Por Norberto Ceresole
En un mundo globalizado, naturalmente, tienden a
desaparecer los polarizadores internacionales (centros con gran capacidad de acción
económica y/o estratégico-militar) y, en especial, los polarizadores clásicos,
que son los que operaron en los últimos tres siglos de historia occidental,
antes de la irrupción masiva de las razas "coloniales". La globalización es la hegemonía de
un solo polarizador. Los actores principales de la globalización tienen
como objetivo la maximilización de los beneficios y no la potenciación de su
propio Estado, aunque se trate de los Estados Unidos. Como entidad política y
geográfica, el antiguo país central puede entrar en declive por el mismo
proceso mediante el cual sus principales empresas logran beneficios crecientes.
La naturaleza del sistema internacional actual tiende
a definir, en la escala global, sólo dos "países", con sus
geografías y recursos desigualmente distribuidos: el país de los ricos o incluidos,
y el país de los pobres o excluidos. Las instituciones estatales de los países
excluidos, o "desgarrados", como las fuerzas armadas, deben
definir - en primer lugar ante sí mismas - qué "país" aspiran
a defender. Queda fuera de toda discusión, dentro de este modelo de gobierno
mundial, que todo intento de integrar "fronteras adentro" del
Estado-nación, es una actitud penalizada por la lógica del modelo. Uno de los
objetivos principales de los actores transnacionales es lograr la privatización
y la liberalización de los servicios –en especial de los servicios financieros-,
más la eliminación de los principios básicos de la defensa nacional, con el
objeto de eliminar cualquier amenaza de planificación económica nacional y de
desarrollo independiente.
Todas las instituciones integrativas dentro del
Estado-nación deben ser destruidas, "desprotegidas" de los
"favores" del Estado. Desaparece la "vieja"
configuración "nacional" del Estado. Queda vigente una nueva
configuración "estatal", la mayoría de las veces fragmentada o
desgarrada. Es por ello que no desaparecen todas las formas de proteccionismo.
Los mecanismos de protección son rediseñados para aumentar el poder y la
riqueza de las grandes corporaciones transnacionales (que no necesariamente son
multinacionales: gran parte del "capitalismo nacional" hoy se
ha trans-nacionalizado sin multi-nacionalizarse).
La globalización como modelo de gobierno mundial es
una estructura oligárquica que condena a la marginalidad al vasto "país"
mundial de los excluidos, a los pobres y sin poder, dentro y fuera de los
países centrales, dentro y fuera del espacio blanco-occidental. En el plano
político interno opera dejando grandes vacíos en el ordenamiento democrático,
de tal manera que la capacidad de decisión siga en manos de los que Adam Smith,
en el siglo XVIII, llamó "los amos del universo", quienes se
manejan "con el vil principio: Todo para nosotros, nada para los demás".
La organización oligárquica global succiona riquezas
para el "país de los incluidos" que está desigualmente
distribuido por toda la superficie del globo. Adam Smith acusaba a los
fabricantes y comerciantes de su época de "infligir horribles
infortunios y de perjudicar al pueblo de Inglaterra". Hoy en día, el
40% del comercio exterior de los Estados Unidos se realiza entre compañías
dirigidas en forma centralizada. Esas compañías pertenecen a los mismos grupos
que controlan la producción y la inversión.
El efecto que provoca la acción de la oligarquía
global sobre la totalidad del "país de los excluidos" es
auténticamente devastador. El abismo que separa a las regiones ricas de las
pobres se ha duplicado en las últimas dos décadas. La transferencia de recursos
del "sur" al "norte" fue de 400.000 millones de dólares
entre 1982 y 1990.
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