Por Patrick Pearse
El texto que les
presentamos forma parte del ensayo político “El pueblo soberano”, escrito por
Pearse en marzo de 1.916, un mes antes de la insurrección.
La insurrección de
Pascua de 1.916 surgió de la alianza del nacionalismo revolucionario,
representada por P. Pearse, con el socialismo popular, representado por James Connolly.
Algunos días
después de su arresto, Pearse fue fusilado junto a los otros jefes de la
insurrección. Sus cuerpos fueron enterrados en cal viva para que los irlandeses
no pudieran conservar reliquias de sus héroes.
La independencia nacional supone
la soberanía nacional. La soberanía nacional posee una doble naturaleza, a la
vez interna y externa. Significa la soberanía de la nación sobre todos sus
componentes, sobre todas las personas y sobre todo lo que está en la nación:
significa la soberanía de la nación opuesta a todas las otras naciones. La
nacionalidad es un hecho espiritual, pero la expresión nacional conlleva la
libertad de movimientos y la fuerza física encargada de proteger la libertad de
movimientos es necesaria para la perennidad de la nación. Sin ella la nación se
hunde, se debilita y al final puede morir. Sólo una nación muy firme, una
nación como Irlanda cuyo poder espiritual e intelectual es muy grande, puede
vivir sin ella más de varias generaciones, pero sin libertad; incluso una
nación igual de testaruda que Irlanda acabaría sin duda muriendo. Así pues, la
libertad de movimientos significa precisamente el control de las condiciones
necesarias para una vida sana y vigorosa. Resulta evidente que esto es en parte
material, y por tanto, la libertad nacional supone el control de las
condiciones necesarias para una vida sana y vigorosa. Resulta evidente que esto
es en parte material, y por tanto la libertad nacional supone el control de las
cosas materiales esenciales para la supervivencia material y para la libertad
de la nación. En consecuencia, la soberanía de la nación se extiende no sólo a
todos los hombres y mujeres de la nación, sino también a todas la posesiones
materiales de al nación, el suelo nacional y todos sus recursos, todas la
riquezas y los medio de producción de la nación. En otras palabras, no hay
ningún derecho privado de propiedad en contra del derecho público de la nación.
Pero la nación tiene la obligación moral de utilizar su derecho público para
asegurar a todos los hombres y mujeres de la nación los mismos derechos y las
mismas libertades. El conjunto está autorizado a buscar la felicidad y la
prosperidad del conjunto, por ello debe buscarse con el fin de permitir a cada
uno de tos individuos que componen el conjunto, el acceso a la felicidad y a la
prosperidad, una felicidad y prosperidad compatible al máximo con la felicidad
y la prosperidad de resto.
Podemos resumir todo esto en
algunas simples frases:
1. El objetivo de la libertad
es la felicidad humana.
2. El objetivo de la libertad
nacional es la libertad individual, es decir, la felicidad individual.
3. La libertad nacional supone
la soberanía nacional.
4. La soberanía nacional
supone el control de todos los recursos morales y materiales de la nación.
He insistido en el hecho
espiritual de la nacionalidad: he insistido en la necesidad de libertad de
movimiento para la continua preservación de este hecho espiritual en un pueblo
vivo; insisto ahora en la necesidad de un control completo de los recursos
materiales de la nación, para que esta libertad sea completa. Creo que así doy
el lugar y la importancia que hay que dar a lo que llamamos “el fundamento material
de la libertad”. Los recursos materiales de una nación no son la nación, al
igual que la alimentación del hombre no es el hombre. Sin embargo, los recursos
materiales son tan necesarios para la vida de una nación como lo es la
alimentación para la vida del hombre.
Proclamo que la soberanía
nacional sobre los recursos de una nación es absoluta, pero que, claro está,
tal soberanía debe ejercerse para el bien de la nación y sin prejuicios en lo
que concierne a los derechos de las otras naciones, ya que la soberanía
nacional, tal como todo lo que existe, debe obedecer las leyes de la moral.
El bien de la nación es,
finalmente, el bien de los individuos, hombres y mujeres, que componen la
nación. Concretemos qué es una nación. Lo son los hombres y las mujeres, todos
sus hombres y mujeres sin excepción. Normalmente los hombres y las mujeres de
la nación tienen los mismos derechos, pero un hombre o una mujer pueden perder
sus derechos si se convierten en renegados de su país. Ninguna clase social de
la nación tiene derecho a privilegios superiores a las otras clases, si la
nación no lo consiente. El derecho y el privilegio de dictar o aplicar las
leyes no pertenece a ninguna clase social concreta de la nación, si no que
pertenece a la nación entera, es decir, a todo el pueblo, y no puede ejercerse
legítimamente más que por aquellos que han sido designados por todo el pueblo.
El derecho de controlar los recursos materiales de una nación no pertenece a
ningún individuo ni a ninguna clase social, si no que pertenece a la nación
entera, es decir, a todo el pueblo, y no puede ejercerse legítimamente más que
por aquellos que han sido designados por todo el pueblo y de la manera que
indique el pueblo entero. Insisto en que ningún derecho individual puede estar
por encima del derecho del pueblo entero; pero el pueblo, al ejercer sus
derechos soberanos, se ha comprometido moralmente a respetar los derechos
individuales, actuar bajo el signo de la igualdad de la misma manera con sí
mismo que con los otros miembros, al igual que velar para que esta equidad
entre los individuos se respete.
Insistir en el control soberano
de la nación sobre la propiedad en el interior de los límites nacionales no
significa rechazar el derecho a la propiedad privada. Corresponde a la nación
determinar en qué medida sus miembros pueden disfrutar de la propiedad privada.
Corresponde a la nación determinar en qué medida sus miembros pueden disfrutar
de la propiedad privada, y en qué recursos materiales de la nación puede
autorizarse. Una nación puede, por ejemplo, considerar, como fue el caso de la
nación irlandesa libre durante siglos, que la propiedad privada de la tierra no
debe existir, y que el conjunto del suelo nacional es propiedad colectiva de la
nación. Una nación puede considerar, como es el caso de numerosas naciones
modernas, que todos los medios de transporte en los límites territoriales,
todas las vías de tren y los canales, son propiedad colectiva de la nación, y
deben regirse por la nación para el provecho de todos. Una nación puede ir más
lejos y considerar que toda fuente de riqueza, cualquiera que sea, es propiedad
nacional, que todos los individuos deben ponerse al servicio del bien común, y
deben ser remunerados por ello por la nación de forma adecuada, y que todas las
riquezas sobrantes deben ir a parar al tesoro público y ser utilizadas para
objetivos nacionales, antes que acumularse en los bolsillos de algunos
individuos. No hay nada de divino ni de sagrado en ninguna de estas
proposiciones, se trata de asuntos puramente humanos, sujetos a discusión y a
ajustes entre los miembros de una nación, asuntos en los que la decisión final
pertenece a la nación entera, asuntos en los que la nación entera puede revisar
o anular sus decisiones, en base al interés general. No rechazo el derecho de
propiedad privada, pero insisto en el hecho de que toda propiedad sea sometida
a la aprobación nacional.
Repito de nuevo que el pueblo es
la nación: el pueblo entero, todos sus hombres y mujeres, y en cuanto a las
leyes establecidas o las acciones realizadas por los que pretenden representar
al pueblo, pero que no habrían sido jamás designados por éste, ni implícita ni
explícitamente, estas leyes y estas acciones no tienen nada que ver con el
pueblo; hay que considerarlas como una usurpación, una impertinencia, sin
ningún valor. Por ejemplo, un gobierno de capitalistas, un gobierno de
clérigos, un gobierno de hombres de leyes, de nómadas, o de borrachos o de
personas nacidas en martes, no representa al pueblo, no corresponde al pueblo a
menos que haya sido elegido y aceptado por el pueblo para representarlo y
gobernarlo; y en este caso, pasa a ser el gobierno legítimo del pueblo, y
durará hasta que éste ponga fin a su mandato. Así pues, el pueblo, si es
inteligente, no elegirá a sus legisladores y administradores sobre bases tan
arbitrarias y fantasiosas como la posesión de un capital, el hecho de ser
borracho, o el de ser nacido en martes, ya que un gobierno designado de esta
forma o representante ante todo (aunque no sea deliberadamente) de los capitalistas,
de los borrachos o de las personas nacidas en martes, dictará leyes y gobernará
inevitablemente a favor de los capitalistas, los borrachos o las personas
nacidas en martes, según el caso. El pueblo, si es inteligente, escogerá como
legisladores y administradores a hombres y mujeres real y plenamente
representativos de todos los hombres y mujeres de la nación, de los que no
poseen nada y de los que poseen algo. Considerarán que el azar llamado
“propiedad”, “capital”, “riqueza”, la posesión de lo que se denomina un
“desafío”, no dificulta automáticamente el derecho de representar al pueblo,
más que el azar de ser un borracho o de haber nacido en martes. Y para que el
pueblo pueda escoger como legisladores y gobernantes hombres y mujeres que lo
representen real y plenamente, la elección debe caer siempre en manos del
pueblo entero. En otras palabras, cuando él pueda si así lo quiere, en el
ejercicio de su derecho soberano, conceder el mandato a una casta cualquiera,
es decir, adoptar un sistema de electorado limitado, deberá, si es inteligente
extender el electorado lo máximo posible, y dar el derecho de votar a todos los
adultos sanos de espíritu. Restringir el derecho de voto de una forma o de otra
significa preparar una usurpación futura en los derechos del pueblo soberano.
El pueblo, es decir, el pueblo entero, debe permanecer soberano, no sólo en
teoría, sino también en la práctica.
Afirmo pues, el derecho divino
del pueblo “el don de Dios a Adán y sus pobres hijos para siempre”, a poseer y
a conservar esta buena tierra. Afirmo que las naciones, que representan la
encarnación de los pueblos organizados, son soberanas y sagradas. La nación es
una división natural, tan natural como la familia, e igual de inevitable. Es la
razón por la cual una nación es sagrada y el porqué un imperio no lo es. Una
nación se caracteriza por sus nexos naturales, nexos místicos y espirituales,
nexos humanos y nexos afectivos, en cambio un imperio como mucho sólo tiene
nexos de intereses mutuos, y en el peor caso, se mantiene por la fuerza brutal.
Una nación es una familia a mayor escala, en cambio un imperio es una empresa
comercial a mayor escala. La nación procede de Dios, en cambio, el imperio
procede del hombre, si no es que se trata del diablo.
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