Sorel; se le identificaba como el partisano del sindicalismo proletario y el defensor de Lenin. Probablemente esta hostilidad era un signo de balanceo continuo por el régimen hacia un conservadurismo económico. “El caso Rossoni” en 1928-1929 puso fin a la posición de Rossoni como líder de los sindicatos fascistas y a su retribución del gran consejo fascista. Se habían quebrado todos los signos de supervivencia de una autonomía sindicalista. De todos modos, aún perduraban tendencias sorelistas en los círculos antifascistas. En los círculos comunistas, l’Ordine nuovo de Gramsci, hasta su prohibición a mediados de los años veinte, continuó reivindicando a Sorel para el proletariado. Además, entre los liberales, apareció una nueva tendencia con la Rivoluzione liberale de Turín, dirigida por Govetti. Este, junto a Labriola, Missiroli y Max Ascoli, intentó revitalizar el liberalismo, socializándolo. Govetti, escribió que había “amalgamado el espíritu sorelista”, es decir, “su vertiente sana”. Hasta su suspensión en 1925, la revista se sumergió en vivas polémicas con Gramsci y Malaparte, con frecuencia sobre Sorel. 

Tras los años veinte, el sorelismo, ya fuera fascista o antifascista, parecía acabado. De todas maneras, Mussolini, en su célebre artículo de L’Enciclopedia en 1932, afirmó la primacía de Sorel y del Movimiento socialista de Lagardelle en la formación del fascismo. Entonces, Croce lamentó que los libros de Sorel hubieran sido “los breviarios del fascismo” y hubieran influido posiblemente en el nazismo. Por otro lado, los discípulos de Sorel hicieron muchos estudios profundos sobre el corporatismo. En breve, la revista obrera Problemi del Lavoro discutió sobre el resurgimiento de los fundamentos sorelistas en el neo-sindicalismo francés. A partir de entonces, sin embargo, cuando se nombraba a Sorel en las elites fascistas, se insistía en que el fascismo había nacido en 1919 y que había sido obra de los italianos. Respecto al interés de los antifascistas por Sorel, Gramsci, encarcelado entre 1929 y 1935, escribía notas a menudo sobre Sorel. Hacia el principio de la II Guerra Mundial, apareció un nuevo tipo de literatura sobre Sorel, que tuvo una difusión considerable: antologías, recuerdos y libros de erudición. El sorelismo había muerto.

En cualquier conclusión referente a Sorel y el sorelismo, hay que evitar la tentación de minimizar su carácter políticamente oportunista e irresponsable; lo que es esencial en condiciones apocalípticas no es político sino religioso.

Constantemente, Sorel buscaba un ricorso. Para él, el prototipo del ricorso era el cristianismo primitivo. Un ricorso era un movimiento alentado por un influjo carismático. En consecuencia, en esta búsqueda Sorel se dirigió a los extremos políticos que parecían más receptivos para una renovación drástica y total. Hasta la guerra, esperaba una renovación tanto italiana como francesa. Pero después de 1914, sus esperanzas se centraron casi exclusivamente en Italia. Lo que le atrajo de la revolución bolchevique no era Rusia (por la que nunca había mostrado interés), sino el bolchevismo. Y la incapacidad del proletariado de Italia le condujo al fascismo. Pero él nunca fue más que un simple “observador”. Profundamente, veía en un movimiento lo que en realidad no estaba en él. Por tanto, su carrera fue casi necesariamente una sucesión de esperanzas y decepciones. Lo que facilitaba su evolución hacia los extremos era esencialmente su pragmatismo. Seguramente, prefería antes un ricorso de izquierdas. Pero no sólo encontró en los extremos una similitud importante, sino también alternativas personales aceptables. Los extremos fueron para él aspectos particulares de un único modo de pensar, de una única atmósfera de sublevación. Aunque la ide apocalíptica haya sido siempre evidente en su trabajo, esta tendió, de todos modos, a deteriorarse. A pesar de que esta idea no fue nunca divulgada tras la guerra, había perdido mucho de su utilidad inicial. El ricorso se convirtió más en un problema de ingeniería social que en una tentativa para un pesimismo cristiano.

El sorelismo constituía una influencia importante en Italia. El rechazo de Sorel respecto al pensamiento materialista y mecánico lo introdujo en una corriente irracionalista y activista que ya estaba en marcha. Su preocupación por la decadencia y el heroísmo tuvo una buena acogida en la idea muy extendida de que el Risorgimento no había conseguido aportar una renovación espiritual y moral. Además, su impacto era un aspecto continuo de la dependencia intelectual de Italia respecto al pensamiento francés. El sorelismo era en buena medida un fenómeno franco-italiano. Pero es difícil delimitar el sorelismo. Su estudio era ilimitado, desde la Crítica de Croce a los oscuros periódicos de trabajadores en provincias. En el centro figuraban los profesores sindicalistas y algunos nacionalistas. En los márgenes, actuando con más o menos independencia, se encontraban varios miembros de una elite intelectual y una cantidad de dirigentes y periodistas. Sin duda, fue la diversidad de elementos lo que hizo posible la diseminación de las ideas sorelistas virtualmente en todos los estratos intelectuales. Sin embargo, los límites del sorelismo se complicaron debido a su indeterminación política. Las tendencias sorelistas tenían que encontrarse no sólo en formas variadas de revolucionarismo proletario, sino también, aunque más débilmente, en el nacionalismo revolucionario. El sorelismo podía estar a favor o en contra de Libia, a favor o en contra de la intervención; se hallaba en el comunismo y en el fascismo, e incluso en el liberalismo radical. No obstante, los sorelistas poseían denominadores comunes muy marcados. Tenían puntos de vista similares, principalmente apocalípticos. El sorelismo veía los extremos como las únicas alternativas. Por encima de todo deseaba una “sociedad de héroes”.

Benito Mussolini

El fascismo debe mucho al sorelismo. Mussolini se había encontrado en los márgenes del movimiento antes de la primera guerra, quizás porque no tenía más que un pobre bagaje ideológico. Quizás también, porque no tenía ningún escrúpulo, Mussolini puede haber tenido, como podría no haber tenido, necesidad de Sorel. El fermento sorelista era a la vez un síntoma, e inconscientemente, un agente eficiente en la preparación del fascismo antes de la guerra: por la idea de la “violencia creadora”, en su revolucionarismo proletario inclinado hacia el nacionalismo, en su revolucionarismo nacionalista inclinado hacia una “solución” del problema social y por alegrarse del golpe de Estado de los Fascios en 1915. En los años de post-guerra, el caos creó múltiples oportunidades revolucionarias, más en la derecha que en la izquierda. Lo que del fascismo quería concebir eran eslóganes apropiados, organización y modos de actuación. Fue el escuadrismo quien forzó la nacionalización o la neutralización decisiva de lo que quedaba de revolucionarismo proletario. Bajo esta perspectiva, el fascismo que llegó al poder en 1922 puede considerarse en buen grado como una transformación organizada y popularizada del movimiento sorelista de antes de la guerra. Si Mussolini pudo vanagloriarse de que el fascismo no tenía ninguna ideología, fue porque para él, el mito de Sorel podía ser una mentira, porque el papel de la elite podía sumirlo en una banda “dura de pelar”, y porque la violencia podía degenerar en el gangsterismo. Hay que admitir, sin embargo, que la calidad doctrinal del sorelismo, especialmente en la forma que pretendía trascender a las categorías convencionales de derecha y de izquierda, que consistía en transformar el sorelismo a no-ideológico, incluso el anti-ideológico, no significaba un ejercicio de fuerza. Bajo esta forma, el sorelismo hubiera podido sobrevivir muy bien como la única filigrana ideológica del fascismo. Además, es cierto que algunos grupos llegaron al fascismo por otras vías. Tampoco es menos cierto que todos los sorelistas acabasen en el fascismo. De todos modos, para los partidarios de Sorel, que se unieron a Mussolini en los años fatídicos, el sorelismo representaba las “raíces” de “su” fascismo.

El trabajo de Sorel en Italia fue de alguna manera un ricorso. Había nacido de la violencia para conseguir algo sublime. Era, como describió Croce, “la construcción de un poeta ávido de .. austeridad, ..sinceridad, ...que buscaba obstinadamente una fuente oculta de la que hubiera manado una corriente fresca y pura, y, a la vista de la realidad su poesía se esfumó ante sus propios ojos”.

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