Por A.A
Las insinuaciones —nada de análisis rigurosos,
¿para qué?— sobre que Ledesma habría sido un nazi son, en
absoluto, gratuitas e incompatibles con la verdad histórica.
En el discurso ramirista no existen, ni de
lejos, conceptos tales como el de Reinblut (pureza de sangre),
propios del racismo nacionalsocialista. En los sucesivos programas redactados
por Ledesma desde 1931 no aparece un solo epígrafe sobre eugenesia —tema, por
cierto, muy extendido en la literatura anarquista de aquellos años—, prohibiendo
la inmigración, o que insinuase una futura legislación sobre extranjeros, menos
aún de su expulsión o de que sólo puedan ser considerados como ciudadanos los
de sangre española.
Ni en el manifiesto político de marzo de 1931
llamado de La conquista del Estado, ni en el de fundación de
las JONS, de octubre de ese mismo año, hay una sola línea que recuerde, ni
siquiera vagamente, las proclamas y programas nacionalsocialistas anteriores a
1933, y la posterior legislación racial del III Reich.
Su admiración por las revoluciones bolchevique
rusa, nacionalsocialista alemana y fascista italiana —así como por los planistas
franceses (antinazis y anticomunistas) o por la Turquía de Ataturk—, lo
fueron en tanto que revoluciones nacionales y antiliberales. Nunca —repetimos,
nunca— como modelos a importar.
No deja de ser una ironía de la historia que
quienes, hasta 1953 —e incluso con posterioridad— habían sacralizado hasta el
paroxismo más nauseabundo el nombre de Stalin [1] (Dolores Ibárruri, Rafael
Alberti, Pablo Picasso, Santiago Carrillo y un larguísimo etcétera) pasen ahora
a engrosar la nómina de starlettes de la democracia española,
y Ledesma Ramos se convierta en un inquilino del desván de los monstruos.
¿Por qué? Misterios de la propaganda
política...
Ledesma tampoco fue, en absoluto, un antisemita
como, por ejemplo, malintencionadamente afirma Julio Rodríguez-Puértolas (Literatura
fascista española, v. 1 “Historia”, AkaI, Madrid, 1986, p. 42).
Constatar, como hizo Ledesma Ramos, y como han hecho a lo largo de la historia
del siglo XX cientos de autores, que Carlos Marx era judío no
es propalar una falsedad: lo era y de una rancia estirpe de rabinos de Tréveris
(Alemania).
Resulta muy curioso —y hasta aleccionador— que
Marx llamara — ¡esta vez sí!— con odio y desprecio “pequeño judío”,
“judío ridículo” y “judío negro” (v Julien d’Arleville, Marx, ese
desconocido, Acervo, Barcelona, 1972, pp. 158 y ss.), entre
otras lindezas, a Ferdinad Lassalle y el fundador del socialismo científico no
haya pasado a la historia como racista, xenófobo o nazi.
Algunos autores han insinuado, por último, que
el flequillo de Ledesma vendría a ser una emulación capilar del, por otra
parte, muy común por aquella época peinado del Führer. Si
tanto le gustaba el look Hitler a Ledesma, ¿por qué narices no
se dejó éste crecer el bigote? El hecho de que historiadores —entre ellos
alguno en principio serio, como el norteamericano Stanley G. Payne— se dejen
seducir con pruebas tan evidentes —lo que podríamos llamar la teoría
capilar del nazismo o algo por el estilo—, demuestra hasta qué punto
no estamos ante pinceladas propias de historiadores quisquillosos, sino ante
auténticos desarreglos de cerebros inquisitoriales.
Porque de eso se trata, ¿no?
NOTAS:
[1] A propósito dc Stalin: según cl historiador
Eric J. Hobsbawm, el padrecito envió a la muerte entre 1929 y
1936 a unos 20 millones de rusos. Para Dimitri Vololkogonov, sólo entre 1937 y
1938, ordenó la ejecución de 14 millones de personas. Según Valeri Trotski la
cifra definitiva rondaría los 15 millones. Por último, para el historiador Paul
Johnson, sólo en el año 1942, Stalin habría eliminado a 10 millones de
campesinos, entre ellos varias minorías étnicas (El Mundo, 13-VII-1997,
p. 21). Y, sin embargo, Stalin no ha pasado a la historia como... nazi.
Texto publicado en "Tribuna de Europa", núm.
12 – 2ª época, octubre-noviembre de 1997, página 42.
Extraído de: El Archivo Ramiro Ledesma Ramos
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