Por Onésimo Redondo
Los
periodistas burgueses que hicieron la revolución van revelando cada vez con más
desairada evidencia la clandestina hipocresía, el inmoral apetito de ganancia
con que se dedicaron unánimemente al barato negocio de la agitación.
No hay en
esa falange de publicaciones consagradas a la especulación crítica, ni un solo
ejemplo de consecuencia, ni una excepción de honradez objetiva.
Enarbolando
el lema de libertad y legalidad bloquearon el Poder público, y pactaban a
diario con todas las rebeldías. Cada acto de los gobernantes de entonces era
torpe e inicuo. Los gastos públicos, despilfarros, con exiguas excepciones; los
empréstitos, punibles francachelas; los monopolios, inconfesables repartos de
la soberanía y los negocios públicos; la oposición el desorden, una
organización de asesinatos legales.
Hoy sigue
administrándose sin ley, se contratan empréstitos con el extranjero por la sola
firma la de un ministro, se usufructúan los mismos monopolios -con personal
renovado en lo posible-, "se ametralla al pueblo" en la calle, como
decimos en lenguaje libertario, y la burguesía, en fin, de brazo del Estado,
disfruta de idéntica primacía... Ni ley, ni responsabilidades, ni acallamiento
de las discordias entre el llamado pueblo y la autoridad.
Sólo ha
cambiado, pues, la actitud de los antiguos magistrados de la justicia popular,
que, si bien siguen -porque el instinto y el negocio les obligan a mantener la
farsa-, goteando veneno sobre el cuerpo exánime del poder derribado, amparan
ahora lo mismo que antes les servía de contradicción farisaica.
Si el
Poder ejecutivo dispone hoy de libertades y residencias, encarcelando y
desterrando a los ciudadanos que no le son simpáticos, es que "consolida
la República". Una ley superior de salud, justifica a los ojos de los
periodistas venales las violencias antes condenables porque les molestaban a
ellos.
Hoy oímos
hablar en la prensa, que fue revolucionaria, de "demasiadas huelgas".
Ahora no es como antes "el pueblo", el que se echa a la calle
"dejando siempre víctimas de la libertad a su paso": son exaltados
irreducibles para los que bien está la metralla. No importa que sean los mismos
que, en la calle, con idénticos movimientos y manteniendo las mismas causas, sirvieron
para auparnos al poder. Precisamente porque ahora estamos arriba, debe terminar
la etapa de huelgas y sofocarse con desconocida crueldad toda tentativa de
insurrección.
El
criminal impudor está patente. Cualquiera que contemple -al margen de la
embriaguez política que ha sumido en el idiotismo a mucho ciudadanos de nuestra
infantil "democracia"-, esa prostibularia desfachatez de los
periodistas traidores, sentirá asco y rabia de ver entregada la noble España al
magisterio de tan extraños bichos. Y no cabe duda que siguen ellos siendo los
más altos entre los ciudadanos; los únicos árbitros de la suerte nacional,
porque, disponiendo con casi unánime despotismo de la facultad de juzgar en
público, son dueños de conducir caprichosamente las veleidades de la multitud,
que es la que manda.
Semanario Libertad, núm. 6, 20 de julio de
1931
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