por Jean-Michel Vernochet
Jean-Michel Vernochet: Si nos
tomamos el trabajo de consultar a los innumerables doctores del islam
cuyos trabajos podemos encontrar en internet, notaremos que
el wahabismo [1], que es la ideología de los degolladores
de Daesh [2], constituye una verdadera ruptura epistemológica
con la tradición islámica clásica, al igual que en relación con
lo que podemos llamar el islam popular. Cuando hablé de eso, personalmente
y cara a cara, con el erudito militante Sheikh Imran Hossein, este
se mostró totalmente de acuerdo con esa definición de la doctrina
wahabita. Estuvimos de acuerdo en que se trata de una herejía
cismática que los sabios musulmanes, y también los intelectuales laicos árabes,
designan con el término dajjál, ¡cuya traducción más exacta sería el
anticristo! [3]
Al dar a conocer en mi trabajo los análisis de ulemas cuyo conocimiento del
islam está más que comprobado, mi objetivo es proporcionar elementos
indiscutibles que permiten mostrar la naturaleza fundamentalmente
divergente del wahabismo en relación con el islam tradicional –algo que
los occidentales desconocen por completo en la medida en que no saben
prácticamente nada del islam, con excepción del resumen extremadamente
sucinto que proporcionan algunos teólogos cristianos, desgraciadamente
dogmaticos pero que creen saberlo todo a partir de lo que dicen sobre el
tema la prensa escrita y audiovisual, prensa dirigida por personas cuyo primer
objetivo es impedir que sepamos porque es para ellos la mejor manera
de conducirnos, volens nolens, hacia el fuego de posibles
guerras civiles.
El prejuicio más extendido es que el islam constituye un bloque
monolítico, cuando es evidente que el islam
es –en realidad– múltiple, empezando por sus diversas
interpretaciones de la ley coránica en materia de jurisprudencia. Hay que
subrayar que este triste desconocimiento del verdadero islam va incluso
más allá de los no musulmanes. En la Unión Europea la mayoría de
los jóvenes descendientes de inmigrantes tienen un conocimiento
extremadamente limitado de su propia religión, lo cual facilita las
posibilidades de influenciarlos predicándoles un islam supuestamente original,
puro y “no falsificado”… como las leyes de la competencia liberal que debe
dirigirse por todos los medios, incluyendo los medios coercitivos, a
convertirse en «pura y perfecta» en el paraíso terrenal del
hipercapitalismo.
Vemos aquí lo peligroso que puede resultar confundir todos los rostros del
islam y sobre todo reducirlo a su caricatura, que es el
takfirismo [4].
Si el islam se viese limitado a las diferentes expresiones del wahabismo,
estaríamos cerca de la guerra total entre las civilizaciones. Estamos hablando
de una guerra en que la que 1 000 millones de occidentales de cultura
cristiana tendrían que enfrentarse a 1 500 millones de musulmanes. Salta a
la vista el carácter loco y absurdo de esa perspectiva. Sin embargo,
algunos –como los pensadores y simultáneamente agitadores que tenemos
en Francia, los Jacques Attali, los Bernard-Henry Levy y tantos otros por
el estilo, y sobre todo los tanques pensantes de Washington– presentan ese
choque de civilizaciones como algo probable cuando no como inevitable. Y
ya sabemos que la influencia de esos gurús puede conducir, como en el caso de
Libia, al baño de sangre y el caos duradero.
Para responder a su pregunta con más precisión resaltaré que el wahabismo
es un literalismo exacerbado. Y, como tal, se sale de la ley islámica tal
y como esta última aparece revelada en el Corán. Como ilustración de ello
quiero recordar que la prédica del jurista Abdul Wahhab (1703-1792) se
desarrolla tomando estrictamente al pie de la letra cada palabra,
cada frase de la Recitación. O sea, en su sentido literal
más absoluto, al extremo de llegar a hacerle decir al Corán
enormidades fenomenales. Como que Dios estaría concretamente sentado en
un trono y que tendría una pierna en el infierno [5]. Cualquier musulmán sabe perfectamente que
decir que Alá tiene un cuerpo material es algo particularmente absurdo… todos
saben que ese tipo de representación es puramente metafórica. Es una
imagen, no una descripción antropomórfica de Dios.
Pero eso no sería gran cosa si ese literalismo, esa lectura primaria,
primitiva del Corán no llevara a los adeptos del wahabismo –con el
pretexto de un regreso a los orígenes, o sea de una salafiya, de
una imitación de la vida del profeta– a negar los principios mismos del
Corán… o a reducir el Corán a una lectura jurídica restrictiva
extremadamente manipulada en función de las necesidades de conquista
política y de consolidación de un poder temporal… el de la familia reinante
de Arabia o de las múltiples variantes de la Hermandad Musulmana, ¡como en
Turquía con el régimen islamo-kemalista de Erdogan I!
Peor aún, los wahabitas han llegado incluso a inventar un 4º pilar de
la fe islámica. Sería una obligación secreta que consistiría en convertir por
la fuerza a los descreídos así como a los malos creyentes y los apóstatas…
lo cual apunta contra todos los chiitas y las corrientes sufistas y
también contra la mayor parte de los musulmanes sunnitas cuyas prácticas
religiosas serían consideradas como corruptas por la influencia de los
no creyentes. Para imponer esa idea, los wahabitas inventaron de
la nada un deber de hacer la guerra santa. Eso es una interpretación
tendenciosa del concepto de yihad que es ante todo –por mucho que
le pese a los malintencionados de todos los bandos– un esfuerzo por
alcanzar la perfección individual, una guerra interior de cada cual, guerra
contra nuestras propias debilidades, contra nuestras pasiones y contra la
tentación del Mal que vive en nosotros mismos y que se mantiene
permanentemente al acecho. Al imponer la obligación de la yihad,
los wahabitas han cometido lo que los doctores [del islam] designan
con el término bid’a, que es una innovación perjudicial. Y la
innovación está fundamentalmente prohibida en el islam, conforme al hadith [6]:
«El libro de Dios transmite el discurso más real. La mejor
enseñanza es la de Mahoma. Las invenciones son la peor de las cosas.
Toda invención es una innovación. Toda invención es una aberración y toda
aberración conduce al infierno.» (An Nassi, Sunna, 3/188).
Así mismo, Hassan el-Banna (1906-1949), fundador de la Hermandad
Musulmana, presenta la guerra santa como una obligación necesaria e inevitable
y afirma que no cumplirla o rehuir el combate constituiría un pecado
capital de los que merecen ser castigados con la gehenne, o sea el
fuego del infierno. El-Banna incluso difundió una “carta” dedicada a ese tema y
destinada a sus seguidores, carta en la que hace precisamente una “innovación”
al agregar al nombre del profeta el título de «Señor de los muyahidines».
¡El-Banna designa además «el combate contra los infieles y la conquista»
como la verdadera yihad, en oposición a la yihad «del alma»,
como habitualmente creen los musulmanes!
Red Voltaire: Históricamente
los británicos utilizaron el wahabismo para luchar contra el Imperio
Otomano, que había caído en manos de los donmeh revolucionarios más
conocidos bajo la denominación de “Jóvenes Turcos”. Hoy en día,
la Turquía que usted califica de islamo-kemalista apoya el califato
wahabita, en este caso el Emirato Islámico, mientras que este último acaba
de designar la monarquía wahabita saudita como su segundo enemigo, después
del chiismo. ¿Cómo se explican esas contradicciones?
Jean-Michel Vernochet: Son muchas
preguntas y poco fáciles.
Al principio, el objetivo de los británicos en el siglo 19 no era
apoderarse del Imperio Otomano, ya por entonces más o menos moribundo y
afectado por el ascenso de fuerzas irresistibles. Esas fuerzas que acabarían
con él estaban representadas principalmente por los Jóvenes Turcos del Comité
Unión y Progreso. Ese movimiento revolucionario, que se inspiraba en
la Revolución Francesa y cuyas raíces se situaban en París, Ginebra, Roma
y Londres, sería el actor principal de la debacle. El derrumbe del poder
otomano y la toma del poder, en 1913, por el triunvirato de los Jóvenes
Turcos dieron lugar al genocidio armenio y a la dictadura kemalista, régimen
ateo que se establece a la sombra del patíbulo y que no habría
surgido sin el activo respaldo de las logias masónicas inglesas, francesas e
italianas… o sin el respaldo de Lenin y de la burocracia bolchevique. Se trata
de un hecho poco documentado, poco conocido, pero auténtico.
Pero, volvamos al Imperio Británico. Durante el siglo 19
casi toda su política hacia la Sublime Puerta (Constantinopla) será guiada
por una sola preocupación: garantizar la protección de la Ruta de Indias.
Seguridad que implica el control geográfico total del Golfo Arábigo-Pérsico.
Volvamos atrás por un momento para entender bien el contexto, tanto del
derrumbe del Imperio Otomano y del consecutivo surgimiento de un reino wahabita
del Hedjaz y del Nejd… Durante la guerra de Crimea (de 1853 a 1856),
la Inglaterra aliada de Francia acude en ayuda de los osmanlíes contra Rusia.
La interrogante que se plantea en aquella época se presenta bajo la forma de
una alternativa: desmembrar el Imperio –pero, ¿cómo ponerse de acuerdo sobre la
manera de repartirlo?– o mantenerlo en estado de coma para desestabilizar la
región, teniendo siempre como trasfondo el eterno problema de Londres
sobre la seguridad de las vías marítimas y terrestres hacia la India.
El destino del «Hombre Enfermo de Europa» [7] de hecho se mantiene
en suspenso desde principios del siglo 19 por haberse establecido un statu quo
explícito entre las potencias cristianas –Inglaterra, Alemania, Rusia, Francia,
Grecia e Italia– que de cierta forma congelaba las ambiciones de todos.
Nadie quería precipitar un derrumbe, en definitiva inevitable, pero que
habría afectado o cuestionado el precario equilibrio de fuerzas en la región.
Eso explica el carácter clemente del tratado de Andrinopla, firmado
en 1929, al término de la guerra ruso-turca. El zar estimó que
un Imperio Otomano decadente, exhausto debido a la deuda contraída con buitres
de la finanza internacional era algo preferible al caos. Esta forma de
sabiduría política ya no existe en nuestros tiempos…
Este largo recordatorio era necesario para demostrar que en estas
cuestiones es el pragmatismo lo que predomina sobre cualquier otro tipo de
consideraciones, empezando por las de orden religioso. Posteriormente,
manipulando durante la Primera Guerra Mundial a las tribus wahabitas del
Nejd contra la Sublime Puerta en momentos en que el Imperio ya estaba
virtualmente muerto, Londres ya sólo quiere destruir el poderío otomano
aliado al Reich alemán, y nada más. El aspecto religioso es aquí
secundario, nada fundamental. La guerra mundial está en su apogeo y el
triunvirato Jóvenes Turcos que ha tomado el poder en Constantinopla [8] en 1913 ha optado, en efecto, por
asociar su destino al de Alemania, país que goza de una inmensa influencia
económica en el Imperio… El triunvirato espera aprovechar la confusión de
la guerra para aplicar a gran escala una política de limpieza étnica contra
todas las comunidades cristianas del Imperio, seguramente con algún tipo de
segunda intención mesiánica y un odio escatológico que muy pocos
se atreven a mencionar, ni siquiera hoy en día. Se abre entonces
un abismo en el que la mayoría de la nación armenia va a verse arrastrada entre
1915 y 1916.
Se trata de una política genocida que Kemal Pacha (Ataturk) proseguirá y
completará por mucho tiempo después de la derrota de los Jóvenes Turcos y de la
victoria aliada de 1918, en particular en 1924, en ocasión de
los traslados masivos de pobladores cristianos de Anatolia previstos en el
Tratado de Lausana, firmado el 24 de julio de 1923. Con ese tratado
se cierra definitivamente la Gran Guerra en el frente oriental.
Es importante señalar que al proseguir el etnocidio [9] iniciado por sus predecesores, el ateo
fanático y compañero de ruta del Comité Unión y Progreso Kemal Pacha es
solamente un precursor de la limpieza étnico-confesional que actualmente
desarrollan, aunque a una escala mucho más reducida, los yihadistas
salafo-wahabitas contra los católicos asirio-caldeos y los yazidíes en el norte
de Irak.
Pero volvamos a los años de la Primera Guerra Mundial. Los aliados estiman
que ha llegado el momento de desmembrar un imperio agonizante y cuyos nuevos
amos donmeh han escogido una mala opción estratégica al optar por
el Reich alemán. Mientras estallan rebeliones armadas en todas partes –en
Afganistán, Irak, Siria, Palestina, Egipto–, Londres y París se reparten
de antemano los despojos del Imperio, en 1916, con el acuerdo secreto
Sykes-Picot. Y lo hacen burlándose de las promesas de independencia
hechas a los árabes que habían combatido junto a británicos y franceses.
Los ingleses, a partir de 1916, utilizarán el wahabismo por su
dinámica, por su fuerza explosiva, como fanatismo e ideología de conquista,
para consolidar su control en la Península Arábiga.
En cuanto a la situación actual, indudablemente no se trata más que de
rivalidades entre poderes que compiten entre sí. Si miramos la
historia regional, en particular en este último medio siglo, vemos
una lucha perpetua por alcanzar el liderazgo. Así sucedió con Gamal Abdel
Nasser, Hafez el-Assad, Muammar el-Kadhafi, Sadam Husein, sin entrar a
mencionar el Estado hebreo, cuyo papel en la destrucción de sus vecinos y
enemigos potenciales es un factor básico. Ahora son Teherán, Ankara y Riad
quienes están compitiendo por el mismo objetivo, independientemente de sus
identidades confesionales. Es por consiguiente en términos de competencia
que yo interpreto las luchas, a menudo sangrientas, que enfrentan
entre sí a las diferentes facciones salafo-wahabitas. Y entre ellas
se encuentran los diferentes movimientos que luchan en Siria, con el
Emirato Islámico en primera fila. Asimismo, la dimensión sectaria de las
divergencias entre la Arabia wahabita, la Turquía islamista y Daesh [el Emirato
Islámico], es a fin de cuentas secundaria en relación con las ambiciones
hegemónicas, al menos de carácter regional, que los oponen entre sí…
sobre todo teniendo en cuenta que todos comparten el fondo ideológico
wahabita, y eso incluye a la Hermandad Musulmana aunque esta última no lo
reconozca abiertamente.
Réseau Voltaire: Usted dice
que la Hermandad Musulmana y el wahabismo tienen mucho en común. ¿Qué más
puede decirnos al respecto?
Jean-Michel Vernochet: Aún sin ser
“una sociedad secreta wahabita”, la Hermandad Musulmana no deja de ser una
prolongación de la secta madre que tiene su sede en Riad. Habría que
hacer un trabajo minucioso de comparación entre las doctrinas y programas.
Pero insistimos en un punto ya mencionado: el wahabismo y la jamiat
al-Ikhwan al-muslimin [La Hermandad Musulmana] son esencialmente
ante todo herramientas ideológicas, o sea no religiosas,
a pesar de toda su fachada de puritanismo. Son medios ideocráticos
de conquista y nada más. Resulta evidente que el wahabismo no es
la pura y simple expresión de una fe viviente sino su caricatura más exagerada.
Y los musulmanes no se equivocan cuando lo denuncian como la
caricatura que es.
Y no soy yo quien lo dice sino los doctores del islam. O sea,
lo dicen todos aquellos cuya voz el «Occidente» perezoso
no quiere oír porque es más fácil dedicarse a la sociología barata en
los barrios populares de las metrópolis europeas con una fuerte tasa de
población inmigrante que estudiar, con un poco de humildad, la dimensión
teológica del fenómeno yihadista y del apoyo proactivo que le aporta ese otro
puritanismo que es el calvinismo anglo-estadounidense cuando sirve de
instrumento a un imperialismo carente de alma y de entrañas.
Hecho hoy olvidado, la Sociedad de los Hermanos Musulmanes creada por
Hassan el-Banna en 1928 rápidamente acoge, después de su nacimiento, a
miembros del Ikhwan que huyen del Nejd tratando de escapar a las
represalias de Abdelaziz ibn Saud. Son esos los hombres que formarán
el núcleo duro de la nueva cofradía egipcia. En 1954, cuando Nasser
disuelve la cofradía, los cuadros de esta irán naturalmente al reencuentro de
sus orígenes en Riad. Finalmente la cofradía dará lugar al nacimiento
–en los años 1970– de la Yihad Islámica egipcia, antecesora de Daesh
[el Emirato Islámico], que se planteaba como objetivo
el restablecimiento del califato en Egipto. Y eso es lo que acaba
de hacer el Emirato Islámico con la bendición de los “aliados hermanos
enemigos” de Ankara, Londres, París, Riad, Doha, Washington, Amman y Tel Aviv.
Red Voltaire: Los
británicos apoyaron el desarrollo del wahabismo y después lo hizo
Estados Unidos. Actualmente, la Hermandad Musulmana incluso está
representada en Washington, en el Consejo Nacional de Seguridad
[de Estados Unidos]. ¿Puede decirse de la cofradía lo mismo que usted
denuncia al referirse al wahabismo, o sea que
esas formaciones serían en el mundo musulmán las vías y medios de lograr
la destrucción del islam desde adentro?
Jean-Michel Vernochet: La contínua
expansión del wahabismo durante el siglo pasado está estrechamente vinculada
con la del modelo financiero, económico y societal anglo-estadounidense.
La suerte de la Península Arábiga ha estado indisolublemente ligada,
desde 1945 y hasta el sol de hoy, a la América-Mundo… la cual constituye
una especie de hidra de varias cabezas pero cuyas cabezas fundamentales están
en Manhattan, Chicago (donde se halla la bolsa mundial de materias primas),
Washington con la Reserva Federal, en la City de Londres, en Bruselas con
la OTAN, en Francfort con la sede del Banco Central Europeo y en Basilea,
ciudad que alberga una súper empresa anónima en el sentido jurídico que
funge como banco de los bancos centrales, o sea ¡el Banco de Pagos
Internacionales!
Así que sería demasiado simple ver la ideología wahabita sólo como un instrumento
de influencia o incluso de dominación regional. El mundo
musulmán cuenta 1 000 millones y medio de personas. Controlarlo es una
empresa gigantesca. Desde esa perspectiva, seguramente hay que ver en la
ideología wahabita un claro intento de subvertir el islam. En otras
palabras, la versión islámica, incluso “adaptada al islam”, de la nueva
religión global que trata de imponerse en todas las naciones y a todos los
pueblos, ya sean cristianos o musulmanes. Religión societal, religión
de mutación civilizacional que antecede o acompaña la progresión de un
mundialismo caníbal. Una religión destinada a reemplazar a todas las
demás y que podríamos designar con toda razón como el “monoteísmo del mercado”.
Está comprobado que el wahabismo cohabita perfectamente con el
anarco-capitalismo. Por muy sorprendente que pueda parecernos, eso está fuera
de dudas. Ese puritanismo está destinado, quizás habría que decir
predestinado, a sustituir el islam tradicional con su apego pasado de moda
a valores morales tradicionales, esencialmente compasivos. A los puros,
el wahabismo les justifica el asesinato de todo aquel que no se
someta íntegramente a una misma e inexorable interpretación de la charia…
exactamente igual que la democracia universal y supuestamente humanitaria
que Estados Unidos pretende imponer por la fuerza de las armas en los
cuatro puntos cardinales del planeta. La Gran América ve su Destino
Manifiesto como un derecho ilimitado a matar a todos los que se muestran
reticentes a entrar por voluntad propia en la matriz democrática
judeo-protestante made in America.
En pocas palabras, si el wahabismo es un instrumento, es
el instrumento de una destrucción interna y programada
del islam… de la misma manera que el mesianismo marxista y posteriormente
el freudo-marxismo liberal-libertario realizaron y prosiguen una obra
análoga de liquidación en nuestras sociedades postcristianas.
Red Voltaire: Existen
actualmente 3 Estados que tienen el wahabismo como religión oficial.
Son Arabia Saudita, Qatar y Sharjah, uno de los Emiratos Árabes
Unidos. Puede ser que [la región libia de Cirenaica] se una pronto a
ellos [10]. Sin embargo, esos Estados están en
guerra entre sí. ¿Cómo se explica eso y qué es lo que está en juego
en ese enfrentamiento?
Jean-Michel Vernochet: A pregunta
compleja, respuesta elemental. En otros tiempos, las tribus se
atacaban entre sí. Hoy en día no se trata de bandas de saqueadores
sino de Estados. Hemos pasado a una dimensión superior pero el principio sigue
siendo el mismo. Los Estados occidentales comparten entre sí
la misma idolatría por una democracia de apariencias, lo cual
no les impide tratar de destruirse entre sí, aunque sólo sea
a través de una cruel guerra económica. «Una guerra que
no se declara como tal» pero que no deja de ser implacable,
donde los contendientes no tienen amigos ni aliados. «Una guerra
a muerte», decía el difunto [presidente de Francia] Mitterrand [11]. Finalmente, son guerras ideológicas y
societales. Hay que mirar hacia Rusia y el Donbass, es una buena ilustración de
lo que estoy diciendo.
Todo se aclara si comprendemos que los diferentes Estados wahabitas y las
diversas variantes de la Hermandad Musulmana –entre ellas el Partido para la
Justicia y el Desarrollo de Recep Tayyip Erdogan– no están interesados
precisamente en que se cumpla la palabra de Dios en la tierra ni por
ningún objetivo trascendente sino más bien en objetivos de poder puramente
materiales. Sus ambiciones no son otras que las del poder. A partir de
ahí, sus intereses, estrategias y alianzas no son exactamente los
mismos. En la práctica, casi siempre están en desacuerdo y
casi siempre rivalizan entre sí.
Esto puede parecer algo trivial, pero si queremos comprender
el funcionamiento del mundo… basta con ver una película de Hollywood
sobre las pandillas de mafiosos. ¡Eso explica todo! Todos
se destripan entre sí por un territorio, por un mercado, por una
posición dominante, por cuestiones de rango o de categoría formal. La única
diferencia –si acaso existe alguna– entre esas guerras de clanes y las guerras
de la diplomacia armada del hard y del soft power,
reside en su envergadura pero no en su naturaleza.
Red Voltaire: Al-Qaeda
se define como wahabita, pero uno de sus principales fundadores y actual jefe,
Ayman al-Zawahiri, es un ex miembro de la Hermandad Musulmana.
En realidad, si bien todos los líderes del terrorismo internacional
se declaran wahabitas, la mayoría de ellos son ex miembros de la
Hermandad Musulmana. ¿Piensa usted que la ideología actual de la yihad
es wahabita o es que viene de esa sociedad secreta que es la Hermandad
Musulmana?
Jean-Michel Vernochet: No me parece
que, a estas alturas, la pregunta pertinente sea saber quién fue primero, ¿el
huevo o la gallina?, en la medida en que ¡se trata de dos rostros
de una misma ideología! Los dos se han desarrollado y consolidado con
el apoyo del imperio británico: apoyo armado para el Tercer Reino Wahabita del
Nejd y del Hedjaz y apoyo financiero para la Hermandad Musulmana en Egipto.
De esa manera, wahabismo y cofradía son ya consustanciales puesto que
ambos tienen en común los mismos padrinos en Londres,
en Washington y últimamente en Riad. En cuanto a la yihad,
ya hemos visto claramente que en Egipto la nueva Ikhwan [Cofradía]
ha engendrado una organización de lucha armada, la Yihad Islámica,
en aplicación de la doctrina wahabita que habla de la existencia de un
sexto pilar del islam, el de la guerra santa, desconocido en el islam clásico,
o sea la obligación de convertir a los demás, incluso por la fuerza,
recurriendo al hierro y el fuego de ser necesario. En eso el
wahabismo hace de la violencia una dimensión estructural que no puede
suscitar en Occidente otra cosa que el rechazo más categórico. Estamos
viviendo, en efecto, en una lógica de choque frontal entre culturas y
civilizaciones.
Eso impone en nuestras sociedades oscuras perspectivas, sobre todo si los
musulmanes integrados a ellas llegasen a verse algún día obligados a escoger un
bando por la difusión extensiva de un falso islam.
Los años terribles que vivió Argelia en los años 1990 no serían
seguramente nada en comparación con lo que tendrían que vivir las comunidades
musulmanas europeas… porque, como podemos comprobarlo en todas partes,
los primeros blancos y las primeras víctimas del wahabismo no son
otros que los musulmanes.
NOTAS
[1] El wahabismo es un movimiento creado por
Mohammed ben Abdelwahhab en el siglo 18. Es la religión oficial de Arabia
Saudita, de Qatar y del Emirato de Sharjah (miembro de los Emiratos Árabes
Unidos).
[2] Daesh es el acrónimo árabe de la organización
anteriormente conocida como EIIL (Emirato Islámico en Irak y el Levante) y hoy
designada indistintamente como Emirato Islámico, Estado Islámico o, en inglés,
y por razones de propaganda estadounidense, bajo las siglas ISIS. Nota de la Red Voltaire.
[3] La tradición islámica reconoce la llegada,
cerca del momento del fin de los tiempos, de un hombre que engañará al mundo,
llamado Al-Masih Ad-Dajjal, o sea el mesías impostor, o si se quiere el
anticristo… Su ideología será puramente materialista, aunque se presentará
bajo una apariencia mesiánica, y cuando sirve a los valores
humanistas es únicamente con una perspectiva terrestre, negando
el regreso de Dios y el Juicio Final. Es una civilización tuerta en
la medida en que pretende organizarse independientemente de los mandamientos
divinos.
[4] El takfirismo es un movimiento surgido de la
Hermandad Musulmana. Fue creado en 1971 por el mesías egipcio Ahmed Mustafa
Chukri. Según el takfirismo, todos los musulmanes que no son takfiristas
son apóstatas y los verdaderos musulmanes están en la obligación de matarlos.
[5] «El primer punto fundador del dogma wahabita
es el tachbih, o sea la asimilación de Dios a Sus criaturas (el
antropomorfismo). Los wahabitas plantean como regla fundamental que en los que
textos sagrados hay que entender en sentido recto todas las frases sobre el
Creador que pueden prestarse a confusión, cuando en realidad esas frases
tienen como objetivo expresar la majestuosidad, la piedad, la aceptación u
otros atributos que dignifican a la divinidad. De esa manera, los
wahabitas han llegado a decir que el Creador es un cuerpo sentado en un trono,
con las manos del lado derecho, que se desplaza, se asombra, se ríe y que tiene
un pie que mete en el infierno”. Cf. «Qui sont les wahhabites?».
[6] Los hadiths son libros sobre la vida
del profeta compilados, más de 150 años después de su muerte,
a partir de los testimonios de sus compañeros. Existen muchos de esos
libros. Los hadiths permiten a los musulmanes entender mejor el
Corán, pero ninguno de ellos goza del estatuto de revelación ni tampoco se
le impone a los creyentes.
[7] Así se designaba al Imperio Otomano en el
siglo 19.
[8] Surgida el 11 de mayo del año 330,
Constantinopla pierde su condición de capital en 1923. En 1930
recibe oficialmente el nombre de Estambul en el marco de la política de
turquización aplicada bajo la influencia de Mustafa Kemal Ataturk.
[9] 1914 es la fecha en la que se articulan,
hace 100 años, el inicio de la Gran Guerra y el comienzo del
genocidio final contra los cristianos del Imperio Otomano por parte de los
Jóvenes Turcos donmeh que habían tomado el poder en Constantinopla
en 1913. En cuanto a los asirios [cristianos siriacos], la cantidad
de víctimas varía según los autores. Algunos presentan, además del millón y
medio de armenios arrastrados a las infernales marchas de la muerte por las
áridas estepas de Licaonia y de Siria, la cifra de 270 000 víctimas.
Investigaciones más recientes elevan ese estimado mencionando entre
500 000 y 750 000 muertos en el periodo que va de 1914 hasta 1920,
o sea alrededor del 70% de la población asiria de aquella época. Hay que
recordar la Gran Guerra no se terminaría en el Oriente hasta julio de 1923 con
el Tratado de Lausana, consecuencia de la derrota griega del 13 de septiembre
de 1921. A pesar de todo, Kemal Pacha (Ataturk) proseguirá hasta su muerte
–el 10 de noviembre de 1938– su política de purificación
étnico-confesional. En 1937, Ataturk sellará su sangriento reinado con una
última masacre contra los kurdos alevíes de Dersim, que dejó como mínimo
10 000 muertos. Sin embargo, para nuestros contemporáneos Ataturk
siguió siendo aún por mucho tiempo el prototipo del héroe.
Ver G. W. Rendel, Mémoire Du Bureau des Affaires Étrangères sur les Massacres et les Persécutions commises par les Turcs sur les Minorités depuis l’Armistice, 20 de marzo de 1922. Según afirma Manus I. Mildrasky en The Killing Trap: Genocide in the Twentieth Century (2005), los estimados más serios fijan en 480 000 el número de griegos de Anatolia que terminaron sus días en los mataderos humanos. En todo caso, el Estado turco heredero de la dictadura kemalista seguirá negando la planificación de aquellos exterminios masivos y, posteriormente, la veracidad del genocidio perpetrado contra los cristianos del Imperio Otomano.
[10] Sería un error
considerar el takfirismo wahabita como un fenómeno contemporáneo limitado
únicamente a las zonas donde hoy se manifiesta. Si bien
es cierto que el bum petrolero le garantizó un inesperado
florecimiento, ya al principio del siglo XIX el takfirismo wahabita estaba
activo en las Indias, donde Sayyed Ahmed, predicó el wahabismo –en la región de
Punjab– hacia 1824, después de un peregrinaje a La Meca. Sayyed Ahmed
aspira entonces a poner en práctica “la obligación ausente” de librar la
guerra santa. En 1826, después de reunir un ejército en Peshawar, Sayyed
Ahmed lanza un llamado a la yihad contra los sikhs y al año siguiente
se proclama Comendador de los Creyentes, Amir al-muminn, título que
también usará el mollah Omar antes de la caída del régimen de los talibanes en
el otoño de 2001. En 1830, Sayyed Ahmed toma Peshawar. Pero muere
en 1831 en la batalla de Balakot. No será hasta 1870, después de
medio siglo de desórdenes, que los ulemas chiitas y sunnitas de la India
condenarán los excesos de los wahabitas. Pero la influencia de estos
se mantiene y, en 1927, se funda en la provincia de Mewat la “Sociedad
para la Predicación” (Taglibhi Jamaat), cuyo papel proselitista es
de sobra conocido. El takfirismo inspirará también los levantamientos
senussi en Libia y la revuelta de los musulmanes de China
(de 1855 a 1874). En cuanto a al-Qaeda, es particularmente
emblemático el caso del miembro de la Hermandad Musulmana Abdullah Azzam. Antes
de encontrar la muerte en la explosión de su automóvil, en 1989, este
palestino fue el jefe espiritual de los voluntarios islamistas extranjeros.
Pero Azzam había sido miembro de la Hermandad Musulmana y había
enseñado en la universidad de Riad, en 1980, y posteriormente
en Pakistán, en la Universidad Islámica Internacional de Islamabad.
Eso fue antes de convertirse, en Peshawar, en principal organizador
del reclutamiento y entrenamiento de los yihadistas que luchaban
en Afganistán contra el gobierno comunista y las tropas soviéticas.
[11] «Francia no lo sabe
pero estamos en guerra con Estados Unidos. Sí, es una guerra
permanente, una guerra vital, una guerra económica… una guerra aparentemente
sin muertos. Sí, los americanos [estadounidenses] son muy duros, son
voraces, quieren un poder no compartido sobre el mundo. Es una guerra
desconocida, una guerra permanente, aparentemente sin muertes y
sin embargo es una guerra a muerte», François Mitterrand in
Georges-Marc Benamou, Le dernier Mitterrand, 1997.
Extraído de VoltaireNet
Extraído de VoltaireNet
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