"Brasillach es menos una biografía que un destino", ha escrito su biógrafo Bernard George. Efectivamente, la vida de Robert Brasillach, catalán nacido en Perpignan el 31 de marzo de 1909 y fusilado a los 36 años de edad, reviste tonos poéticos que hacen su profundo drama vital un mito y un ejemplo a seguir. "No hay que tener miedo a hacer algo grande", escribiría él en cierta ocasión; y, desde luego, no lo tuvo, ni siquiera cuando, al oír la sentencia de muerte, una voz del público chillaría " ¡Es una vergüenza"!, y él respondiera " ¡Es un honor"!. Sus primeras colaboraciones literarias se remontan a la edad de 15 años, en su tierra natal, pero pronto ingresaría en Filosofía y se trasladaría a París (1925). Escribe en diversas publicaciones, hasta que se le nombra encargado de la sección literaria del periódico "Action Française'. Es el año 1930, y ya entonces ha acabado varias novelas y trabaja en "Le voleur d' étincelles". Colaborará también en "Candide" y finalmente en "Je suis partout", del que llegará a ser redactor-jefe en 1937.
Escribe mucho, y sus obras se suceden una tras otra: La monumental "Historia del Cine", realizada con Bardéche, obras de teatro como "Domrémy" (1933) y novelas, entre las que destacan "Comme le temps passe", "Le marchand d' oiseaux", "Les sept couleurs", o ensayos como "Une génération dans I'orage" o "Journal d' un homme occupé". Brasillach es, en los años de preguerra, un joven poeta, brillante, dotado de evidente facilidad para la escritura y que ya destaca en el París del momento. "No son artistas lo que falta. ¡Nunca faltan artistas! Pero lo que sí hace falta es gente que tenga necesidad de artistas". Con Cousteau, Rebatet, Bardéche... es el más destacado representante de una generación inquieta, rabiosamente joven y decidida, y sin temor alguno al compromiso político.
Más poeta que filósofo, se diferencia de Rebatet por no pretender tanto una concepción global del mundo como una visión poética del mismo. Aunque su propia evolución y el desarrollo de los acontecimientos le irán llevando a posturas tan o más comprometidas que las de los otros... Viajero infatigable, recorre varias veces España en coche. "Los caminos secos y rojos de nuestra España" (como escribirá en su "Testamento de un condenado"), en compañía de sus amigos, haciéndola marco de muchas de sus obras. "Los hombres de nuestro tiempo habrán hallado en España el lugar de todas sus audacias, de todas las grandezas y de todas las esperanzas", concluye el volumen sobre la "Historia de la guerra de España' , que él vivió personalmente en las mismas trincheras madrileñas. De sus viajes por Alemania, recoge sus impresiones ("No recuerdo haber visto jamás espectáculo más prodigioso", diría de los Congresos de Nuremberg) de la revolución nacionalsocialista en diversos reportajes y libros, como "Cent heures chez Hitler" (1937). En Bélgica, simpatiza con el rexismo, escribiendo su libro sobre Léon Degrelle. Es así como puede escribir: "Sabíamos muy bien que nadie ha construido sin lucha, sin sacrificio, sin sangre. No tenemos interés alguno en el universo capitalista... Es así como nace el espíritu fascista".
Pero es sobre todo en torno a "Je suis partout" que toda una generación toma conciencia de su propia postura filosófica y política, en un entronque con los fascismo de todo el mundo, pero en una reafirmación, a la vez de su nacionalidad francesa. Brasillach lo recuerda así: "El fascismo no era para nosotros, sin embargo una doctrina política, ni desde luego una doctrina económica. No era a la imitación del extranjero, y nuestras comparaciones con los fascismos extranjeros no hacían más que convencernos mejor de las originalidades nacionales como la nuestra. Pero el fascismo es un espíritu. Es ante todo un espíritu anticonformista, antiburgués, y la falta de respeto tenía su parte. Es un espíritu opuesto a los prejuicios, tanto a los de clase como a cualquiera otros. Es el espíritu mismo de la amistad, que hubiéramos querido que se elevara a la amistad nacional".
Eminente crítico literario y hombre de profunda cultura, la poesía flota en todas sus obras ("... esta política nueva, tenemos ganas de decir mejor esta poesía nueva. . . ") llegará a penetrar su propia vida, en rasgos casi novelescos. En "Je suis partout", ve a los fascistas así: "Están aquí, en todo caso, Y por la fuerza de los hechos son jóvenes. Algunos de ellos han sufrido la guerra de niños, otros las revoluciones de su país, todos la crisis. Saben lo que es su nación y su pasado, creen en su futuro. Ven brillar ante ellos sin cesar la llamada imperial. Desean una nación pura, un historia pura, una raza pura. Les gusta vivir juntos en esas inmensas reuniones de hombres en las que los movimientos rítmicos de los ejércitos y las masas parecen las pulsaciones de un enorme corazón. No creen en la dictadura del beneficio, no tienen dinero ni lo quieren, ignoran a la banca y al interés. No creen en las promesas del liberalismo, ni en la igualdad de los hombres, ni en la voluntad del pueblo".
Alistado en 1940 en el ejército francés, es mantenido en un campo de concentración alemán tras la derrota, al llegar el armisticio, hasta marzo de 1941. Allí comprende que Francia y Alemania luchan por lo mismo; en junio del mismo año, en "Journal d' un homme occupé", escribe: "No, esta guerra tiene que tener un sentido. Lo tiene para Alemania. Lo va a tener para Europa. Lo tendrá también, debe tenerlo, para nosotros, a condición de que la lucha contra el comunismo marxista se convierta en la lucha por un nacionalsocialismo francés".
Tras dos meses de dirigir la comisaría general de Cine en el Gobierno provisional francés , vuelve a "Je suis partout". En el París ocupado, su actividad es creciente, hasta abandonar definitivamente el periódico en 1943. Como bien escribirá: "La cultura de un pueblo no es conocer más o menos cosas: dejemos estas falsas ambiciones para la Rusia soviética o para América. Es establecer una amplia corriente de símbolos inmediatamente comprensible, es comprenderse a sí mismo".
En 1944, al entrar las tropas aliadas, encierran a la madre de Brasillach y otros familiares, para obligarlo a entregarse. El 19 de enero de 1945, se inicia un extraño proceso en el que se acusa a Robert Brasillach de no se sabe qué: entendimiento con el enemigo, escritos a favor de Alemania... frases vagas que se apoyan en nada concreto. Las actas del juicio (publicadas después) resultan un continuo chiste para cualquier entendido mínimamente objetivo. Al fin, no se le puede acusar más que de sus propias ideas, que desde luego mantiene, y la democracia le condena, por ellas y sólo por ellas, a la muerte. Podrían recordarse en este momento aquellas palabras suyas: "Siento que mi existencia, puesto que la arriesgo, puede tener un cierto interés, un cierto valor. En fin, podré ser salvado".
El propio De Gaulle desestima una solicitud de clemencia firmada por la casi totalidad de los intelectuales franceses de uno y de otro bando (a destacar Valéry, Mauriac, Claudel, Maulnier, Cocteau, Camus, Honnegger, Vlaminck, Aymé, Colette. Marcel. Derain, etc.) En la cárcel, mientras espera la muerte escribe sus últimas obras: "La Carta a un soldado de la quinta del 60", sus "Cartas en prisión", y los inmortales "Poemas de Fresnes", auténtico testamento del poeta inolvidable.
"Porque antes incluso de juzgar al criminal y al inocente, es a los jueces, primero, a quienes será preciso convocar. Ellos que saldrán de sus tumbas, desde el fondo de los siglos, todos juntos bajo sus galones de militares o sus togas de color sangre, los coroneles de nuestras linternas, los fiscales cuya espalda tiembla, los obispos que, mirando al cielo, han juzgado lo que han querido, estarán, a su vez, también un día, en el estrado del juicio". J.T.
“La extravagancia de los adversarios del fascismo se encuentra ante todo en ese total desconocimiento de la alegría fascista. Alegría que se puede criticar, que incluso puede declararse abominable o infernal, pero que es, al fin y al cabo, alegría. El joven fascista, basado en su raza y en su nación, orgulloso de su cuerpo vigoroso, de su espíritu lúcido, despreciando los bienes de este mundo, el joven fascista en su campo, en medio de sus camaradas de la paz que podrán ser los camaradas de la guerra, el joven fascista que canta, que marcha, que trabaja, que sueña, es ante todo y sobre todo un ser alegre. Antes de juzgarla, hay que saber que existe, esta alegría, y que el sarcasmo no la acallará. No sé si, como ha dicho Mussolini, "el siglo XX será el siglo del fascismo", pero sí sé que nada impedirá a la alegría fascista de haber sido y de haber despertado a los espíritus por el sentimiento y la razón”. Robert Brasillach
Extraído de: Thule. La Cultura de la otra Europa.
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