Por Thomas Sankara
(…)Señor Presidente
No tengo aquí la pretensión de
enunciar dogmas. No soy un mesías ni un profeta. No detengo ninguna verdad. Mi
sola ambición es una aspiración doble: primero, poder, en lenguaje simple, el
de la evidencia y de la claridad, hablar en nombre de mi pueblo, el pueblo de
Burkina Faso; en segundo lugar, llegar a expresar también, a mi manera, la voz
del “Gran pueblo de los desheredados “, los que pertenecen a este mundo que
maliciosamente se bautizó como Tercer Mundo. Y decir, si no logro darlos a
entender, las razones que tenemos para rebelarnos.
De todo esto denota el interés a
que nos referimos en la ONU, las exigencias de nuestros derechos que toman allí
un vigor y el rigor de la conciencia clara de nuestros deberes.
Ninguno se asombrará de vernos
asociar el ex Alto-Volta, hoy Burkina Faso, con este trastero despreciado, el
Tercer Mundo, al que otro mundo inventó en el momento de las independencias
formales, para asegurar mejor nuestra alienación cultural, económica y política.
Queremos insertarnos en él sin justificar esta estafa gigantesca de la
Historia. Todavía menos para aceptar ser “el trasero del mundo de Occidente”.
Pero para afirmar la conciencia de pertenecer a un conjunto tricontinental y
admitir, como no alineados, y con la densidad de nuestras convicciones, que una
solidaridad especial une estos tres continentes de Asia, de América Latina y de
África en el mismo combate contra los mismos traficantes políticos, los mismos
explotadores económicos.
Reconocer pues nuestra presencia
en el seno del Tercer Mundo es, parafraseando a José Martí, “afirmar que
sentimos sobre nuestra mejilla todo golpe dado a cualquier hombre del mundo”.
Tendimos hasta aquí la otra mejilla. Las bofetadas redoblaron. Pero el corazón
del malo no se ablandó. Pisotearon la verdad del justo. Del Cristo traicionaron
la palabra. Transformaron su cruz en porra. Y después de que se hubieran
vestido con su túnica, laceraron nuestros cuerpos y nuestras almas.
Oscurecieron su mensaje. Lo que los occidentales tienen lo recibíamos como
liberación universal. Entonces, nuestros ojos se abrieron a la lucha de las
clases. No habrá más bofetadas.
Hay que proclamar que no puede
haber salvación para nuestros pueblos, si radicalmente damos la espalda a todos
los modelos que los charlatanes de la misma índole tratan de vendernos durante
veinte años. Ningún desarrollo aparte de esta rotura.
De repente, ese mundo es
despertado por la subida vertiginosa de mil millones de hombres andrajosos, es
asustado por la amenaza que supone para su digestión esta multitud acosada por
el hambre, comienza a remodelar sus discursos y, en una búsqueda ansiosa, busca
una vez más nuestro lugar, conceptos-milagros, nuevas formas de desarrollo para
nuestros países. Basta para convencérselo de leer los numerosos actos de los
coloquios innumerables y los seminarios.
Lejos de mí la idea de
ridiculizar los esfuerzos pacientes de estos intelectuales honrados que, porque
tienen ojos para ver, descubren las consecuencias terribles de los estragos
impuestos por los susodichos “especialistas” en desarrollo en el Tercer Mundo.
El temor que me habita es ver los resultados de tantas energías confiscadas por
Prospéro de todo género, para hacerlo la varita mágica destinada a reenviarnos
un mundo de esclavitud maquillado según el gusto de nuestro tiempo.
La pequeña burguesía africana
diplomada, si la del Tercer Mundo, por pereza intelectual, habiendo merendado
al modo occidental de vida, no está dispuesta a renunciar a sus privilegios.
Olvida que toda verdadera lucha política postula un debate teórico riguroso y
niega el esfuerzo de reflexión que nos espera. Consumidora pasiva y lamentable,
ella se rebosa de vocablos-fetiche por Occidente como lo hace su whisky y su
champán, en sus salones a la armonía dudosa.
Rescatamos en vano los conceptos
de negritud o de “African Personality” marcados ahora por los tiempos, las
ideas verdaderamente nuevas nacidas cerebros de nuestros “grandes”
intelectuales. El vocabulario y las ideas nos vienen por otra parte. Nuestros
profesores, nuestros ingenieros y nuestros economistas se contentan con añadir
a eso colorantes porque, universidades europeas devolvieron sólo sus diplomas y
el terciopelo de los adjetivos superlativos.
Es necesario, es urgente que
nuestro personal y nuestros trabajadores de la pluma se enteren que no hay
escritura inocente. En estos tiempos de tempestades, no podemos dejar a
nuestros enemigos de ayer y de hoy, el monopolio del pensamiento, de la
imaginación y de la creatividad. Hace falta, antes de que sea demasiado tarde
(porque ya es demasiado tarde) que estas élites, estos hombres de África, del
Tercero Mundo, les vuelvan la cara a su sociedad, a la miseria que heredamos,
para comprender no sólo que la batalla para un pensamiento al servicio de las
masas desheredadas no es vana, sino que pueden volverse creíbles en el plano
internacional. Realmente inventando, es decir, dando una imagen fiel de su
pueblo. Una imagen que les permita realizar cambios profundos de la posición
social y política, susceptibles de sacarnos de la dominación y de la
explotación extranjera que entregan nuestros Estados a la sola perspectiva de
la quiebra.
Es lo que percibimos, nosotros,
el pueblo burkinabè, en el curso de esta noche del 4 agosto de 1983, a los primeros
centelleos de las estrellas en el cielo de nuestra Patria. Debíamos ponernos a
la cabeza de levantamientos de campesinos que se miraban en los campos
enloquecidos por la hijuela del desierto, agotadas por el hambre y la sed,
abandonadas. Debíamos dar un sentido a las rebeliones gruñidoras de las masas
urbanas ociosas, frustradas y cansadas de ver circular las limusinas de las
élites enajenadas que se sucedían en la cabeza del Estado y que no les ofrecían
nada más que las soluciones falsas pensadas y concebidas por otros cerebros.
Debíamos dar peso ideológico a las luchas justas de nuestras masas populares,
movilizadas contra el imperialismo monstruoso. A la rebelión pasajera, simple
fuego de paja, debía sustituirse para siempre la revolución, la lucha eterna
contra la dominación.
Otros han hablado antes que yo.
Otros más, después de mí, dirán hasta qué punto se ensanchó el foso entre los pueblos pudientes y los que aspiran
sólo a aplacar su hambre, su sed, sobrevivir y conservar su dignidad. Pero
ninguno imaginará hasta qué punto “el grano del pobre alimentó la vaca del
rico”.
En el caso del ex Alto Volta, el
proceso era todavía más ejemplar. Éramos la condensación de todas las
calamidades, que se derritieron sobre los países denominados “en vías de desarrollo”.
El testimonio de la ayuda presentada como la panacea y a menudo anunciada a
bombo y platillo es aquí más elocuente. Son muy pocos los países que fueron,
como el mío, tan inundados de ayudas internacionales de toda clase. Esta ayuda
es en principio considerada para contribuir al desarrollo. Busquemos en vano,
en lo que fue en otro tiempo Alto Volta, los monos de lo que puede depender de
un desarrollo. Los hombres, sea por ingenuidad o por egoísmo de clase, no
pudieron, no quisieron dominar este flujo del exterior. Cogieron todo lo que
quisieron y exprimieron, en interés de nuestro pueblo.
Analizando un cuadro publicado en
1983 por el Club de Sahel, Santiago Giri en su obra “Sahel Mañana”, concluye
con mucho sentido común que la ayuda a Sahel, a causa de su contenido y
mecanismos, es sólo una ayuda a la supervivencia. Sólo, subraya, el 30 por
ciento de esta ayuda bastaría para que el Sahel sobreviviera. Según Santiago
Giri, esta ayuda exterior tenía otros fines: continuar desarrollando los
sectores improductivos, imponer cargas intolerables a nuestros pequeños
presupuestos, desorganizar nuestros campos, cavar el déficit de nuestra balanza
comercial, acelerar nuestra deuda…
Sólo algunos datos para
presentarles el ex Alto Volta:
- 7 millones de habitantes, más
de 6 millones campesinas y de campesinos.
- Un índice de mortalidad
infantil de 180 por mil.
- Una esperanza de vida que se
limita a 40 años.
- Un índice de analfabetismo del
98 por ciento, si concebimos el alfabetizado como el que sabe leer, escribir y
hablar una lengua.
- Un médico para cada 50.000
habitantes.
- Un índice de escolarización de
16 por ciento.
- Y, por fin, un producto
interior bruto por habitante de 53.356 francos CFA, es decir, de apenas más 100
dólares.
El diagnóstico, evidentemente,
era sombrío. La fuente del mal era la política. Por eso, el tratamiento sólo
podía ser político.
Por cierto, animamos a que nos
ayuden a evolucionar sin ayuda externa. Porque, en general, la política de
asistencia sólo nos llega para desorganizarnos, esclavizarnos, desestabilizar
nuestro espacio económico, político y cultural.
Escogemos arriesgarnos para ser
más felices. Elegimos practicar nuevas técnicas. Preferimos buscar formas de
organización mejor adaptadas a nuestra civilización, rechazando de manera
abrupta y definitiva toda suerte de imposiciones externas, para crear
condiciones dignas, a la altura de nuestras ambiciones. Acabar con la
supervivencia, aflojar las presiones, liberar nuestros campos de un inmovilismo
medieval, democratizar nuestra sociedad, despertar los espíritus sobre un
universo de responsabilidad colectiva, para atreverse a inventar el futuro.
Reconstruir la administración cambiando la imagen del funcionario, sumergir
nuestro ejército en el pueblo y recordarle sin cesar que sin formación
patriótica, un militar es sólo un criminal en potencia. Ése es nuestro programa
político.
En el plano de la gestión
económica, simplemente hemos damos una lección. Aceptamos e imponemos la
austeridad, con el fin de poder estar en condiciones de realizar grandes
intenciones. Ya, gracias al ejemplo de la Caja
de solidaridad nacional (alimentada por contribuciones voluntarias) comenzamos
a responder a las cuestiones crueles derivadas de la sequía. Sostuvimos y
aplicamos los principios de Alma-Ata extendiendo los cuidados primarios de la
salud. Hicimos nuestra, como política de Estado, la estrategia del GOBI FFF,
preconizada por UNICEF.
A través del Oficio de Sahel de
Unidas las Naciones, pensamos que las Naciones Unidas deberían permitir a los
países afectados por la sequía la puesta en pie de un plan a medio y largo
plazo, con el fin de alcanzar la autosuficiencia alimenticia.
Para preparar el siglo XXI, vamos
a aplicar el programa especial “Instruyamos a nuestros niños”, lanzando un
programa inmenso de educación y formación de nuestros niños en una escuela
nueva. Lanzamos, a través de la acción salvadora de los Comités de Defensa de
la Revolución, un vasto programa de construcción de viviendas sociales, 500 en
tres meses, de caminos, de pequeñas conducciones de agua. Nuestra ambición
económica es trabajar para que el cerebro y los brazos de cada burkinabè puedan
por lo menos servir para él mismo y asegurarse, al menos, dos comidas al día y
agua potable.
Juramos, proclamamos, que en lo
sucesivo, en Burkina Faso, nada más se hará sin la participación del burkinabè.
Nada que previamente hubiera sido decidido por nosotros. No habrá más atentados
a nuestro pudor ni a nuestra dignidad.
Fuertes de esta certeza, querríamos
que nuestra palabra se extendiera a todos los que sufren en sus carnes, los que
sienten que una minoría de hombres o un sistema que les atropella y aplasta se
burlan de su dignidad de hombre. (…)
Extraído de su Discurso ante las Naciones Unidas de 1984
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