miércoles, 25 de febrero de 2015

LÍNEAS PARA UNA LUCHA REVOLUCIONARIA


Sobre la estrategia y la táctica de la acción revolucionaria

El deber fundamental de la van­guardia revolucionaria (...) con­sistirá en la destrucción -en su actual contenido- de los instrumentos del capitalismo, y en erradicar los mitos, las costumbres, la mentalidad de slo­gans y de lugares comunes que el sistema ha impuesto.

No se trata de "reformar" el siste­ma, no de defender algunas de sus re­alidades frente a otras –las contradic­ciones en el seno del sistema siempre se resuelven por el interés superior del sistema mismo-, sino de acabar con el sistema en sí y en cuanto tal, de individualizar los puntos de auto­nomía, de resistencia, y de preparar la revuelta como un ataque a los mis­mos fundamentos del capitalismo. Se trata de edificar una fuerza re­al y libre de toda pasión doctrinaria, capaz de llevar primero al conoci­miento, y después a la responsabilización, y por fin a la lucha a todos los individuos que hasta ahora no han sido integrados en el sistema productivo-consumista: el subproletariado, las minorías revolucionarias del pro­letariado industrial y campesino, los estudiantes, o cualquier hombre libre que opere en un determinado sector (ejército, magistratura, mundo de la técnica y de la investigación...), hombres de pensamiento extraño a la "inteligentzia" y al intelectualismo del sistema.

La desintegración en el interior de los países capital-imperialistas y la revuelta de los pueblos del Tercer Mundo ha conducido a la asimilación por parte de la burguesía de los canales potencialmente revoluciona­rios; mientras el pueblo progresiva­mente se va aburguesando, el colo­nialismo político ha cambiado su ros­tro por un colonialismo exclusiva­mente económico-cultural. La van­guardia revolucionaria deberá tener presente de guardarse de las tesis "fatalistas" y de las eventuales promesas de los profetas pseudo-científicos: sólo una voluntad lúcida es la que puede formar la historia, y esa fuerza debe traducirse en acciones dirigidas contra el sistema; la vanguardia revolucionaria deberá ocupar sin premura el espacio político-social en donde esa voluntad pueda traducirse en fuerza y en acciones reales.

En la presente situación histórica, la única realidad revolucionaria es aquella que se opone al enemigo real: el capital-imperialismo, y la que deli­nea la marcha hacia un orden huma­no auténtico, y este orden, al día ac­tual, sólo puede estar representado por una Europa liberada a través de la lucha del pueblo. Una Europa que adquiera su uni­dad en la maduración y en la conver­gencia revolucionaria de los pueblos europeos: no un Tercer Bloque dis­puesto a ocupar su lugar imperialista, sino una fuerza-guía de todos los pueblos oprimidos por la Santa Alianza soviético-americana, una Eu­ropa capaz de liberar al hombre de la opresión del dinero y de las técnicas de la usura.

La lucha de las vanguardias revo­lucionarias de los países europeos debe –sin perder de vista la lucha de los pueblos del Tercer Mundo- ten­der a encontrar la salida justa para to­dos los pueblos de Europa. Y para conseguir esto no sirven los lanzamientos de programas, la estéril idolatría de los esquemas inte­lectuales que ahogan la realidad histórica actual. La única lucha cohe­rente consiste en acentuar las contra­dicciones y los puntos débiles del sis­tema para acelerar así la crisis per­manente.

La Vanguardia Revolucionaria nace de la realidad de un tipo huma­no que no ha sido "integrado" y que se organiza "desde la realidad". Es capital que la Vanguardia Revolucio­naria tenga siempre presente el peli­gro representado por la infinita capa­cidad de absorción y de instrumentalización de la sociedad burguesa para anular la combatividad revoluciona­ria de los hombres libres: si no quiere servir de juego al sistema, la Van­guardia Revolucionaria no debe intentar "imitar" a la "democracia" (tal y como hacen los reformistas pseudo-revolucionarios); ni siquiera "in­vocar" a la "democracia" (como ha­cen los "rebeldes"); y mucho menos "insistir" en la "democracia" (como hacen los intelectuales populistas y los sindicatos, siervos del capitalis­mo).

El problema fundamental consiste en extirpar las desvirilizantes costum­bres mentales impuestas por la filosofía y por la "cultura" burguesa, en refutar sus pretendidos logros, desmitificar sus mitos y en negar su fal­sa realidad. Necesitamos habituar a las masas en la lucha permanente y en la nega­ción sistemática de todo aquello que es "oficial" y "típico" de "esta" so­ciedad y de "esta" cultura: sólo así podremos romper los vínculos de fondo que unen a las masas con la sociedad de consumo; sólo así podre­mos impedir cualquier compromiso entre las fuerzas revolucionarias y el poder burgués: Por la Cultura contra la "cultura oficial", por la Ciencia contra la "ciencia oficial", por la Mo­ral contra la "moralidad oficial".

Al conducir a las masas a la lucha -incluso reivindicativa-, la acción re­volucionaria no debe mirar tanto hacia las mejoras materiales, cuanto al cambio radical de valores y de cos­tumbres, así como de las estructuras sociales, para eliminar la sustancia materialista y capitalista.

Todas las acciones políticas, so­ciales, culturales, sindicales, son vá­lidas en cuanto sirven para mantener y acentuar un estado de tensión ideal y social en un sentido revolucionario antiburgués, y la validación de la uti­lidad de dichas acciones prescindirá siempre de los resultados contingen­tes de las acciones mismas; para ello, la Vanguardia Revolucionaria no de­be tomar nunca como un fin en sí la conquista de objetivos parciales (un gran peligro, pues pudiera suponer un parcial agotamiento de los moti­vos de la lucha revolucionaria), sino que estos objetivos deben servir para acrecentar la tensión revolucionaria, que no debe cesar hasta la obtención de nuevos "mitos" y de nuevos auténticos valores provocados por la acción educativa sobre las masas de la Lucha del Pueblo.

Sobre la moralidad de la acción revolucionaria

En la praxis de Lotta di Popolo (Lucha del Pueblo), y en la clara vi­sión interior de los hombres que de­ben conducirla, será esencial el do­tarse de una ética nueva.

Las masas están hoy en día edu­cadas en el culto al "bien económi­co" y a la "propiedad" (privada o pú­blica, da igual) en una sociedad en la cual la medida de los hombres está basada únicamente en el bien econó­mico, y cuyo último fin ético es la tu­tela de este bien económico. La fun­ción primera y determinante de la Lucha Revolucionaria será la de ele­var a las masas a la capacidad de concebir valores, digninades y pode­res que no tengan conexión alguna con la "fuerza económica", en la vi­sión de un orden más alto, donde, aún reconociendo que el "poseer" es un complemento necesario de la personalidad humana, no se absolutice la importancia de este medio, de iure, como la única realidad sostenible.

La Lucha Revolucionaria, por tanto, contra todo juicio negativo ba­sado sobre la interpretación burguesa del derecho y de la moral, posee un altísimo contenido ético: su moral está basada en el hombre que puede realizarse a sí mismo, del hombre que pretende reconquistar el derecho de "hacerse" su propio destino: vol­viendo a elevar al hombre sobre las estructuras, al centro de la historia.

La Lucha Revolucionaria es siempre un acto moral en cuanto que pretende liberar al hombre de las fuerzas que le son extrañas, en cuanto que es un instrumento del hombre para reconquistar su propio destino, en cuanto que es un instrumento si­tuado frente a las presuntuosas abs­tracciones intelectuales lejanas a la plenitud humana.

¿Qué se pretende?

La Sociedad Integral, el nuevo mundo que intentamos construir, no es la Ciudad del Sol, la "Utopía" o el Paraíso Terrenal; la lucha y las con­tradicciones seguirán existiendo, pero devolviendo al hombre sus pasiones, su realidad y sus exigencias psíqui­cas. Será una sociedad, por lo tanto, liberada de las leyes de la usura y de las entidades metafísicas que le son extrañas al ser humano.

La diferencia sustancial entre "esta" sociedad y la sociedad revolucio­naria consistirá, de hecho, en que el poder político no estará condicionado por el poder económico; en que el ca­pital no será el motor y el fin del mo­vimiento social, sino sólo un instru­mento de la convivencia civil bajo la coordinación del poder político; que el poder político promoverá la partici­pación directa de cada individuo -según su propio grado de responsabi­lidad- en la vida común; y, ante todo, que el ser humano podrá reconquistar la integridad de sus capacidades crea­tivas individuales y su irrenunciable dimensión humana de responsabili­dad y de dignidad que solo pueden ser posibles en un orden que no ob­serve a los ciudadanos como "masas" o como "clases", sino como un con­junto de hombres individualizados y caracterizados, como personas.

Nuestra lucha no nace en nombre de una ideología -esquema antihistó­rico que ha sido privado de todo sig­nificado y de toda actualidad en el de­venir de la vida en común- sino en nombre de una Visión del Hombre, del Mundo y de la Historia vista inte­riormente y expresada vitalísticamente -a través de la praxis de la Lucha Revolucionaria- en un existencialismo activo.

Pretender delinear la Sociedad In­tegral, es decir, lugar en el cual el hombre sea creador, partícipe y res­ponsable, significa reducir la Lucha del Pueblo en esquemas paralizantes.

Nunca seremos teorizadores o rí­gidos doctrinarios -a los que la Histo­ria consume y devora-. Nuestra pre­tensión es liberar al hombre del alto precio pagado por el progreso tec­nológico en las exigencias de la usura internacional. No tenemos ni el pre­texto ni la intención de racionalizar la historia. Los revolucionarios quere­mos ser portadores de valores que se afirman con la conquista del poder: las ideas sólo caminan en la voluntad y en el coraje de los hombres.

Extracto de un panfleto clandestino del grupo nacional-revolucionario italiano Lotta di Po­polo fechado en mayo-junio de 1971.



martes, 24 de febrero de 2015

EN DEFENSA DEL TERCER MUNDO

Por Thomas Sankara


(…)Señor Presidente

No tengo aquí la pretensión de enunciar dogmas. No soy un mesías ni un profeta. No detengo ninguna verdad. Mi sola ambición es una aspiración doble: primero, poder, en lenguaje simple, el de la evidencia y de la claridad, hablar en nombre de mi pueblo, el pueblo de Burkina Faso; en segundo lugar, llegar a expresar también, a mi manera, la voz del “Gran pueblo de los desheredados “, los que pertenecen a este mundo que maliciosamente se bautizó como Tercer Mundo. Y decir, si no logro darlos a entender, las razones que tenemos para rebelarnos.

De todo esto denota el interés a que nos referimos en la ONU, las exigencias de nuestros derechos que toman allí un vigor y el rigor de la conciencia clara de nuestros deberes.

Ninguno se asombrará de vernos asociar el ex Alto-Volta, hoy Burkina Faso, con este trastero despreciado, el Tercer Mundo, al que otro mundo inventó en el momento de las independencias formales, para asegurar mejor nuestra alienación cultural, económica y política. Queremos insertarnos en él sin justificar esta estafa gigantesca de la Historia. Todavía menos para aceptar ser “el trasero del mundo de Occidente”. Pero para afirmar la conciencia de pertenecer a un conjunto tricontinental y admitir, como no alineados, y con la densidad de nuestras convicciones, que una solidaridad especial une estos tres continentes de Asia, de América Latina y de África en el mismo combate contra los mismos traficantes políticos, los mismos explotadores económicos.

Reconocer pues nuestra presencia en el seno del Tercer Mundo es, parafraseando a José Martí, “afirmar que sentimos sobre nuestra mejilla todo golpe dado a cualquier hombre del mundo”. Tendimos hasta aquí la otra mejilla. Las bofetadas redoblaron. Pero el corazón del malo no se ablandó. Pisotearon la verdad del justo. Del Cristo traicionaron la palabra. Transformaron su cruz en porra. Y después de que se hubieran vestido con su túnica, laceraron nuestros cuerpos y nuestras almas. Oscurecieron su mensaje. Lo que los occidentales tienen lo recibíamos como liberación universal. Entonces, nuestros ojos se abrieron a la lucha de las clases. No habrá más bofetadas.

Hay que proclamar que no puede haber salvación para nuestros pueblos, si radicalmente damos la espalda a todos los modelos que los charlatanes de la misma índole tratan de vendernos durante veinte años. Ningún desarrollo aparte de esta rotura. 

De repente, ese mundo es despertado por la subida vertiginosa de mil millones de hombres andrajosos, es asustado por la amenaza que supone para su digestión esta multitud acosada por el hambre, comienza a remodelar sus discursos y, en una búsqueda ansiosa, busca una vez más nuestro lugar, conceptos-milagros, nuevas formas de desarrollo para nuestros países. Basta para convencérselo de leer los numerosos actos de los coloquios innumerables y los seminarios.

Lejos de mí la idea de ridiculizar los esfuerzos pacientes de estos intelectuales honrados que, porque tienen ojos para ver, descubren las consecuencias terribles de los estragos impuestos por los susodichos “especialistas” en desarrollo en el Tercer Mundo. El temor que me habita es ver los resultados de tantas energías confiscadas por Prospéro de todo género, para hacerlo la varita mágica destinada a reenviarnos un mundo de esclavitud maquillado según el gusto de nuestro tiempo.

La pequeña burguesía africana diplomada, si la del Tercer Mundo, por pereza intelectual, habiendo merendado al modo occidental de vida, no está dispuesta a renunciar a sus privilegios. Olvida que toda verdadera lucha política postula un debate teórico riguroso y niega el esfuerzo de reflexión que nos espera. Consumidora pasiva y lamentable, ella se rebosa de vocablos-fetiche por Occidente como lo hace su whisky y su champán, en sus salones a la armonía dudosa.

Rescatamos en vano los conceptos de negritud o de “African Personality” marcados ahora por los tiempos, las ideas verdaderamente nuevas nacidas cerebros de nuestros “grandes” intelectuales. El vocabulario y las ideas nos vienen por otra parte. Nuestros profesores, nuestros ingenieros y nuestros economistas se contentan con añadir a eso colorantes porque, universidades europeas devolvieron sólo sus diplomas y el terciopelo de los adjetivos superlativos.

Es necesario, es urgente que nuestro personal y nuestros trabajadores de la pluma se enteren que no hay escritura inocente. En estos tiempos de tempestades, no podemos dejar a nuestros enemigos de ayer y de hoy, el monopolio del pensamiento, de la imaginación y de la creatividad. Hace falta, antes de que sea demasiado tarde (porque ya es demasiado tarde) que estas élites, estos hombres de África, del Tercero Mundo, les vuelvan la cara a su sociedad, a la miseria que heredamos, para comprender no sólo que la batalla para un pensamiento al servicio de las masas desheredadas no es vana, sino que pueden volverse creíbles en el plano internacional. Realmente inventando, es decir, dando una imagen fiel de su pueblo. Una imagen que les permita realizar cambios profundos de la posición social y política, susceptibles de sacarnos de la dominación y de la explotación extranjera que entregan nuestros Estados a la sola perspectiva de la quiebra.

Es lo que percibimos, nosotros, el pueblo burkinabè, en el curso de esta noche del 4 agosto de 1983, a los primeros centelleos de las estrellas en el cielo de nuestra Patria. Debíamos ponernos a la cabeza de levantamientos de campesinos que se miraban en los campos enloquecidos por la hijuela del desierto, agotadas por el hambre y la sed, abandonadas. Debíamos dar un sentido a las rebeliones gruñidoras de las masas urbanas ociosas, frustradas y cansadas de ver circular las limusinas de las élites enajenadas que se sucedían en la cabeza del Estado y que no les ofrecían nada más que las soluciones falsas pensadas y concebidas por otros cerebros. Debíamos dar peso ideológico a las luchas justas de nuestras masas populares, movilizadas contra el imperialismo monstruoso. A la rebelión pasajera, simple fuego de paja, debía sustituirse para siempre la revolución, la lucha eterna contra la dominación.

Otros han hablado antes que yo. Otros más, después de mí, dirán hasta qué punto se ensanchó el foso entre los pueblos pudientes y los que aspiran sólo a aplacar su hambre, su sed, sobrevivir y conservar su dignidad. Pero ninguno imaginará hasta qué punto “el grano del pobre alimentó la vaca del rico”.

En el caso del ex Alto Volta, el proceso era todavía más ejemplar. Éramos la condensación de todas las calamidades, que se derritieron sobre los países denominados “en vías de desarrollo”. El testimonio de la ayuda presentada como la panacea y a menudo anunciada a bombo y platillo es aquí más elocuente. Son muy pocos los países que fueron, como el mío, tan inundados de ayudas internacionales de toda clase. Esta ayuda es en principio considerada para contribuir al desarrollo. Busquemos en vano, en lo que fue en otro tiempo Alto Volta, los monos de lo que puede depender de un desarrollo. Los hombres, sea por ingenuidad o por egoísmo de clase, no pudieron, no quisieron dominar este flujo del exterior. Cogieron todo lo que quisieron y exprimieron, en interés de nuestro pueblo.

Analizando un cuadro publicado en 1983 por el Club de Sahel, Santiago Giri en su obra “Sahel Mañana”, concluye con mucho sentido común que la ayuda a Sahel, a causa de su contenido y mecanismos, es sólo una ayuda a la supervivencia. Sólo, subraya, el 30 por ciento de esta ayuda bastaría para que el Sahel sobreviviera. Según Santiago Giri, esta ayuda exterior tenía otros fines: continuar desarrollando los sectores improductivos, imponer cargas intolerables a nuestros pequeños presupuestos, desorganizar nuestros campos, cavar el déficit de nuestra balanza comercial, acelerar nuestra deuda…

Sólo algunos datos para presentarles el ex Alto Volta:
- 7 millones de habitantes, más de 6 millones campesinas y de campesinos.
- Un índice de mortalidad infantil de 180 por mil.
- Una esperanza de vida que se limita a 40 años.
- Un índice de analfabetismo del 98 por ciento, si concebimos el alfabetizado como el que sabe leer, escribir y hablar una lengua.
- Un médico para cada 50.000 habitantes.
- Un índice de escolarización de 16 por ciento.
- Y, por fin, un producto interior bruto por habitante de 53.356 francos CFA, es decir, de apenas más 100 dólares.

El diagnóstico, evidentemente, era sombrío. La fuente del mal era la política. Por eso, el tratamiento sólo podía ser político.

Por cierto, animamos a que nos ayuden a evolucionar sin ayuda externa. Porque, en general, la política de asistencia sólo nos llega para desorganizarnos, esclavizarnos, desestabilizar nuestro espacio económico, político y cultural.

Escogemos arriesgarnos para ser más felices. Elegimos practicar nuevas técnicas. Preferimos buscar formas de organización mejor adaptadas a nuestra civilización, rechazando de manera abrupta y definitiva toda suerte de imposiciones externas, para crear condiciones dignas, a la altura de nuestras ambiciones. Acabar con la supervivencia, aflojar las presiones, liberar nuestros campos de un inmovilismo medieval, democratizar nuestra sociedad, despertar los espíritus sobre un universo de responsabilidad colectiva, para atreverse a inventar el futuro. Reconstruir la administración cambiando la imagen del funcionario, sumergir nuestro ejército en el pueblo y recordarle sin cesar que sin formación patriótica, un militar es sólo un criminal en potencia. Ése es nuestro programa político.

En el plano de la gestión económica, simplemente hemos damos una lección. Aceptamos e imponemos la austeridad, con el fin de poder estar en condiciones de realizar grandes intenciones. Ya, gracias al ejemplo de la Caja de solidaridad nacional (alimentada por contribuciones voluntarias) comenzamos a responder a las cuestiones crueles derivadas de la sequía. Sostuvimos y aplicamos los principios de Alma-Ata extendiendo los cuidados primarios de la salud. Hicimos nuestra, como política de Estado, la estrategia del GOBI FFF, preconizada por UNICEF.

A través del Oficio de Sahel de Unidas las Naciones, pensamos que las Naciones Unidas deberían permitir a los países afectados por la sequía la puesta en pie de un plan a medio y largo plazo, con el fin de alcanzar la autosuficiencia alimenticia.

Para preparar el siglo XXI, vamos a aplicar el programa especial “Instruyamos a nuestros niños”, lanzando un programa inmenso de educación y formación de nuestros niños en una escuela nueva. Lanzamos, a través de la acción salvadora de los Comités de Defensa de la Revolución, un vasto programa de construcción de viviendas sociales, 500 en tres meses, de caminos, de pequeñas conducciones de agua. Nuestra ambición económica es trabajar para que el cerebro y los brazos de cada burkinabè puedan por lo menos servir para él mismo y asegurarse, al menos, dos comidas al día y agua potable.

Juramos, proclamamos, que en lo sucesivo, en Burkina Faso, nada más se hará sin la participación del burkinabè. Nada que previamente hubiera sido decidido por nosotros. No habrá más atentados a nuestro pudor ni a nuestra dignidad.


Fuertes de esta certeza, querríamos que nuestra palabra se extendiera a todos los que sufren en sus carnes, los que sienten que una minoría de hombres o un sistema que les atropella y aplasta se burlan de su dignidad de hombre. (…)

Extraído de su Discurso ante las Naciones Unidas de 1984

CONTRA LA COOPERACIÓN ENTRE CLASES SOCIALES

Por Álvaro Astray


Debido a la falta de formación doctrinal, en amplios sectores de la “Tercera Posición”, se ha defendido la cooperación entre clases como forma de organizar la economía. Este objetivo choca frontalmente con la economía propuesta por varias de estas ideologías, como el nacional-sindicalismo o el fascismo. Con la excusa de la cooperación o armonización de las clases sociales, se ofrece la victoria a la clase dominante, es decir, a la burguesía capitalista. No se puede someter a toda la clase trabajadora con la excusa del patriotismo, esto no es más que hacerle el juego a la derecha.

La lucha de clases es un hecho, aunque no se debe aceptar que esta sea el motor de la Historia. Mientras en mejor situación se encuentre la clase dominante, en peor situación se encontrará la clase dominada, aunque esto por sí solo no haya sido lo que haya movido el mundo, detrás hay muchos más factores –más o menos importantes- complementarios. Admitir esto no te convierte en marxista. Simplemente hay que reconocer la gran labor de Karl Marx en su análisis de del capitalismo, como ya dijo en su día José Antonio Primo de Rivera (1), pero no coincidimos con él en las soluciones que da frente al sistema imperante.

Si bien es cierto que durante el Ventennio fascista no se alcanzó el socialismo al adoptarse como sistema el Corporativismo – donde existía una cierta cooperación entre clases-, el propio Benito Mussolini decía en la temprana fecha de 1933 que “el Corporativismo es un punto de partida, no de llegada”.  

Tras la traición de julio de 1943 de Pietro Badoglio y los monárquicos a Mussolini y al fascismo obrero, este se ve liberado de todos sus pactos con la burguesía en los que se apoyó para conseguir el Poder. Los fascistas volvieron a entonar el viejo canto de “¡Abajo Badoglio!” (2) y recuperaron el programa revolucionario de 1919. El secretario histórico del Partido Comunista de Italia, Palmiro Togliatti, ya reconoció el carácter revolucionario del fascismo de primera hora y buscó una alianza con los fascistas primigenios al escribir: “Nosotros, comunistas, adoptamos el programa fascista de 1919, programa de paz, de libertad y de defensa de los intereses obreros. Camisas Negras y Veteranos del África, llamamos a ustedes para unirnos en este programa. Proclamamos que estamos listos para combatir a su lado, Fascistas de la Vieja Guardia y Juventud Fascista, para realizar el programa fascista de 1919” (3).

Parte del programa del 1919 era: “la promulgación de una ley de Estado que sancione la jornada legal de ocho horas de trabajo para todos los trabajadores; el salario mínimo; la participación de representantes de los trabajadores en el funcionamiento técnico de la industria; y la administración de las industrias y servicios públicos por las mismas organizaciones proletarias”

En 1943, Mussolini y sus fieles, los representantes del fascismo proletario y auténtico (cabe destacar al excomunista Nicola Bombacci o a Alessandro Pavolini), proclaman la República Social Italiana. Es aquí cuando surge el experimento económico del fascismo anticapitalista: la Socialización. Bajo esta forma económica “La gestión de la empresa, ya sea del Estado o de la propiedad privada, queda socializada. En ella toma parte directa el trabajo”. Es decir, los productores, incluyendo aquí tanto a los trabajadores como al empresario entendido como gestor y trabajador, no como un capitalista, son los que deciden sobre el rumbo de la empresa, y la plusvalía es entregada los trabajadores, no al empresario capitalista.  

Alessandro Pavolini confesaría a su amante, la actriz y diva Doris Duranti lo siguiente: “el Fascismo en el que creo…no existe todavía, (…) el otro día Mussolini ha dicho una cosa que a muchos no ha gustado, pero a mí sí. Ha dicho que la cartilla de racionamiento no será abolida ni siquiera tras la victoria, así los Agnelli y los Donegani, comerán como sus obreros. Producir con la inteligencia o con las manos es lo mismo, quien no produzca, no tendrá sitio en la Italia que estamos construyendo”.

El propio Mussolini ya avisó en Milán poco antes de morir de la inutilidad e inconveniencia de pactar con la burguesía: “(…) nuestro ideal es el Estado de Trabajo. En este caso no puede haber duda: nosotros somos la clase trabajadora en lucha por la vida y la muerte, contra el capitalismo. Somos los revolucionarios en busca de un nuevo orden. Si esto es así, invocar ayuda de la burguesía agitando el peligro rojo es un absurdo. El espantapájaros auténtico, el verdadero peligro, la amenaza contra la que se lucha sin parar, viene de la derecha. No nos interesa en nada tener a la burguesía capitalista como aliada contra la amenaza del peligro rojo, incluso en el mejor de los casos ésta sería una aliada infiel, que está tratando de hacer que nosotros sirvamos a sus fines, como lo ha hecho más de una vez con cierto éxito (…)”(4). Es decir, en estas fechas, Mussolini rechaza cualquier pasado interclasista que pudiera haber tenido.

En el nacional-sindicalismo encontramos otra solución frente a la economía capitalista. En lugar de la socialización, la sindicalización de la economía. En el nacional-sindicalismo, son los trabajadores de la empresa organizados a través del sindicato correspondiente, encuadrados en las diversas ramas productivas. En el sindicato se encuadrarían todos los productores. Como leemos en el artículo “La empresa nacional-sindicalista” de Fernando Roldán: “La capitalización de la empresa se realizará a través de la aportación de los trabajadores y de la parte de la plusvalía destinada a tal fin. Los trabajadores no sólo poseerán los medios de producción y la plusvalía; también podrán votar y elegir al congreso de administración, aprobar o rechazar balances y demás cuestiones relacionadas con la gestión de la empresa, todo ello sin dejar de lado sus obligaciones como trabajador.” (5) Jorge Garrido San Román afirma que la plusvalía va directa al Sindicato, que se encarga de su gestión, pero que no toda la plusvalía se repartiría entre los productores directamente, puesto que esto podría producir una gran inflación. Parte de la plusvalía se reinvertiría en bienes y servicios para los trabajadores.

Hemos analizado solo superficialmente las propuestas de nacional-sindicalismo y fascismo frente al trabajo asalariado y el capitalismo. En ambas podemos ver que no se busca la cooperación entre clases, sino la creación de solo una clase, los productores. Esto no significa que, como dicen falsamente los liberales, todos los productores reciban la misma cantidad de dinero por su trabajo.

NOTAS:

(1) Conferencia del Círculo de la Unión Mercantil (Madrid, 9-4-1935)
(2) Pietro Badoglio fue un militar monárquico italiano, primeramente contrario al fascismo, pero que participó en la política del Ventennio. Finalmente traiciona a Mussolini para rendirse a los Aliados.
(3) Palmiro Togliatti, secretario del Partido Comunista Italiano, Manifiesto por la salvación de Italia y la reconciliación del pueblo italiano, "Lo Stato Operario", nº 8, 1936.
(4) Milán, 22 de abril de 1945
(5) La empresa nacional-sindicalista, por Fernando Roldán

lunes, 23 de febrero de 2015

EL NACIONALISMO IRLANDÉS

Por Patrick Pearse


El texto que les presentamos forma parte del ensayo político “El pueblo soberano”, escrito por Pearse en marzo de 1.916, un mes antes de la insurrección.

La insurrección de Pascua de 1.916 surgió de la alianza del nacionalismo revolucionario, representada por P. Pearse, con el socialismo popular, repre­sentado por James Connolly.

Algunos días después de su arresto, Pearse fue fusilado junto a los otros jefes de la insurrección. Sus cuerpos fueron enterrados en cal viva para que los irlandeses no pudieran conservar reliquias de sus héroes.

La independencia nacional supone la soberanía nacional. La soberanía nacional posee una doble naturaleza, a la vez interna y externa. Significa la soberanía de la nación sobre todos sus componentes, sobre todas las personas y sobre todo lo que está en la nación: significa la soberanía de la nación opuesta a todas las otras naciones. La nacionalidad es un hecho espiritual, pero la expresión nacional conlleva la libertad de movimientos y la fuerza física encargada de proteger la libertad de movimientos es necesaria para la perennidad de la nación. Sin ella la nación se hunde, se debilita y al final puede morir. Sólo una nación muy firme, una nación como Irlanda cuyo poder espiritual e intelectual es muy grande, puede vivir sin ella más de varias generaciones, pero sin libertad; incluso una nación igual de testaruda que Irlanda acabaría sin duda muriendo. Así pues, la libertad de movimientos significa precisamente el control de las condiciones necesarias para una vida sana y vigorosa. Resulta evidente que esto es en parte material, y por tanto, la libertad nacional supone el control de las condiciones necesarias para una vida sana y vigorosa. Resulta evidente que esto es en parte material, y por tanto la libertad nacional supone el control de las cosas materiales esenciales para la supervivencia material y para la libertad de la nación. En consecuencia, la soberanía de la nación se extiende no sólo a todos los hombres y mujeres de la nación, sino también a todas la posesiones materiales de al nación, el suelo nacional y todos sus recursos, todas la riquezas y los medio de producción de la nación. En otras palabras, no hay ningún derecho privado de propiedad en contra del derecho público de la nación. Pero la nación tiene la obligación moral de utilizar su derecho público para asegurar a todos los hombres y mujeres de la nación los mismos derechos y las mismas libertades. El conjunto está autorizado a buscar la felicidad y la prosperidad del conjunto, por ello debe buscarse con el fin de permitir a cada uno de tos individuos que componen el conjunto, el acceso a la felicidad y a la prosperidad, una felicidad y prosperidad compatible al máximo con la felicidad y la prosperidad de resto.

Podemos resumir todo esto en algunas simples frases:
1. El objetivo de la libertad es la felicidad humana.
2. El objetivo de la libertad nacional es la libertad individual, es decir, la felicidad individual.
3. La libertad nacional supone la soberanía nacional.
4. La soberanía nacional supone el control de todos los recursos morales y materiales de la nación.

He insistido en el hecho espiritual de la nacionalidad: he insistido en la necesidad de libertad de movimiento para la continua preservación de este hecho espiritual en un pueblo vivo; insisto ahora en la necesidad de un control completo de los recursos materiales de la nación, para que esta libertad sea completa. Creo que así doy el lugar y la importancia que hay que dar a lo que llamamos “el fundamento material de la libertad”. Los recursos materiales de una nación no son la nación, al igual que la alimentación del hombre no es el hombre. Sin embargo, los recursos materiales son tan necesarios para la vida de una nación como lo es la alimentación para la vida del hombre.

Proclamo que la soberanía nacional sobre los recursos de una nación es absoluta, pero que, claro está, tal soberanía debe ejercerse para el bien de la nación y sin prejuicios en lo que concierne a los derechos de las otras naciones, ya que la soberanía nacional, tal como todo lo que existe, debe obedecer las leyes de la moral.

El bien de la nación es, finalmente, el bien de los individuos, hombres y mujeres, que componen la nación. Concretemos qué es una nación. Lo son los hombres y las mujeres, todos sus hombres y mujeres sin excepción. Normal­mente los hombres y las mujeres de la nación tienen los mismos derechos, pero un hombre o una mujer pueden perder sus derechos si se convierten en renegados de su país. Ninguna clase social de la nación tiene derecho a privilegios superiores a las otras clases, si la nación no lo consiente. El derecho y el privilegio de dictar o aplicar las leyes no pertenece a ninguna clase social concreta de la nación, si no que pertenece a la nación entera, es decir, a todo el pueblo, y no puede ejercerse legítimamente más que por aquellos que han sido designados por todo el pueblo. El derecho de controlar los recursos materiales de una nación no pertenece a ningún individuo ni a ninguna clase social, si no que pertenece a la nación entera, es decir, a todo el pueblo, y no puede ejercerse legítimamente más que por aquellos que han sido designados por todo el pueblo y de la manera que indique el pueblo entero. Insisto en que ningún derecho individual puede estar por encima del derecho del pueblo entero; pero el pueblo, al ejercer sus derechos soberanos, se ha comprometido moralmente a respetar los derechos individuales, actuar bajo el signo de la igualdad de la misma manera con sí mismo que con los otros miembros, al igual que velar para que esta equidad entre los individuos se respete.

Insistir en el control soberano de la nación sobre la propiedad en el interior de los límites nacionales no significa rechazar el derecho a la propiedad privada. Corresponde a la nación determinar en qué medida sus miembros pueden disfrutar de la propiedad privada. Corresponde a la nación determinar en qué medida sus miembros pueden disfrutar de la propiedad privada, y en qué recursos materiales de la nación puede autorizarse. Una nación puede, por ejemplo, considerar, como fue el caso de la nación irlandesa libre durante siglos, que la propiedad privada de la tierra no debe existir, y que el conjunto del suelo nacional es propiedad colectiva de la nación. Una nación puede considerar, como es el caso de numerosas naciones modernas, que todos los medios de transporte en los límites territoriales, todas las vías de tren y los canales, son propiedad colectiva de la nación, y deben regirse por la nación para el provecho de todos. Una nación puede ir más lejos y considerar que toda fuente de riqueza, cualquiera que sea, es propiedad nacional, que todos los individuos deben ponerse al servicio del bien común, y deben ser remunerados por ello por la nación de forma adecuada, y que todas las riquezas sobrantes deben ir a parar al tesoro público y ser utilizadas para objetivos nacionales, antes que acumularse en los bolsillos de algunos individuos. No hay nada de divino ni de sagrado en ninguna de estas proposiciones, se trata de asuntos puramente humanos, sujetos a discusión y a ajustes entre los miembros de una nación, asuntos en los que la decisión final pertenece a la nación entera, asuntos en los que la nación entera puede revisar o anular sus decisiones, en base al interés general. No rechazo el derecho de propiedad privada, pero insisto en el hecho de que toda propiedad sea sometida a la aprobación nacional.

Repito de nuevo que el pueblo es la nación: el pueblo entero, todos sus hombres y mujeres, y en cuanto a las leyes establecidas o las acciones realizadas por los que pretenden representar al pueblo, pero que no habrían sido jamás designados por éste, ni implícita ni explícitamente, estas leyes y estas acciones no tienen nada que ver con el pueblo; hay que considerarlas como una usurpación, una impertinencia, sin ningún valor. Por ejemplo, un gobierno de capitalistas, un gobierno de clérigos, un gobierno de hombres de leyes, de nómadas, o de borrachos o de personas nacidas en martes, no representa al pueblo, no corresponde al pueblo a menos que haya sido elegido y aceptado por el pueblo para representarlo y gobernarlo; y en este caso, pasa a ser el gobierno legítimo del pueblo, y durará hasta que éste ponga fin a su mandato. Así pues, el pueblo, si es inteligente, no elegirá a sus legisladores y administradores sobre bases tan arbitrarias y fantasiosas como la posesión de un capital, el hecho de ser borracho, o el de ser nacido en martes, ya que un gobierno designado de esta forma o representante ante todo (aunque no sea deliberadamente) de los capitalistas, de los borrachos o de las personas nacidas en martes, dictará leyes y gobernará inevitablemente a favor de los capitalistas, los borrachos o las personas nacidas en martes, según el caso. El pueblo, si es inteligente, escogerá como legisladores y administradores a hombres y mujeres real y plenamente representativos de todos los hombres y mujeres de la nación, de los que no poseen nada y de los que poseen algo. Considerarán que el azar llamado “propiedad”, “capital”, “riqueza”, la pose­sión de lo que se denomina un “desafío”, no dificulta automáticamente el derecho de representar al pueblo, más que el azar de ser un borracho o de haber nacido en martes. Y para que el pueblo pueda escoger como legislado­res y gobernantes hombres y mujeres que lo representen real y plenamente, la elección debe caer siempre en manos del pueblo entero. En otras palabras, cuando él pueda si así lo quiere, en el ejercicio de su derecho soberano, conceder el mandato a una casta cualquiera, es decir, adoptar un sistema de electorado limitado, deberá, si es inteligente extender el electorado lo máximo posible, y dar el derecho de votar a todos los adultos sanos de espíritu. Restringir el derecho de voto de una forma o de otra significa preparar una usurpación futura en los derechos del pueblo soberano. El pueblo, es decir, el pueblo entero, debe permanecer soberano, no sólo en teoría, sino también en la práctica.


Afirmo pues, el derecho divino del pueblo “el don de Dios a Adán y sus pobres hijos para siempre”, a poseer y a conservar esta buena tierra. Afirmo que las naciones, que representan la encarnación de los pueblos organizados, son soberanas y sagradas. La nación es una división natural, tan natural como la familia, e igual de inevitable. Es la razón por la cual una nación es sagrada y el porqué un imperio no lo es. Una nación se caracteriza por sus nexos naturales, nexos místicos y espirituales, nexos humanos y nexos afectivos, en cambio un imperio como mucho sólo tiene nexos de intereses mutuos, y en el peor caso, se mantiene por la fuerza brutal. Una nación es una familia a mayor escala, en cambio un imperio es una empresa comercial a mayor escala. La nación procede de Dios, en cambio, el imperio procede del hombre, si no es que se trata del diablo.

domingo, 22 de febrero de 2015

¿QUIÉN TEME A PABLO IGLESIAS?

Por Juan Manuel de Prada


Estudio con regocijo las reacciones que provoca Pablo Iglesias. Hay, por un lado, un empeño irrisorio en involucrarlo en asuntos turbios que enfanguen su imagen: algunas veces, el empeño adquiere tintes chuscos (así, por ejemplo, cuando se denuncia que disfrutó de becas sufragadas por la misma banca que execra, como si robar en según qué casos no estuviese recompensado por el refranero con cien años de perdón); otras veces, el empeño se hunde en los cenagales de la hipocresía más desmelenada (así, por ejemplo, cuando se denuncia que prestó un apoyo simbólico a los filoetarras, como si sucesivos gobiernos de uno y otro signo no les hubiesen prestado un apoyo nada simbólico, permitiéndoles concurrir a las elecciones, aliviándoles las condenas o facilitándoles subvenciones). Resulta, en verdad, conmovedor asomarse a ciertos programas que, día tras día, dedican minutos –¡y hasta horas!– a denigrar a Pablo Iglesias, en un lastimoso ejercicio más próximo a la terapia psicoanalítica (hay tertulianeses más obsesionados con Pablo Iglesias que el divino Dante con Beatriz) que al debate televisivo. Y justo antes de empezar a escribir este artículo me dicen que algunos periodistas de una radio pública han denunciado que la dirección de su empresa les ha pedido que no hablen de Pablo Iglesias. En realidad, este presunto amago censorio es complementario (haz y envés de una misma moneda) de la compulsión obsesiva en el vituperio; y ambas actitudes las dicta la misma baja pasión: el miedo.

Miedo y nada más que miedo. A Pablo Iglesias tratan de presentarlo como un golfillo trapacero, como un comunista apolillado, como un vendedor de humo. No diremos que Pablo Iglesias no tenga algún rasgo propio de estas caracterizaciones paródicas (aunque, por encima de todas ellas, se nos antoja, en su retórica y en sus ademanes, un demócrata tremendo y tremendista); pero no provoca miedo porque sablease a Chávez, ni porque haga proclamas demagógicas, ni porque quiera poner un sueldo quimérico a todo quisque. Pablo Iglesias provoca miedo porque tiene un «relato», una visión del mundo; en definitiva, porque cree en unos principios (naturalmente erróneos) que desarrolla de forma congruente y aplica con irreprochable lógica a las diversas cuestiones políticas. Por eso tanto la «casta» política como sus «mayordomos» (permítasenos el empleo jocoso de la jerga pauloeclesiástica) están alborotados: porque, para ellos, los principios son tan sólo un pin que se ponen en la solapa, para provocar la adhesión refleja de su clientela, mientras que Pablo Iglesias cree a machamartillo en sus principios y está dispuesto a aplicarlos. Quienes se mueven por intereses siempre han sentido pánico ante quienes se mueven por principios, sin importarles que tales principios sean acertados o erróneos. Tienen miedo a Pablo Iglesias; y, para vencerlo, tratan de inspirárselo a su clientela, agitando el espantajo del comunismo. No pueden combatirlo honorablemente porque no tienen otros principios contrarios que oponerle, por la sencilla razón de que no creen en ninguno.

En «La esfera y la cruz», Chesterton nos presentaba a dos contendientes, un creyente y un ateo, que no conseguían batirse a duelo en defensa de sus convicciones, porque el régimen vigente, muy tolerante y moderadito, se lo impedía; y es que aquellos personajes, dispuestos a defender a muerte sus principios, delataban el contubernio de los chanchulleros que, a falta de principios, sólo defendían intereses, desde posiciones en apariencia contrarias. Chesterton siempre trataba a los ateazos con deferencia, incluso con franca simpatía; y reservaba su acritud para los que carecen de principios.

Extraído de ABC


LA TRADICIÓN CREADORA

Por Dalmacio Negro


El progreso de una civilización depende de la tradición. Al margen de la tradición no hay verdadero progreso; ni a la especie humana ni al hombre particular le es posible progresar a saltos, ocasionalmente. El progreso moral sólo raramente se puede deber a una «conversión» o el progreso material a la fortuna. Sólo se progresa partiendo de una tradición, como ocurre en el ámbito en el que se suele creer que, aparentemente, se progresa de esa manera, en el de la ciencia. Mas, paradójicamente, apenas sólo en este campo de la actividad humana se considera hoy la tradición – en este caso la específica tradición científica, aunque ésta se extiende más allá de lo estrictamente científico – como una condición para el progreso del conocimiento. A la verdad, el hecho de la existencia continuada de la ciencia demuestra que los científicos están de acuerdo en aceptar una tradición; y no sólo esto sino que, añadía M. Polanyi, «toda la confianza de los científicos entre sí ha de estar informada por esta tradición».

La auténtica tradición, que no es la «tradición» anquilosada, romántica, que se vive como tradicionalismo sin fe viva, es siempre creadora, como indica la misma etimología de la palabra (tradere en latín, entregar). La tradición no es conservadora: al entregar la realidad da la posibilidad de cambiar sin perder el contacto con ella. Pues la realidad es lo que el hombre cree que es real, cuyo sentido y significación se debe a la tradición. Y lo que hace la ciencia es repensar la tradición a fin de conocer mejor la realidad, de por sí inagotable.

Fuera de ahí, está de moda ser antitradicional en todo. Un ejemplo obvio es el de la literatura y el arte, en los que la tradición debiera ser por puro sentido común ineludible. Sin embargo, se prescinde de ella buscando la originalidad – «pour épater le bourgeois» (para asombrar al burgués) – como si ser original equivaliese a creador; original es a su manera un orate. Los griegos llamaban idiota (idiotés) al que se comportaba de una manera muy particular, tan individual que parece privada de sentido común. Este último es como un sexto sentido – lo que también Polanyi llamaba «la dimensión tácita» del conocer – que da, entrega, al ser humano la tradición. Es evidente, con palabras del filósofo alemán N. Hartmann, que nadie empieza con sus propias ideas.

Sin embargo, se ha extendido la idea romántica de que la única forma tolerable de «tradición» consiste en adoptar posturas antitradicionales aprovechando cualquier ocasión (la acción por «ocasión» es una acción sin causa) para apartarse de la norma. Es hoy la actitud que describía el humanista suizo H. Zbinden como el inconformismo de los conformistas. Actitud que ha convertido en un lugar común, en una pose dogmática, desprestigiar o atacar lo que de cualquier forma pueda parecer tradicional en la religión, en el arte, en la literatura, en la política, en la moral, en el derecho, en la pedagogía, en las formas de vida, hasta en la moda; es reaccionario simplemente lo que es tradicional. En el fondo, se trata, en cuanto hábito social, es decir, si no hay una causa psicológica o francamente psiquiátrica, de una manifestación del ocasionalismo romántico reforzado por lo que se ha llamado el «titanismo técnico» aunque también pretenda presentarse como una suerte de juvenilismo. Todo ello va unido a la pérdida del sentido de la realidad, lo que además facilita un público no menos perdido que opina sin causa, para asombrarse a sí mismo, sobre lo divino y lo humano.

Y es que, justamente, lo que aproxima al hombre a la realidad y lo inserta en ella alejándole del ocasionalismo es la tradición, cuyo rechazo le aleja en cambio de lo real. Y sin sentido de la realidad no hay libertad porque en el atenerse a la realidad estriba la responsabilidad del hombre libre. El argumento más contundente y eficaz de la demagogia totalitaria es el de que la libertad consiste en la evasión de la realidad hacia lo abstracto, en la transgresión del ethos y las formas de tradición. Lo decía Rousseau: «No hay sujeción más perfecta que la que conserva la apariencia de libertad».

Extraído de Cultura Transversal


sábado, 21 de febrero de 2015

DETERMINISMO Y LIBERTAD EN EL PENSAMIENTO DE GEORGES SOREL

Georges Sorel (1847-1922) no es un filósofo y teórico revolucionario que requiera mayores presentaciones, sin embargo, tanto su figura como su pensamiento han pasado bastante desapercibidos en la historia del s. XX, pese a que su influencia se ha hecho sentir de forma velada y subrepticia a lo largo de la centuria pasada por medio de ciertos acontecimientos históricos, algunos personajes tanto políticos como ideológicos, y, también, sobre los movimientos sociales más recientes.

El pensamiento de Sorel está impregnado de una particular sofisticación teórica que hace que sus planteamientos sean especialmente sugestivos, escapando así de cualquier convencionalismo y eludiendo por completo la posibilidad de caer en esquemas ideológicos preconcebidos. Esta característica del pensamiento soreliano, que a primera vista pudiera resultar confusa e indefinida por lo que tiene de original, ha propiciado que la figura de Sorel haya sido reivindicada por sectores políticos y filosóficos de lo más dispares, lo que ha contribuido aún más a impedir su encasillamiento, quedando relegado a la condición de “espécimen” político exótico en los ámbitos académicos. 

La complejidad de la que no está exento el pensamiento de Sorel se debe, en gran medida, a la gran heterogeneidad de influencias que recibe por parte de otros pensadores, de los que destacan Karl Marx, Pierre J. Proudhon, Giambattista Vico o Henri Bergson entre otros. A lo ya dicho es necesario sumarle lo que de propiamente suyo hay en su pensamiento, el cual no consiste únicamente en una curiosa síntesis y amalgama de diferentes ideas de los autores citados, sino que su principal aportación reside en la agudeza y lucidez de sus análisis, habiendo sabido captar con exactitud el sentido general de la corriente histórica de su tiempo e identificado a la perfección los resortes impulsores del cambio histórico.

La historia, como creación humana, es concebida por Sorel a partir de la distinción que establece entre el «medio artificial» (naturaleza artificial) y el «medio natural» (naturaleza natural), entre el sistema maquinal y el sistema cósmico. Así, el hombre únicamente conoce aquello que hace, es decir, el mundo artificial de la industria, las máquinas y la técnica por cuanto este, como producto humano, constituye una creación suya. La naturaleza artificial, creada por el hombre, se encuentra separada de la naturaleza natural que constituye el mundo de los fenómenos naturales.

La naturaleza artificial se encuentra vinculada con el mundo de la técnica como mecanismo de la producción, la misma que hace posible su desarrollo progresivo hacia una mayor organización y un perfeccionamiento en su aplicación práctica. Por el contrario, la naturaleza natural corresponde a todo cuanto el hombre no ha hecho, al mundo de la naturaleza en el que se desarrollan las hipótesis científicas y cosmogónicas.

A partir de estas premisas, que son una clara herencia del pensamiento filosófico de Vico, Sorel desarrolla su propia visión acerca del desarrollo del cambio histórico, estableciendo una clara distinción entre determinismo y libertad. En este sentido su oposición al determinismo viene dada por el sentimiento de libertad que anida en el  hombre y por el cual, lejos de desempeñar un papel pasivo en el devenir histórico, es el protagonista de la historia al ser su hacedor.

Así, la técnica industrial no determina la estructura social y cultural, porque la propia técnica es una creación del hombre con la que construye su porvenir. El hombre, para conocerlo, es necesario considerarlo en su totalidad como trabajador, poniéndole en relación con el aparato técnico de los medios de producción. Esto es importante en la medida en que el marco material que lo circunda le impone ciertas limitaciones, pero, sin embargo, el hombre no se ve modelado por este, ya que las estructuras, como creación suya, no son, en última instancia, las que determinan el sentido y la forma del desarrollo de los acontecimientos históricos.

El hombre, por medio de la técnica, construye sus propias condiciones de vida material sobre la naturaleza exterior, haciendo uso de las fuerzas que la propia naturaleza pone a su disposición convirtiéndose así en su señor. El hombre, como elemento activo, no es sólo producto de las circunstancias generadas por el marco estructural y material, y por tanto no sólo es objeto, sino que también es sujeto en la medida en que altera y cambia las circunstancias en las que se encuentra inserto, haciéndolas objeto de su actividad. Las circunstancias, así entendidas, no son únicamente objeto de la naturaleza, sino proceso y producto resultante de la actividad humana.

La naturaleza artificial es la instauración de un orden humano en el medio natural, con el cual se crean unas determinadas condiciones materiales y unas estructuras determinadas en las que, la relación del hombre con el sistema de producción adquiere especial importancia. Estas estructuras, como creación humana, únicamente constituyen una limitación del poder del hombre; condicionan pero no determinan la historia en cuanto a su desarrollo interno ya que el hombre no es únicamente objeto, sino sujeto que constantemente está modificando la tecnología aplicada en los medios de producción. Es de este modo como el hombre crea su historia como fruto de su actividad en el sistema de producción.

Frente al orden, como constitución de una naturaleza artificial, el desorden representa el estado natural de la humanidad. El orden supone, en definitiva, la situación en la que los hombres han llegado a ser capaces de imponer a los movimientos de las cosas direcciones opuestas a las que habrían existido sin su intervención; es por medio de la naturaleza artificial que el hombre adquiere, a través de una labor incesante, el poder de dirección, no pudiéndose detener ni un instante ya que todo tiende a volver al orden antiguo, al estado natural de desorden. Aquí hace su aparición el carácter combativo del productor, que tiene que luchar obstinadamente para mantener y desarrollar el orden que se ha dado a sí mismo a través de la técnica, la misma que con su progreso permanente exige nuevos esfuerzos para adaptar los nuevos avances a la producción, y con ello preservar el orden y las estructuras que el hombre se ha dotado y que representan, en definitiva, la civilización material a la que ha dado origen.

Por tanto, el movimiento natural de decadencia al que la humanidad se ve arrastrada, dirigiéndose hacia el desorden natural, debe ser contrarrestado por la labor de conservación de la civilización material por medio de esfuerzos heroicos de la voluntad del trabajador, una lucha que desecha todo tipo de optimismo idílico de un fin de la historia con el que se habría alcanzando la felicidad en un mundo lleno de luces e igualdad.

En síntesis puede decirse que, para Sorel, la historia es una creación exclusiva del hombre. Se da, entonces, una relación dialéctica, de influencia recíproca, entre el hombre y el orden artificial que genera sobre la naturaleza, por lo que las condiciones materiales y estructurales por él creadas pasan a condicionar su actividad, haciendo así del hombre objeto de la historia; pero al mismo tiempo es el hombre, quien con su actividad creadora dirige el curso de los acontecimientos variando en cada momento el aparato técnico de la producción, y con ello cambiando constantemente las circunstancias materiales en las que se encuentra inserto, haciéndose a sí mismo sujeto y máximo artífice de la historia. La civilización material, siempre en peligro, debe ser conservada por una lucha heroica del trabajador contra la decadencia, lo que le dota de un particular sentido de la realidad desprovisto ya de ilusiones quiméricas engendradas por un infantil optimismo.

jueves, 19 de febrero de 2015

LA CUESTIÓN ECONÓMICA DEL FASCISMO

Por Suárez Pola


El análisis del Fascismo como fenómeno social siempre se ha realizado desde las diferentes posiciones ideológicas, de manera que se han creado diferentes opiniones subjetivas que nos han impedido comprender el total que este movimiento representa. El ejemplo práctico de este análisis subjetivo como también de la desinformación se encuentra en el estudio de la economía fascista.

El Fascismo surge como un movimiento cultural que se gesta alrededores de principios del Siglo XX y que luego encontrará las condiciones necesarias para que se transforme en acción política. ¿Pero qué es lo que se genera alrededor de 1900?

Para empezar, es preciso hacer un breve resumen de lo que ocurre a partir de la Revolución Francesa. Las revoluciones liberales suponen la ruptura con la sociedad anterior, sociedad basada en estamentos, en los que se clasificaban las personas. Durante un largo periodo de tiempo, va surgiendo desde el pueblo llano un nuevo grupo que se consolida económicamente pero que carece de privilegios políticos, este grupo es la burguesía. Es clave entender esto ya que hay bastantes análisis que clasifican a estas revoluciones como revoluciones burguesas, que si bien también estaba presente el pueblo, la burguesía también formaba parte del mismo en lo que llamamos como el Tercer Estado. El triunfo de las ideas liberales, pone en marcha un nuevo tipo de sociedad que se entiende como el conjunto de individuos desde una posición no colectiva, el individuo como eje central del cuál deriva todo lo demás. Políticamente, se van abriendo paso nuevas fórmulas de poder en las que el rey como la nobleza pierden privilegios. Económicamente, se va produciendo un gran avance debido a la aparición de las fábricas, de las industrias. Esto supone un traspaso de capital humano desde los campos, donde la mejora de la tecnología aumentó la producción, a la ciudad, que es donde se concentraban las fábricas, por lo que nos encontramos con un nuevo tipo de sociedad que se desarrolla en un nuevo espacio: la ciudad. Nos encontramos con el Capitalismo, basado en la propiedad privada de los medios de producción a través del capital. Poco a poco, todos estos engranajes rupturistas con el Antiguo Régimen se van complementando unos con los otros y configuran un mundo nuevo. En sus inicios, suponen un gran aumento en la tecnología así como en la producción, pero va a dar lugar a las mayores injusticias. La nueva sociedad se va dividiendo en dos clases sociales: la primera es la gran beneficiada de la revolución liberal, la burguesía, la segunda clase es la consecuencia directa de todo lo producido anteriormente, el proletariado. Fueron las nuevas relaciones de producción las que proletarizaron a la masa obrera. Esta nueva división dio lugar a grandes masas asalariadas que no disponían de las mejores condiciones de trabajo y que pronto empezarían a reclamar lo que les pertenecía. Las teorías marxistas analizaron esto con bastante éxito y pusieron énfasis en la lucha del proletariado contra la burguesía, la lucha de la clase obrera. Pero estos análisis de la sociedad van a encontrar un obstáculo cuando el liberalismo de sufragio restringido se transforma en democracia liberal y con un sufragio más amplio que tendrá como consecuencia el acceso de las clases bajas a los procesos democráticos. Las  predicciones de Marx no parecen cumplirse y el proletariado consigue acceso a las mejoras de condiciones, por lo que se produce un nuevo cambio. Estas clases bajas van teniendo acceso a la alfabetización, a la escuela, a la cultura y a la toma de decisiones, por lo que se produce una transformación de la conciencia; se va dejando de lado el énfasis puesto por teóricos anteriores en la lucha proletaria de clase para transformarse en un acercamiento del proletariado a la nación, de manera que poco a poco se va nacionalizando.

Después de repasar esta nuevas condiciones, se produce inevitablemente un revisionismo del marxismo hasta ahora conocido, un revisionismo antimaterialista y antirracionalista que pondrá en duda las bases económicas marxistas. El sindicalismo revolucionario de George Sorel es el que realizará esta tarea. Es decir, la izquierda se plantea lo que hasta ahora no se habían planteado, significando esto la creación de un nuevo componente que estará presente en el Fascismo, de ahí que sean cada vez más personas las que le atribuyan al Fascismo indudablemente su origen de izquierdas. Debemos tener en cuenta que el nuevo revisionismo revolucionario soreliano se gesta alrededores de principios del Siglo XX, lo que viene a afirmar que los componentes del Fascismo no surgen de la nada sino que se desarrollan en cadena a partir de unas circunstancias anteriores a los Fasci de Combattimento. Otro componente del Fascismo es un nuevo nacionalismo rupturista con el que se produce a partir de la Revolución Francesa. Las revoluciones burguesas concebían la sociedad, como hemos visto anteriormente, como un conjunto agregado de individuos independientes, mientras que el nuevo nacionalismo, en el que Maurice Barrès se presenta como teórico, entiende a la colectividad como un conjunto orgánico nacional que antepone los intereses de la colectividad a los intereses de los individuos, todo existe para completar los intereses de la colectividad. También es imprescindible destacar como teórico nacionalista italiano a Enrico Corradini. Este teórico del nacionalismo italiano llama al pacto de solidaridad entre todas las clases italianas al mismo tiempo que emplea en 1910 el término de socialismo nacional. Sin embargo, da también lugar a lo que se conoce como Naciones Proletarias: ''es necesario, ante todo, que los italianos comprendan que su país constituye, material y moralmente, una nación proletaria; es preciso, enseñarles la necesidad de la guerra internacional del mismo modo que el socialismo enseña a los obreros los principios de la lucha de clases, es preciso en definitiva, establecer la paz entre el proletariado y la nación.''. De este nuevo concepto llamado Nación Proletaria, hablará también Mussolini como contrapeso de las Naciones Plutocráticas. Cierto es que Corradini no renuncia a la violencia como motor de la historia, pero cambia del marxismo la violencia de clases por la violencia internacional, siendo para ello necesario la reconciliación de los grupos dentro de la nación que hasta ahora eran antagónicos. Es curioso cómo a la vez que se produce una reconciliación entre clases, se destaca la nueva concepción de la Nación como una nación proletaria, siendo esto hasta el momento totalmente nuevo. Resultaría difícil escuchar a un burgués hablar de este tipo nuevo de nación. El proletariado había rechazado a la nación ya que ésta estaba dirigida por burgueses, siendo éstos los verdaderos propietarios de ella, pero este nuevo nacionalismo cambiará esa relación. En definitiva, tenemos presente un nuevo movimiento que nace de la izquierda y presenta una nueva síntesis hasta ahora desconocida, la síntesis de lo nacional con lo social.  Sin embargo, no es preciso destacar esta nueva concepción de reconciliación de clases como fin último de la economía fascista.

Si bien es cierto que existe este nuevo socialismo nacional basado en la idea de la nación como conjunto colectivo superior a intereses individuales y que nos habla de la reconciliación de clases, esto no es lo primero a destacar cuando surgen los Fasci Italiani di Combattimento. Este nuevo movimiento presentó en su programa, claramente de izquierdas, el problema de la lucha de clases y posibles soluciones. Aquí algunos puntos económicos del programa interesantes:

Control de las tierras por parte de los campesinos, jornada legal de ocho horas, participación de los obreros en el desarrollo de las empresas y en sus beneficios, eliminación de la banca especulativa, administración de las industrias y servicios públicos por parte de las organizaciones proletarias, fuerte impuesto sobre el capital con carácter progresivo que tenga la forma de una verdadera expropiación de todas las riquezas, la confiscación de todos los bienes de las congregaciones religiosas y la abolición de todas las bulas episcopales que constituyen una enorme responsabilidad para la nación y un privilegio para unos pocos y la nacionalización de todas las fábricas de armas y explosivos.

Como vemos, este nuevo programa, del que cabe destacar también su posición republicana, tiende a la mejora de condiciones de la clase proletaria y a la participación en los beneficios de las empresas rompiendo así con las relaciones capitalistas de producción. Anteriormente, el capitalista era el que repartía salarios fijados a los trabajadores mientras el beneficio común le pertenecía a él por ser el propietario del capital. Este nuevo ascenso del proletariado al control de las industrias y al acceso de los beneficios producidos lo elevarán de la condición de simple asalariado para incorporarlo directamente a la producción. Claramente, un burgués nunca podría defender un programa como éste. Los análisis del Fascismo como reacción de la burguesía ante el avance del movimiento obrero quedan en evidencia cuando se profundiza en los orígenes del movimiento fascista. El Fascismo como movimiento revolucionario supo adaptarse a las circunstancias en el momento que le tocó actuar y presentó ser un movimiento más fuerte que otros que se disputaban la conquista del poder. Cierto es que para el desprestigio del Fascismo, existe posteriormente a sus inicios, una alianza indudable con los elementos reaccionarios venidos de la derecha que ven al Fascismo como ariete contra los adversarios de sus privilegios. Vamos a explicar esto, para ello, tomaremos el programa del Partido Nacional Fascista como también sus principales puntos ideológicos y lo compararemos con aquel programa socialista de los Fasci di Combattimento:

Aceptación a la monarquía de la Corona de los Saboya y el Rey Víctor Manuel III , férrea defensa de la clase obrera y el campesinado, control corporativo de los empresarios y trabajadores para cubrir sus necesidades, mantenimiento de las propiedades privadas y acuerdo de industriales con la clase obrera.

Vemos un cambio muy profundo en las medidas que se pretenden tomar. Donde antes estaba la defensa de una República, ahora vemos la aceptación de la Corona, donde antes veíamos el acceso del proletariado al control de las industrias y servicios públicos, ahora vemos el control corporativo de los empresarios y trabajadores como también la defensa de la propiedad privada. Lo único destacable es un punto en el que se señala la defensa férrea de la clase obrera y el campesinado, como condicionante a lo nuevo que se presenta. ¿Hay dudas de que este cambio de pensamiento no es forzado? Creemos que no. Este cambio es forzado por elementos reaccionarios como condición necesaria para que el Fascismo llegue al poder. Este nuevo programa basado en la colaboración de clases si responde al nuevo nacionalismo del que hablamos anteriormente. Y es que la mayoría de los análisis del Fascismo toman como regla económica el corporativismo cuando en realidad el corporativismo es la base del Fascismo para un nuevo orden social posterior.

Mussolini trabajando en la campaña del trigo (1938)

El corporativismo económico se basa en la organización de la producción en corporaciones y en la creación de una nueva situación basada en la colaboración de clases para servir a la colectividad. En este sistema, cada grupo va a defender sus posiciones teniendo como juez al Estado que velará por la colectividad. Esto se resume en la reunión de empresarios, trabajadores y como manda más, el Estado. Es una manera de apropiarse de los elementos beneficiosos del capitalismo para servir a la nación, pero este tiene también sus consecuencias. El corporativismo no eliminó el capitalismo sino que redujo sus efectos negativos. Seguían existiendo unos hombres que tenían el capital pero que vivían a base del esfuerzo de otros que aportaban el trabajo. La burguesía había sido derrotada cuando caen las instituciones burguesas pero seguían manteniendo poderes a través del capital. De ahí que los elementos reaccionarios de los diferentes países europeos fueran partidarios del Estado Corporativo y fuerte. Pero sin embargo, a pesar de que esta situación estaba presente, se defendía la nueva organización por ser más justa, más social, que la de otras naciones que también tenían sus revoluciones conseguidas. Así vemos las declaraciones de Nicola Bombacci, uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano:

''El fascismo ha hecho una grandiosa revolución social, Mussolini y Lenin. Soviet y Estado fascista corporativo, Roma y Moscú. Mucho tuvimos que rectificar, nada de qué hacernos perdonar, pues hoy como ayer nos mueve el mismo ideal: el triunfo del trabajo (…) ¡Roma ha vencido!... Moscú materialista semi-bárbara, con un capitalismo totalitario de Estado-Patrono, quiere unirse a marchas forzadas (planes quinquenales), llevando a la miseria más negra a sus ciudadanos, a la industrialización existente en los países que durante el siglo XIX siguieron un proceso de régimen capitalista burgués. Moscú completa la fase capitalista. ... Roma es bien otra cosa. ... Moscú, con la reforma de Stalin, se retrata institucionalmente al nivel de cualquier Estado burgués parlamentario. Económicamente hay una diferencia sustancial, porque, mientras en los Estados burgueses el gobierno está formado por delegados de la clase capitalista, el gobierno está en manos de la burocracia bolchevique, una nueva clase que en realidad es peor que esa clase capitalista porque sin control alguno dispone del trabajo, de la producción y de la vida de los ciudadanos...'' A lo que más tarde, en la última etapa de su vida, ya entrada la República Social Italiana, añadía: ''Fascismo como única verdadera revolución y realización del triunfo del trabajo''  ''¡Que viva Mussolini!, ¡Que viva el socialismo!''

Mussolini puso en práctica todo lo aprendido anteriormente de aquellos sindicalistas revolucionarios que décadas antes rompieron con los dogmas establecidos de una manera contundente y eficaz en la práctica.

No hay duda de que las alianzas con las fuerzas reaccionarias están presentes en un primer momento, pero estas alianzas no convierten al Fascismo en un movimiento reaccionario, sino que le incorpora elementos extraños al mismo. Los análisis marxistas del Fascismo se equivocan en la cuestión de reacción. El Marxismo parte de que el Fascismo surge como reacción de la burguesía para frenar al movimiento obrero, pero aquí enfocaremos la situación de otra manera. El Fascismo modificado, ya que en sus principios se presentaba de otra manera, en los instantes antes de llegar al poder y en la práctica en una primera etapa, es la reacción de la burguesía no ante el supuesto movimiento obrero sino la reacción al ascenso del Fascismo, incorporando a éste aspectos no propios del mismo por circunstancias ligadas al contexto. Pero al Marxismo le interesa que se tenga esta visión del movimiento social fascista para mantener a la masa obrera bajos sus banderas internacionalistas ante una nueva fuerza revolucionaria que se presenta mucho más fuerte. Todos estos elementos que se adhieren al Fascismo no son propiamente fascistas, son ajenos a él, y que en última instancia serán eliminados.

Resumiendo esta primera etapa, nos encontramos con un Fascismo que destruye las instituciones propias de las democracias burguesas y al mismo tiempo se desmarca de los dogmas establecidos. Un Fascismo que tiene que reducir su impacto revolucionario ante elementos reaccionarios pero que sin duda, pone en práctica un nuevo sistema que será mucho más justo que todo lo conocido hasta ahora, un sistema que ni mucho menos es el fin de la economía fascista como nos han hecho creer. Como dijo Mussolini en el año 1933: '' El Corporativismo es un punto de partida, no de llegada''. Lo que nos deja la siguiente pregunta en el aire. ¿Dónde está ese punto de llegada? No lo sabemos. El Fascismo fue derrotado militarmente y no pudo terminar su obra. Pero sí que nos podemos acercar a este punto de llegada si tenemos en cuenta un periodo que para muchos pasa como insignificante y que no vale la pena destacar, mientras que para otros es un momento del Fascismo que no se puede ignorar. Llegamos a la República Social Italiana en el año 1943. La República Social Italiana representa al Fascismo revolucionario de los inicios, identificado en los Fasci Italiani di Combattimento del año 1919. A este nuevo contexto nos debemos de acercar a través del Manifiesto de Verona y del Decreto de Ley de Socialización de Empresas.

Cabe destacar algunos puntos del Manifiesto de Verona que son importantes: ''Sea convocada la Asamblea Constituyente, poder soberano, de origen popular, que declara la dejación de la Monarquía, condena solemnemente al último rey como traidor y prófugo, proclama la República Social y nombra al jefe de ésta. Abolición del sistema capitalista interno y lucha contra las plutocracias mundiales. La propiedad privada, fruto del trabajo y del ahorro individual, complemento de la personalidad humana será garantizada por el Estado. Sin embargo, la propiedad no debe convertirse en desintegradora de la personalidad física o moral de otros hombres, por medio de la explotación laboral. En la economía nacional todo aquello que, por dimensión o función, exceda el interés individual para entrar en el interés colectivo, pertenecerá a la esfera de acción que le es propia al Estado. Los servicios públicos y, por lo general, la industria militar deberán ser gestionados por el Estado, a través de entidades para-estatales. En cada empresa (industrial, privada, para-estatal o estatal) los representantes de los técnicos y de los obreros cooperarán estrechamente (a través de un conocimiento directo de la gestión) en la equitativa fijación de los salarios; así como al reparto equitativo de los beneficios, entre el fondo de reserva, la renta del capital accionarial y la participación en los beneficios mismos por parte de los trabajadores. En algunas empresas esto podrá darse con una extensión de las prerrogativas de las actuales comisiones de fábrica, compuestas por técnicos y obreros, con un representante del Estado; en otras incluso, en forma de cooperativa para-sindical. En la agricultura, la iniciativa privada del propietario encontrará sus límites, allí donde la propia iniciativa faltare. La expropiación de las tierras no cultivadas y de las explotaciones agrícolas mal gestionadas, podrá llevar a la partición de las mismas en lotes entre los jornaleros, para convertirlos en agricultores autónomos, o a la constitución de cooperativas para-sindicales o para-estatales. Según varíen las exigencias de la economía agrícola. Esto, por otra parte está previsto por las leyes vigentes, a cuya aplicación, el Partido y las asociaciones sindicales están imprimiendo el impulso necesario. Está plenamente reconocido a los agricultores autónomos, a los artesanos, a los profesionales y a los artistas, ofrecer y ejercer las propias actividades productivas individuales por familias y por sociedades, salvo las obligaciones de consignar y someter al control las tarifas de las prestaciones. El trabajador será inscrito de oficio en el sindicato del gremio, sin que ello le impida transferirse a otro sindicato, cuando cumpla los requisitos. Los sindicatos convergen en una única confederación que comprende a todos los trabajadores, técnicos y profesionales, con exclusión de propietarios que no sean directores o técnicos. Llamada Confederación General del Trabajo, de la Técnica y de las Artes. Los trabajadores dependientes de las industrias del Estado y de los servicios públicos conforman sindicatos gremiales como cualquier otro trabajador. Todas las imponentes providencias sociales realizadas por el régimen fascista en un ventenio permanecerán íntegras."La Carta del Trabajo" constituye en su letra la consagración, así como constituye en su espíritu el punto de partida para continuar el camino. ‘‘

Como vemos, el Fascismo vuelve de lleno a sus orígenes, se deshace de todos los elementos reaccionarios que incluso manifestaron su molestia con el Duce acusándole de haber tenido una desviación marxista. Esta nueva etapa Fascista la complementa los Decretos de Ley de Socialización de Empresas, desarrollados por auténticos revolucionarios socialistas como Nicola Bombacci. En ellos se establecen que: ''La gestión de la empresa, ya sea del Estado o de la propiedad privada, queda socializada. En ello toma parte directa el trabajo.‘‘ Esto significa que los trabajadores tienen acceso a la gestión de la producción y a la gestión de los beneficios de las empresas en forma de cogestión. Hay que aclarar algunas cosas sobre esto que pueden crear confusión. La propiedad privada se permite como bien hemos visto antes, pues esto no es incompatible con la socialización. La propiedad privada queda en un aspecto más bien jurídico que funcional. La socialización complementa a la propiedad privada en el momento en el que todos los que forman la empresa la dirigen de manera conjunta y acceden a los beneficios de manera conjunta y equitativa, en contraposición con la empresa capitalista en la que son los capitalistas los que controlan los beneficios, reparten los salarios y dirigen la empresa, estando el trabajo aquí en un segundo plano. La socialización lo que pretende es eliminar a la clase parasitaria que vive a base del esfuerzo de todos, como se dice en el Manifiesto de Verona, eliminar el capitalismo interno que todavía estaba presente con la economía corporativa. Todo esto tiende a lo que ya nos advertía el programa fascista de 1919, al control de las industrias y servicios públicos por las organizaciones proletarias. Es una prueba de que si bien el Fascismo no tiene el dogma de las clases como motor de lucha, no es menos consciente de ello, al revés, es tan consciente que le pone solución en el momento en el que se desprende de todos los elementos reaccionarios que se habían interpuesto en el desarrollo del Fascismo.

Estas nuevas medidas en materia social superan tanto al capitalismo de Estado, que existía en otros países socialistas, como al individualismo liberal que absorbía los beneficios en el individuo. Es un programa revolucionario que hasta el momento no había existido. Muchos militantes socialistas de otros tiempos estaban convencidos de que el Fascismo representaba en forma práctica el auténtico socialismo por el que tanto habían luchado. Hay que entender bien este momento y para ello vamos a  poner discursos de la época por el propio Mussolini:

Este discurso es clave para entender todo lo que hemos visto anteriormente en este artículo sobre el Fascismo y los elementos reaccionarios que lo modifican. Como hemos señalado, el Fascismo nace desde la izquierda, siendo la burguesía la que se escuda en él a la vez que se protege de los cambios que este trae que son perjudiciales para ella misma. Mussolini, en vísperas de su muerte, nos lo advierte desde una manera sencilla y clara. La lucha contra el capitalismo por mucho que nos quieran hacer ver lo contrario, está presente en el Fascismo hasta el momento de la derrota:

''Nuestros programas son definitivamente iguales a nuestras ideas revolucionarias y ellas pertenecen a lo que en régimen democrático se llama ''izquierda"; nuestras instituciones son un resultado directo de nuestros programas y nuestro ideal es el Estado de Trabajo. En este caso no puede haber duda: nosotros somos la clase trabajadora en lucha por la vida y la muerte, contra el capitalismo. Somos los revolucionarios en busca de un nuevo orden. Si esto es así, invocar ayuda de la burguesía agitando el peligro rojo es un absurdo. El espantapájaros auténtico, el verdadero peligro, la amenaza contra la que se lucha sin parar, viene de la derecha. No nos interesa en nada tener a la burguesía capitalista como aliada contra la amenaza del peligro rojo, incluso en el mejor de los casos ésta sería una aliada infiel, que está tratando de hacer que nosotros sirvamos a sus fines, como lo ha hecho más de una vez con cierto éxito. Ahorraré palabras ya que es totalmente superfluo. De hecho, es perjudicial, porque nos hace confundir los tipos de auténticos revolucionarios de cualquier tonalidad, con el hombre de reacción que a veces utiliza nuestro mismo idioma.''

22 de Abril de 1945

Este discurso, pone de manifiesto el programa revolucionario que trae el Fascismo con la Socialización, superando al individualismo liberal y al capitalismo de Estado. Programa que molestará  a muchos reaccionarios derechistas desencantados con el nuevo rumbo del Fascismo cuando se pone en práctica la socialización de las empresas burguesas:

''Desde el punto de vista social, el programa del Fascismo Republicano no es más que la lógica continuación de los años que van desde la Carta del Trabajo a la conquista del Imperio. La naturaleza no se desarrolla a saltos, ni siquiera la economía. Precisa establecer las bases con leyes sindicales y organismos corporativos para alcanzar la ulterior fase de socialización (...) Respecto a la ley de socialización, el interés que ha suscitado en el mundo ha sido verdaderamente grande, y hoy, en todas partes, incluso en Italia, dominada y torturada por los angloamericanos, todo programa político contiene el postulado de la socialización.

Los trabajadores, un tanto escépticos al principio, han terminado por entender su importancia. Su efectiva realización está en marcha. Ahora, la semilla está echada. Cualquier cosa que ocurra, esta semilla está destinada a germinar. Es el principio que inaugura lo que ocho años antes vaticiné en Milán, frente a ciento cincuenta mil personas que me aclamaban, el ''siglo del trabajo'', en el cual el trabajador surge de su condición económico moral de asalariado para asumir la de productor, directamente interesado en el desarrollo de la economía.

La socialización fascista es la solución lógica y racional que evita, por un lado, la burocratización de la economía a través del capitalismo de Estado y, por otro, supera el individualismo de la economía liberal que fue un eficaz instrumento de progreso en los comienzos de la economía capitalista.(...)Por medio de la socialización, los mejores elementos procedentes de las clases trabajadoras realizarán su experimento.''

Extracto del discurso en el Teatro Lírico de Milán, Pronunciado el 16 de Diciembre de 1944

Después de concluido el período de fascistización del Estado, habrá un número cada vez mayor de militantes que exigirán el retorno a las fuentes, que denunciarán las alianzas dudosas, los compromisos vergonzantes con la derecha burguesa, clerical o monárquica. Este retorno a las fuentes viene dado sin duda con la llegada República Social Italiana, con unos pocos de jóvenes que lucharon contra el mundo entero.

Finalmente, vemos que siempre se puede tener otro punto de vista alternativo a los que nos imponen desde la televisión o los tópicos de siempre. El Fascismo ha perdido su significado y se utiliza como insulto contra todo aquello que no nos gusta. No se analiza como fenómeno político y social  que agrupó a las masas en las calles bajo la bandera nacional y con un mismo destino común, por lo que ha perdido significado. Pero siempre habrá personas que quieran descubrir la verdad sobre un momento histórico en el que las ideas movieron el mundo y lo cambiaron, tal y como lo conocíamos, para siempre.