Sobre la estrategia y la
táctica de la acción revolucionaria
El deber fundamental de la vanguardia
revolucionaria (...) consistirá en la destrucción -en su actual contenido- de
los instrumentos del capitalismo, y en erradicar los mitos, las costumbres, la
mentalidad de slogans y de lugares comunes que el sistema ha impuesto.
No se trata de
"reformar" el sistema, no de defender algunas de sus realidades
frente a otras –las contradicciones en el seno del sistema siempre se resuelven
por el interés superior del sistema mismo-, sino de acabar con el sistema en sí
y en cuanto tal, de individualizar los puntos de autonomía, de resistencia, y
de preparar la revuelta como un ataque a los mismos fundamentos del
capitalismo. Se trata de edificar una fuerza real y libre de toda pasión
doctrinaria, capaz de llevar primero al conocimiento, y después a la
responsabilización, y por fin a la lucha a todos los individuos que hasta ahora
no han sido integrados en el sistema productivo-consumista: el subproletariado,
las minorías revolucionarias del proletariado industrial y campesino, los
estudiantes, o cualquier hombre libre que opere en un determinado sector
(ejército, magistratura, mundo de la técnica y de la investigación...), hombres
de pensamiento extraño a la "inteligentzia" y al intelectualismo del
sistema.
La desintegración en el interior
de los países capital-imperialistas y la revuelta de los pueblos del Tercer
Mundo ha conducido a la asimilación por parte de la burguesía de los canales
potencialmente revolucionarios; mientras el pueblo progresivamente se va
aburguesando, el colonialismo político ha cambiado su rostro por un
colonialismo exclusivamente económico-cultural. La vanguardia revolucionaria
deberá tener presente de guardarse de las tesis "fatalistas" y de las
eventuales promesas de los profetas pseudo-científicos: sólo una voluntad
lúcida es la que puede formar la historia, y esa fuerza debe traducirse en
acciones dirigidas contra el sistema; la vanguardia revolucionaria deberá
ocupar sin premura el espacio político-social en donde esa voluntad pueda
traducirse en fuerza y en acciones reales.
En la presente situación
histórica, la única realidad revolucionaria es aquella que se opone al enemigo
real: el capital-imperialismo, y la que delinea la marcha hacia un orden humano
auténtico, y este orden, al día actual, sólo puede estar representado por una
Europa liberada a través de la lucha del pueblo. Una Europa que adquiera su unidad
en la maduración y en la convergencia revolucionaria de los pueblos europeos:
no un Tercer Bloque dispuesto a ocupar su lugar imperialista, sino una
fuerza-guía de todos los pueblos oprimidos por la Santa Alianza
soviético-americana, una Europa capaz de liberar al hombre de la opresión del
dinero y de las técnicas de la usura.
La lucha de las vanguardias revolucionarias
de los países europeos debe –sin perder de vista la lucha de los pueblos del
Tercer Mundo- tender a encontrar la salida justa para todos los pueblos de
Europa. Y para conseguir esto no sirven los lanzamientos de programas, la
estéril idolatría de los esquemas intelectuales que ahogan la realidad
histórica actual. La única lucha coherente consiste en acentuar las contradicciones
y los puntos débiles del sistema para acelerar así la crisis permanente.
La Vanguardia Revolucionaria nace
de la realidad de un tipo humano que no ha sido "integrado" y que se
organiza "desde la realidad". Es capital que la Vanguardia Revolucionaria
tenga siempre presente el peligro representado por la infinita capacidad de
absorción y de instrumentalización de la sociedad burguesa para anular la
combatividad revolucionaria de los hombres libres: si no quiere servir de
juego al sistema, la Vanguardia Revolucionaria no debe intentar "imitar"
a la "democracia" (tal y como hacen los reformistas
pseudo-revolucionarios); ni siquiera "invocar" a la
"democracia" (como hacen los "rebeldes"); y mucho menos
"insistir" en la "democracia" (como hacen los intelectuales
populistas y los sindicatos, siervos del capitalismo).
El problema fundamental consiste
en extirpar las desvirilizantes costumbres mentales impuestas por la filosofía
y por la "cultura" burguesa, en refutar sus pretendidos logros, desmitificar
sus mitos y en negar su falsa realidad. Necesitamos habituar a las masas en la
lucha permanente y en la negación sistemática de todo aquello que es
"oficial" y "típico" de "esta" sociedad y de
"esta" cultura: sólo así podremos romper los vínculos de fondo que
unen a las masas con la sociedad de consumo; sólo así podremos impedir
cualquier compromiso entre las fuerzas revolucionarias y el poder burgués: Por
la Cultura contra la "cultura oficial", por la Ciencia contra la
"ciencia oficial", por la Moral contra la "moralidad
oficial".
Al conducir a las masas a la
lucha -incluso reivindicativa-, la acción revolucionaria no debe mirar tanto
hacia las mejoras materiales, cuanto al cambio radical de valores y de costumbres,
así como de las estructuras sociales, para eliminar la sustancia materialista y
capitalista.
Todas las acciones políticas, sociales,
culturales, sindicales, son válidas en cuanto sirven para mantener y acentuar
un estado de tensión ideal y social en un sentido revolucionario antiburgués, y
la validación de la utilidad de dichas acciones prescindirá siempre de los
resultados contingentes de las acciones mismas; para ello, la Vanguardia
Revolucionaria no debe tomar nunca como un fin en sí la conquista de objetivos
parciales (un gran peligro, pues pudiera suponer un parcial agotamiento de los
motivos de la lucha revolucionaria), sino que estos objetivos deben servir
para acrecentar la tensión revolucionaria, que no debe cesar hasta la obtención
de nuevos "mitos" y de nuevos auténticos valores provocados por la
acción educativa sobre las masas de la Lucha del Pueblo.
Sobre la moralidad de la
acción revolucionaria
En la praxis de Lotta di Popolo
(Lucha del Pueblo), y en la clara visión interior de los hombres que deben
conducirla, será esencial el dotarse de una ética nueva.
Las masas están hoy en día educadas
en el culto al "bien económico" y a la "propiedad"
(privada o pública, da igual) en una sociedad en la cual la medida de los
hombres está basada únicamente en el bien económico, y cuyo último fin ético
es la tutela de este bien económico. La función primera y determinante de la
Lucha Revolucionaria será la de elevar a las masas a la capacidad de concebir
valores, digninades y poderes que no tengan conexión alguna con la
"fuerza económica", en la visión de un orden más alto, donde, aún
reconociendo que el "poseer" es un complemento necesario de la
personalidad humana, no se absolutice la importancia de este medio, de iure,
como la única realidad sostenible.
La Lucha Revolucionaria, por
tanto, contra todo juicio negativo basado sobre la interpretación burguesa del
derecho y de la moral, posee un altísimo contenido ético: su moral está basada
en el hombre que puede realizarse a sí mismo, del hombre que pretende
reconquistar el derecho de "hacerse" su propio destino: volviendo a
elevar al hombre sobre las estructuras, al centro de la historia.
La Lucha Revolucionaria es
siempre un acto moral en cuanto que pretende liberar al hombre de las fuerzas
que le son extrañas, en cuanto que es un instrumento del hombre para
reconquistar su propio destino, en cuanto que es un instrumento situado frente
a las presuntuosas abstracciones intelectuales lejanas a la plenitud humana.
¿Qué se pretende?
La Sociedad Integral, el nuevo
mundo que intentamos construir, no es la Ciudad del Sol, la "Utopía"
o el Paraíso Terrenal; la lucha y las contradicciones seguirán existiendo,
pero devolviendo al hombre sus pasiones, su realidad y sus exigencias psíquicas.
Será una sociedad, por lo tanto, liberada de las leyes de la usura y de las
entidades metafísicas que le son extrañas al ser humano.
La diferencia sustancial entre
"esta" sociedad y la sociedad revolucionaria consistirá, de hecho,
en que el poder político no estará condicionado por el poder económico; en que el
capital no será el motor y el fin del movimiento social, sino sólo un instrumento
de la convivencia civil bajo la coordinación del poder político; que el poder
político promoverá la participación directa de cada individuo -según su propio
grado de responsabilidad- en la vida común; y, ante todo, que el ser humano
podrá reconquistar la integridad de sus capacidades creativas individuales y
su irrenunciable dimensión humana de responsabilidad y de dignidad que solo
pueden ser posibles en un orden que no observe a los ciudadanos como
"masas" o como "clases", sino como un conjunto de hombres
individualizados y caracterizados, como personas.
Nuestra lucha no nace en nombre
de una ideología -esquema antihistórico que ha sido privado de todo significado
y de toda actualidad en el devenir de la vida en común- sino en nombre de una
Visión del Hombre, del Mundo y de la Historia vista interiormente y expresada
vitalísticamente -a través de la praxis de la Lucha Revolucionaria- en un
existencialismo activo.
Pretender delinear la Sociedad Integral,
es decir, lugar en el cual el hombre sea creador, partícipe y responsable,
significa reducir la Lucha del Pueblo en esquemas paralizantes.
Nunca seremos teorizadores o rígidos
doctrinarios -a los que la Historia consume y devora-. Nuestra pretensión es
liberar al hombre del alto precio pagado por el progreso tecnológico en las
exigencias de la usura internacional. No tenemos ni el pretexto ni la
intención de racionalizar la historia. Los revolucionarios queremos ser
portadores de valores que se afirman con la conquista del poder: las ideas sólo
caminan en la voluntad y en el coraje de los hombres.
Extracto de un
panfleto clandestino del grupo nacional-revolucionario italiano Lotta di Popolo
fechado en mayo-junio de 1971.
Extraído de: Jonsismo Revolucionario
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