Por Valerio Benedetti
El mundo no tenemos que aceptarlo necesariamente tal y como es. El
hombre siempre tiene la posibilidad, gracias a su voluntad creadora, de
transformarlo. Es este, en sustancia, el mensaje que nos viene de la
tradición filosófica del idealismo. Y es siempre este el hilo conductor a
lo largo del cual se desenvuelve el interesante volumen de Diego
Fusaro, Idealismo e prasssi: Fichte, Marx e Gentile (Il melangolo, pp. 414, € 35), aparecido hace algunos meses en las librerías italianas.
El autor, joven filósofo turinés e
investigador en la Universidad San Raffaele de Milán, es, entre otras
cosas, el fundador de filosófico.net, el sitio de Internet en el que, se quiera o no, han recalado casi todos los estudiantes de filosofía. Además, Fusaro, a pesar de su edad, ya ha publicado diversas e interesantes obras, como Bentornato Marx!, Rinascita di un pensiero rivoluzionario (2009) y Minima mercatalia: filosofia e capitalismo
(2012). Más en particular, Fusaro pertenece a esa izquierda,
lamentablemente minoritaria, que tiene como exponentes de punta al
llorado Costanzo Preve y a Gianfranco La Grassa. Es decir, esa izquierda
que, en la época del creciente transformismo de la izquierda
«institucional», no ha renunciado a los padres nobles de su tradición
cultural y a una crítica afilada del actual capitalismo, es decir, del
capitalismo financiero (o «finanzcapitalismo», según la definición de
Luciano Gallino).
En definitiva, el postcomunista Pd
(Partido democrático), renegando de su historia, ha cedido en todo a las
lógicas del capital, constituyendo más bien una de sus
«superestructuras» ideológicas (para usar el lenguaje marxiano) con su
espantosa retórica de la corrección política y la paradójica defensa de
la legalidad y de las reglas (capitalistas). Como diría Fusaro, se ha
pasado de Karl Marx a Roberto Saviano, de Antonio Gramsci a Serena
Dandini. De aquí la revuelta del joven filósofo que, releyendo a Marx,
ofrece una clara interpretación del pensador de Tréveris como enemigo de
toda supina aceptación de lo existente, poniendo de relieve los
aspectos idealistas de su pensamiento. De ahí también el rechazo de todo
pensamiento débil postmoderno y la asunción por parte de la filosofía
de una función intervencionista y activista. La filosofía, por tanto, no
vista ya como mera erudición estetizante o como perro de guardia del
«mejor de los mundos posibles» sino como instrumento para transformar la
realidad. Una filosofía, en suma, que readquiera por fin su dimensión
épica y heroica, como la entendía Giovanni Gentile.
Y precisamente al filósofo de
Castelvetrano y a su relación con Marx dedica Fusaro páginas importantes
de su nuevo libro, proponiendo una interpretación ciertamente
unilateral del pensamiento marxista, pero en absoluto ilegítima. Es en
particular el Marx de las Tesis sobre Feuerbach el que emerge
con fuerza de la obra de Fusaro: aquel Marx que criticaba el
materialismo «vulgar» del propio Feuerbach y que se concentraba
mayormente en el concepto de praxis –la praxis que, contra todo
determinismo, estaba siempre en condiciones de refutar una realidad
sentida como extraña para fundar un nuevo mundo. La praxis, por tanto,
como fuente inagotable de revolución.
Por lo demás, no es casualidad que sea precisamente Gentile quien valore al Marx filósofo de la praxis en aquel famoso volumen (La filosofia di Marx,
1899) que Augusto del Noce indicó, no sin alguna evidente exageración,
como el acto de nacimiento del fascismo. Pese a una obtusa damnatio memoriae
que todavía hoy pesa sobre Gentile, pero que ya ha sido puesta en
crisis por muchos filósofos autorizados (Marramao, Natoli, Severino,
etc.), Fusaro reafirma la indiscutible grandeza filosófica del padre del
actualismo. Más bien, lo define justamente como el más grande filósofo
italiano del Novecientos. No por una mera cuestión de gusto o de
partidismo, naturalmente, sino por un hecho muy simple: todos los
filósofos italianos del siglo XX, en el desarrollo más variado de su
pensamiento, se han tenido que confrontar necesariamente con Gentile.
«Gentile –escribe el autor –es para el Novecientos italiano lo que Hegel
–según la conocida tesis de Karl Löwith –es para el Ochocientos
alemán».
Fusaro, por tanto, reconstruye todo
aquel recorrido intelectual que de Fichte, pasando por Hegel y Marx,
llega hasta Gentile que, no por casualidad definido Fichte redivivus
por H.S. Harris, cierra el círculo. De aquí la interpretación del acto
puro de Gentile a la luz de la praxis marxiana, así como, inversamente,
la lectura de Gramsci como «gentiliano» que conoció a Marx filtrado por
el filósofo siciliano. Tesis, esta última, que no es en absoluto nueva
(pensemos aunque sólo sea en los recientes trabajos de Bedeschi y
Rapone) pero que todavía no se ha abierto camino en los ambientes
semi-cultos de la «clase media reflexiva» que lee Repubblica, repudia a Gramsci y tiene por gurú a Eugenio Scalfari.
De todos modos, no faltarían las
objeciones a algunas tesis de Fusaro sobre la relación de Gentile con
Marx, desde el momento en que el autor no tiene mínimamente en cuenta
los elementos mazzinianos y nietzscheanos del pensamiento del filósofo
actualista, así como falta cualquier referencia a las corrientes
culturales del fascismo que procedían del socialismo no marxista y que
no dejaron de influir a Gentile. Me refiero en particular al
sindicalismo revolucionario (A.O. Olivetti, S. Panunzio) y al socialismo
idealista del propio Mussolini: el socialismo que había descubierto que
revolucionaria no era la clase sino la nación. Me refiero, además, a
las jóvenes levas de los años treinta que querían edificar la
«civilización del trabajo», glorificada por el fascismo con el llamado
«coliseo cuadrado» que campea entre las imponentes construcciones del
Eur.
Sin Mazzini y los otros «profetas» del
Resurgimiento, por lo demás, no se podrían comprender los elementos
nacionales del pensamiento gentiliano, así como el significado que
Gentile daba al término «humanidad». Hacer que el «humanismo del
trabajo» de Genesi e struttura della società (1946, póstumo)
descienda de un «retorno» de Gentile a una confrontación con Marx, como
hace Fusaro, es posible sólo si se prescinde deliberadamente de todo el
debate que la cultura fascista desarrolló en los años treinta, con Ugo
Spirito, Berto Ricci y Niccolò Giani. Y en este sentido, entonces sería
también posible interpretar el humanismo gentiliano en clave
igualitarista. Pero el propio Gentile, en algunas intervenciones
importantes, aclaró cómo entendía la universalidad (y no el universalismo), que debía basarse en el concepto romano de imperium
y en una misión civilizadora de Italia (y aquí vuelve Mazzini), como
bien lo evidenció Gentile en el fundamental artículo Roma eterna (1940).
Una universalidad vertical, por tanto, entendida como ascenso,
y no un universalismo horizontal y anulador de las diferencias en
nombre de una abstracta concepción del hombre, alejada de cualquier
contexto histórico y cultural concreto. En este sentido, por tanto, el
humanismo gentiliano es fundamentalmente sobrehumanismo, como lo describió magistralmente Giorgio Locchi.
También sobre el concepto de «apertura
de la historia», sobre el que justamente insiste Fusaro, habría que
entenderse. Por otra parte, ya Karl Löwith subrayó en la inmediata
postguerra el mesianismo inherente a la filosofía de la historia
marxista. Según la teoría científica, de hecho, el
proletariado, obtenida la conciencia de clase gracias a la explotación
capitalista, habría debido, a través de la acción del partido comunista,
abolir las clases y el Estado, restableciendo las condiciones del Urkommunismus,
aunque de una forma «enriquecida», es decir, con todas las ventajas de
la tecnología moderna. En este sentido, también el marxismo trabajaba a
favor de la salida de la historia que, en vez de coincidir con la
planetaria democracia liberal de Francis Fukuyama, habría instituido la
anhelada sociedad comunista y el fin de toda voluntad «historificante»
del hombre.
De todos modos, estas breves y
sintéticas objeciones no quieren de ninguna forma disminuir la excelente
obra de Fusaro, que, por el contrario, es de lo mejor que se puede leer
en un desolador contexto político y cultural totalmente bovinizado
según las lógicas demoliberales, mundialistas y finanzcapitalistas. Al
contrario, la relectura de Marx en sentido idealista tiene un innegable
mérito: volver a situar en el centro de la acción política la voluntad
creadora del hombre, que brota de su libertad histórica. En otros
términos, es el retorno de la filosofía a una aproximación
revolucionaria a la realidad. Filosofía ya no entendida como
glorificación de lo existente, sino como motor de la historia, lo cual,
se convendrá, si no es todo, ciertamente es mucho.
Fuente: AUGUSTO MOVIMENTO
Extraído de: Página Transversal
(Traducción de Javier Estrada)
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