Por Juan Manuel de Prada
Las facciones conservadora y socialista pueden darse con un canto en los morros. En algunas plazas que antes enseñoreaban tendrán que gobernar en alianza con los partidos de nuevo cuño que han recolectado a sus votantes enfurruñados; pero su desplome no ha sido más que parcial. Es verdad que han perdido votos, muchos votos; y, lo que resulta mucho más estragador para su funcionamiento (que, como bien se sabe, se funda en garantizar el empleo a sus jenízaros), han perdido cargos. Lo auténticamente milagroso es que la facción socialista en su mezcla de demagogia, corrupción callosa y a mansalva y complacencia con los errores de su pasado reciente y remoto siga juntando millones de votos (lo que prueba que, para muchos españoles, votar al Partido Socialista es una necesidad fisiológica, como respirar o hacer cámaras). De medio milagro puede también calificarse con otra media mitad de sometimiento a la doctrina del «mal menor» que la facción conservadora haya cosechado millones de votos, después de refocilarse en las sentinas de la corrupción, traicionar los valores morales de una importante porción de sus votantes y empeñarse en gobernar como un capataz al que sólo preocupa la cuenta (¿trucada?) de resultados. Una cuenta de resultados que, además, la facción conservadora se obstina en presentar como óptima, cuando la mitad de la población española gana menos de mil euros al mes; tal vez esta machaconería haya terminado por encabronar a mucha gente que las está pasando canutas.
El partido misteriosamente llamado Ciudadanos (cuando el nombre que más le cuadra es Tertulianos) se ha limitado a engatusar a los peperos descontentos con un mensaje de patrioterismo testicular, arbitrismo demagógico y liberación de entrepierna, que es la indulgencia plenaria que todo votante «conservaduro» anhela, para que el progrerío le pase la mano por el lomo caritativamente; sus resultados, sin embargo, han sido más magros de lo esperado, prueba de que la gente hastiada de los progre-liberalismo pepero tampoco se muere por votar sucedáneos. Podemos, por su parte, sigue apareciendo como alternativa progre-izquierdista, aunque haya atemperado sus ímpetus revolucionarios, sustituyéndolos por vindicaciones del nauseabundo bienestar escandinavo, como si fueran unos hijos montaraces de aquel vendedor de crecepelos llamado Felipe González. Tanto Podemos como Ciudadanos se nos antojan, hoy por hoy, «marcas blancas» del sistema, majadas diseñadas para recoger ovejas descarriadas de las facciones conservadora y socialista. Siempre es preferible para el sistema, a la hora de recuperar ovejas descarriadas, asegurarse de que todas están congregadas en una misma majada, porque así resulta menos laborioso devolverlas al redil.
Claro que, entretanto, estas facciones de nuevo cuño intentarán rebelarse contra el papel que el sistema les ha asignado. En los próximos meses van a darnos mucho la tabarra con el postureo puritano de no querer pactar ni con conservadores ni con socialistas, para llegar con su aureola intacta a las elecciones generales. Pero tal postureo puritano será a la postre su propia tumba: si lo mantienen, porque terminarán exasperando a sus respectivas parroquias; y, si lo declinan, porque, en cuanto rasquen poder, alargarán la mano para llevarse alguna coima o mamandurria. Pues es norma infalible que los más puritanos se revelen, a la postre, pecadores con avaricia.
Ahora bien, España lo que necesita como el porcentaje de abstenciones demuestra es un partido que, frente a progres de derechas e izquierdas, restaure los principios de justicia social y bien común. Pero esto el sistema no lo permitirá.
Extraído de: ABC
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