domingo, 15 de marzo de 2015

ARTHUR MOELLER VAN DER BRUCK, UN DESTINO EJEMPLAR

Por Arnaud Guyot-Jeannin



Conociendo su principal obra, “Le Troisième Reich”, Ediciones Pardes ha tomado la iniciativa de publicar “La révolution des peuples jeunes” de Arthur Moeller van den Bruck. La obra, largamente prologada por Alain de Benoist, nos permite volver sobre una vida apasionante y de perfilar mejor el corpus ideológico de este gran aristó­crata prusiano.

Arthur Moeller van den Bruck nació en Solingen el 23 de abril de 1876 en el seno de una familia de notables protestantes. Su padre arquitecto, gran admirador de Schopenhauer, da a su hijo el nombre del autor de “El mundo como voluntad y como representación”.

Moeller pasa su adolescencia en Dusseldorf. De temperamento rebel­de, se marcha del instituto de esta ciudad tres años antes de acabar su bachillerato e iniciar una serie de via­jes. Así se suceden las deambulaciones que marcarán su vida entera. Se insta­la primero en Erfurt, después en Leipzig donde se inscribe en la universidad. Pero, todavía reacio al conformismo estudiantil, se cultiva al modo autodidacta. Conoce al poeta lírico y simbolista Franz Ewers, y a Hans Merian, director de la revista vanguardista Die Gesellschaft en la que publica sus primeros artículos.

En 1.896, Moeller tiene 21 años. Se casa con una amiga de la infancia, Hedda Masse, y se va de Leipzig. Van a vivir a Berlín. Desde su llegada, Moeller toma contacto con los círculos literarios modernistas. Se gana la vida como traductor (Baudelaire, Maupassant, Poe) y colabora en la Zukunft de Maximilian Harden. Sus tomas de posición son entonces más artísticas y literarias que políticas. Al­gunos años más tarde, en 1902, reali­za, bajo el título de Die Moderne Literatur, diez monografías consagra­das a autores contemporáneos (entre ellos Stefan George). Su gusto supe­rior es saludado por la crítica. Pero este reconocimiento no aprovechará todavía a Moeller: aborreciendo el es­píritu de cuartel, rechaza hacer su servicio militar (lo que no le impedirá, en el momento oportuno, marchar a la guerra), y se fuga a París. Conocerá la existencia precaria de los escritores desadinerados.

Del exilio nace la nostalgia de la patria perdida. Entre 1904 y 1907 se escalonan así la publicación de ocho volúmenes consagrados a la vida de alemanes ilustres, titulados Die Deutschen. Se nota la influencia de Dostoievski -del que tradujo toda su obra-, de Carlyle y de Emerson. Re­chazando el antimodernismo cultural, entonces de moda, Moeller se recono­ce de las naciones que define a las antípodas del chovinismo estrecho, como la adhesión a una cultura popu­lar inscrita en la historia. Se refiere sobre todo a discernir los grandes “tipos” fundadores de las conciencias nacionales, comparando Hamlet de Shakespeare (tipo problemático) al Fausto de Goethe (tipo clásico). Con ocasión de precisar su crítica del libe­ralismo -una doctrina que a sus ojos “no tiene el más mínimo punto de contacto con la libertad”. Por primera vez él firma con su nombre.

Sigue una fase de maduración doctrinal, marcada por la publicación de dos ensayos sobre el arte italiano y el estilo prusiano. Moeller distingue los pueblos reunidos por la regeneración del mito original (Italia) y los que se baten en tomo de la puesta en forma estática de un principio director (Prusia). Arte, literatura, historia: a tra­vés de los trabajos de este periodo, Moeller traza el esbozo de una nueva conciencia alemana donde su genera­ción presiente confusamente su llega­da.

La experiencia de la guerra, donde muere realmente el siglo XIX, y sobre ­todo de la posguerra, donde se refleja el traumatismo de la derrota, orienta a Moeller hacia las cuestiones políticas y filosóficas. Muchos textos de este período (1916-1923) forman así “La Revolution des peuples jeunes”. El prólogo detallado de Alain de Benoist muestra bien la singularidad del autor, en la confluencia de las ideas imperia­les, espirituales y rusófilas (el Imperio eterno), socialistas, aristocráticas y populares (socialismo prusiano) pero también anticristianas, tecnicistas y darwinistas (pueblos viejos, pueblos jóvenes). Un compromiso difícil entre tradición y modernidad, que será uno de los hilos conductores de la Revolu­ción conservadora.

Después de la guerra, Arthur Moeller van den Bruck se convierte en el padre espiritual del ambiente joven-conser­vador, agrupado en el Juni-Klub (el club de junio, llamado así poco des­pués de la firma del tratado de Versalles el 28 de junio de 1919). Por su trabajo intenso, se convierte en el alma del semanario Das Gewissen (la concien­cia), periódico de tiraje honorable para la época (30.000 ejemplares) y que cuenta con Thomas Mann entre sus suscriptores entusiastas.

La coronación de esta experiencia editorial será la publicación de su más célebre obra, Le Troisième Reich (1923). Un título que no debe llevar al error. El libro no anuncia para nada el régimen nazi, que él estigmatizará. Su elogio de la “apertura al este”, así como su hostilidad al racismo y al materialismo biológico serán conde­nados por los ideólogos oficiales del estado hitleriano.

Pero Moeller no conocerá jamás esta tardía degeneración. Se suicidara el 30 de mayo de 1925. Su último viaje, en la medida de una existencia sin concesión.

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