Bajo el título L’ultimo Poeta
Armato [1] se ha publicado recientemente en Italia un interesante estudio sobre
Alessandro Pavolini, Ministro-Secretario del Partido Fascista Republicano (PFR)
durante la breve y tormentosa etapa de gobierno de la República Social Italiana
(RSI) también conocida como “república de Saló”.
No tendría nada de sorprendente
este hecho si no fuera por la circunstancia extraordinaria de que se trata del
primer trabajo serio acerca de la vida y de la obra del personaje tal vez más
influyente y atrayente de la RSI (se le ha llegado a calificar como el
“Saint-Just de Saló” o, incluso, “Lin-Piao con camisa negra”) salido de un
autor y de una casa editorial que pueden ser adscritos sin dificultad al
complejo mundo político-cultural denominado “neofascismo”.
¿Cómo es posible que a casi
sesenta años de su trágica desaparición ningún estudioso cualificado de esta
área político-cultural haya sentido la necesidad, no ya de reivindicar
ideológica y humanamente la figura de Pavolini, sino, ni siquiera, de plasmar
por escrito lo esencial de su pensamiento y la naturaleza de su obra?
Hasta el momento, sobre Pavolini,
aparte de condenas unánimes desde el antifascismo y silencios cómplices desde
el neofascismo, existía sólo una biografía donde se narraba de forma algo
novelesca los episodios fundamentales de la vida y muerte del jerarca fascista,
cuyo título era ya de por sí bastante explícito: Pavolini: El Superfascista.
Publicada por primera vez en
1982, escrita desde una abierta hostilidad política, no carecía sin embargo de
expresiones de admiración sincera por la personalidad del único dirigente de
Saló apresado con las armas en la mano y haciendo uso de ellas antes de ser
herido, capturado y finalmente fusilado junto a otros ministros y dirigentes
fascistas especialmente comprometidos con la línea intransigente y
revolucionaria que el secretario del PFR encarnaba.
“SALÓ NEGRA” VERSUS “SALÓ TRICOLOR”
En su muy documentado estudio,
Massimiliano Soldani no entra en las razones que han llevado al olvido, a la
negación, a la erradicación incluso, de la figura humana y política de
Alessandro Pavolini dentro del ambiente político neofascista, pero aporta
significativos elementos de juicio para ratificar una tesis poco conocida pero
que no carece de interés, y que explicaría tomas de decisión y opciones
políticas tanto durante como después de la experiencia histórica de la RSI.
Según esta tesis, habrían
existido, a efectos interpretativos, dos “Saló”. Por un lado, la “Saló negra’
agrupada alrededor del Partido y del liderazgo de su Secretario, y por otro, la
“Saló Tricolor” que afirmaba la preeminencia de la nación contrapuesta a la
facción, es decir, al fascismo y que se reconocía en las figuras de militares
“apolíticos” y en las propias Fuerzas armadas como garantía de la continuidad
nacional.
Las figuras más representativas
de esta última tendencia serían precisamente dos destacados exponentes de la
casta militar italiana: el mariscal Rodolfo Graziani, comandante de las fuerzas
militares de Saló y ministro de Defensa, y el príncipe Junio Valerio Borghese,
comandante de la X Flotilla MAS, una de las más importantes unidades militares
del Regio Ejército italiano hasta 1943 primero y de la RSI después del infame
armisticio del 8 de setiembre del mismo año.
No por casualidad, tras la
derrota de las fuerzas del Eje y la ulterior proclamación de la “república
democrática” italiana, será este “Saló tricolor” el que encarne la presunta
“continuidad ideal” con la República Social Italiana, convirtiéndose así en
fuente de dudosa legitimidad para las fuerzas políticas que reivindicaban la
herencia del último fascismo.
De hecho, Graziani y Borghese, se
sucederán en la presidencia tanto del Movimiento Social Italiano (MSI) como de
las asociaciones de excombatientes de Saló, pero ninguno de los dos, así como
muchos otros militares y civiles que se identificaron con ellos, no se habían
adherido a la RSI por razones políticas e ideológicas (nunca fueron fascistas,
ni nunca se declararon como tales) sino por valoraciones de orden personal y
sentimental (meramente patrióticas), cuando no para cometer actos de sabotaje
interno contra el esfuerzo de guerra de la Alemania nacionalsocialista y del
fascismo italiano.
EL FASCISTA DE “FAMILIA-BIEN”
Alessandro Pavolini nació en
Florencia el 27 de septiembre de 1903 en el seno de una familia de la alta
burguesía toscana. Su padre, Paolo Emilio, académico de Italia, era uno de los
más célebres filólogos de su tiempo, experto en lenguas indoeuropeas, políglota
y hombre de inmensa cultura, entre otras cosas, una autoridad mundialmente
reconocida en sánscrito.
En este ambiente familiar,
elegante e ilustrado, crecerá el joven Alessandro, frecuentando desde la
adolescencia los salones y los círculos de la aristocracia florentina y de la
intelectualidad burguesa más refinada. Nada hacía presagiar que el joven de
“familia-bien” habría de convertirse con el transcurso del tiempo en el más
radical e intransigente líder del fascismo revolucionario, el más comprometido
con sus tendencias sociales (en realidad, socialistas) y el más firme
partidario de la línea proletaria.
El fascismo florentino,
tumultuoso e inquieto, verá en setiembre de 1920 el ingreso en el partido del
joven intelectual burgués, que participará de lleno en las luchas intestinas
del fascio toscano. En Octubre de 1922 se integra en las escuadras florentinas
que han marchado sobre Roma. De regreso a su ciudad, continua ascendiendo en
el organigrama local del Partido Nacional Fascista (PNF), publica su primer
libro (“Giro d’ltalia”, 1927) y se convierte, en 1929, en fedérale de la provincia.
Como máxima autoridad política de
Florencia acomete importantes empresas de carácter civil y, especialmente,
cultural. En medio de una viva polémica estética hará construir la nueva y
funcional estación central de Florencia. También serán criaturas suyas el
Circuito automovilístico de Mugello y el Estadio municipal de Campo de Marte.
Aún hoy, a pesar del tiempo transcurrido, sobreviven en Florencia
acontecimientos culturales pensados, diseñados y puestos en marcha por el
futuro comandante de las Brigadas Negras: el Mayo musical, el encuentro anual
de “calcio medieval” y la muestra de
artesanía en Ponte Vecchio.
El mismo año de su nombramiento
como fedérale, Pavolini funda un semanario titulado Il Bargello, órgano de la
federación fascista florentina, que aparecerá hasta el año 1943 y que será, sin
lugar a dudas, “el periódico fascista más interesante y más abierto” (Petacco).
Por lo demás, el fascio toscano había dado muestras ya de una inquietud
político-cultural y de una vivacidad ideológica que escapaba a los burocráticos
esquemas de la normalización e institucionalización del régimen de Mussolini y
del PNF tras 1925. La Conquista dello Stato de Malaparte, Il Selvaggio de
Maccari o L’Universale de Berto Ricci, son buena muestra del inconformismo de
la publicística fascista local.
El Fascismo-régimen había
transformado la revolución en administración, marginando a los partidarios del
fascismo-movimiento que vivirán desde entonces en una especie de exilio
interior hasta la proclamación de la RSI.
EL FASCISMO COMO REVOLUCIÓN DEL
PUEBLO
“Nuestro semanario quiere ser un
periódico a la florentina, no una revista a la americana. Vino nuevo y, sobre
todo, vino nuestro”, declarará en el primer editorial de Il Bargello su
director, Alessandro Pavolini.
La temática de la revista será
común a muchas otras iniciativas desperdigadas por el continente europeo en
aquellos años y participará de una cultura política común a buena parte de la
intelectualidad inconformista de entreguerras, la cual posteriormente será calificada,
un poco sumariamente, como “fascismo de izquierdas”.
El Fascismo como Revolución del
Pueblo o como fenómeno universal, como revolución radical continua o como
vanguardia revolucionaria de masas encuadradas totalitariamente en una batalla
antiburguesa y antidemocrática que debería llevar a un mundo nuevo. Tal es la
temática de fondo de la revista creada por el comisario federal florentino.
Por ello, no duda en aglutinar
las tres revoluciones en marcha en la Europa de la primera posguerra: “Masas
revolucionarias disciplinadas y ardientes llenan las plazas y los estadios de
Roma, de Moscú y de Berlín. Camisas negras, blusas soviéticas y camisas pardas.
Fascios litorios, estrellas rojas, cruces gamadas. Y millones de rostros y de
gritos. Y tres almas colectivas.”
Nada distinto de lo que
escribiría, algunos años después, Ramiro Ledesma Ramos en su Discurso a las
Juventudes de España dentro de su digresión sobre el perfil subversivo de la
nueva Europa revolucionaria. Y con ellos, otros tantos teóricos del pensamiento
antidemocrático [1].
De la coherencia fascista y
radical del pensamiento pavoliniano ya en aquella época da muestra el siguiente
fragmento del libro de Soldani: “Contrariamente a cuanto se ha escrito, la
maduración ideológica y personal de Pavolini no tiene nada que ver con la de
Galeazzo Ciano, así, será precisamente en 1938 (periodo exitoso para el
Ministro del Interior) cuando comenzará el distanciamiento intelectual entre
los dos: una fractura insubsanable a causa sobre todo del diferente modo de
entender el Fascismo. El primer signo de este desacuerdo (…) se manifestará
durante la crisis española y la guerra civil (…). Durante su breve etapa
española, de hecho, había quedado impresionado por la figura de García Lorca,
por sus poesías y por su trágica muerte. [Pavolini] No admiraba a Franco, ni a
la España franquista a la que se negaba a considerar un Estado Nuevo, es decir,
revolucionario según la acepción fascista (…)“
En realidad, los motivos del
apoyo del régimen de Mussolini al alzamiento militar de Franco no fueron nunca
de orden ideológico, como tampoco lo fue la hostilidad contra la Segunda
República española [2]. No era algo excepcional, Berto Ricci, uno de los
principales intelectuales del fascismo radical durante los años treinta, se
hacía eco de esta falta de compromiso del fascismo con las tendencias
reaccionarias del momento: “Las famosas persecuciones de Méjico, de España, de
Rusia, etc. nos conmueven muy poco y de cualquier modo no creemos que sea el
caso de hacer de ello una cuestión nacional’ [véase nota 1].
Solo una crítica histórica
superficial ha podido equiparar el franquismo y los regímenes autoritarios de
entreguerras por un lado, con el fascismo y el nacionalsocialismo por el otro.
Y no está de más recordar, en este sentido, que la España franquista no
reconoció nunca a la República Social Italiana.
En 1935, Pavolini, piloto de
guerra, participa en la campaña de Etiopía. Continúa publicando cuentos y
narraciones diversas. Colabora como corresponsal de internacional en la prensa
oficial de la época. Viaja al norte y al centro de Europa, a Turquía y al
Cercano Oriente, a Sudamérica. Escribe en aquellos años su más bella y conocida
novela Scomparsa d’Angela.
EL MINCULPOP
No por azar ha sido citado el
conde Galeazzo Ciano anteriormente. Ciano, yerno del Duce, es la estrella
ascendente del régimen fascista durante los años treinta. En 1934, Pavolini ha
sido elegido diputado a la Cámara de los Fascios y de las Corporaciones,
trabando amistad con el entonces Ministro de Prensa y Propaganda. Será esta
amistad, basada en el común paisanaje y en la posesión de una refinada cultura,
la que impulsará al joven poeta y novelista florentino a ascender en el
organigrama político del régimen hasta alcanzar su nombramiento como Ministro
de Cultura Popular {Minculpop) en 1939, un mes después del estallido de la
Segunda Guerra Mundial [3]. Un cargo con bastante responsabilidad y cierto peso
específico dentro del Estado.
Afirma Petacco: “El Minculpop que
Alessandro Pavolini hereda de DinoAlfieri es a la sazón una máquina bien
engrasada que permite al régimen controlar uno de los sectores más delicados de
la nación. Dependen del Ministerio de Cultura Popular la prensa, la radio, el
teatro, el cine y el turismo. Y se trata de una dependencia total. El Minculpop
establece la línea que todos los periódicos deben seguir, elige los directores,
señala los periodistas a los que contratar o cesar (…)”.
Pero, al fin y al cabo, se trata
de un puesto burocrático y, para un poeta que ama la acción, no es un destino
que colme sus ambiciones personales y estéticas.
Como Minculpop, asistirá a las
poco gloriosas vicisitudes italianas en la guerra, constatará el lento declinar
del régimen de la diarquía, entablará amistad con su homólogo alemán Joseph
Goebbels – exponentes del “romanticismo de acero”, sus vidas correrán paralelas
hasta el trágico fin de ambos, fieles hasta la muerte a sus respectivos jefes –
y conocerá en la Mecadel cine italiano -Cinecittà- a la más famosa actriz
fascista del momento, Doris Duranti, con la que vivirá un tórrido romance hasta
poco antes de la muerte del Ministro.
El 6 de febrero de 1943 es cesado
en su cargo y nombrado director de Il Messagero de Roma. Al frente de este
diario le sorprende la caída de Mussolini y de su régimen el 25 de julio. Los
acontecimientos se han precipitado y el rey, tras aceptar la dimisión del Duce
e internarlo por motivos de “seguridad”, nombra al mariscal Badoglio como
nuevo Jefe de Gobierno.
Badoglio es un enemigo jurado de
Pavolini desde que éste denunciara ante el Duce las criticas vertidas por el
mariscal en 1940, cuestionando la capacidad militar de Mussolini en la
conducción de la campaña griega.
El nuevo Jefe de Gobierno, elemento
típico de la casta militar monárquica, no es de los que olvidan. Tras prometer
-falsamente- a los alemanes proseguir la guerra a su lado, empieza a ajustar
cuentas con todos los irreductibles del Fascismo. Ettore Muti, as de la
aviación italiana, Medalla de Oro y héroe de la revolución fascista, caerá
muerto en oscuras circunstancias a manos de los carabineros enviados por
Badoglio para prenderlo. Pavolini es el siguiente de la “lista negra” de
Badoglio, pero el depuesto director del Messagero, en paradero desconocido
desde el 25 de julio, ya había ganado la embajada alemana en Roma a la espera
de partir -vía aérea- hacia Alemania. Allí, será transferido por los alemanes a
la Prusia oriental, no lejos de la Wolfschanze, el Cuartel General del Führer,
compartiendo exilio con otras figuras del fascismo intransigente, Roberto
Farinacci, Giovanni Preziosi, Renato Ricci y el propio hijo del Duce, Vittorio.
En Alemania conocerán la traición
final de la infame monarquía piamontesa y del gobierno Badoglio cuando el 8 de
setiembre éste firme unilateralmente el armisticio con los Aliados. “Un sucio
asunto”, como lo definiera el propio general Eisenhower. Esa misma noche, tras
reunirse con el Führer en la “guarida del Lobo”, Pavolini y Vittorio Mussolini
emiten, desde un vagón de ferrocarril transformado en estación de
radiotransmisión cerca Kónisberg, el primer mensaje a la nación italiana
anunciando la formación de un nuevo gobierno fascista, el castigo de los
traidores del 25 de julio y la prosecución de la guerra al lado del aliado
alemán, que ya ha procedido por su cuenta a desarmar e internar a las tropas
italianas, ocupando el territorio no invadido aún por los angloamericanos. La
guerra continúa.
PAVOLINI, SECRETARIO DEL PFR
El 12 de setiembre Benito Mussolini
es liberado y trasladado a Alemania tras una espectacular operación dirigida
por el general de paracaidistas Kurt Student y ejecutada brillantemente por un
comando especial SS mandado por el famoso Otto Skorzeny. Llega el día 14 a
Rastemburg, donde es recibido por Hitler primero y por el “gobierno
provisional” fascista después.
Al día siguiente dicta las
primeras órdenes, asumiendo la dirección del fascismo en Italia y nombrando a
Alessandro Pavolini secretario provisional del Partido, que dos días después
tomará el nombre de Partido Fascista Republicano. Predice el castigo de los
traidores. Ordena la destitución de todas las autoridades y cargos públicos
nombrados por el gobierno capitulacionista de Badoglio, y libera a los
oficiales del Ejército de su juramento de lealtad al rey felón, Vittorio
Emmanuel que ha huido con su corte hacia el sur del país poniéndose bajo la
protección de las hordas invasoras angloamericanas.
Veinticuatro horas más tarde, el
nuevo secretario del partido parte para Roma con la misión de reabrir la sede
histórica del fascismo romano, el palazzo Wedekind. Desde ese día hasta el de
su trágica muerte, Pavolini vivirá sólo por y para el fascismo republicano.
Resume la ingente tarea de
Pavolini el historiador Silvio Bertoldi, antifascista implacable, de esta
manera: “De todos los jefes de la República Social, Pavolini es el único
decidido a ir hasta el final. Los otros son como ciertos curas: a veces creen y
a veces no. Él cree y basta. Recorre la Toscana y las provincias padanas
despertando dormidos entusiasmos, deteniendo a los que huyen, movilizando a los
fieles”.
El 23 de setiembre queda
constituido el nuevo gobierno republicano en el que el nuevo secretario tendrá
rango ministerial con la prerrogativa añadida de que los decretos
gubernamentales deberán ser aprobados por él antes de ser ejecutados. Esto
supondrá un poder decisivo en manos del Partido y de su secretario, al que el
propio Mussolini definía como “leal, pobre y valeroso”. Pero, en el fondo, el
Duce lo “… temía, también, por su ciego fanatismo, su rigor ideológico y su
desprecio por los compromisos y las medias tintas. Es incluso probable que
Mussolini sufriera un fastidioso complejo de culpabilidad ante un hombre que
más que ningún otro, en aquel momento, encarnaba el fascismo más extremo y
desesperado” (Petacco).
El nuevo Secretario nacional del
PFR posee ya una idea clara de lo que debe ser el nuevo fascismo republicano:
“Pavolini pretende crear un partido nuevo, restringido, una “orden de creyentes
y combatientes” basado más en datos cualitativos antes que cuantitativos, y que
no repitiera los errores del precedente partido de masas. Este nuevo organismo
político debía ser “sobre todo un partido de trabajadores, un partido
proletario animador de un nuevo ciclo sin más rémoras plutocráticas (…)” e
inspirador de reformas “más que sociales, propiamente socialistas”” (Rimbotti
).
EL CONGRESO DE VERONA. NACE LA
RSI
El 14 de noviembre de 1943 el
Partido Fascista Republicano celebrará en el Castelvecchio de Verona su primer
y único Congreso. Es en realidad una tumultuosa y tensa Asamblea presidida por
la necesidad de castigar a los traidores del 25 de julio -que serán finalmente
juzgados y ejecutados en esta misma ciudad- y de sentar las bases de un
fascismo libre de los compromisos del pasado.
La libertad de expresión de los
delegados es absoluta. Preside la reunión el propio Pavolini, que pretende que
este Congreso sea un paso previo para la convocatoria de una Asamblea Nacional
Constituyente (que, a causa de la guerra, nunca se llevará a cabo). Lleva
consigo un documento redactado por él mismo, con la colaboración de Mussolini
y del antiguo comunista y consejero personal del Duce, Nicola Bombacci, que
resume en 18 puntos la naturaleza del nuevo Estado social y republicano.
Es el célebre programa-manifiesto
de Verona. Dividido en tres apartados (materia constitucional e interna,
Política exterior y materia social) alrededor de él se concentrará la línea
revolucionaria de la RSI (la Saló negra) encarnada por el PFR; y contra él y
contra Pavolini se irá creando una atmósfera de oposición interna (la Saló
tricolor) que intentará sabotear los esfuerzos del partido por llevar adelante,
punto por punto, el programa.
Afirma Massimiliano Soldani:
“Así, como consecuencia del dinamismo y de la intransigencia moral de la
secretaría política, algunos sectores del sistema republicano iniciaron una
guerra subterránea contra el Partido, coagulando cualquier resistencia de
naturaleza ideológico-metodológica en un único bloque, para tratar de frenar y
redimensionar los intentos de reforma pavolinianos”.
Los dos frentes de esta guerra
subterránea estaban configurados del siguiente modo, siempre según Soldani:
“(…) [El área] revolucionaria
(representada por Pavolini, por el Ministerio de Cultura Popular[Mezzasoma],
por Barracu y -tras el relevo de Buffarini- por el nuevo Ministerio del
Interior de Zerbino) y la moderada (de la que formaban parte el alto mando del
ENR -Ejército Nacional Republicano-, el Ministerio de Economía Corporativa, el
Ministerio de Agricultura, etc.). Paradójicamente, era precisamente dentro del
máximo órgano ejecutivo donde se entrecruzaban las alianzas necesarias para
retardar, cuando no sabotear, la actividad política”.
La imagen idílica, utópica, que
hoy se quiere dar de la RSI desde algunos medios, choca con la realidad
histórica de un sistema, que habiendo nacido ciertamente en circunstancias
desesperadas, seguía reflejando las contradicciones heredadas del Ventennio,
aunque la correlación de fuerzas ahora fuera en teoría favorable al sector
radical, al fascismo-movimiento.
Las fuerzas que operaban contra
el programa de la “socialización”, por ejemplo, eran bastante poderosas y no
dudaban en alternar artimañas dilatorias o con veladas amenazas. No sólo los
industriales -por obvias razones- estaban en contra del ritmo de la
“socialización” exigido por Pavolini y el Partido. El propio Ministerio de
Economía Corporativa no dudaba en echar arena a los cojinetes, sin olvidar
tampoco la presencia en Italia del todopoderoso Rüstung und Kriegsproduktion
(RuK), organismo dirigido por el general Leyers, cuya única obsesión era
mantener e incrementar el volumen de la producción industrial de guerra de las
empresas italianas en nombre de la movilización total de recursos económicos
para hacer frente a los gastos requeridos por la maquinaria militar del Reich.
Y eso por no hablar de la cúpula militar de Saló, siempre dispuesta a sabotear
los esfuerzos políticos y sociales del partido [4]. Derribar a Pavolini era el
paso previo para desactivar la experiencia revolucionaria de la RSI.
Dice, a este respecto, Soldani:
“Este secretario del Partido, en fin, producía miedo. Miedo al ejército, a la
burocracia del Ministerio de Asuntos Exteriores, al de las Corporaciones y aun
conjunto de poderes alternativamente complementarios y antagonistas”.
La conjuración de este
heterogéneo conjunto de fuerzas consiguió finalmente un pírrico triunfo cuando
el “ala disidente” del PFR, comandada por Balisti y Borsani, obtuvo el relevo
en la secretaría del Partido de Pavolini en enero de 1944. Pero fue un
espejismo. Mussolini recapacitó y volvió a confirmar al revolucionario
florentino al frente de los destinos del PFR. No habría ya vuelta atrás.
Retrocedamos de nuevo en el
tiempo. Durante el Congreso de Verona, en plenas deliberaciones, una noticia
conmocionó la sala. Iginio Ghiselini, fedérale de Ferrara, había sido asesinado
en una emboscada cuando se dirigía precisamente a Verona. La noticia corre como
la pólvora entre los delegados. Se alzan gritos exigiendo venganza y los más
exaltados quieren ir a Ferrara en tropel para efectuar una represalia feroz. A
duras penas Pavolini consigue mantener el orden: ¡Silencio! -exclama- Si hay
que hacer algo, seré yo el primero en hacerlo, pero no se grita en presencia de
un muerto”. Acto seguido, envía a Ferrara una comisión encabezada por el
abogado Vezzalini (uno de los más duros del Partido, futuro fiscal en el
proceso contra “los traidores del 25 de julio”) y otros escuadristas para
depurar responsabilidades y castigar a los culpables.
Pavolini es consciente ya de la
imposibilidad de hacer frente con argumentos a las bandas homicidas
autodenominadas “partisanas”, que asesinan a mansalva y a traición a cuadros y
militantes del recién reconstituido fascismo. “Yo no soy ni un sanguinario ni
un maníaco; mi formación mental es muy diferente. Pero tengo la sensación
concreta de que o se actúa así o no se llega a las consciencias…”, dirá ante
los delegados que claman venganza. Advirtiendo a continuación: “A la violencia
de nuestros enemigos, responderemos con nuestra violencia multiplicada”.
El Congreso de Verona
constituirá, espiritualmente, un “retorno a los orígenes” del fascismo: a los
fascios constituidos como “escuadras de acción”. “Squadristizare il partito”,
será el santo y seña de los nuevos dirigentes del PFR. De forma más poética lo
expresará Pavolini: “El escuadrismo ha sido la primavera de nuestra vida. Quien
fue escuadrista una vez lo será siempre…”
EL PARTIDO ARMADO: LAS BRIGADAS
NEGRAS
Alessandro Pavolini pasará a la
“historia general de la infamia” del antifascismo por una de sus más preclaras
y radicales intuiciones, que no es en realidad más que la consecuencia lógica
de una guerra civil querida y ejecutada por el antifascismo militante, por un
lado, y, por otro, de la voluntad expresa manifestada en Verona de
“escuadristizar el partido”: las Brigadas Negras.
Transformar a todo el partido en
un único y compacto cuerpo armado es un pensamiento que se apodera de Pavolini
desde los inicios de su secretariado.
Existía, sí, ya una Milicia, la
Guardia Nacional Republicana (GNR) de Renato Ricci, exdirigente de la Opera
Nazionale Balilla, y firme partidario de la politización y fascistización del
Ejército; al punto de haber tenido un violento enfrentamiento personal con el
mariscal Graziani, ministro de Defensa y defensor a ultranza de la
“apoliticidad” de los militares profesionales.
Sin embargo, la GNR carecía de
hombres y recursos adecuados para desempeñar sus tareas con eficacia.
La idea de armar a los militantes
del partido y redimensionar militarmente toda su estructura política aparece
nuevamente con fuerza a principios del verano de 1944, cuando los aliados, tras
haber tomado Roma se lancen, sobre la Toscana. Pavolini mandará armar a los
militantes florentinos y creará en todo el territorio ocupado núcleos de
“resistenza nera”, a fin de hostigar a las fuerzas enemigas.
La defensa de Florencia, por
parte de escuadras militarizadas de camisas negras, será una de las más bellas
y dramáticas páginas de la historia de la RSI.
El 20 de julio de 1944 estalla el
fallido complot militar contra Hitler. El 25 de julio (fecha ya de por sí
significativa) se hace público el decreto de constitución del Cuerpo Auxiliar
de las Camisas Negras, que será más conocido como “Brigadas Negras” en
contraposición a las brigadas de partisanos, católicos, liberales, socialistas
y comunistas que infestan ya el territorio de la república de Saló.
Su Comandante general no es otro
que el mismo secretario del Partido. Su Estado Mayor, la propia dirección
política del PFR. Los comisarios federales serán sus comandantes de brigada
negra y comandantes de escuadra los comisarios del fascio y de distrito. No
existen distintivos de grado. El uniforme es el del Partido, completado con
jersey negro de lana y una gorra montañera negra con el símbolo de la calavera.
No será ésta, la única creación
personal del secretariado del partido durante el año 44. El Ente Fascista de
Asistencia (ENF), destinado a socorrer a las familias golpeadas por la tragedia
de la guerra, y el Servicio Auxiliar Femenino (SAF) organismo que centralizaba
el esfuerzo de guerra de las mujeres fascistas republicanas, serán dos directas
emanaciones orgánicas de la línea revolucionaria del PFR.
El modelo organizativo de las
Brigadas Negras está próximo al del Ejército Rojo ideado por Trotsky. “Como
Trotsky -afirma Pavolini- debemos transformar el partido en un ejército
revolucionario”.
Fiel a su estilo, el nuevo
Comandante General de las Brigadas Negras, se pone inmediatamente en marcha.
Recorre infatigablemente la zona todavía controlada por la RSI junto con su
fiel guardaespaldas, De Benedectis, a lomos de su veloz “Alfa Romeo”
descapotable, visitando y arengando a todos sus nuevos brigadistas. Su popularidad
en la base del partido armado es ya considerable. “Leal, pobre y valeroso”.
Hasta el final.
Del arrojo del otrora delicado
poeta, da buena cuenta la siguiente anécdota. Durante una visita a las
escuadras piamontesas de las Brigadas Negras en agosto del 44, Pavolini y otros
mandos políticos y militares son sorprendidos por el ataque de efectivos
armados de una banda partisana. Se produce un encarnizado tiroteo y Pavolini
-metralleta en mano- se lanza contra los bandidos, que a su vez emboscan a los
fascistas. Se producen bajas, entre ellas, las del propio Pavolini herido por
la metralla de una granada lanzada por los partisanos. Estos, no reconocen
entre los heridos al Comandante de las Brigadas Negras. La ausencia obligatoria
de distintivos en el uniforme de los brigadistas negros evita su captura. Horas
después es rescatado y, tras una corta convalecencia, se incorpora de nuevo a
la lucha política.
Viejos y nuevos escuadristas
reconocen ya en él al jefe carismático y valeroso que necesitan.
Sobre las Brigadas Negras se ha
extendido el mismo manto de silencio que el que ha cubierto al propio Pavolini
por parte de aquellos que han reivindicado genéricamente la herencia del último
fascismo social y republicano.
¿Qué fueron las Brigadas Negras?
Será el propio Pavolini, en diciembre de 1944, el que lo explique:
“Las BRIGADAS NEGRAS son un
ejército sin galones, estando nosotros, escuadristas, persuadidos de que un
comandante es tal si manda y si se le obedece independientemente del grado que
tenga. El único galón es el ejemplo (…) Las BRIGADAS NEGRAS no son el Partido
que va hacia el pueblo, es una milicia de Partido que es pueblo, una milicia
obrera y revolucionaria, de mecánicos, de artesanos, de jornaleros, de pequeños
empleados, en lucha a muerte contra las plutocracias aliadas de los
bolcheviques y contra los plutócratas que subvencionan a los bandidos (…) Las
BRIGADAS NEGRAS son una familia, esta familia tiene un antepasado: el
Escuadrismo, un blasón: el sacrificio de la sangre, una progenitora: la Idea
fascista, una guía, ejemplo, una devoción absoluta y un afecto supremo:
MUSSOLINI”.
Las Brigadas Negras tomarán,
además, cada una el nombre de un caído del fascismo republicano. Así, la “Aldo
Resega” de Milán, la “Muti” de Ravenna, la “Ghiselini” de Ferrara, etc.
¿FASCISMO SOCIAL O SOCIALISMO
FASCISTA?
Los enemigos de las Brigadas
Negras -amén de los bandidos partisanos y de los angloamericanos- serán los
mismos que los del partido y los de su secretario.
Citemos sólo un ejemplo
revelador: “(…) Adriano Bolzoni, en una obra autobiográfica, ha querido
recordar que, junto a sus camaradas de la “Barbarigo”, cantaba una cancíoncilla
cuyo estribillo repetía: «Disparad por Dios contra los bárbaros, disparad
contra las Brigadas Negras».” (Vinciguerra).
Si esto lo cantaban los efectivos
de una unidad de combate de la Décima MAS, la fuerza más compacta y
disciplinada del Ejército nacional republicano, comandada por el célebre Junio
Valerio Borghese, imaginemos las condiciones en que las Brigadas Negras debían
desempeñar su misión junto a unas unidades militares que hacía profesión de
odio al fascismo y a los fascistas.
Emboscados en un falso
patriotismo de marca burguesa, los representantes de la casta militar y sus
cómplices del aparato administrativo y estatal nunca tuvieron la más mínima
intención de llegar hasta el final en la lucha contra las plutocracias
burguesas y capitalistas occidentales, tal como exigía la propaganda de la RSI.
El patriotismo de la Brigadas Negras
no es ya aquel del “ventennio”: nacionalista-burgués, micro-imperialista, casi
de opereta: “La palabra Patria -afirma Pavolini en un discurso- es una gran
palabra como la palabra madre, pero todos pueden invocarla y no es bastante
declararse a favor de Italia cuando existe también una Italia de Badoglio y de
Palmiro Togliatti. Nuestras divisiones que vuelven de Alemania (…) llevan sobre
las bayonetas una idea política”. Esa idea política, ese nuevo patriotismo, es
el Fascismo, por el que lucha y muere la “Saló Negra”.
Así, no será extraño que sean
aquellos elementos nacional-burgueses los que boicoteen, discreta pero
eficazmente, uno de los últimos proyectos del Duce y de su secretario: el
llamado Reducto Alpino Republicano (RAR).
Básicamente, se trataba, ante la
evidencia de una guerra irremediablemente perdida, de enrocarse en la
Valtellina, una región alpina italiana con fama de inexpugnable. Allí, los
últimos fieles de la RSI y del Duce, junto con las tropas alemanas destacadas
en el norte de Italia, resistirían el asalto final de las hordas
estadounidenses y de las bandas mercenarias partisanas, ultimando con su
sacrificio, la suerte del fascismo. “En la Valtellina se consumarán las
Termópilas del fascismo”, reconocerá Pavolini.
Pero a espaldas de Pavolini y del
Duce, lo único que se consumaba era la traición. Los alemanes ya habían
iniciado en Suiza conversaciones secretas con los aliados a través del general
SS Wolff para preparar la rendición de sus tropas en Italia. Graziani se negaba
a dirigir sus tropas hacia el RAR, buscando rendir sus tropas a los americanos:
“Entre militares nos entendemos siempre”’, repite. Es la hora del “sálvase
quién pueda”. De hecho, algunos militares han empezado a añadir las divisas
militares del Regio Ejército sobre las propias del ENR… El “cambio de chaqueta”
es literal.
El 25 de abril de 1945 Pavolini
se enfrenta al comandante de la Décima MAS, Borghese: “¿Qué vais ha hacer
ahora? -pregunta-. “Nos rendiremos”, responde el futuro “príncipe negro”. Y a
punto están de llegar a las manos.
Soldani reconoce que: “…No es
nuestra intención detenernos en los últimos días de vida de la RSI y de sus
máximos jerarcas, pero un dato vale por todos: casi todos los generales,
incluido naturalmente Graziani -Ministro de Defensa de la RSI, miembro del
directorio del Partido, comandante del Cuerpo de ejercito Liguria, así como el
mayor defensor de la conscripción obligatoria-, sobrevivieron a las
depuraciones de la postguerra. Además, este último deberá su salvación a los
servicios secretos estadounidenses con las cuales estaba en contacto desde el
26 de abril...”.
Paralelamente, los partisanos
-especialmente los comunistas- iban eliminando físicamente a aquellos fascistas
más fuertemente comprometidos con la línea socialista e intransigente de la RSI
en una suerte de “anti-selección” contrarevolucionaria que se revelaría funesta
para los intereses de las clases más desfavorecidas de la sociedad. Son las
matanzas finales conocidas como “primavera de sangre”.
Baste, como ejemplo, el de
Guisseppe Solara, el jovencísimo comisario federal de Turín, estrecho
colaborador de Pavolini, que aplicará los decretos socializadores en la FIAT
del todopoderoso Agnelli. En abril de 1945, será ahorcado por los partisanos
“en presencia de sus familiares; (y) su cadáver arrastrado por las calles de la
ciudad” (Romualdi).
A pesar del caos en que estaba
instalado dentro de la RSI, producto de la inminencia de la derrota final, el
secretario del PFR tiene tiempo de convocar el segundo y último Directorio
Nacional del Partido el 30 de marzo de 1945.
Tiene este cónclave un marcado
carácter recapitulador de la naturaleza histórica del fascismo y su papel
específico dentro de las ideologías del siglo XX. “Según Pavolini y el grupo
próximo a él, el Fascismo había asumido un preciso valor revolucionarlo y por
ello podía definirse como un movimiento tendencialmente sociclista”. Sin
embargo, tal definición ideológica encuentra el rechazo incluso de algunos
colaboradores de su línea incapaces ya de seguir en sus argumentaciones al más
intransigente de todos los fascistas. No en vano, en la RSI, se asiste a la
recuperación integral por parte de la secretaría del PFR y sus órganos de
propaganda del pensamiento político del Risorgimento italiano y de sus figuras
más importantes, los Mazzini, los Pisacane, los Garibaldi, así como de la
primitiva tradición sindicalista soreliana y republicana de los fascios, que la
política “concordatoria” y conservadora del ventennio había marginado [5].
“Bajo este aspecto, el fascista
Pavolini superaba indiscutiblemente el pasado régimen, logrando dar rango de
ley a las declaraciones de principio: una predisposición revolucionaria que,
aun debiéndose enfrentar con la línea reaccionaria de algunos ministros, no será
nunca en absoluto abandonada”.
De hecho, el Comandante de las
Brigadas Negras no dudará en ponerse de parte de aquellos que, como el viejo
sindicalista Grossi, atacaban a los ministros “técnicos” de la RSI, Tarchi de
Economía, Moroni de Agricultura o Pellegrini de Finanzas, por sus descaradas
tácticas burocrático-dilatorias. El propio Grossi recuerda las palabras
encomiásticas de Pavolini: “Grossi está entre aquellos que mejor han
comprendido la finalidad política y social de la socialización”. Pero también
la soledad y la incomprensión del ministro-secretario. “Aquellas palabras de
Pavolini fueron vigorosas y amargas al mismo tiempo; dejaban entrever el
comportamiento ambiguo de parte de las jerarquías político-administrativas de
la RSI”.
La “socialización”, por tanto, no
era más que un medio útil, una aplicación social de un proyecto revolucionario
más vasto que, en la concepción del mundo, del partido y de la sociedad,
asumida por Alessandro Pavolini, debería llevar a la creación de un verdadero Estado
republicano de los trabajadores, de una auténtica comunidad nacional-popular,
parte constitutiva de la futura Unión de Repúblicas Socialista Europeas,
ambicioso esquema continental en el que durante el último período de la guerra
trabajan las élites del Nuevo Orden europeo.
Los últimos días de Mussolini y
su régimen son bastante conocidos. Libros, revistas, series televisivas o
películas cinematográficas, han evocado a su manera el arresto, ejecución y el
postrer y vergonzoso ultraje a su cadáver.
La suerte de su secretario
correrá paralela a la del Duce, constituyendo el testimonio final de un coraje
y de una lealtad que no se detuvo ni ante la muerte. “Lo importante es morir
bien. Morir bien y con honor. Morir por el Duce”, había asegurado Pavolini a
sus camisas negras en Como un día antes de que la columna italo-alemana en la
que iba el Duce, Clara Petacci y algunos de sus ministros y jerarcas fuera
interceptada por efectivos de la 52° Brigada partisana “Garibaldi”. Los
partisanos permiten el paso solamente a los alemanes. Como es sabido, Mussolini
y su amante se integran en la columna germana con la intención de traspasar las
líneas enemigas. Serán descubiertos y fusilados poco después.
Abandonados a su suerte, Pavolini
y los suyos deliberan. El camión autoblindado en el que viajan los dirigentes
fascistas comienza a moverse. Los partisanos abren fuego. Estallan las granadas
a su paso. El vehículo queda inmovilizado. Dentro del auto yacen varios
escuadristas muertos. Algunos quieren entregarse ya. Sin embargo, el secretario
del PFR no tiene intención alguna de rendirse. “Debemos morir como fascistas,
no como bellacos”, grita, mientras salta del camión disparando su metralleta
contra los bandidos. Le siguen varios de sus correligionarios. Los partisanos
responden al fuego. Uno tras otro los fascistas van siendo capturados, excepto
Pavolini que, sin dejar de disparar, intenta ganar la orilla boscosa del lago
Como.
Herido, exhausto, se arroja a las
gélidas aguas del lago, hasta alcanzar unas rocas desde donde sigue agotando su
munición. Horas después es finalmente apresado, semiconsciente, medio
desangrado y con síntomas de congelación.
Trasladado al municipio de Dongo,
donde ya han sido agrupados los fascistas capturados anteriormente, escucha
impávido la sentencia que les condena a él y a sus camaradas a la pena capital,
dictada en persona por el tristemente célebre Walter Audisio, alias “coronel
Valerio”, que unas horas antes acaba de ejecutar a Mussolini y a Claretta
Petacci.
Los ministros Mezzasoma,
Casalinuovo, Zerbino, los federali Utimpergher y Porta, el secretario del Duce
Gatti, el medalla de Oro y subsecretario de Estado Barracu, el profesor
Coppola, el consejero y amigo personal del Duce, Bombacci, así hasta quince,
son trasladados en fila india hasta el lugar de ejecución.
Dejemos que Petacco narre los
últimos momentos de Pavolini y los suyos:
“La larga fila de los condenados
está ahora en silencio ante el pelotón de ejecución. Ninguno da signos de
debilidad. Pavolini, entre Zerbino y Casalinuovo, se “yergue orgulloso y
rígido”, como comenta un testigo ocular. En un momento dado tiene fuerzas
incluso para ordenar “¡firmes!” a sus compañeros. La “bella muerte” está al
llegar”. Es el final.
Transportado con los otros
cadáveres a Milán, el de Alessandro Pavolini quedará también expuesto junto al
de Mussolini y a los de los otros jerarcas, colgados boca abajo de los pies
ante las turbas subhumanas que en piazzale Loreto celebran su aquelarre triunfal.
Su cuerpo será enterrado en el
cementerio de Musocco, Milán, en compañía de varios miles de camaradas
fascistas asesinados por el frente rojo y la reacción. Por voluntad expresa de
su familia sus restos continúan allí.
NOTAS
1. “Nosotros no amamos a Hitler
porque represente en Alemania un elemento de orden; lo amamos porque representa
un elemento de desorden en Europa” (Berto Ricci, “La Rivoluzione Fascista. Antología di scritti politicr, SEB, 1996)
2. Cf. Ismael Saz Campos, “Mussolini contra la II República”, IVEI, 1986.
3. Amistad y agradecimiento que
no serán óbices para que Pavolini asuma la responsabilidad de mandar a su
antiguo amigo al paredón, evitando que la petición de gracia cursada por la
madre del conde Ciano llegará a manos de Mussolini, lo que hubiera podido
ocasionar problemas de conciencia al Duce.
4. Gráficamente, Rimbotti expone
el problema: “La RSI tuvo a todos en contra: a los Industriales, a la Iglesia,
a los trabajadores, a los propios alemanes, sin contar a los ejércitos
angloamericanos, de tierra y de aire”.
5. Apóstol de la “revolución
dentro de la revolución”, Pavolini confesará a su amante, Doris Duranti, sus
verdaderos objetivos sociales: “el Fascismo en el que creo…no existe todavía,
(…) el otro día Mussolini ha dicho una cosa que a muchos no ha gustado, pero a
mí sí. Ha dicho que la cartilla de racionamiento no será abolida ni siquiera
tras la victoria, así los Agnelli y los Donegani, comerán como sus obreros.
Producir con la inteligencia o con las manos es lo mismo, quien no produzca, no
tendrá sitio en la Italia que estamos construyendo” cit. Soldani.
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