Por Federico Larsen
El reclamo
argentino por la soberanía sobre las Islas Malvinas no es el único pedido de
descolonización pendiente en el mundo, 17 territorios son hoy monitoreados para
terminar con el colonialismo a nivel global.
Durante el
siglo XX se dio la gran ola de descolonización a nivel global que permitió el
surgimiento de nuevos Estados-Nación en todo el mundo. Si bien África y Asia
fueron los continentes más afectados por el fenómeno, en todas las latitudes se
sintió con firmeza el reclamo por la autodeterminación de los pueblos a elegir
sus formas de gobierno y ejercer su soberanía.
En pos de acompañar ese proceso y acabar con
el colonialismo europeo en el mundo, las Naciones Unidas instituyeron la
“Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos
coloniales”, conocida también como la Declaración sobre la Descolonización, en
1961. Un año más tarde se constituyó el Comité Especial de Descolonización,
conformado por 24 países que deben asegurar la aplicación de los principios
fundamentales de la declaración. En febrero pasado, Ecuador fue reelegido en la
presidencia del comité.
Actualmente
existen 17 “territorios no autónomos”, como los define la ONU, donde viven unas
dos millones de personas. Diez de ellos son controlados por el Reino Unido:
Anguila, Bermudas, Gibraltar, Islas Caimán, Islas Malvinas, Islas Turcas y
Caicos, Islas Vírgenes Británicas, Montserrat, Pitcairn y la isla de Santa
Elena; tres, por los Estados Unidos: Guam, Islas Vírgenes de los EEUU y la
Samoa Americana; y dos en manos de Francia: Nueva Caledonia y la Polinesia
Francesa. A estos es necesario agregar dos más, que reciben una atención
especial por parte de la ONU, y son Puerto Rico, considerado un “Estado libre
asociado” pero no incorporado a los EEUU, y la República Árabe Saharaui
Democrática, ocupada por Marruecos tras la cesión española.
Contrariamente
a lo que se puede pensar, en la mayoría de los casos estos territorios no
constituyen ninguna ventaja económica directa para los colonizadores. Por el
contrario, el estatus autonómico que han conseguido, especialmente entre los
años 70 y 90, comporta una serie de obligaciones administrativas muchas veces
onerosas para las potencias administradoras.
Si bien los
pueblos “no autónomos” pueden elegir un poder legislativo y un primer ministro,
el Poder Ejecutivo es compartido con un gobernador elegido directamente desde
la potencia colonial, que toma las decisiones sobre la política exterior,
militar y de comercio internacional y los presupuestos de inversión en
infraestructura son generalmente cubiertos por el país colonizador.
Sin embargo,
en su mayoría -10 de 17- están incluidas dentro de la lista internacional de
paraísos fiscales de la OCDE, dando cuenta de un altísimo nivel de vida
alcanzado bajo esta organización al amparo de la especulación financiera a
nivel mundial. Buena parte de estos países son conocidos por información “de
color” que las potencias difunden en muchos casos para reflejar un estado de
paz.
Samoa, por
ejemplo, saltó a la fama recientemente por su selección de fútbol, reconocida
por la FIFA, y considerada la peor del mundo, pero también la primera en
incorporar una jugadora trans entre sus filas.
Así y todo
la actualidad de estos territorios no se reduce a su estatus de paraísos
fiscales o turísticos. Su sumisión a los gobiernos centrales y los movimientos
independentistas que han surgido a lo largo de los años han traído no pocos
conflictos.
Uno de los
más resonantes, es el que enfrenta hoy a París contra la Polinesia Francesa que
reclama una jugosa indemnización por haber sido durante 30 años la zona de
pruebas nucleares de la República Francesa. Entre las
118 islas que componen este enclave colonial en el Pacífico, se encuentran las
tristemente famosas Mururoa y Fangataufa, donde entre 1968 y 1996 Francia hizo
explotar 193 artefactos nucleares dejando, según denunciaron las autoridades
polinesas el año pasado, 3200 toneladas de material radioactivo en sus costas.
París deberá
también atender otro frente en el ámbito de la descolonización en los próximos
meses. Se trata de Nueva Caledonia, que hará cumplir una de las cláusulas del
Acuerdo de Noumea firmado en 1998 entre los isleños y Francia, que prevé la
celebración de un referéndum independentista “entre 2014 y 2018″. Si bien la
fuerza política mayoritaria hace 25 años allí sea el derechista UMP -partido
liderado por Nicolás Sarkozy- que se opone a cualquier reclamo independentista,
el Front de LibérationNationaleKanak et Socialiste (FLNKS), con fuerte
presencia indígena, está cobrando cada vez más fuerza y hoy lidera la campaña
por el sí a la independencia.
Los dominios
británicos tampoco están exentos de conflictos. El Primer Ministro de Anguila,
Hubert Hughes, volvió a fines de 2013 a insistir en la celebración de un
referéndum, de común acuerdo con Londres, para definir el estatus colonial de
la isla. La última vez que se llevó a cabo una iniciativa similar fue en 1967
cuando 1813 isleños contra cinco votaron declarar la independencia. Dos años
más tarde los paracaidistas británicos llegaron para restablecer el orden.
La política
plebiscitaria para resolver este tipo de controversias también está siendo
fuertemente criticada. Existen casos, como el del referéndum en las Islas
Malvinas de 2013, donde el resultado de la consulta es evidentemente
influenciado por la política colonial de la potencia administradora.
Esto sentó
precedentes en el ámbito internacional, como en el caso de Guam, en el Pacífico
Occidental bajo control norteamericano. Allí en 1982 los 180.000 isleños fueron
llamados a un plebiscito que no llegó al quórum necesario. Dos años más tarde,
la ONU culpó a una de las más imponentes bases militares de los EEUU, instalada
en 1976, de ser “el mayor obstáculo” para que la población pueda elegir libremente
su destino.
En otros
casos, las promesas de autodeterminación nunca se cumplen, como en la República
Árabe Saharaui Democrática, que espera la celebración de su referéndum
independentista desde 1991 tras la firma de los primeros acuerdos de paz con
Marruecos y España.
El derecho
internacional ha intentado establecer reglas para la descolonización de los
territorios no autónomos en varias ocasiones sin obtener resultados
fehacientes. Basta recordar que la resolución ONU 2708 de 1970 y concordantes
-35/119; 36/38; 37/35; 39/91-, establecen la prohibición de instalar bases
militares en estos territorios. Pero la militarización de los mismos crece o
desciende en base a las necesidades geopolíticas de las potencias
administradoras y no de las resoluciones internacionales. A esto se le
agrega que la mayoría de las acciones multilaterales que se lleven adelante
pasan por un Consejo de Seguridad de la ONU anacrónico, dominado por las tres
potencias coloniales que se oponen a cualquier discusión sobre la situación actual.
El caso
Malvinas resulta entonces de profunda relevancia internacional. Es el único
-exceptuando alguna muy débil protesta española por el Peñón de Gibraltar-
donde un Estado ha decidido avanzar diplomáticamente en la resolución del
conflicto por vías pacíficas. Cualquier avance que se logre en ese sentido,
podría sentar precedente para las demás poblaciones bajo dominio colonial.
Extraído de la Página Transversal
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