Por Ernst Niekisch
La democracia burguesa es una forma básica
de “integración”, de incorporación de las masas en el organismo social – su
subordinación a una dirección política. No es de ningún modo la directa
autodeterminación del pueblo tal y como tantas veces suele autodefinirse. Es
muy dudoso que, excepto para grupos numéricamente pequeños, pueda llegar a ser
realmente un vehículo posible para una autodeterminación real. En la expresión “soberanía
popular” queda claramente indicado que la relación de soberanía no ha quedado
de ningún modo superada. Uno llega a esta conclusión, cuando contempla la
democracia en su desarrollo histórico como el resultado de luchas sociales y
políticas internas en las Naciones. Para ello, es necesario considerarla en su
relación con las otras dos formas de soberanía, la monarquía y la aristocracia.
La monarquía es la soberanía de una familia.
A través de su monopolio de la soberanía, se eleva como la familia más
distinguida. Ella necesita de una gran autoridad para poder mantenerse en su
posición sin ser discutida. Sin embargo ella sólo conservará su autoridad
importunada siempre y cuando se muestre como administrador y fiduciario de los
poderes particulares estamentales, así como de las intereses generales del
país. Los intereses particulares estamentales son los que le otorgan protección
y defensa; cuando estos intereses ven en el monarca el garante de sus
privilegios, éste puede llegar a convertirse para ellos, incluso, en el símbolo
de su propia existencia. Tan estrechamente llegaban a vincularse los intereses
estamentales con los de la familia que representaba la monarquía, que con ésta
existían y caían. Los estratos más bajos de la población estaban expuestos a la
explotación de las clases más privilegiadas, pero por otro lado disfrutaban de
un mínimo de protección que les permitía seguir existiendo; y este mínimo fue
lo que permitió que se dejaran atrapar y dominar por el orden político-social
de la época.
La aristocracia, aquí la soberanía de una
nobleza hereditaria, se posiciona ante la monarquía, la soberanía de uno solo,
sobre sus propios pies. El monarca ya no es la figura representativa y
organizadora de un determinado orden social (estamental), éste orden social
busca sostenerse por sí mismo. Los miembros estamentales se guardan para sí
mismos los honores que le eran concedidos a una familia dominante en la
monarquía. Ellos conforman un grupo más o menos cerrado, entrar en él le
asciende a uno al más alto grado de distinción en la sociedad. Las aristocracia
es el poder ordenador, la cabeza del cuerpo social. Todos los privilegios les
pertenecen debido a su función directora. Es sacrílego, como en el caso del
monarca, el observarles a ellos o sus actos de un modo crítico para los
miembros de los estratos inferiores de la sociedad. Las cámaras de tortura de
Venecia, fueron uno de los medios más terriblemente intimidatorios para acallar
cualquier intención crítica. La masa es atendida como en la monarquía, su
bienestar es garantizado únicamente a través de los cuerpos estamentales. A las
masas les falta la capacidad para protegerse a sí mismos, carecen de un nivel
de preparación suficiente, son mantenidos en la ignorancia y este nivel de
dependencia de las clases superiores permite la explotación. Para las clases
altas, ellos son el populacho estúpido e inculto incapaz de saber por si mismos
qué es lo que les conviene – y en su mayoría las clases populares también aceptan esta
idea sobre sí mismas.
La democracia surge como movimiento de
protesta y oposición frente al orden propio de la monarquía y la aristocracia.
Miembros de los estratos inferiores, sin autoridad ni derechos en la sociedad
estamental, que debido a una serie de transformaciones económicas y sociales
han logrado alcanzar la riqueza y el bienestar, no quieren seguir encontrándose
en el desprecio social y la incapacidad política en la que se encuentran – son
los burgueses. Ellos se erigen como voceros de las masas más desfavorecidas,
las cuales se hallan igualmente lejos de los privilegios estamentales y por
ello les resultan fáciles de seducir. En este enfrentamiento contra los
privilegios forman un frente común, burgueses y masas proletarias, las
diferencias de intereses entre unos y otros se desvían y desaparecen ante el
enemigo uniforme. Frente a monarcas y aristócratas se proclaman como “Pueblo”.
El sentido de su movimiento es expulsar la nobleza. El “Pueblo” que se quiere
autodeterminar, es en realidad un grupo de plebeyos enriquecidos, nuevos ricos,
aquellos burgueses que han logrado llegar a algo económicamente y que ahora
también quieren llegar a algo social y políticamente. Este grupo usa el idioma
del hombre común para obtener así el puesto de representante de éste, su
dirección, frente a los privilegiados. Así consiguen ellos un apoyo
en las masas con el que poder transformar el orden anterior para su beneficio
particular. La democracia es el gobierno, la soberanía, del estrato burgués,
que ha convencido a las masas que entre ellos no existe ninguna contradicción
de intereses, que cuando ellos se autodeterminan también la masa proletaria
logra a su vez la autodeterminación para sí misma.
Fue una ficción, pero la ficción funcionó y
fue aceptada como verdad. El “Pueblo” se ha elevado a la soberanía frente a los
poderes anteriores, este era el argumento de la fábula convenida. En realidad
el estrato social de los nuevos ricos, los burgueses, sólo habían empujado a la
aristocracia contra la pared para ponerse a sí misma en la parte soleada; ellos
simplemente cambiaron el orden de soberanía a su favor. La acción contra los
antiguos señores queda del todo completada, cuando éstos se ven forzados a
integrarse en el nuevo orden. De los aristócratas, tal y como sucedió en
Inglaterra, deviene la alta burguesía. Este es el modo mediante el que ellos
descendieron al “Pueblo”. Entre tanto el Pueblo, las masas, permanecen como
objeto del poder, la nueva clase alta, privilegiada, no va a renunciar de
ningún modo a su rango superior a favor de ellos. Sólo que ahora la masa no
debe percibir que ella permanece abajo. La nueva clase alta no se muestra en su
condición privilegiada tal y como anteriormente sucedió con la aristocracia o
la monarquía. Ella se disfraza como si fuera uno más, ella no llama
teatralmente la atención: ella aparece como si no existieran diferencias. Ella
tampoco se cierra inaccesible, sino que acepta de grado los elementos más
brillantes, y trepadores, del proletariado. No sólo para rejuvenecerse, sino
sobre todo para quitarle a las masas las mejores fuerzas haciéndolas propias y
prevenir también la aparición de cualquier movimiento de oposición peligroso.
Pues un esfuerzo concentra ahora la mayor atención entre la nueva clase
dirigente: no permitir ninguna conciencia de oposición entre ellos y la masa
explotada. Cada burgués se presenta como un “hijo del pueblo”; la igualdad de
derechos, que es introducida formal y pomposamente, debe extender la apariencia
de que todos son iguales. Con cautela se desvían las miradas de las grandes
diferencias de patrimonio, privilegios y poder; éstas son tratadas como
casualidades insignificantes y sin importancia. La propaganda también puede
construir o exagerar las historias de hijos del proletariado que alcanzaron su
privilegiada posición. Las masas deben creer que ellos y la clase alta son una
sola y única cosa; precisamente es esta sensación de unidad, en la que se
encuentran la masa y la clase dirigente, la premisa básica de la que en la
democracia surge la idea de Pueblo como acontecimiento (1). La idea de
pueblo, une la clase dirigente y la masa; la democracia es el aparato político
mediante el cual esta unidad aparente es realizada a nivel institucional.
Democracia es un concepto político
originario de la antigua Grecia. En aquel tiempo nunca fue entendida para
concederle sus derechos a los esclavos, sino que sólo los ciudadanos libres
contaban como “pueblo”. La asamblea popular en el ágora era soberana en tanto
que se apropiaba de toda competencia de gobierno, cada puesto de la
administrativo podía ser ocupado por cualquier ciudadano libre por votación o
por azar. Donde las instituciones funcionaban, le era insinuado a cada
ciudadano libre, el cuidar el sentimiento de que él tenía cosas que decir y que
podía participar. Pero los verdaderos gobernantes, los ricos y poderosos,
permanecían a la sombra; desde la oscuridad compraban votos, movían a sus
asalariados, ponían sus numerosas influencias en funcionamiento – siendo los
verdaderos gobernantes, por encima de los incautos que vivían en la
fantasía de que participaban en todo aquello. Justamente la circunstancia de
que actuaran desde lo oculto, desde donde no se les podía atacar o capturar,
pero manejando las masas en público, marcó la superioridad de la democracia
frente a la aristocracia – ésta perdió su “popularidad”. La democracia
era una cosa del pueblo, de la masa, y no la mera cuestión de un elegido o de
una minoría.
El prestigio de la democracia no quedó
excesivamente afectado por el hecho de que en muchos casos el grado de
participación se limitara en base a criterios de nivel de patrimonio. La
eliminación de estas limitaciones, que normalmente deberían haber sido el
camino natural hacia una verdadera realización de la "soberanía
popular", fueron contempladas como degeneración, depravación,
decadencia y estigmatizado como Oclocracia, “el gobierno del
populacho”. En realidad, el gobierno del populacho consistía en aquellos
casos en los que la capacidad de control e influencia de los poderes fácticos
eran interrumpidos o anulados por algún motivo, las masas quedaban liberadas y
no seguían sintiéndose ligadas a sus obligaciones para con la clase dirigente, fracasando
así el objeto fundamental de la democracia. El anhelo de toda clase dirigente
es mantener a los gobernados en calma, adormecer sus intenciones críticas, no
permitir que afloren dudas sobre el sistema usado, imposibilitar sus
cuestionamientos, y taparles la boca si es necesario. La ostentosa
representación de la aristocracia feudal, sorprende, intimida, hace enmudecer,
lleva a la admiración y maravillamiento a los plebeyos, que así bajan la cabeza
sumisos. La fuerza ejercida, la explotación, se muestra soportable porque los
que la ejercen se imponen a través de la excelencia de sus decorados. De lo que
se trata es de marcar las diferencias al máximo convirtiéndolas en inviolables.
La nueva aristocracia del dinero, en cambio, no hace uso de ese aspecto
imponente: ella educa parásitos y no siervos sumisos. Ella tiene todavía una
necesidad mayor que los antiguos terratenientes de disfrazarse, pero en este
caso de un modo del todo distinto. La "soberanía del dinero" mueve
los más altos instintos del hombre contra sí mismo, si se la contempla como
dominación. Cuando se muestra alguna contradicción contra ella debe en seguida
apaciguar, encubriendo y negando su carácter dominador y explotador. No existe ningún
órgano que disfrace mejor el carácter dominador de la "soberanía del
dinero" que la democracia; ella es el más notable encubridor del
carácter dominador de la plutocracia.
En el lugar del ágora de la antigüedad, se
presenta en las democracias modernas el parlamento; éste es un comité del
pueblo. Éste es votado, y cuanto más generalizado esté el derecho a voto, más
democráticamente válido se le considerará. Cuando todo ciudadano mayor de edad,
de cualquier sexo, sin importar su empleo o posesiones, puede votar y ser
votado sin reservas, se ha cumplido con la exigencia democrática esencial – el
sufragio universal. Toda la actividad política del pueblo consiste en su acto
de votar, es el acto mediante el cual cede sus poderes y soberanía a sus
elegidos. Esta cesión de poder debe tener lugar sobre unas bases convenidas: el
pueblo en su masa es totalmente incapaz políticamente, es necesario un órgano
para la acción política, que lo represente y dirija. El parlamento es ese
órgano (2). Ahora exige la lógica democrática que este órgano sea algo más que
decorado o un punto de expresión y desarrollo de la oposición en el que poder
tenerla controlada tal y como sucedió en Alemania hasta 1918 (3). El “Estado”
es según su esencia la sustancia de la burocracia administrativa, judicial y
militar que es establecido y organizado para la observación de los intereses de
una clase dominante; él es el instrumento de dominación de la clase dirigente.
La democracia tiene la tendencia de desmontar toda forma de vida propia a esta burocracia. El funcionario debe ser una mera
herramienta, sin espíritu ni carácter propio, al servicio del Estado, que se
halle en una dependencia sin condiciones del parlamento. Debe ser únicamente
especialista en resolución de tareas, pero sin pensar por sí mismo. Eso ya lo
hace el parlamento por él. Todo pueblo está dividido en su seno por las
contradicciones de intereses de las diversas facciones y sensibilidades que
conviven en su seno. Estos intereses encuentran en los partidos sus órganos de
expresión. En el parlamento es llevado a cabo un compromiso: aquel que se
subordine a unos determinados códigos basados en los intereses generales de los
ciudadanos (4), a los que se deben subordinar todos los intereses particulares
o de partido.
Este "interés general" viene
garantizado en la base constitutiva de esa ordenación (LA CONSTITUCIÓN) y su
puesta en duda es un acto prácticamente sacrílego dentro del orden
democrático(5). Sólo los partidos que se comprometan con estos “valores” serán
considerados como “serios”, mientras que aquellos partidos que no los
garanticen serán perseguidos, vejados o marginados. De este modo la democracia
permanece como una organización de dominación burguesa, cuyo funcionamiento
está garantizado siempre y cuando las masas no usen su derecho a voto como arma
contra los intereses burgueses – es decir, siempre y cuando sigan votando a los
partidos “serios” (constitucionales). Si esto llega a suceder, se
muestran los intereses burgueses inmediatamente dejando muy claro que estos no
están dispuestos a permitir que se les rompan el invento sin reaccionar.
La democracia burguesa moderna es la
realización del sistema parlamentario (6). Ésta es la maquinaria mediante la
cual la determinación general popular es transformada en poder en manos de una
minoría con poder decisorio en los acontecimientos prácticos del día a día. El
efecto que ésta debe llevar a cabo es el de que el Pueblo viva en el
convencimiento de que nada acontece sin su consentimiento expreso.
NOTAS:
(1) En la actualidad se usa más el término
“ciudadanos” y “ciudadanía” debido al desgaste que sufrió la palabra “pueblo”
durante los regímenes nacionalistas y fascistas de mediados del siglo XX,
particularmente en Alemania – casualmente en el idioma alemán la palabra
ciudadano y burgués se unen en una sola: “Bürger” – e Italia.
(2) En una relación muy similar al de la
aristocracia en el período feudal, que gobierna a una masa a la que es
considerada incapaz de saber lo que le conviene.
(3) Año del fin de la Primera Guerra Mundial
y de la caída del Segundo Reich y la monarquía "constitucional" de
los Hohenzollern, quemantenía al parlamento bajo control.
(4) De nuevo existe una polisemia. Del mismo
modo que “Bürger” significa a un tiempo burgués y ciudadano, bürgerlich
significa burgueses y ciudadanos (adj.). El autor juega con esta polisemia.
(5) Del mismo modo que fue en otro tiempo
sacrílego el cuestionamiento de la figura del monarca o del aristócrata.
(6) Éste ya existía con anterioridad.
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