Por Thierry Maulnier
Sólo hay para la comunidad
nacional un medio de librarse de los instrumentos de poder que la esclavizan,
la creación de instrumentos de poder superiores: que los millones de hombres de
todas las categorías sociales, que pueden oponer en el momento que quieran por
la acción revolucionaria un poder social superior al poder del dinero, tomen
conciencia de que ese poder superior se confunde con el poder histórico de la
misma comunidad, y él debe llevar a la creación de un órgano propio, el Estado,
el Estado libre de la dominación económica, es decir, dominando la economía.
El artificio genial de los amos
de la sociedad liberal ha consistido en dejar en pie el poder de la comunidad
frente al suyo, sólo bajo la forma abstracta y vana de los votos. La acción
revolucionaria puede hacer entrar de nuevo con un irresistible vigor al poder
de la comunidad en la escena de la Historia, si no se aparta de su objeto
esencial, que consiste en devolver a esta comunidad el órgano propio de su
poder, el Estado nuevo capaz de superar los instrumentos de poder surgidos del
desarrollo industrial. Los principios de toda tentativa válida de superación de
la sociedad liberal deben ser entonces los siguientes: La liberación de todas
las categorías sociales que sufren la tiranía económica sólo puede ser lograda
por la construcción de un Estado nuevo y la destrucción de la democracia
representativa. El Estado nuevo sólo puede ser construido por hombres que
sufran directamente el peso de la tiranía económica y sólo puede ser concebido
como el instrumento de su liberación. La liberación de la nación será obtenida
por el mismo movimiento revolucionario que la liberación dé a las clases
sojuzgadas y sobre todo del proletariado…
La conciencia nacional y la
conciencia revolucionaria, separadas, erigidas frente a frente, no constituyen,
una con mejor título que la otra, las fuerzas dialécticas de la creación del
futuro, son tan sólo estériles productos de una sociedad que muere. La
conciencia nacional se hace conservadora, es decir, asocia estúpidamente al
esfuerzo para perpetuar la realidad nacional el esfuerzo para conservar en ella
el poder de las fuerzas que la destruyen; la conciencia revolucionaria se hace
antihistórica y antinacional, es decir, trabaja para aniquilar lo que quiere
libertar.
Las mismas palabras “nacional” y
“revolucionario” han sido a tal punto deshonradas por la demagogia, la
mediocridad y el verbalismo, que son ya recibidas en Francia con una
indiferencia bastante parecida al disgusto. El problema consiste hoy en superar
esos mitos políticos fundados sobre los antagonismos económicos de una sociedad
dividida; en libertar al nacionalismo de su carácter “burgués” y a la
revolución de su carácter “proletario”; en interesar de una manera orgánica y
total a la nación en la revolución, ya que sólo la nación es capaz de llevarla
a cabo; en interesar igualmente a la revolución en la nación, ya que sólo la
revolución puede salvarla.
Extraído de su libro Más allá del nacionalismo
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