Por Gustavo Bueno
Intentamos, en resolución, probar
la necesidad de disociar conceptualmente la Idea de España (en cuanto a
su esencia o estructura) de la Idea
moderna de Nación, aún reconociendo que estas Ideas son inseparables
en momentos determinados del proceso histórico. No será necesario, en
cambio, encarecer la importancia de estas distinciones en momentos en los
cuales, a los veinte años de aprobada la Constitución de 1978, se habla de una
reforma orientada al reconocimiento de las «nacionalidades históricas» (o
prehistóricas) como naciones políticas, y, consecuentemente, como Estados
soberanos; en momentos en los que se niega (por ejemplo, por los presidentes de
los partidos nacionalistas correspondientes , el señor Arzallus, el señor Jordi
Pujol) que España sea una nación, y se exalta el significado progresista de las
supuestas nacionalidades periféricas (en Cataluña, en el País Vasco, en
Galicia), descalificando el «nacionalismo español» como mero residuo del
franquismo y aun de su «Frente de Juventudes». Los llamados nacionalistas, al
negar que incluso el resto de la España que queda, apartada las nacionalidades
históricas, sea una nación («es sólo un conglomerado de naciones con algún
sentimiento común, derivado de su pertenencia histórica a un Estado más o menos
opresor»), proponen, en el mejor caso, una federación o una confederación de
naciones o pueblos peninsulares; y en el peor, una simple desmembración o
balcanización de la Península y de sus islas adyacentes, a partir de la cual
las «naciones históricas», encerradas en esta «cárcel de naciones» que habría
sido España, pudieran, al fin, alcanzar su libertad, o, como se llega a decir
por alguien, su «liberación nacional».
Se trata, sencillamente, por
nuestra parte, de sacar a la Idea de España, en el contexto de los debates de la
Constitución de 1978, del tablero en el
que los nacionalistas periféricos (y, por cierto, también buena parte de los
que se consideran afectos a la izquierda más genuina y fundamentalista) la
encierran de hecho, a saber, el tablero de las nacionalidades, y entre ellas la
llamada «nacionalidad española». Proyectado (o reducido) el problema de España
a planteamientos dados en semejante tablero, acaso nos viéramos condenados a
tener que «elegir» entre disyuntivas tales como la siguiente: «España es una
nación» (no siéndolo Cataluña, País Vasco, Galicia, etc.), o bien «España no es
una nación» (o lo es sólo en un sentido ideológico o postizo), porque sólo
podrían llamarse naciones a entidades tales como Cataluña, Euskalerría o
Galicia; o dicho de otro modo, considerando legítimo y progresista, y aun de
izquierda democrática, hablar de «nacionalismo catalán» o de «nacionalismo
vasco» y, en cambio, ilegítimo, reaccionario o de derecha democrática, hablar
de «nacionalismo español». Incluso apelando, en último extremo, a fórmulas
disyuntivas tales como «España es una nación de naciones».
Pero si España, en su identidad
característica, se constituye al margen del tablero nacionalista, quedaremos
librados de la tarea de elegir entre estas disyuntivas, que podrán empezar a
entenderse como disyuntivas capciosas. En cambio, quedaremos obligados a
explicar por qué España pudo existir previamente a su constitución como nación.
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