Por Ernst Jünger
Hemos dicho que el Trabajador y el Soldado Desconocido son dos de las grandes figuras de nuestro tiempo. En el Emboscado divisamos una tercera, que va apareciendo con una claridad cada vez mayor.
En el Trabajador el principio activo se despliega en la tentativa de imponerse al universo y dominarlo de una manera nueva, en el ensayo de alcanzar proximidades y lejanías no vistas antes por ningún ojo, impartir órdenes a unas energías que hasta este momento nadie había desencadenado.
El Soldado Desconocido está en la zona de sombra de las acciones, cual víctima sacrificada que porta las cargas en los grandes desiertos del fuego y que es evocada como espíritu bueno y unificador; esa tarea unificadora la realiza no sólo en el interior de los pueblos, sino también entre los pueblos.
Llamamos Emboscado, en cambio, a quien, privado de patria por el gran proceso y transformado por él en un individuo aislado, acaba viéndose entregado al aniquilamiento. Este destino podría ser el destino de muchos y aun el de todos -no es posible dejar de añadir, por tanto, una precisión, y ésta consiste en lo siguiente: el emboscado está decidido a ofrecer resistencia y se propone llevar adelante la lucha, una lucha que acaso carezca de perspectivas. Un emboscado es, pues, quien posee una relación originaria con la libertad; vista en el plano temporal, esa relación se exterioriza en el hecho de que el emboscado piensa oponerse al automatismo y piensa no sacar la consecuencia ética de éste, a saber, el fatalismo.
Si lo contemplamos de ese modo, no dejará de hacérsenos evidente el papel desempeñado por el emboscado no sólo en los pensamientos, sino también en la realidad de estos años que estamos atravesando. Todos y cada uno de nosotros nos encontramos hoy en una situación de coacción, y los intentos de conjurarla se asemejan a experimentos audaces, a experimentos de los cuales depende un destino mucho mayor aún que el de quienes están decididos a correr el riesgo de llevarlos a cabo.
Extraído de su libro La Emboscadura
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