Georges Sorel (1847-1922) no es
un filósofo y teórico revolucionario que requiera mayores presentaciones, sin
embargo, tanto su figura como su pensamiento han pasado bastante desapercibidos
en la historia del s. XX, pese a que su influencia se ha hecho sentir de forma
velada y subrepticia a lo largo de la centuria pasada por medio de ciertos
acontecimientos históricos, algunos personajes tanto políticos como
ideológicos, y, también, sobre los movimientos sociales más recientes.
El pensamiento de Sorel está
impregnado de una particular sofisticación teórica que hace que sus
planteamientos sean especialmente sugestivos, escapando así de cualquier
convencionalismo y eludiendo por completo la posibilidad de caer en esquemas
ideológicos preconcebidos. Esta característica del pensamiento soreliano, que a
primera vista pudiera resultar confusa e indefinida por lo que tiene de
original, ha propiciado que la figura de Sorel haya sido reivindicada por
sectores políticos y filosóficos de lo más dispares, lo que ha contribuido aún
más a impedir su encasillamiento, quedando relegado a la condición de
“espécimen” político exótico en los ámbitos académicos.
La complejidad de la que no está
exento el pensamiento de Sorel se debe, en gran medida, a la gran
heterogeneidad de influencias que recibe por parte de otros pensadores, de los
que destacan Karl Marx, Pierre J. Proudhon, Giambattista Vico o Henri Bergson
entre otros. A lo ya dicho es necesario sumarle lo que de propiamente suyo hay
en su pensamiento, el cual no consiste únicamente en una curiosa síntesis y
amalgama de diferentes ideas de los autores citados, sino que su principal
aportación reside en la agudeza y lucidez de sus análisis, habiendo sabido
captar con exactitud el sentido general de la corriente histórica de su tiempo
e identificado a la perfección los resortes impulsores del cambio histórico.
La historia, como creación
humana, es concebida por Sorel a partir de la distinción que establece entre el
«medio artificial» (naturaleza artificial) y el «medio natural» (naturaleza
natural), entre el sistema maquinal y el sistema cósmico. Así, el hombre únicamente
conoce aquello que hace, es decir, el mundo artificial de la industria, las
máquinas y la técnica por cuanto este, como producto humano, constituye una
creación suya. La naturaleza artificial, creada por el hombre, se
encuentra separada de la naturaleza natural que constituye el mundo
de los fenómenos naturales.
La naturaleza artificial se
encuentra vinculada con el mundo de la técnica como mecanismo de la producción,
la misma que hace posible su desarrollo progresivo hacia una mayor organización
y un perfeccionamiento en su aplicación práctica. Por el contrario, la naturaleza
natural corresponde a todo cuanto el hombre no ha hecho, al mundo de
la naturaleza en el que se desarrollan las hipótesis científicas y
cosmogónicas.
A partir de estas premisas, que
son una clara herencia del pensamiento filosófico de Vico, Sorel desarrolla su
propia visión acerca del desarrollo del cambio histórico, estableciendo una
clara distinción entre determinismo y libertad. En este sentido su oposición al
determinismo viene dada por el sentimiento de libertad que anida en el
hombre y por el cual, lejos de desempeñar un papel pasivo en el devenir
histórico, es el protagonista de la historia al ser su hacedor.
Así, la técnica industrial no
determina la estructura social y cultural, porque la propia técnica es una
creación del hombre con la que construye su porvenir. El hombre, para
conocerlo, es necesario considerarlo en su totalidad como trabajador,
poniéndole en relación con el aparato técnico de los medios de producción. Esto
es importante en la medida en que el marco material que lo circunda le impone
ciertas limitaciones, pero, sin embargo, el hombre no se ve modelado por este,
ya que las estructuras, como creación suya, no son, en última instancia, las
que determinan el sentido y la forma del desarrollo de los acontecimientos
históricos.
El hombre, por medio de la
técnica, construye sus propias condiciones de vida material sobre la naturaleza
exterior, haciendo uso de las fuerzas que la propia naturaleza pone a su disposición
convirtiéndose así en su señor. El hombre, como elemento activo, no es sólo
producto de las circunstancias generadas por el marco estructural y material, y
por tanto no sólo es objeto, sino que también es sujeto en
la medida en que altera y cambia las circunstancias en las que se encuentra
inserto, haciéndolas objeto de su actividad. Las circunstancias, así
entendidas, no son únicamente objeto de la naturaleza, sino proceso y producto
resultante de la actividad humana.
La naturaleza artificial es
la instauración de un orden humano en el medio natural, con el cual se crean
unas determinadas condiciones materiales y unas estructuras determinadas en las
que, la relación del hombre con el sistema de producción adquiere especial
importancia. Estas estructuras, como creación humana, únicamente constituyen
una limitación del poder del hombre; condicionan pero no determinan la historia
en cuanto a su desarrollo interno ya que el hombre no es únicamente objeto,
sino sujeto que constantemente está modificando la tecnología
aplicada en los medios de producción. Es de este modo como el hombre crea su
historia como fruto de su actividad en el sistema de producción.
Frente al orden, como
constitución de una naturaleza artificial, el desorden representa
el estado natural de la humanidad. El orden supone, en definitiva, la situación
en la que los hombres han llegado a ser capaces de imponer a los movimientos de
las cosas direcciones opuestas a las que habrían existido sin su intervención;
es por medio de la naturaleza artificial que el hombre adquiere, a
través de una labor incesante, el poder de dirección, no pudiéndose detener ni
un instante ya que todo tiende a volver al orden antiguo, al estado natural de
desorden. Aquí hace su aparición el carácter combativo del productor, que tiene
que luchar obstinadamente para mantener y desarrollar el orden que se ha dado a
sí mismo a través de la técnica, la misma que con su progreso permanente exige
nuevos esfuerzos para adaptar los nuevos avances a la producción, y con ello preservar
el orden y las estructuras que el hombre se ha dotado y que representan, en
definitiva, la civilización material a la que ha dado origen.
Por tanto, el movimiento natural
de decadencia al que la humanidad se ve arrastrada, dirigiéndose hacia el desorden
natural, debe ser contrarrestado por la labor de conservación de la
civilización material por medio de esfuerzos heroicos de la voluntad del
trabajador, una lucha que desecha todo tipo de optimismo idílico de un fin de
la historia con el que se habría alcanzando la felicidad en un mundo lleno de
luces e igualdad.
En síntesis puede decirse que,
para Sorel, la historia es una creación exclusiva del hombre. Se da, entonces,
una relación dialéctica, de influencia recíproca, entre el hombre y el orden
artificial que genera sobre la naturaleza, por lo que las condiciones
materiales y estructurales por él creadas pasan a condicionar su actividad,
haciendo así del hombre objeto de la historia; pero al mismo
tiempo es el hombre, quien con su actividad creadora dirige el curso de los
acontecimientos variando en cada momento el aparato técnico de la producción, y
con ello cambiando constantemente las circunstancias materiales en las que se
encuentra inserto, haciéndose a sí mismo sujeto y máximo artífice
de la historia. La civilización material, siempre en peligro, debe ser
conservada por una lucha heroica del trabajador contra la decadencia, lo que le
dota de un particular sentido de la realidad desprovisto ya de ilusiones
quiméricas engendradas por un infantil optimismo.
Extraído de: Reflexiones de un Emboscado
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