Por Juan Manuel de Prada
Desde las
alturas de la noria del Prater vienés, Harry Lime, el pérfido protagonista de
El tercer hombre, puede llamar desahogadamente «puntitos negros» a sus
víctimas: «No seas melodramático. Mira ahí abajo. ¿Sentirías compasión por
alguno de esos puntitos negros si dejara de moverse? Si te ofreciera veinte mil
dólares por cada puntito que se parara, ¿me dirías que me guardase mi dinero o
empezarías a calcular los puntitos que serías capaz de parar?». El cinismo
desdeñoso de Harry Lime se hace ahora más jactancioso (como espolvoreado de
farlopa) en la jerga de la propaganda neocón, que a los «puntitos negros»
palestinos los llama «escudos humanos».
Y la gente
zombificada lo acepta como si tal cosa, pensando tal vez que los palestinos son
todos terroristas de Hamás. Pero lo cierto es que los palestinos son gentes
despojadas y expulsadas de la tierra de sus ancestros, confinadas en un
territorio siempre decreciente, hacinadas como chinches en dos campos de
concentración o reservas comanches, sin medios de subsistencia que les permitan
llevar una vida digna. Y que, cada vez que intentan
cultivar sus exiguos campos o explotar sus raquíticas reservas de pesca o poner
en marcha una fábrica, son golpeadas ferozmente por los vecinos que las
despojaron. Entre estos «puntitos negros» (o «escudos humanos», como prefiere
la propaganda) no sólo hay musulmanes, sino también cristianos árabes; y, por
supuesto, no todos los musulmanes se adhieren a Hamás, que sin embargo como es natural, allá donde se siembra el odio con bombas goza de un creciente número de adeptos entre una población
cansada de humillaciones, obligada a vivir a la intemperie sin suministro de
luz ni agua corriente, reducida a la condición de ratas acorraladas con las que
sus vecinos hacen puntería, como en una barraca de pimpampum.
Para
entender lo que está ocurriendo en Palestina y sobrevivir a las intoxicaciones
(siempre trufadas de apelaciones a la democracia y la libertad, que desempeñan
el mismo papel justificativo que el dinero en el cínico alegato de Harry Lime)
basta escuchar a los cristianos de la región. Así, por ejemplo, Fouad Twal,
Patriarca de Jerusalén, acaba de afirmar que los bombardeos pretenden «hacer de
Gaza una fábrica de desesperados, listos para convertirse en extremistas»,
recordándonos que «el deseo perverso y ciego de aniquilar al enemigo» ha
logrado que «el setenta por ciento de las víctimas sean mujeres y niños».
También podemos escuchar a Michel Sabbah, Patriarca emérito de Jerusalén, quien
ha calificado sin dubitación lo que está ocurriendo en Gaza de «masacre inútil»
que sólo logra «llenar de odio los corazones» y ha advertido que «la única
manera de salir de la espiral de violencia y destrucción es abordar la cuestión
de fondo, que es la ocupación israelí de los territorios palestinos». Asimismo,
se puede prestar atención al sacerdote palestino Manuel Musallam, quien afirma:
«Los cristianos no somos una tercera parte en el conflicto entre Israel y el
Islam. Somos un bloque junto con los musulmanes, y los israelíes son otro
bloque. Compartimos con los musulmanes vida y muerte, paz y guerra, esperanza,
miedo y perturbaciones». Tanto es así que la parroquia católica de la Sagrada
Familia, en Gaza, refugio de niños discapacitados y ancianos asistidos por
monjas del instituto del Verbo Encarnado, fue bombardeada por Israel hace unos
pocos días.
Pero, para
la propaganda neocón, Twal, Sabbah y Musallam imagino que serán unos
antisemitas tremendos; y los cristianos y musulmanes que mueren de la mano en
Palestina (más mil seiscientos ya), unos «escudos humanos» como la copa de un
pino.
Extraído de: Página Transversal
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