Entrevista a Dominique Venner
¿Qué es un rebelde? ¿El
rebelde nace o se hace? ¿Existen diferentes tipos de rebeldes?
Es posible ser indómito
intelectualmente, ser irritante para el rebaño, sin llegar a ser un rebelde de
verdad. Paul Morand (un diplomático y novelista célebre por su antisemitismo y
su colaboracionismo en la Francia de Vichy) es un buen ejemplo de ello. En su
juventud, él era algo parecido a un espíritu libre bendecido por la fortuna.
Sus novelas eran exitosas. Pero no había nada rebelde, ni siquiera desafiante
en ello. Simplemente había sido por haber elegido el bando de la Revolución
Nacional entre 1940 y 1944, por ser persistente en su oposición al régimen de
postguerra y por sentirse como un proscrito que se construye la figura rebelde
que todos conocemos de él a través de sus “Diarios”.
Otro ejemplo de este tipo, aunque
bastante diferente, es Ernst Jünger. A pesar de ser el autor de un importante
tratado rebelde durante la Guerra Fría, Jünger nunca fue en realidad un
rebelde. Un nacionalista en un periodo de nacionalismo; un excluido, como la
mayoría de la alta sociedad, durante el Tercer Reich; vinculado a los
conspiradores del 20 de Julio, aunque en principio opuesto a asesinar a Hitler.
Básicamente por motivos éticos. Su trayectoria al margen de la moda le
convierte en un “anarca”, la figura que él inventó y de la que él fue a partir
de 1932 su representante perfecto. El anarca no es un rebelde. El anarca es un
espectador que desde lo alto observa lo que ocurre en el fango de la
superficie.
Totalmente opuesto a Morand y a
Jünger se encuentra el poeta irlandés Patrick Pearse, que fue un autentico
rebelde. Él puede ser descrito como un rebelde de nacimiento. Desde joven ya se
sentía atraído a la larga historia de rebelión de Erin (Eire). Posteriormente
se asoció al Resurgimiento Gaélico, que yacía en la base de la insurrección
armada. Miembro fundador del primer IRA, fue el verdadero líder del Alzamiento de Pascua de 1916 en Dublín. Este fue el
motivo por el que fue disparado. El murió sin saber que su sacrificio seria la
inspiración que llevaría a la victoria de su causa.
Un cuarto ejemplo, también
radicalmente diferente, es Alexander Solzhenitsyn. Hasta su arresto en
1945, había sido un soviético leal que raramente cuestionó el sistema en el que
había nacido y que había cumplido lealmente su deber durante la guerra como
oficial de reserva del Ejército Rojo. Su arresto y su posterior descubrimiento
del Gulag y de los horrores que ocurrían allí desde 1917 provocaron un giro
total, llevándole a combatir un sistema que con anterioridad había aceptado
ciegamente. En este momento es cuando se convierte en un rebelde – no solo
contra el Comunismo, sino también contra la sociedad capitalista, pues
consideraba que ambos sistemas eran igual de destructores de la tradición y
opuestos a formas de vida superiores.
Las razones que convirtieron a
Pearse en un rebelde no eran las mismas que las de Solzhenitsyn. En este último
caso fue el shock de determinados eventos, seguidos de una heroica lucha
interna, lo que le convirtieron en un rebelde. Lo que ambos tienen en común, lo
que ellos descubrieron a través de diferentes caminos, era la total
incompatibilidad entre su ser y el mundo en que les había tocado vivir. Esta es
el primer rasgo del rebelde. El segundo es su rechazo del fatalismo.
¿Cuál es la diferencia
entre rebelión, revuelta, disidencia y resistencia?
Revuelta es un movimiento
espontaneo provocado por una injusticia, una ignominia o un escándalo. Hija de
la indignación, la revuelta raramente se mantiene. La disidencia, como la
herejía, es una ruptura con una comunidad, ya sea política, social, religiosa o
intelectual. Sus motivos son a menudo circunstanciales y no necesariamente
llevan una lucha implícita. Respecto a la resistencia, más allá del sentido
mítico que alcanzó durante la guerra, significa la oposición de uno, incluso
oposición pasiva, a un sistema o fuerza particular, simplemente y nada más que
eso. Ser rebelde es algo más.
¿Cual es, entonces, la esencia
de un rebelde?
Un rebelde se alza contra todo
aquello que considera ilegitimo, fraudulento o sacrílego. El rebelde sigue su
propia ley. Esta es su característica distintiva. Otro rasgo que le distingue
es su voluntad para comprometerse en la lucha, incluso cuando no hay esperanza
de éxito. Si lucha contra un poder, es porque rechaza su legitimidad, porque
cree en otro tipo de legitimidad, la del alma o la del espíritu.
¿A quién pondrías como modelo
de rebelde histórico o literario?
La Antígona de Sófocles es el
primer ejemplo que me viene a la cabeza. Con ella entramos en un espacio de
legitimidad sagrada. Ella es una rebelde fuera de lealtad. Ella desafía los
decretos de Creonte debido a su respeto por la tradición y por la ley divina
(enterrar a los muertos), el cual Creonte viola. No importa si Creonte tiene o
no razones; eso es sacrilegio. Antígona se ve a sí misma justificada en su
rebelión.
Es difícil elegir entre otros
muchos ejemplos… Durante la Guerra de Secesión, los yanquis designaron a sus
adversarios confederados como rebeldes: “rebs”. Esto fue buena
propaganda, pero no era cierta. La Constitución Americana implícitamente
reconocía el derecho de los estados miembros a separarse. Las formas
constitucionales habían sido mucho más respetadas en el Sur. Robert E. Lee
nunca se vio a sí mismo como un rebelde. Tras su rendición en Abril de 1865,
trató de reconciliar Norte y Sur. Sin embargo, en ese momento, surgieron los
verdaderos rebeldes, aquellos que siguieron la lucha contra el ejército de
ocupación del norte y sus colaboradores.
Es cierto que estos rebeldes
cayeron en el bandidaje, como Jesse James. Otros transmitieron a sus hijos una
tradición que ha tenido una gran posteridad literaria. En Los Invictos, una de
las novelas más bonitas de Faulkner, existe, por ejemplo, una descripción
fascinante de un joven simpatizante confederado, Drusilla, que nunca dudó de la
justicia de la causa del sur o de la ilegitimidad de los vencedores.
¿Cómo se puede ser rebelde en
la actualidad?
¡Cómo no serlo! Existir es
desafiar todo lo que te amenaza. Ser rebelde no es acumular una biblioteca de
libros subversivos o soñar con conspiraciones fantásticas o con echarse al
monte. Es crear tu propia ley. Encontrar en ti lo que vale únicamente.
Asegurarse de que nunca te “curarás” de tu juventud. Preferir alzar a todo el
mundo contra los muros antes que permanecer tumbado. Tomar todo aquello que
puede ser convertido en tu ley, sin preocuparse de las apariencias.
En cambio, yo nunca pensaría en
cuestionar la inutilidad de las batallas aparentemente perdidas. Piensa en
Patrick Pearse. También he hablado de Solzhenitsyn, que personifica la espada
mágica de la que habla Jünger, “la espada mágica que hace que temblar al
tirano.” En esto Solzhenitsyn es único e inimitable. Pero este poder se lo
debemos a alguien que fue menos grande que si mismo. Esto tendría que ser el
espejo en el que mirarnos. En Archipiélago Gulag, Solzhenitsyn cuenta la
historia de su “revelación.”
En 1945 él estaba en una celda en
la prisión de Boutyrki, en Moscú, junto a una docena de prisioneros cuyas caras
estaban demacradas y sus cuerpos destrozados. Uno de los prisioneros, sin
embargo, era diferente. Era un viejo coronel del Ejército Blanco, Constantin
Iassevitch. Había sido encarcelado por su papel durante la Guerra Civil.
Solzhenitsyn comenta que l coronel nunca habla de su pasado, pero en cada
faceta de su ser era obvio que la lucha no había acabado para él. A pesar del
caos que reinaba en el espíritu de los otros prisioneros, el mantenía una
visión del mundo que le rodeaba clara y decisiva. Esta disposición le daba a su
cuerpo una presencia, una flexibilidad, una energía que desafiaba a los años.
Él se duchaba en agua helada cada mañana, mientras que el resto de prisioneros
cada día eran más apestosos y mas quejicas. Un año después, tras ser enviado
a otra prisión de Moscú, Solzhenitsyn se enteró de que el coronel había sido
ejecutado.
“Había sido visto a través de los
muros de la prisión con ojos que permanecían jóvenes perpetuamente… Esta
lealtad indómita a la causa por la que había luchado le había dado un poder muy
poco común.”
Al pensar en este episodio, yo me
digo a mi mismo que nosotros no podemos ser otro Solzhenitsyn, pero que está
dentro de nosotros poder emular al viejo coronel del Ejército Blanco.
Traducida y extraída de: Cultura y Geopolítica
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