Por Alberto Buela
Muchas veces nos han preguntado
¿qué relación existe entre la filosofía occidental y la oriental?; ¿es la
filosofía o el pensamiento oriental superior al occidental?; ¿por qué ellos tienen
santones o mojes y nosotros tenemos filósofos o profesores?; ¿cuál es el último
fundamento de la diferencia entre ambas formas de pensar?. Estas y otras muchas
preguntas se realizan a diario en torno a la relación de los dos pensamientos.
En general puede decirse que en
Occidente se desconoce qué es lo que se piensa en Oriente y que en Oriente se
ha simplificado mucho cuál sea el pensamiento de Occidente.
Vayan pruebas al canto de un lado
y de otro: hoy la cultura norteamericana reduce la cultura árabe en su conjunto
a la categoría de terrorista y, por su parte, el mundo musulmán, que obviamente
no abarca toda la cultura árabe, reduce Occidente a los Estados Unidos y
algunos países de Europa.
A este desconocimiento mutuo, cateris
paribus, coadyuva el hecho cierto y verificable de que aquellos
occidentales que se lanzan a conocer el pensamiento de Oriente y todas su
variadas ramas y escuelas (el Tao-Te- King de Lao-Tsé-700 a.C. para China; el
budismo para la India; el sintoísmo japonés o el Zen; el sufismo para el
amplísimo y variado mundo musulmán, el judaísmo talmúdico, etc.) se transforman
ipso facto, no en estudiosos, sino en apologetas de aquello que se
pusieron a estudiar como novedad. Es decir, pierden todo espíritu crítico sobre
aquello que originalmente pretendían estudiar.
Se produce así un desvirtuado y
falaz acercamiento de Occidente a Oriente por vía de estos personajes, en su
mayoría mediáticos, (los Beatles, Richard Gere, Madonna, etc.) que adoptan la
pose de quien todo lo sabe.
Esta parodia del saber y conocer
el pensamiento oriental ha hecho mucho daño porque ha venido ocultando desde
hace más de medio siglo (en nuestro país la partida de nacimiento podría ser la
fecha de encuentro entre Victoria Ocampo y Rabindranat Tagore (1861-1941) y
termina con el enamoramiento entre Fernando Sánchez Sorondo y Sai Baba, que
tiene o tienen el récord de haberse tragado nueve penes en un solo acto
«místico»).Como vemos esta relación con Oriente es muy poco seria y deja mucho que
desear, sobre todo en nuestro medio.
Recordemos, al pasar, que en el
orden filosófico suramericano fue el liberal Vicente Fatone, embajador en la
India de la «revolución libertadora» que derrocara a Perón en el 55, quien más
contactos acumuló, y otro tanto ocurrió con el transandino Miguel Serrano, pero
en el caso del chileno resultó ser un nazi convicto y confeso. Como vemos la
relación con la India y sus pensadores dio tanto para un zurcido como para un
fregado.
Si elevamos un poco la puntería,
y saliendo del plano local, podemos afirmar que el primer filósofo stricto
sensu, que se ocupó del pensamiento oriental en su versión hindú fue en el
siglo XIX Arturo Schopenhauer (1788-1860): «Entre las cosas y nosotros se interpone
un velo engañoso, el velo Maya del que habla la sabiduría india, a través del
cual y casi por encantamiento, vemos las cosas como en sueño o como efecto de
una ilusión óptica: apariencia vana y fugitiva» .
Nuestra actividad regeneradora
del mundo y de la vida (el querer vivir), que para Schopenhauer, es caótica,
irracional y mala, halla su fundamento en el principio de la Noluntas:
negación de la voluntad de vivir, no querer. Así el hombre siguiendo este principio
debe convencerse íntimamente de la necesidad de la redención por el dolor. Y
convencido también de la justicia del dolor como pena inevitable de esa culpa
que es el querer vivir.
Así Schopenhauer llega a la
conclusión que sólo la aspiración a la Nada, la absorción del propio ser en la
Nada es la Noluntas.
Qué cerca que llegó el Pesimista
de Danzig al axioma capital del Buda relativo a que: el sentido de la vida se halla en la extinción del yo y la supresión de
la realidad tal como se nos da. El mundo es en sí malo y la existencia
del hombre se reduce al sufrir.
En cuanto a la noción de nada, no
la entendió en sentido nihilista (ex nihilo, nihil fit: de la nada, nada
sale) al modo occidental, sino vinculada a la idea de vacío, como ocurre con todo
el pensamiento oriental sobre el tema del ser y la nada. Estamos tocando acá
los últimos fundamentos de la diferencia en el pensar entre Oriente y
Occidente. Las nociones de ser, nada, creación, persona son sustancialmente
disímiles y su traducción se hace casi imposible.
Vemos como para el mundo oriental
la realidad, las cosas y el hombre, para existir verdaderamente se tienen que
convertir en el símbolo de lo que son. La magistral técnica espiritual de Oriente
para extinguir la realidad y el sufrimiento nos es (merced al connubio entre el
yoga y el dinero) prácticamente desconocida, y poco y nada ha influido sobre
Occidente cuyos pueblos son históricamente hablando partidarios de un heroísmo
activo que busca transformar el mundo y dominar la naturaleza.
Una segunda aproximación seria y
responsable entre el pensamiento oriental y el occidental es la que se realiza
entre miembros de la llamada Escuela de Kioto y el filósofo Martín Heidegger.
En el año 1921 concurre a Friburgo a participar de un seminario Hajime Tanabe,
uno de los pensadores más significativos del Japón, quien expuso invitado por
E.Husserl, en la época titular de la cátedra, sobre la filosofía Nishida. A él siguieron,
pasando los años, el barón Kuki, (el traductor de Ser y Tiempo al
japonnés), Keiji Nishitani, Tomio Tezuka, Tsuhimura, H. Hisamatsu y Daisetz
Teitaro Suzuki.
De este largo diálogo que duró
desde 1921 hasta la muerte de Heidegger en 1976, se puede concluir que el
filósofo de Friburgo es el más comprendido de los filósofos occidentales en
Oriente. Que la idea del ser como aquello que hace ser al ente, corazón de la
metafísica occidental, es traducida por el pensamiento (en este caso japonés)
por la idea de vacío. Que es el nombre eminente del ser para ellos.
Heidegger en sus últimos años
declaró que no tenía idea de qué era lo que encontraban sus amigos japoneses en
su filosofía y no creía que su pensamiento fuera comprendido acabadamente en el
ámbito oriental, pues le resultaba difícil creer a ciegas que sus ideas
tuvieran el mismo significado en una lengua tan ajena a Occidente.
La profundidad y consistencia de
este razonamiento en el atardecer de la vida del más significativo filósofo de
Occidente del siglo XX, nos obvia todo comentario. Dejemos que el lector saque
sus propias conclusiones.
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