Por Juan Antonio Llopart
No es la primera vez, ni será la última, que la extrema izquierda –o no tan extrema- intenta marcar un territorio –igual que hacen algunos animales-. En efecto, hay muchas ideas, muchas causas, muchas luchas en las que no permiten la presencia de nadie que no controlen, es como si se creyeran con derecho de ostentar el monopolio de todo ello, como si fueran porteros de discoteca dispuestos a no permitir la entrada a nadie más que a ellos mismos. Se autoerigen como únicos portavoces, cómo únicos defensores de esas causas, de esas luchas. Actúan como sectas, como avaros de las ideas… como ansiosos justificadores de subvenciones mediante sus múltiples pantallas.
Recuerdo, hace ya algunos años, como un grupo trotskista, “En Lluita” -antes conocido como Socialismo Internacional- intentó impedir a toda costa nuestra presencia en una manifestación en apoyo de Palestina. En las reuniones previas convencieron a los organizadores palestinos de lo “perversos” que éramos, de lo “falsos y racistas” que éramos. Tal fue su tremenda pesadez que se nos pidió que no asistiéramos, que no había nada en contra nuestra, pero que no querían problemas. El día de la manifestación nos presentamos, nos tuvimos que imponer, pues los “sectarios” se sintieron ofendidos por nuestra presencia. Nuestro comportamiento fue en todo momento siempre correcto, y nuestras voces se unieron a la de los demás: “¡Palestina Libertad! ¡Palestina Libertad!”… Los pesados trotskistas no paraban de hablar con unos y otros señalándonos con el dedo, seguían contando sus milongas, sus mentiras, sus imposturas; seguían marcando su terreno, tal y como hacen los perros con sus orines. Esa vez su sectarismo, su bandería y sus fobias perdieron, ganó Palestina, porque Palestina era lo importante.
Tiempo más tarde, participamos en Madrid en una acto en favor de Palestina, por eso de las prisas –imagino- habían pocas pancartas, entre ellas, la nuestra, y unos adhesivos que habíamos hecho. La mayoría de los participantes llevaban con orgullo nuestras pegatinas y aplaudían nuestra pancarta. Esta claro que algunos de los presentes no les gustó nuestra presencia; sus banderas, su sectarismo y su intento de controlar ese espacio habían fracasado, y es que... ganó Palestina, ganó lo único que importaba, lo único que debía de importar.
Su respuesta: un dossier de varias páginas elaborado por el Comité de Solidaridad con la Causa Árabe contra nosotros, explicando lo malos que éramos, lo racistas, lo blablabla… en definitiva, su impostura de siempre.
Unos años después, una manifestación pro Israel se concentraba frente a su embajada en Madrid… ahí estuvieron algunos de “esos tildados de malos por los sectarios”, defendían la justa causa Palestina, explicando quien era la auténtica victima, el sufrimiento y el genocidio de un Pueblo en manos de la zarpa sionista… no se vio a ninguno de esos trotskistas… ni de lejos, ¿estarían poniendo la mano recogiendo subvenciones o reunidos con organizaciones que amparan acciones como las de Israel contra sus disidentes?
Palestina merece –y debe- unir todas las voces posibles a su causa. Nadie tiene el patrimonio de su lucha, salvo su pueblo. Las banderías, las filias y las fobias, los símbolos políticos, sobran cuando se actúa con el corazón, cuando se ama la lucha, cuando se siente como propio el sufrimiento de todo un pueblo; el sectarismo político se convierte en vergüenza, en algo nauseabundo, en una falacia, en un acto torticero e hipócrita.
Para mi, y para muchos, Palestina y su Pueblo son lo único importante; para otros, no lo son, lo es su bandería y su… odio irracional.
PD: en la fotografía niños palestinos orgullosos con nuestras pegatinas.
PD: en la fotografía niños palestinos orgullosos con nuestras pegatinas.
Extraído de la página en Facebook del autor
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