Por René Guénon
En lo que precede, hemos hablado
a cada instante de tradición, de doctrinas o de concepciones tradicionales, y
hasta de lenguas tradicionales, y no se puede hacer de otro modo cuando se
quiere designar lo que constituye verdaderamente todo lo esencial del
pensamiento oriental bajo sus diversos modos; pero ¿qué es, más precisamente,
la tradición? Decimos desde luego, para evitar una confusión que podría
producirse, que no tomamos esta palabra en el sentido restringido en que el
pensamiento religioso del Occidente opone a veces “tradición” y “escritura”,
entendiendo por el primero de estos dos términos, de una manera exclusiva, lo
que ha sido objeto de una transmisión oral. Por el contrario, para nosotros, la
tradición, en una acepción mucho más general, puede ser escrita lo mismo que
oral, aunque habitualmente, si no siempre, haya debido ser antes que nada oral
en su origen, como lo hemos explicado; pero, en el estado actual de las cosas,
la parte escrita y la parte oral forman por doquiera dos ramas complementarias
de una misma tradición, ya sea religiosa o de otra especie, y no vacilamos en
hablar de “escrituras tradicionales”, lo que sería evidentemente contradictorio
si diésemos a la palabra “tradición” sólo su significado más especial; por lo
demás, etimológicamente, la tradición es simplemente “lo que se transmite” de
una manera o de otra.
Además, es necesario comprender
en la tradición a titulo de elementos secundarios y derivados, pero sin embargo
importantes para tener de ella una noción completa, todo el conjunto de las
instituciones de diferentes órdenes que tienen su principio en la misma
doctrina tradicional.
Considerada así, la tradición
puede parecer que se confunde con la misma civilización que es, según ciertos
sociólogos, “el conjunto de las técnicas, de las instituciones y de las
creencias comunes a un grupo de hombres durante un determinado tiempo” (1).
Pero, ¿qué vale exactamente esta definición? No creemos, a decir verdad, que la
civilización sea susceptible de caracterizarse generalmente en una fórmula de
este género, que será siempre demasiado amplia o demasiado estrecha en ciertos
aspectos exponiéndose a dejar fuera de ella elementos comunes a toda
civilización, y a comprender en cambio otros elementos que sólo pertenecen
propiamente a algunas civilizaciones particulares. Así pues, la definición
precedente no tiene en cuenta lo que hay de esencialmente intelectual en toda
civilización, porque esto es algo que no se podría hacer entrar en lo que se
llama las “técnicas”, que se nos dice que son “conjuntos de prácticas
especialmente destinadas a modificar el medio físico”; por otra parte, cuando
se habla de “creencias”, agregando que esta palabra debe ser “tomada en su
sentido habitual”, hay ahí algo que supone manifiestamente la presencia del
elemento religioso lo cual es en realidad especial a ciertas civilizaciones y
no se encuentra en otras. Para evitar cualquier inconveniente de este género
nos hemos contentado, al principio, con decir simplemente que una civilización
es el producto y la expresión de cierta mentalidad común a un grupo de hombres
más o menos extenso, reservando para cada caso particular la determinación
precisa de sus elementos constitutivos.
De todos modos, no es menos
cierto que, en lo que se refiere al Oriente, la identificación de la tradición
y de la civilización toda entera está justificada en el fondo: cualquier
civilización oriental, tomada en su conjunto, se nos presenta como
esencialmente tradicional, y esto resulta inmediatamente de las explicaciones
que dimos en el capitulo precedente. En cuanto a la civilización occidental,
dijimos que está por el contrario desprovista de todo carácter tradicional, con
excepción de su elemento religioso, que es el único que ha conservado este
carácter. Y es que las instituciones sociales, para que se las pueda Ilamar
tradicionales, deben estar efectivamente unidas, como a su principio, a una
doctrina de carácter tradicional también, ya sea esta doctrina metafísica, ya
religiosa o de cualquier otra clase concebible. En otros términos, las
instituciones tradicionales, que comunican este carácter a todo el conjunto de
una civilización, son las que tienen .su razón de ser profunda en su
dependencia más o menos directa, más o menos intencionada y consciente, con
relación a una doctrina cuya naturaleza fundamental es, en todos los casos, de
orden intelectual, pero la intelectualidad puede hallarse en ella en estado
puro, y entonces se trata de una doctrina propiamente metafísica, o bien
encontrarse mezclada a diversos elementos heterogéneos, lo que da nacimiento al
modo religioso y a los otros modos de los que puede ser susceptible una
doctrina tradicional.
En el Islam, lo hemos dicho, la.
tradición presenta dos aspectos distintos, de los cuales uno es religioso, y es
al que se adhiere directamente el conjunto de las instituciones sociales,
mientras que el otro, el que es puramente oriental, es verdaderamente
metafísico. En cierta medida, hubo algo de este género en la Europa de la Edad
Media con la doctrina escolástica, en la que, por otra parte, se ejerció
fuertemente la influencia árabe; pero es necesario agregar, para no llevar más
lejos las analogías, que la metafísica jamás ha sido separada, tan nítidamente
como debería serlo, de la teología, es decir, en suma, de su aplicación
especial al pensamiento religioso, y que, por otra parte, lo que se encuentra
en la teología de propiamente metafísico no es completo, permaneciendo sometido
a ciertas limitaciones que parecen inherentes a toda la intelectualidad
occidental; sin duda hay que ver en estas dos imperfecciones una consecuencia
de la doble herencia de la mentalidad judaica y de la mentalidad griega.
En la India, se está en presencia
de una tradición puramente metafísica en su esencia, a la cual vienen a
agregarse, como otras tantas dependencias y prolongamientos, aplicaciones
diversas, ya sea en ciertas ramas secundarias de la doctrina misma, como la que
se refiere a la cosmología por ejemplo, o bien en el orden social, que está por
lo demás determinado estrictamente por la correspondencia analógica que se
establece entre las formas respectivas de la existencia cósmica y de la
existencia humana. Lo que aparece aquí mucho más claramente que en la tradición
islámica, sobre todo en razón de la ausencia del punto de vista religioso y de
los elementos extra-intelectuales que él implica esencialmente, es la total
subordinación de los diversos órdenes particulares con respecto a la
metafísica, es decir al dominio de los principios universales.
En China, la separación muy clara
de la que hemos hablado, nos muestra, por una parte, una tradición metafísica,
y, por otra, una tradición social, que pueden parecer a primera vista no sólo
distintas, como lo son en efecto, sino aun relativamente independientes una de
otra, tanto más cuanto que la tradición metafísica ha sido siempre el
patrimonio casi exclusivo de una “élite” intelectual, mientras que la tradición
social, en razón de su naturaleza propia, se impone igualmente a todos y exige
en el mismo grado su participación efectiva. Sólo que es necesario fijarse en
que la tradición metafísica, tal como está constituida bajo la forma del
“Taoísmo”, es el desarrollo de los principios de una tradición más primordial,
contenida principalmente en el “Yi-King“, y que es de esta misma tradición
primordial de donde fluye enteramente, aunque de manera menos inmediata y sólo
como aplicación a un orden contingente, todo el conjunto de instituciones
sociales que es habitualmente conocido bajo el nombre de “Confucianismo”. Así
se encuentra restablecida, con el orden de sus relaciones reales, la
continuidad esencial de los dos aspectos principales de la civilización
extremo-oriental, continuidad que estaría uno expuesto a desconocer casi
inevitablemente, si no supiese remontar hasta su fuente común, es decir hasta
esta tradición primordial cuya expresión ideográfica, fijada desde la época de
Fo-hi, se ha mantenido intacta a través de casi cincuenta siglos.
Debemos ahora, después de esta
visión de conjunto, señalar de manera más precisa lo que constituye propiamente
esta forma tradicional especial que denominamos la forma religiosa, luego lo
que distingue el pensamiento metafísico puro del pensamiento teológico, es
decir de las concepciones en modo religioso, y también, por otra parte, lo que
lo distingue del pensamiento filosófico, en el sentido occidental de esta
palabra. En estas distinciones profundas encontraremos verdaderamente, por
oposición a los principales géneros de concepciones intelectuales, comunes al
mundo occidental, los caracteres fundamentales, de Ios modos generales y
esenciales de la intelectualidad oriental.
NOTA:
(1). E. DOUTTÉ, Magie et religion
dans l’Afrique du Nord. Introducción, pág. 5.
(Capítulo III de la 1ª parte de Introducción
general al estudio de las doctrinas hindúes)
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