Por Niccolò Giani
No hay privilegios, salvo cumplir esforzadamente con el deber.
Aceptar toda la responsabilidad, entender todo el heroísmo,
sentir como jóvenes fascistas la poesía enérgica de la aventura y el peligro.
Ser intransigentes, firmes en el propio puesto del deber y del trabajo,
cualquiera que éste sea. Igualmente capaces de mandar y de obedecer.
Tenemos un testimonio del que ningún secreto podrá jamás liberarnos:
el testimonio de nuestra conciencia.
Debe ser el más severo, el más inexorable de nuestros jueces.
Tener fe, creer firmemente en la virtud del deber cumplido, negar el escepticismo,
querer el bien y obrarlo en silencio.
No olvidar que la riqueza es sólo un medio necesario pero no suficiente para crear por sí solo una verdadera civilización, sino se afirman esos altos ideales que son esencia y razón profunda de la vida humana.
No caer en las malas costumbres de las pequeñas trampas y de la codicia para llegar.
Considérense soldados con recursos, pero nunca ventajistas y vanidosos.
Aproximarse a los humildes con intelecto y amor, trabajando constantemente para elevarlos a una visión moral de la vida cada vez más alta.
Para obtener esto hay que dar ejemplo de honradez.
Actuar sobre nosotros mismos, sobre nuestro propio ánimo, antes de predicar a los demás.
Las obras y los hechos son los discursos más elocuentes.
Depreciar los asuntos mediocres, nunca caer en la vulgaridad, creer firmemente en el bien. Estar siempre cerca de la verdad y ser leal a la bondad y a la generosidad.
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