Por Vincenzo Vinciguerra
Durante el Ventenio fascista,
Evola no representó un punto de referencia cultural y político. Fue uno de
tantos que pasó su existencia de estudioso sin menoscabo ni alabanzas. Evola no se adhirió a la República Social Italiana. La aventura del último
fascismo, el más auténtico y sincero, Evola no la compartió prefiriendo dejar a
otros la afirmación de ese espíritu legionario del que tanto gustará hablar en
años posteriores.
A su regreso a Italia en 1948, Evola se encuentra de repente a sus anchas en el ambiente del Movimiento Social Italiano, al punto de que en 1949 comienza a escribir para el Meridiano de Italia, dirigido por Franco Maria Servello que, ya en 1945, escribía en periódicos antifascistas contra el fascismo.
Por lo demás, el fundador de Meridiano de Italia había sido encarcelado por los fascistas republicanos y tantos
méritos había hecho Franco De Azagio que ya en el mes de agosto de 1945, en
Milán, mientras las ametralladoras de los partisanos y los fusiles de
los pelotones de ejecución del Estado continúan matando fascistas a mansalva,
obtuvo de las autoridades aliadas de ocupación el permiso para publicar su
periódico.
Arrestado por exceso de celo e insolvencia cultural de los funcionarios del Departamento político de la Policía de Roma en el mes de abril de 1951 al considerarle el ideólogo del grupo “Imperium” que cometía atentados con explosivos firmándolos como “Legión Negra”, Julius Evola confiará su defensa al abogado antifascista Francesco Carnelutti, y se jactará ante los jueces de ser un no fascista no queriendo todavía presentarse, cortesía suya, como antifascista ni como víctima del fascismo.
Pero enseguida se desmiente afirmando posteriormente que él defiende “ideas fascistas” no en tanto son fascistas, sino en la medida en que retoman una tradición superior y anterior al fascismo, en cuanto pertenecen al legado de la concepción jerárquica, aristocrática y tradicional del Estado, concepción poseedora de una carácter universal y que se habría mantenido hasta la Revolución francesa.
En otras palabras, Evola deja claro que él, ¡por amor de Dios!, no tiene ideas fascistas, defiende ideas preexistentes al fascismo y no es culpa suya si éste las ha reactualizado.
Y para ser claro hasta el final, especifica: “En realidad las posiciones que he defendido y que defiendo, como hombre independiente... no son las denominadas fascistas sino las tradicionales y contrarrevolucionarias.” En resumen, mediante un lenguaje ambiguo pero igualmente comprensible, Julius Evola se proclama no fascista, a-fascista, antifascista decimos nosotros.
Es así que reivindica el juicio emitido sobre su persona por el suizo A. Moler que, afirma, “me hace el honor de situarme junto a Pareto y me considera el principal representante italiano de la llamada revolución conservadora”. El fascismo fue de todo menos una revolución conservadora. El fascismo no ha considerado jamás a la revolución francesa, tan odiada por Evola, como un hecho negativo, sino que la considera como un hito significativo para la afirmación de un mundo nuevo, así como la revolución bolchevique contraponía a la victoriosa burguesía nacida de la revolución de 1789 el proletariado deseoso no solamente ya de igualdad sino decidido a la conquista de la supremacía.
El fascismo que no condenaba las dos revoluciones precedentes, se colocaba de hecho a sí mismo como la tercera y definitiva revolución, aquella que poseía la capacidad de forjar la síntesis entre las clases sociales para crear un mundo nuevo en el cual capital y trabajo tuvieran igual dignidad y ninguna clase pudiera prevalecer sobre otra. Ideas que, ciertamente, un conservador burgués como Julius Evola no podía ni aceptar ni compartir.
De hecho, Evola subraya el hecho de haber atacado repetidamente la teoría de la “socialización” que, como se sabe, fue santo y seña del fascismo de Salò: “al cual no me adherí en cuanto doctrina... En la socialización veo un marxismo encubierto, una tendencia demagógica...” ¡Toda una afirmación de antifascismo tal cual!
Así pues, Evola desarrolla dentro del MSI una acción de derechas al punto de lograr la marginación de los elementos de “izquierda” que todavía en los primeros años 50 estaban presentes en este partido.
No es una hipótesis. Lo dice el propio Evola: “La verdadera acción que yo pretendía ejercer sobre los jóvenes del grupo Imperium y las otras corrientes juveniles era en sentido de una contraposición a las tendencias materialistas y de izquierda presentes dentro del MSI”.
Por lo tanto, Evola se sitúa ante los incautos jóvenes misinos de la época como el aristócrata que condena la revolución burguesa de 1789, la proletaria de 1848, y en fin la fascista de 1919, proclamando su fidelidad al mundo anterior a ellas, condenando la violencia procedente de abajo, de las masas, de las muchedumbres, del pueblo cuyos jefes no tenían en las venas sangre de príncipes y emperadores sino la de obreros, campesinos, artesanos.
Un mundo fantástico, el de Julius Evola, donde son los “señores” los que dirigen a sus siervos, por voluntad y gracia de un Dios que no se sabe muy bien quién es.
Sobre el plano político, que es el que nos interesa, la acción de Julius Evola, incide de forma determinante en la formación de eso que, todavía hoy, se define impropiamente como “neofascismo”.
Si el “maestro” despreciaba al fascismo en cuanto doctrina, admirando en él solamente la capacidad de haber despertado en muchos italianos la voluntad y el potencial para combatir en el bando destinado a la derrota, sus alumnos no podían ser sino que peores que él.
Fieles al Estado, como fuente de autoridad, los Rauti y compañía terminarán todos, con poquísimas excepciones, convirtiéndose en confidentes de los servicios de seguridad y policiales con objeto de combatir la “subversión roja”.
Lástima que Evola y sus secuaces no hayan explicado cuál era la fuente divina de la que el Estado italiano democrático y antifascista ha extraído su autoridad. Acaso, en el ansia de destruir el fascismo subversivo, se olvidaron que la autoridad de este Estado proviene del V Ejército americano y del VIII Ejército británico que conquistaron la península entre 1943 y 1945, y sobre cuyas bayonetas se han alzado los padres de la actual república italiana.
Habría que deducir que el poder del Estado actual deriva para Evola y sus alumnos de “fuerzas divinas” de las alturas donde, efectivamente, volaban los B-29 americanos y los Lancaster británicos que bombardeaban Italia.
Son éstas las "entidades divinas" que han creado este poder al que Julius Evola, Pino Rauti y compañía se han sometido para combatir el bolchevismo, y liquidar para siempre lo que quedaba del fascismo del que no se precisaba evocar otra cosa que el “espíritu legionario”, del cual por lo demás ni el maestro ni los discípulos dieron nunca pruebas, no porque faltaran ocasiones sino por la vileza inherente a esa plebe que pretende transformarse en aristocracia y sólo alcanza a humillarse ante los amos de turno.
La plebe evoliana que condena el “Estado ético” de Giovanni Gentile, que liquida el patrimonio ideal del fascismo como “comunistizante”, que reniega de la revolución fascista y, arteramente, de las que la han precedido y de las que aquella se ha nutrido, no ha renunciado todavía a presentarse como fascista, o “neofascista” como suele decirse.
Quizá ha llegado el momento de exponer a esta masa plebeya que su maestro, Julius Evola, tenía al menos el valor de definirse como representante de la revolución conservadora que nada tiene que ver con el fascismo.
En consecuencia, no es casualidad que se continúe con la farsa de presentar al MSI y los grupos a él vinculados como “neofascismo” en el lugar de un bloque reaccionario y conservador que ha luchado por defender los privilegios de la clase acomodada y el poder de un Estado surgido tras el fascismo y contra el fascismo.
La lectura y comprensión de la historia italiana de posguerra se haría ciertamente más fácil si se reconociera que no ha existido nunca un neofascismo, que los Evola y sus secuaces no tenido jamás relación alguna con el fascismo, entendido como ideología y que, viceversa, han desempeñado un papel instrumental para el antifascismo de cuño conservador y reaccionario.
Liberarse por siempre de este informe lastre de cobardes, disociados, dinamiteros, masacradores, confidentes, chivatos, violadores y apologistas de violadores, es tarea meritoria para quien, como nosotros, en el fascismo no ve el “mal absoluto” sino una página de la historia italiana y universal que todavía, en lo referente a su doctrina social, permanece de actualidad.
Es verdad que el antifascismo -y lo comprendemos- no querrá reconocer nunca la utilidad para sus planes de Julius Evola, de Pino Rauti, Giorgio Almirante, pero la historia no tendrá en cuenta los deseos del antifascismo, porque su veredicto lo ha emitido ya y entre las muchas culpas atribuidas, con o sin razón, al fascismo de aquella de haber contado a éstos entre sus seguidores está definitivamente absuelto.
Ellos son, lo han sido siempre y lo seguirán siendo para las generaciones
futuras, los hijos de la República italiana, nacida el 25 de abril de 1945. Y,
con semejante Madre, no podían actuar de modo distinto al que actuaron.
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