Por Norberto Ceresole
En apariencia, nunca la existencia de
una organización internacional careció tanto de sentido como la OTAN en estos
últimos tiempos de poscomunismo. Ninguna de las causas que, formalmente,
originaron su creación, ya existe. Excepto una, la más importante en términos
reales: la incapacidad e impotencia geopolítica (militar + diplomática) de
Europa Occidental.
La proyección de poder norteamericano
sobre su rivera occidental del Atlántico Norte sigue siendo una condición
indispensable para continuidad de la "Unión Europea", dentro de sus
actuales moldes organizativos. Y la continuidad de la "conexión atlántica"
bajo dirección norteamericana una condición indispensable para mantener el
control occidental, en primer lugar, sobre sí mismo, en segundo lugar sobre el inestable
espacio eslavo y, finalmente, sobre el estratégico Mundo Antiguo.
En este último segmente geopolítico,
las relaciones entre Europa Occidental e Israel e, inversamente, entre Europa
Occidental y el espacio árabe-musulmán, seguirán siendo relaciones permanente y
sistemáticamente intermediadas por el poder político y financiero instalado en
la "Costa Este" de los EUA, que es el fragmento del poder
norteamericano más beneficiado por la "globalización".
La permanencia y la expansión de la
OTAN (es decir, la continuidad de la presencia militar norteamericana en
Europa) a partir de la desaparición del "agresor" (la URSS) que dio
origen a esa organización, sólo puede entenderse a partir del trazado de un paralelismo
con la política adoptada por el Congreso de Viena de 1815 a partir de la derrota
definitiva de Napoleón en Waterloo. En estos momentos, como entonces, alguien
piensa que la "paz pentárquica" de Viena de 1815 es un modelo
aplicable para la restauración del mundo de la posguerra fría, en estos finales
del siglo XX.
La permanencia y la ampliación de la
OTAN bajo control norteamericano, la potencia insular de estos tiempos, tiene
un objetivo principal y dos metas secundarias. Las dos metas secundarias son:
controlar la progresiva desintegración del poder central continental ruso y
respaldar al Estado de Israel en tanto "Estado tapón" en el Mundo Antiguo.
Estas dos metas secundarias serían
incumplibles si dentro de la propia Europa se produjera una "alteración de
la paz". Es decir, si en ese espacio insurgiera una potencia que
considerara ilegítimo el actual orden de la posguerra fría. La presencia de una
OTAN ampliada con hegemonía norteamericana sólo es explicable para evitar que
dentro de Europa surja esa potencia, o grupo de potencias, cuyo interés (expansión)
consista en "alterar el orden" jerárquico en la actual distribución
del poder mundial.
Se piensa que la OTAN bajo control
"insular" norteamericano es la única garantía existente para evitar
la insurgencia de una potencia "revolucionaria", como lo fueron la
Francia napoleónica, en el siglo XIX, y la Alemania nacionalsocialista y la
Rusia soviética en el XX.
Lo primero, entonces, es evitar que
surja una potencia europea, "revolucionaria", que no acepte el sistema
jerárquico establecido. “Siempre que exista
una potencia que considere opresivo el orden internacional o la forma de su
legitimación, sus relaciones con otras potencias serán revolucionarias. En
tales casos no será el ajuste de diferencias dentro de un sistema dado, sino el
sistema mismo quien se ponga en tela de juicio. Los ajustes son posibles, pero
los mismos se concebirán como maniobras tácticas para consolidar posiciones con
miras a un enfrentamiento inevitable... El rasgo distintivo de una potencia
revolucionaria no es que se sienta amenazada –ese sentimiento es inherente al
carácter de las relaciones internacionales basadas en estados soberanos- sino
que nada puede tranquilizarla. Sólo la seguridad absoluta –la neutralización
del oponente- se considera una garantía suficiente, y por lo tanto el deseo de
una potencia de contar son una seguridad absoluta significa la inseguridad absoluta
para todas las demás” [1]
Nota:
Ceresole estratega-analista y visionario
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