Por Juan Manuel de Prada 
Leo en estos días Europa y el alma de Oriente, un libro de un autor 
por completo olvidado, Walter Schubart (1897-1942) que recomiendo 
encarecidamente a mis lectores (en Iberlibro se hallan a la venta varios
 ejemplares), pues les ayudará a comprender mejor el alma rusa, así como
 sus tensiones con Occidente. La biografía de Walter Schubart es, en 
verdad, de una ejemplaridad trágica: alemán y rusófilo convencido, 
emigra de la Alemania nazi, para instalarse como profesor en Riga, desde
 donde alcanzó cierta celebridad en la década de los treinta como 
filósofo de la cultura y de las religiones. Cuando los soviéticos se 
anexionan Letonia, en 1940, Schubart trata de abandonar el país en 
compañía de su esposa Vera, letona y judía, pero son detenidos y 
deportados a un campo de prisioneros de Kazajistán, donde ambos 
fallecerán.
Europa y el 
alma de Oriente puede leerse como un libro en la órbita del célebre La 
decadencia de Occidente de Max Spengler. Participa de su visión de las 
culturas como realidades biológicas que, tras alcanzar su esplendor, 
decaen hasta perecer. Como Spengler y como tantos otros intelectuales de
 la época, empezando por nuestro Unamuno, Schubart piensa que la 
civilización occidental está agonizando; y que su producto emblemático, 
el «hombre prometeico» (el tipo humano predominante desde la reforma 
protestante, que a lomos de los avances científicos se empeña 
orgullosamente en corregir y destruir la Creación) habrá de ser 
sustituido por un tipo de «hombre mesiánico», llamado a restaurar un 
orden divino superior; y juzga que ese «hombre mesiánico» será eslavo, y
 más concretamente ruso. Aunque lastrado por conceptos étnicos y 
visiones panteístas muy discutibles (y propias de la época), el libro de
 Schubart contiene pasajes de una clarividencia que asusta 
(extraordinario es el capítulo que dedica a comparar a los españoles y a
 los rusos, a los que juzga «hermanos en espíritu»; pero se refiere, 
claro está, a españoles todavía no desnaturalizados). Sobre todo si 
reparamos en que fue escrito cuando Rusia estaba dominada por el 
comunismo, que Schubart considera una perversión del espíritu religioso 
ruso, que aspira a la hermandad espiritual. Schubart (que tiene la 
visión de águila del profeta) trata de entender Europa desde el punto de
 vista ruso, y la relación entreverada de amor y odio que rusos y 
europeos han mantenido a lo largo de la Historia.
«El Occidente -escribe Schubart- brindó a
 la humanidad las formas más estudiadas de la técnica, de la 
organización estatal y de las comunicaciones; pero le robó el alma. 
Misión de Rusia es devolvérsela. Rusia posee precisamente las fuerzas 
espirituales que Europa perdió o destruyó. Rusia es un trozo de Asia y a
 la par un miembro de la comunidad cristiana de los pueblos; en ello 
estriba lo peculiar y único de su misión histórica. Solamente Rusia 
reúne condiciones para infundir nuevamente alma a una generación 
estragada por el afán de poderío y anquilosada en el positivismo. (
...) 
Parece una afirmación atrevida, pero hay que hacerla con toda decisión: 
Rusia es el único país que puede redimir y redimirá a Europa». Ochenta 
años después, defender a Rusia vuelve a provocar tantas incomprensiones 
como en la época en que lo hizo Schubart. El «hombre prometeico» (Nuevo 
Orden Mundial) odia a Rusia con todas sus fuerzas, aunque lo disfrace de
 odio a Putin; y trata de asfixiarla económicamente, de orquestar burdas
 campañas de intoxicación mediática y operaciones de falsa bandera con 
el inconfundible tufillo de los guisos de Langley. Pero le dará igual: 
Rusia, tarde o temprano, vendrá a redimir a Europa; sólo deseo que 
cuando lo haga no esté enfadada.
Extraído de: ABC 

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