Por Hugo Chávez
“Yo antepongo siempre la
comunidad a los individuos”, escribía nuestro Libertador Simón Bolívar el 28 de
octubre de 1828 al general Antonio José de Sucre. He aquí el espíritu y nervio
motor de nuestro actual Bolivarianismo: lo comunal, lo social ante todo y por
sobre todas las cosas. Razón tenía Simón Rodríguez al decir en sus Sociedades
Americanas de 1828: “Se verá que hay dos especies de política: popular y
gubernativa: y que primero son políticos los pueblos que sus gobiernos”.
Hoy podemos decir que ya tenemos
una sociedad altamente politizada, en el justo sentido y significado del
término, y que nuestra Revolución Bolivariana es consecuencia directa de tal
politización, cuyo punto de estallido fue el 27 de febrero de 1989, rebelión
popular que el próximo sábado cumple su vigésimo primer aniversario. Recordemos
aquello que decía el gran revolucionario venezolano Kléber Ramírez -Historia
documental del 4 de febrero (1998)- allá por agosto de 1992 en el más puro
espíritu robinsoniano: “…llegó la hora para que las comunidades asuman poderes
de Estado, lo que conllevará administrativamente la transformación global del
Estado venezolano y socialmente el ejercicio real de la soberanía por parte de
la sociedad a través de los poderes comunales”.
Estas son las razones por las que
este sábado 20 de febrero hemos promulgado y lanzado la nueva Ley Orgánica del
Consejo Federal de Gobierno. Con ella abrimos aún más las puertas para avanzar
en la distribución del poder en las manos del pueblo, adquiriendo el Estado
mayor eficiencia y eficacia y, por sobre todo, unidad para cumplir las
funciones que le otorga la Constitución.
Una y otra vez lo he dicho: la
realidad territorial venezolana debe ser transformada y, por eso, la necesidad
de configurar una nueva geometría del poder que se convierta en el
reordenamiento popular, comunal y socialista de la geopolítica de la Nación.
Por socialismo entendemos
democracia sin fin, siguiendo en esto al gran teórico portugués Boaventura de
Sousa Santos. De allí, entonces, nuestra firme convicción de que la mejor y la
más radicalmente democrática de las opciones para derrotar el burocratismo y la
corrupción es la construcción de un Estado comunal que sea capaz de ensayar un
esquema institucional alternativo en la misma medida en que se reinventa
permanentemente.
Con esta ley debemos comenzar -en
serio y en real, como solía decir García Bacca- el desmontaje de todo el
corroído andamiaje colonial sobre el cual se levanta una organización
territorial con la que se pretendió hacer trizas la unidad nacional. Y por supuesto
que el Poder Popular jugará un papel principal, esencial diría yo, en la
transformación radical de nuestra geografía.
Desde la entrada en vigencia de la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario en el 2001, la oligarquía latifundista puso en marcha una agenda violenta contra el rescate de las tierras comunes y el ejercicio pleno del derecho consagrado por la Ley de Tierras y por la misma Constitución. Ante la arremetida contra el pueblo campesino a través de una escalada de agresiones, sabotajes y ejecuciones sicariales por las fuerzas más retrógradas de nuestra sociedad, el deber indelegable del Estado nacional bolivariano y el Gobierno Revolucionario es proteger al campesinado: defenderlo con todos los medios a su alcance. La Milicia Campesina nace para cumplir con ese deber, colocando el énfasis en el protagonismo y la responsabilidad del campesinado como sujeto colectivo en función de su propia defensa.
Los primeros ejercicios de la
Milicia Campesina, que realizamos en El Pao, estado Cojedes, el pasado viernes,
son apenas una primera muestra del desarrollo de un cuerpo armado popular para
salvaguardar nuestra integridad y nuestra soberanía en los campos de Venezuela.
¿Quién más que la comunidad conoce mejor que nadie las dinámicas, las
actividades, las fallas y los aspectos esenciales en materia de seguridad en su
localidad; lo mismo en materia geográfica, espiritual y material?
La Milicia Campesina, así como la
Milicia Bolivariana como totalidad, no son fuerzas paramilitares, como los
sesudos analistas de siempre quieren hacer ver, menos aún si concebimos
semejante palabra dentro de la semántica reaccionaria colombiana. Por el
contrario, la Milicia Bolivariana (cuerpo absolutamente regido por una Ley), al
igual que los consejos comunales, son expresiones del nuevo Estado comunal;
parte integral de las nuevas estructuras de poder comunal que venimos
construyendo.
La Milicia Bolivariana es uno de
los componentes de la Fuerza Armada Bolivariana y, por tanto, ni la socava, ni
mucho menos pretende suplantarla. Lo que molesta e irrita a quienes difunden
esta clase de mentiras, es que la Fuerza Armada se haya reencontrado con su
identidad originaria: pueblo en armas.
La Milicia Campesina encarna hoy
un principio trascendente: la defensa de la propia tierra, de nuestra tierra.
Defensa contra el eventual agresor externo, pero también contra el agresor
interno que se ha amparado, durante demasiado tiempo, en un verdadero estado de
impunidad que ha contado con la venalidad de ciertos tribunales de la República
que amparan y protegen a los latifundistas y criminalizan a los campesinos y
campesinas que quieren hacer valer la Ley de Tierras.
El pasado 15 de febrero se
cumplieron 191 años del memorable Discurso de Angostura. La Guerra de
Independencia no había terminado pero en el verbo de nuestro Libertador se
encarna la reconquista de nuestra identidad como Patria y se dibujaba la
impronta libertaria de Venezuela. Recordemos unas líneas luminosas que
confirman la razón de ser de nuestras Milicias Campesinas, nuestras milicias
zamoranas: “La esclavitud rompió sus grillos, y Venezuela se ha visto rodeada
de nuevos hijos, de hijos agradecidos que han convertido los instrumentos de su
cautiverio en armas de libertad. Sí, los que antes eran esclavos, ya son
libres; los que antes eran enemigos de una madrastra, ya son defensores de una
patria”.
¡Vamos, con Zamora, con Róbinson
y con Bolívar, hacia el Estado Comunal!
¡Hacia el socialismo!
¡¡Venceremos!!
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