por Juantxo García
Cuando yo tenía 7, 8 , 9 años mi padre me
llevaba los domingos por la mañana de paseo. Íbamos, con preferencia, a
la valencianísima plaza redonda, a intercambiar cromos, desde
Benicalap. Cogíamos el “trenet” que nos llevaba hasta la estación
central del llamado “puente de madera” y, desde allí, nos íbamos andando
al centro. Muchos de esos días, para variar, íbamos a vistar a un
hombre enjuto y alto llamado Miguel, al que mi padre llamaba Miguel “el
cristalero”, que era de Albacete como él. Recuerdo que su mujer se
llamaba Maruja y no pocas veces nos recibió con las lágrimas en los
ojos: habían detenido a su marido. Miguel “el cristalero” era militante
clandestino del PCE y sobre él se cebaron los “grises”, por lo que
comentaba mi padre, en más de una ocasión y, desde luego, siempre con
escasísimos modales; esto es, lo molían a palos.
Miguel “el
cristalero” es el único comunista al que conocido. Años después, en la
universidad, me topé con algunos otros comunistas, pero estos ya no eran
del “temple” de Miguel “el cristalero”, estos comunistas eran ya un
recuelo pasado por el cedazo del la revolución pequeño-burguesa de mayo
del 68; esto es, puro plexiglás.
Los comunistas de hogaño, después de
décadas de estupidización a través de los planes de educación (aunque
mejor sería decir trepanación) demo-capitalistas aún son de infinita
peor calidad que los pululaban durante la “transición”. Al menos,
aquellos, que ahora rondarán los sesenta tacos, leían a Marta Harnecker y
eso que se llevaban al coleto.
Seamos realistas. Comunistas, comunistas,
lo que se llama comunistas no hay, salvo en la reserva prusiana (y no
sé si decir espiritual) de Corea del Norte. En España es posible que
quede alguna secta perdida, pero lo que en los medios de comunicación y
en los chascarrillos se entiende (nos venden) por comunista es una trola
del tamaño de la pirámide de Keops.
¿Qué hay, pues?
Por un lado, niñatos que, como mucho,
juegan al bolivarianismo de salón en una suerte de cocktail que reúne
todos los “ismos” evacuados por las diferentes izquierdas a lo largo de
todos estos decenios y para los que Lenin, caso de vivir en esta navidad
de 2014, no tendría más remedio que aplicar el calificativo de
“mencheviques blanditos”… para volverse inmediatamente después a la
tumba.
Stricto sensu, el comunismo no existe
salvo de manera nominal. En todo caso, los medios de comunicación del
sistema pasean por las teles un espantajo para acobardar a la masa.
Cuando empiece la andanada electorera contra Podemos (otro pálido,
pálido, pálido recuelo de viejos relatos vagamente comunistas) veremos
con mayor asiduidad este grosero show intimidatorio. Pero que nadie se
espante: un show televisivo es un show televisivo.
¿Significa esto que el anticomunismo no
tiene su eficacia como vía para que la grey no se desmadre? En absoluto.
El anticomunismo vende y es útil todavía. Así, el anticomunismo, entre
otras cosas, sirve para que la mesnada “de orden”, facha y
postfranquistoide, a través de su terminales mediáticas (Es-radio,
Intereconomía y otros “coches escoba” sistémicos), esté “en guardia
frente a la que se avecina”.
El anticomunismo, pese a ser una zanahoria para tontos, sigue cumpliendo un importantísimo papel.
Mientras el tonto ve su cerebro invadido
por el “anticomunismo”, queda incapacitado para hacer cualquier análisis
de la realidad medianamente serio. Mientras el fachilla de a pie,
piensa en que Stalin sigue al acecho, le es inevitable pensar que
Estados Unidos es el emporio de la libertad, el paladín de la democracia
y el superhéroe de la Marvel que nos bendice (y nos defiende) al resto
de mortales con el justiciero mazo de la libertad liberal.
Mientras el tonto ve su cerebro invadido
por el “anticomunismo”, no puede dejar de percibir a Valdimir Putin como
una suerte de gatuno Mefistófeles que vino del frío, ser diabólico que
se desayuna todas las mañanas con tres bebés crudos, y cuyo objetivo
(avieso objetivo) no es otro que quitarnos las vacaciones de verano,
deportar a Jorge Javier Vázquez y a Paz Padilla a algún lugar recóndito
de Siberia y, por supuesto, arrebatarnos la liga de fútbol profesional.
Mientras el tonto ve su cerebro invadido
por el “anticomunismo”, el ser inerte que padece de imbecilidad no
piensa en que su país es una colonia económica, militar y cultural del
Tío Sam. Es tan idiota, tan idiota, que incluso ha olvidado como estos
hijos de puta nos trituraron en 1898 y hasta les ponen carita y sonrisa
boba.
Mientras el tonto ve su cerebro invadido
por el “anticomunismo” y piensa que “el Coletas” quiere convertirnos en
una Venezuela cualquiera, no se da cuenta de que, de facto, España ya
es, en su faz más tétrica, una Venezuela cualquiera. Y, por supuesto, ni
remotamente ha oído hablar de lo que representa el TTIP para él, su
familia y su bolsillo.
El anticomunismo es pura diarrea mental y sopa para esquizoides.
Postdata: lo dicho para los
anticomunistas es, dándole la vuelta a la tortilla, aplicable al 100% a
los de la acera de enfrente, a esos otros analfabetos funcionales que
conocemos como “antifas”.
Extraído de: La Página Transversal
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