Por Dalmacio Negro
El progreso de una civilización
depende de la tradición. Al margen de la tradición no hay verdadero progreso;
ni a la especie humana ni al hombre particular le es posible progresar a
saltos, ocasionalmente. El progreso moral sólo raramente se puede deber a una
«conversión» o el progreso material a la fortuna. Sólo se progresa partiendo de
una tradición, como ocurre en el ámbito en el que se suele creer que,
aparentemente, se progresa de esa manera, en el de la ciencia. Mas, paradójicamente,
apenas sólo en este campo de la actividad humana se considera hoy la tradición
– en este caso la específica tradición científica, aunque ésta se extiende más
allá de lo estrictamente científico – como una condición para el progreso del
conocimiento. A la verdad, el hecho de la existencia continuada de la ciencia
demuestra que los científicos están de acuerdo en aceptar una tradición; y no
sólo esto sino que, añadía M. Polanyi, «toda la confianza de los científicos
entre sí ha de estar informada por esta tradición».
La auténtica tradición, que no es
la «tradición» anquilosada, romántica, que se vive como tradicionalismo sin fe
viva, es siempre creadora, como indica la misma etimología de la palabra
(tradere en latín, entregar). La tradición no es conservadora: al entregar la
realidad da la posibilidad de cambiar sin perder el contacto con ella. Pues la
realidad es lo que el hombre cree que es real, cuyo sentido y significación se
debe a la tradición. Y lo que hace la ciencia es repensar la tradición a fin de
conocer mejor la realidad, de por sí inagotable.
Fuera de ahí, está de moda ser
antitradicional en todo. Un ejemplo obvio es el de la literatura y el arte, en
los que la tradición debiera ser por puro sentido común ineludible. Sin
embargo, se prescinde de ella buscando la originalidad – «pour épater le
bourgeois» (para asombrar al burgués) – como si ser original equivaliese a
creador; original es a su manera un orate. Los griegos llamaban idiota
(idiotés) al que se comportaba de una manera muy particular, tan individual que
parece privada de sentido común. Este último es como un sexto sentido – lo que
también Polanyi llamaba «la dimensión tácita» del conocer – que da, entrega, al
ser humano la tradición. Es evidente, con palabras del filósofo alemán N.
Hartmann, que nadie empieza con sus propias ideas.
Sin embargo, se ha extendido la
idea romántica de que la única forma tolerable de «tradición» consiste en
adoptar posturas antitradicionales aprovechando cualquier ocasión (la acción
por «ocasión» es una acción sin causa) para apartarse de la norma. Es hoy la
actitud que describía el humanista suizo H. Zbinden como el inconformismo de
los conformistas. Actitud que ha convertido en un lugar común, en una pose
dogmática, desprestigiar o atacar lo que de cualquier forma pueda parecer
tradicional en la religión, en el arte, en la literatura, en la política, en la
moral, en el derecho, en la pedagogía, en las formas de vida, hasta en la moda;
es reaccionario simplemente lo que es tradicional. En el fondo, se trata, en
cuanto hábito social, es decir, si no hay una causa psicológica o francamente
psiquiátrica, de una manifestación del ocasionalismo romántico reforzado por lo
que se ha llamado el «titanismo técnico» aunque también pretenda presentarse
como una suerte de juvenilismo. Todo ello va unido a la pérdida del sentido de
la realidad, lo que además facilita un público no menos perdido que opina sin
causa, para asombrarse a sí mismo, sobre lo divino y lo humano.
Y es que, justamente, lo que
aproxima al hombre a la realidad y lo inserta en ella alejándole del
ocasionalismo es la tradición, cuyo rechazo le aleja en cambio de lo real. Y
sin sentido de la realidad no hay libertad porque en el atenerse a la realidad
estriba la responsabilidad del hombre libre. El argumento más contundente y
eficaz de la demagogia totalitaria es el de que la libertad consiste en la
evasión de la realidad hacia lo abstracto, en la transgresión del ethos y las
formas de tradición. Lo decía Rousseau: «No hay sujeción más perfecta que la
que conserva la apariencia de libertad».
Extraído de Cultura Transversal
No hay comentarios:
Publicar un comentario