Álvaro D'Ors
Desde nuestro
punto de vista (…) la participación en las elecciones implica, ante todo, una
aceptación de los principios del sistema. Como hemos dicho ya, y hemos
explicado en otras ocasiones anteriores, el voto se compone de una opinión –la
opción personal- y un acto de voluntad, que no tiene por objeto esa misma
opinión, sino, -y esto es lo más grave- la aceptación del resultado del
escrutinio. Quien emite el voto –sea electivo sea legislativo –viene a decir:
“yo opino que esto es lo mejor, pero en todo caso acepto y quiero lo que del
resulte del escrutinio”. Esa es la “volonté générale” del liberalismo. Es
decir, votar es aceptar el sistema impuesto, como, en cualquier competición
deportiva, el que toma parte en ella, aunque pugne por vencer, acepta las reglas
del juego y acepta el resultado que declare el árbitro. Quien no quiera
aceptarlo, no debe participar en el juego.
Así pues,
también en esto lo que debe tenerse en cuenta es la consideración de la
prudencia. Toda la cuestión del llamado “mal menor” debe plantearse como
cuestión de prudencia, y, por tanto, casuísticamente, por las diferencias
prácticas entre una actuación positiva o una abstención (…) es cierto que la
actitud de abstención, perfectamente lícita, tiene un alcance mayor, por cuanto
equivale a una repulsa del orden establecido por el poder constituido. En otras
palabras: no participar en el sufragio es una oposición no solo a un acto
concreto de la potestad, sino a todo el orden establecido por ella. Con todo,
no implica un desacato a la potestad misma y, por ello, es lícita la
abstención.
Esto, aparte de
que, como se dice conclusivamente en el estudio antes citado, “la política del
mal menor es la política del mal mayor”, por los efectos actuales de la
claudicación de principios que tal “política” siempre supone. Solo por el afán
de adhesión a las corrientes dominantes de un momento histórico puede
explicarse la obcecación doctrinal que ha llevado a una declaración de autoridad
que grava tan innecesaria e indebidamente la conciencia de los fieles con el
nuevo y supuesto deber de participar en las elecciones, cuando en otras
ocasiones moralmente más apremiantes se optó por un desorientador silencio. En
el fondo, sería como si se hubiese impuesto a los cristianos de la época de
Nerón el deber de participar en los actos oficiales del culto imperial, siempre
en virtud del “mal menor”, porque, en efecto, el dominio del emperador romano
era “menos malo” que la anarquía que podría ser la consecuencia de la
insubordinación contra el orden oficial de la época.
No hay comentarios:
Publicar un comentario