domingo, 22 de febrero de 2015

¿QUIÉN TEME A PABLO IGLESIAS?

Por Juan Manuel de Prada


Estudio con regocijo las reacciones que provoca Pablo Iglesias. Hay, por un lado, un empeño irrisorio en involucrarlo en asuntos turbios que enfanguen su imagen: algunas veces, el empeño adquiere tintes chuscos (así, por ejemplo, cuando se denuncia que disfrutó de becas sufragadas por la misma banca que execra, como si robar en según qué casos no estuviese recompensado por el refranero con cien años de perdón); otras veces, el empeño se hunde en los cenagales de la hipocresía más desmelenada (así, por ejemplo, cuando se denuncia que prestó un apoyo simbólico a los filoetarras, como si sucesivos gobiernos de uno y otro signo no les hubiesen prestado un apoyo nada simbólico, permitiéndoles concurrir a las elecciones, aliviándoles las condenas o facilitándoles subvenciones). Resulta, en verdad, conmovedor asomarse a ciertos programas que, día tras día, dedican minutos –¡y hasta horas!– a denigrar a Pablo Iglesias, en un lastimoso ejercicio más próximo a la terapia psicoanalítica (hay tertulianeses más obsesionados con Pablo Iglesias que el divino Dante con Beatriz) que al debate televisivo. Y justo antes de empezar a escribir este artículo me dicen que algunos periodistas de una radio pública han denunciado que la dirección de su empresa les ha pedido que no hablen de Pablo Iglesias. En realidad, este presunto amago censorio es complementario (haz y envés de una misma moneda) de la compulsión obsesiva en el vituperio; y ambas actitudes las dicta la misma baja pasión: el miedo.

Miedo y nada más que miedo. A Pablo Iglesias tratan de presentarlo como un golfillo trapacero, como un comunista apolillado, como un vendedor de humo. No diremos que Pablo Iglesias no tenga algún rasgo propio de estas caracterizaciones paródicas (aunque, por encima de todas ellas, se nos antoja, en su retórica y en sus ademanes, un demócrata tremendo y tremendista); pero no provoca miedo porque sablease a Chávez, ni porque haga proclamas demagógicas, ni porque quiera poner un sueldo quimérico a todo quisque. Pablo Iglesias provoca miedo porque tiene un «relato», una visión del mundo; en definitiva, porque cree en unos principios (naturalmente erróneos) que desarrolla de forma congruente y aplica con irreprochable lógica a las diversas cuestiones políticas. Por eso tanto la «casta» política como sus «mayordomos» (permítasenos el empleo jocoso de la jerga pauloeclesiástica) están alborotados: porque, para ellos, los principios son tan sólo un pin que se ponen en la solapa, para provocar la adhesión refleja de su clientela, mientras que Pablo Iglesias cree a machamartillo en sus principios y está dispuesto a aplicarlos. Quienes se mueven por intereses siempre han sentido pánico ante quienes se mueven por principios, sin importarles que tales principios sean acertados o erróneos. Tienen miedo a Pablo Iglesias; y, para vencerlo, tratan de inspirárselo a su clientela, agitando el espantajo del comunismo. No pueden combatirlo honorablemente porque no tienen otros principios contrarios que oponerle, por la sencilla razón de que no creen en ninguno.

En «La esfera y la cruz», Chesterton nos presentaba a dos contendientes, un creyente y un ateo, que no conseguían batirse a duelo en defensa de sus convicciones, porque el régimen vigente, muy tolerante y moderadito, se lo impedía; y es que aquellos personajes, dispuestos a defender a muerte sus principios, delataban el contubernio de los chanchulleros que, a falta de principios, sólo defendían intereses, desde posiciones en apariencia contrarias. Chesterton siempre trataba a los ateazos con deferencia, incluso con franca simpatía; y reservaba su acritud para los que carecen de principios.

Extraído de ABC


No hay comentarios:

Publicar un comentario