Por Juan Domingo Perón
Considerada en su aspecto
funcional, la empresa es una comunidad jerarquizada de productores,
diversamente especializados, que aúnan esfuerzos para fabricar determinado
artículo o prestar determinado servicio, valiéndose para ello de las
herramientas o máquinas que impone la técnica moderna.
Considerada, por el contrario, en su aspecto legal, esta misma empresa no pasa,
hoy en día, de ser un mero capital que compra máquinas, materias primas y
trabajo. Pura ficción. Pues si con un golpe de varita mágica se suprimieran los
dueños del capital, la empresa seguiría funcionando sin la menor perturbación,
mientras que pararía y desaparecería si se eliminasen los productores.
No basta, por lo tanto, mejorar el nivel de vida del proletariado. No basta dar
al productor el lugar que le corresponde en la Comunidad. No
resuelve nada cambiar el capitalista sustituyendo la oligarquía burguesa por
una oligarquía burocrática. Lo que hace falta es suprimir el salariado,
devolviendo a la empresa, aprehendida en su realidad orgánica, la posesión y,
de ser posible, la propiedad de su capital, así como la libre disposición del
fruto de su trabajo.
Cualquier ente social –individuo, grupo o comunidad- tiene el derecho natural
de poseer los bienes que le son imprescindibles para subsistir y realizarse
plenamente. El municipio, por ejemplo, tiene naturalmente derecho a la
propiedad de la vía pública o de la red de alumbrado. El municipio en sí, no la
suma de sus habitantes. Cuando alguien viene a instalar en una ciudad, no tiene
que comprar su parte de calle ni de usina; ni la vende cuando se va. La empresa
es también un ente social independiente de sus integrantes individuales del
momento. Es ella la que tiene que ser dueña de su capital, al que encontrará y
usufructuará el productor entrante y dejará para su sucesor el productor
saliente. Esto vale tanto para la empresa industrial como para la empresa
agropecuaria. Los reformistas pequeños burgueses que quieren lotear las
unidades orgánicas de nuestro campo fomentan el minifundio y la miseria. La
tierra debe ser de quienes la trabajan, como las máquinas de quienes trabajan
en ellas. Tal principio no supone, en absoluto, el parcelamiento de la
propiedad de los instrumentos de la producción, sino la supresión de las propiedad
individualista de bienes que otros –individuos o grupos- necesitan. O sea la
supresión del parasitismo en todas sus formas.
Eliminado el parasitismo capitalista, las clases desaparecerán ipso facto.
No habrá más burgueses ni proletarios, sino productores funcionalmente
organizados y jerarquizados en sus empresas.
El gremio perderá entonces el carácter clasista que le ha impuesto una lucha
necesaria cuya responsabilidad no lleva y volverá a convertirse en una
federación de empresas comunitarias, con el patrimonio asistencial que
necesita y los poderes legislativos y judicial que definirán sus fueros. En
cada gremio, un banco distribuirá el crédito entre las empresas, dentro del
marco de la planificación y conducción económica del Estado Nacional.
La revolución justicialista no busca, pues, llegar a una componenda entre
capitalismo individualista y capitalista estatal, ni “mejorar las relaciones
entre capital y trabajo”. Repudia íntegramente cualquier forma de explotación
del hombre por el hombre y quiere volver, en todos los campos, al orden social
natural. Es éste el sentido de nuestra TERCERA POSICIÓN.
Extraído de su obra: Fundamentos de Doctrina Nacional Justicialista.
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