Por Gustavo Morales
Era un joven
notario vallisoletano. Había llegado a Falange desde el PSOE. Destacó como
combatiente en el frente asturiano, donde fue herido dos veces en combate. Fue
nombrado jefe comarcal de FET por Germán Álvarez de Sotomayor en junio de 1937
y jefe provincial en noviembre, después de combatir varios meses en Asturias.
Fernández-Cuesta lo destituyó por realizar una concentración en la plaza de
toros de La Coruña el 24 de abril de 1938, excesiva para algunas de las
familias alzadas. Salvador había lanzado una campaña con el lema «Abajo la
burguesía». Ese año marchó de nuevo al frente, combatiendo en Castellón, con la
graduación de sargento obtenida por méritos de guerra (Moreno Juliá 2004: 45).
Payne le
describe como «nazi ardiente, cuyo objetivo era levantar un sistema sindical poderoso
y relativamente autónomo como elemento decisivo del nuevo régimen» (Payne 1997:
523). La designación como delegado llegó el 9 de septiembre de 1939; tenía
Gerardo Salvador 29 años. Su cargo dependía del vicesecretario general, Pedro Gamero
del Castillo, amigo suyo, y del secretario general de FET y de las JONS, general
Agustín Muñoz Grandes. El nombramiento de Gerardo Salvador Merino era políticamente
intrascendente en apariencia, un funcionario de segunda fila en una delegación
nacional. Pero Muñoz Grandes no había elegido a Gerardo Salvador por su docilidad.
«El nombramiento de Salvador Merino es buena prueba de por dónde iban los
intereses e inclinaciones políticas de Muñoz Grandes durante su paso por la Secretaría
General» (Togores Sánchez 2007: 227). Muñoz apoyaba a Salvador quien se adscribía
al grupo más radical de la Falange, convencido de la necesidad de contrarrestar
la importancia de la masa derechista mal asimilada durante la guerra.
Según Manuel
Penella, el secretario de Ridruejo, el general se «había entendido muy bien con
Gerardo Salvador Merino, hasta el punto de que había pensado lanzarse por su cuenta
a la conquista de Gibraltar para poner a Franco ante un hecho consumado y obligarle
a hacer la revolución» (Togores Sánchez 2007: 247). Gerardo Salvador se rodeó
de gentes de su confianza, entre los que se hallaban relevantes camisas viejas.
«Lo que planeaban Salvador Merino y sus colaboradores había de ser un Nacional–sindicalismo
que estuviese alejado de los sindicatos “libres” [...] que correspondiera a las
exigencias de la clase trabajadora española» (Ruhl 1986:63). En 1940 todavía
era posible la revolución. Algunos de los colaboradores de Serrano le
abandonaron para irse con el enérgico delegado sindical. El poder de Salvador Merino
creció porque pudo moverse con independencia debido a varios factores. Serrano
Suñer se afanaba en acaparar el control del nuevo Estado. Estaba vacante la Secretaría
General de FET y de las JONS tras su abandono por Muñoz Grandes. Entre los
dirigentes falangistas existía un déficit de liderazgo.
La
reestructuración sindical emprendida por Salvador fue total hasta llegar a la
citada Ley de Unidad Sindical de 1940 en la que se aseguraba el predominio de
los Sindicatos ante las casi existentes asociaciones profesionales y
empresariales que quedaban fuera y que acabarían integrándose en los mismos.
Gente próxima a Dionisio Ridruejo, en el boletín que publicaba la Delegación
Provincial de Barcelona, escribía en julio de 1940: «Encuadrados en nuestros
Sindicatos existen una gran cantidad de empresas y de productores que no se
encuentran en su sitio. Que están con nosotros por las circunstancias a
disgusto. Su incorporación a nuestros Sindicatos ha sido su mal menor. Expresado
en dos palabras: están incómodos. Denotan su casta […] caciquil, siguen haciendo
política cobarde y destructora y quieren hacer cundir en otros la desanimación;
pero no saben cuán lejos están de esto».
Hans Thomsen, el
representante nacionalsocialista en Madrid, preparó a Salvador Merino un viaje
especial a Alemania para que conociera de primera mano el Frente de Trabajo
Alemán y pudiese realizar acuerdos para que obreros españoles empezaran a trabajar
en la industria del Reich como así fue. «Como aliado para sus
intenciones se ofreció, en primer lugar, la Auslandsorganization (Organización
para el Extranjero) del NSDAP, que se había establecido en España durante la
Guerra Civil y relacionado con los viejos falangistas» (Ruhl 1986: 19). Simultáneamente
Salvador Merino ofrecía 100.000 trabajadores al Frente del Trabajo alemán
(Togores Sánchez 2007: 334). En octubre de 1940, Salvador Merino afirmaba que
«ha de advertirse que, dentro de muy pocos días, los Sindicatos Nacionales
tendrán de hecho y por derecho atribuciones de enorme trascendencia y
responsabilidad respecto a la ordenación económica nacional, con vistas a una
unidad, siquiera de instrumentación, de la política económica del Estado». En
diciembre de ese mismo año se promulgó la deseada Ley de Bases de la Organización
Sindical que, pese a no corresponder en su totalidad con los proyectos y propuestas
presentadas desde la Delegación, fue saludada con alborozo por las jerarquías
sindicales. Salvador organizó los sindicatos en tres secciones y nueve servicios
con muchas similitudes con la Italia fascista. «Los líderes de FET estaban comprometidos
en una retórica auténticamente anticapitalista» (Payne 1997: 523).
La Delegación
Nacional de Sindicatos la definió Germán Álvarez de Sotomayor como «refugio o
reducto último de nacional-sindicalistas» en el I Congreso Sindical, celebrado
del 11 al 19 de noviembre de 1940. Muchos falangistas negaban reconocer el Estado
sindical en el Régimen nacido del 18 de julio. Querían hacer la revolución tras
la guerra, para ello daban a Falange un papel rector en la Organización
Sindical con enorme influencia en la economía nacional a través de los
Sindicatos Nacionales, que habían sido unificados y estaban en sus manos
azules. Lograron promulgar la ley de Constitución de Sindicatos. En ese momento
habían sido organizados por completo diez sindicatos, entre ellos metalurgia y
textil. Serrano Suñer ofreció a Salvador la cartera de Trabajo para convertirle
en su aliado y, además, poder fiscalizar, desde el Gobierno, la ya poderosa
Organización Sindical que pertenecía a FET, pero Gerardo Salvador consideraba
que había llegado el momento de la verdad y quería más: pidió la Secretaría
General del Movimiento y el Ministerio de Gobernación, que, en aquel momento,
controlaba Serrano, quien era titular de Asuntos Exteriores.
De hecho,
Salvador era un auténtico revolucionario, que con la Ley de Unidad Sindical, extendió
por toda España en 1940 una red sindical acometiendo obras sociales novedosas y
avanzadas. Su poder se manifestó de forma pública en una multitudinaria concentración
de obreros el 31 de marzo de 1940, celebrando el primer año de paz, que marcha
por La Castellana gritando que los trabajadores han conquistado el poder y el Estado
Sindical va a ser implantado. La demostración levantó las iras y el miedo de poderosos
sectores del capitalismo y del Ejército, así como de los monárquicos. El general
Varela juró que acabaría con la carrera política de Salvador. Los tres sectores
se pusieron de acuerdo en la necesidad de abatir al poderoso jefe sindical
falangista, reduciendo el poder de los azules.
En octubre de
ese año, menospreciando a sus enemigos, Salvador Merino proclama: «Ha de
advertirse que, dentro de muy pocos días, los Sindicatos Nacionales tendrán de hecho
y por derecho atribuciones de enorme trascendencia y responsabilidad respecto a
la ordenación económica nacional, con vistas a una unidad siquiera de
instrumentación de la política económica del Estado». Analizando la nueva ley
sindical, Pío Miguel Izurzun, el delegado de sindicatos de Barcelona, con cerca
de medio millón de afiliados, expresó: «La ley termina con los jerarcas
irresponsables del capitalismo, anula las fuerzas ocultas y mágicas del poderío
financiero. En una palabra comienza solemnemente la verdadera Revolución
Nacional contra una serie de siglos de orden antiespañol y anticatólico,...
capitalista y marxista». Esa ley integraba a las asociaciones de tipo gremial,
fueran profesionales o empresariales en una única organización. El descontento
entre los falangistas, a finales de 1940, llevó a Dionisio Ridruejo a hablar a
«un confidente del SD [Sicherheitsdienst, servicio de información de la Schutzstaffel,
las SS nazis] de un derrocamiento político que se llevaría a cabo en breve y
con probabilidades de éxito» (Ruhl 1986: 64). Los miembros del círculo
reformista que rodeaba a Serrano Suñer le exigieron un golpe de timón. Querían
la Presidencia del Gobierno, los Ministerios de Asuntos Exteriores, Gobernación
y Educación; fundiendo los Ministerios de Agricultura, Comercio e Industria en
uno solo de Economía. Amenazaron a Serrano Suñer con pasar a la oposición y
dimitir en masa como así hicieron, aunque algunos por poco tiempo.
Gerardo Salvador
Merino visitó Alemania, el 29 de abril de 1941. El 7 de mayo se había reunido
ya con los ministros Goebbels, Ribbentrop y Funk, además de con Rudolf Hess. Le
atendieron con esmero dado que «el espionaje alemán informó de que Salvador Merino
estaba involucrado en una conspiración (Yagüe, Aranda, Asensio y Muñoz Grandes)
dirigida a formar un nuevo Gabinete, constituido por militares y falangistas, del
que quedase excluido Serrano». (Moreno Juliá 2004: 47). A su regreso, Salvador afrontó
el II Consejo Sindical bajo las atentas miradas del nuevo secretario general de
FET, José Luís Arrese, y de Serrano Suñer. Arrese había sido nombrado
secretario general a pesar de la acusación del teniente coronel Écija quien
avisó a Franco que Yagüe conspiraba con Arrese contra la Jefatura del Estado
(De Diego 1991: 104). Gerardo Salvador en su alocución al Caudillo para
ofrecerle los resultados del Consejo, utilizó un tono que manifestaba que el
delegado ignoraba su próximo cese en semanas. Exigió más poderes para los
Sindicatos, donde Muñoz Grandes había aconsejado que se admitiera a
todos los obreros de cualquier procedencia, y su aplicación con inmediata fuerza
coactiva para toda la Nación española y que se dictase la inmediata y solemne proclamación
de la más terminante unidad política en el campo español bajo el mando de la
Organización Sindical.
El 7 de julio de
1941 se casó Gerardo Salvador en Barcelona, partiendo de luna de miel a
Baleares a donde regresará preso como sarcasmo histórico. Salvador Merino
volvió a Madrid recogido por un avión Junker. Conocedor del órdago perdido ante
el cuñado de Franco, el delegado nacional de Sindicatos vio menguadas sus
atribuciones. Al principio entabló contacto con los falangistas rebeldes, como
el coronel Rodríguez Tarduchy o Patricio González de Canales, pero no quiso
unirse a sus tramas. Salvador rechazaba esas aventuras clandestinas. Después
buscó el sostén de los camisas viejas mejor colocados como Pilar y Miguel Primo
de Rivera, Mercedes Sanz Bachiller o Martínez de Bedoya. Salvador Merino vio
declinar su estrella y comprendió que en poco tiempo el jefe del Estado se
desharía de él y de su obra en la Delegación de Sindicatos. El Gobierno le
había consentido el discurso radical, era necesario para encuadrar al proletariado
español, influenciado por el anarcosindicalismo. Pero Gerardo Salvador había
sobrepasado los límites del sistema al proyectar hacerse con el control de la economía
nacional para obtener el poder. Para este nuevo golpe de timón, Franco había nombrado
secretario general del Movimiento a José Luís Arrese, el falangista rebelde detenido
en 1937 por oponerse a la Unificación, con el encargo de reorganizar y disciplinar
el partido FET y desactivar cualquier veleidad radical. En la reestructuración de
mayo de 1941 Girón de Velasco fue nombrado ministro de Trabajo. Ese Consejo de Ministros
acordó de forma unánime la destitución inmediata de Gerardo Salvador por «pertenencia
a la masonería y a círculos socialistas durante la II República». Los periódicos
del régimen airearon oportunamente su presunta pertenencia a una logia masónica,
que nunca fue probada aunque sí muy aireada por la BBC británica. Del socialismo
sí venía como el mismo Salvador había reconocido en su ficha de afiliación a
Falange. Había abandonado el PSOE cuando miembros de éste atentaron contra la vida
de su padre, en mayo de 1933. Tanto él como sus más próximos colaboradores fueron
expulsados de FET y de las JONS. Fue confinado en Baleares a finales de 1941. «Salvador
Merino que asustó a empresarios, Ejército e Iglesia y que fue convenientemente
purgado» (Blanco).
Extraído de la obra Falangistas en la oposición.
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