Por Jorge Verstrynge
Mis contradicciones personales
aumentaron: defender el Imperio portugués mientras canturreaba a Brassens;
ayudar en la campaña de Tixier Vignancour —extrema derecha— mientras mis
compañeros de clase me asignaban cariñosamente el mote Le bolcho (el bolchevique) por mi aspecto y mi preocupación por lo
social.
Caminos nuevos: mientras se iba
gestando Mayo de 1968 —al lado de una novia franco-alemana, judía de religión,
de maravillosos ojos verdes y rosadísima piel, llamada Vera, cuyos padres
habían emigrado en 1939 de Checoslovaquia— yo me apasionaba, con la ayuda de
los diccionarios, de mis pocas clases de alemán y de la propia Vera, por
escritores alemanes como Schlageter, Lenz, Paetel y Niekisch: los fundadores
del nacional-comunismo, para entendernos. Un camino bastante lógico, pues me
permitía unir planteamientos sociales claramente de izquierdas y
revolucionarios con la defensa de la identidad europea y cierto nacionalismo.
De democracia, al menos como la entendemos ahora, poco aún: era el precio que
debía pagarse por oscilar entre la revista Europe Action, claramente neofascista
e intelectualizante, y L’Huma, el diario del PCF; entre Aragon y Drieu la
Rochelle; entre Brasillach y Sartre; entre Marx y Pareto; entre Nietzsche y
Lenin; entre Georges Politzer y Joseph Roth.
Lo del nacional-comunismo o lo
del nacional-bolchevismo o euro-bolchevismo, basado en la ecuación liberación
nacional (befreiungsnationalismus) +
revolución socialista, con el pueblo —y no una sola clase— como actor, me marcó
mucho, y todavía hoy me gusta releer aquellos textos, con sus deseables utopías
y su premonición de que casi todo lo que la izquierda no gobernó (o gobernó
mal) en el siglo XX se debió a su olvido de la cuestión nacional. Aún conservo
amigos de las Juventudes Comunistas francesas de la época, y muchos otros que,
procedentes del neo fascismo, terminaron reivindicando —como en su día lo
hicieran Beppo, Römer, Bodo Uhse y otros fascistas enfrentados a Hitler que
terminaron en el clandestino KPD —planteamientos nacional-bolcheviques que fueron
parte minoritaria aunque esencial de la posterior Nouvelle Droite francesa. Por
lo demás, mi conversión a la democracia tendría que esperar a acontecimientos posteriores.
Extraído de su libro Memorias de un maldito
Gran personaje.
ResponderEliminarPudo ser un post-franquista de despacho y sueldo público y eligió seguir los dictámenes de su conciencia, eligió seguir por el camino de la revolución y la critica feroz al sistema.