lunes, 23 de marzo de 2015

EUROPA Y EL ALMA DE ORIENTE

Por Juan Manuel de Prada


Leo en estos días Europa y el alma de Oriente, un libro de un autor por completo olvidado, Walter Schubart (1897-1942) que recomiendo encarecidamente a mis lectores (en Iberlibro se hallan a la venta varios ejemplares), pues les ayudará a comprender mejor el alma rusa, así como sus tensiones con Occidente. La biografía de Walter Schubart es, en verdad, de una ejemplaridad trágica: alemán y rusófilo convencido, emigra de la Alemania nazi, para instalarse como profesor en Riga, desde donde alcanzó cierta celebridad en la década de los treinta como filósofo de la cultura y de las religiones. Cuando los soviéticos se anexionan Letonia, en 1940, Schubart trata de abandonar el país en compañía de su esposa Vera, letona y judía, pero son detenidos y deportados a un campo de prisioneros de Kazajistán, donde ambos fallecerán.

Europa y el alma de Oriente puede leerse como un libro en la órbita del célebre La decadencia de Occidente de Max Spengler. Participa de su visión de las culturas como realidades biológicas que, tras alcanzar su esplendor, decaen hasta perecer. Como Spengler y como tantos otros intelectuales de la época, empezando por nuestro Unamuno, Schubart piensa que la civilización occidental está agonizando; y que su producto emblemático, el «hombre prometeico» (el tipo humano predominante desde la reforma protestante, que a lomos de los avances científicos se empeña orgullosamente en corregir y destruir la Creación) habrá de ser sustituido por un tipo de «hombre mesiánico», llamado a restaurar un orden divino superior; y juzga que ese «hombre mesiánico» será eslavo, y más concretamente ruso. Aunque lastrado por conceptos étnicos y visiones panteístas muy discutibles (y propias de la época), el libro de Schubart contiene pasajes de una clarividencia que asusta (extraordinario es el capítulo que dedica a comparar a los españoles y a los rusos, a los que juzga «hermanos en espíritu»; pero se refiere, claro está, a españoles todavía no desnaturalizados). Sobre todo si reparamos en que fue escrito cuando Rusia estaba dominada por el comunismo, que Schubart considera una perversión del espíritu religioso ruso, que aspira a la hermandad espiritual. Schubart (que tiene la visión de águila del profeta) trata de entender Europa desde el punto de vista ruso, y la relación entreverada de amor y odio que rusos y europeos han mantenido a lo largo de la Historia.

«El Occidente -escribe Schubart- brindó a la humanidad las formas más estudiadas de la técnica, de la organización estatal y de las comunicaciones; pero le robó el alma. Misión de Rusia es devolvérsela. Rusia posee precisamente las fuerzas espirituales que Europa perdió o destruyó. Rusia es un trozo de Asia y a la par un miembro de la comunidad cristiana de los pueblos; en ello estriba lo peculiar y único de su misión histórica. Solamente Rusia reúne condiciones para infundir nuevamente alma a una generación estragada por el afán de poderío y anquilosada en el positivismo. (…...) Parece una afirmación atrevida, pero hay que hacerla con toda decisión: Rusia es el único país que puede redimir y redimirá a Europa». Ochenta años después, defender a Rusia vuelve a provocar tantas incomprensiones como en la época en que lo hizo Schubart. El «hombre prometeico» (Nuevo Orden Mundial) odia a Rusia con todas sus fuerzas, aunque lo disfrace de odio a Putin; y trata de asfixiarla económicamente, de orquestar burdas campañas de intoxicación mediática y operaciones de falsa bandera con el inconfundible tufillo de los guisos de Langley. Pero le dará igual: Rusia, tarde o temprano, vendrá a redimir a Europa; sólo deseo que cuando lo haga no esté enfadada.

Extraído de: ABC

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