Por Alexander Dugin
Alexander Dugin hace años, sin su característica barba, en una conferencia del Partido Nacional Bolchevique.
LA DEFINICIÓN APLAZADA
El 
término “Nacional-Bolchevismo” puede indicar imágenes muy diversas. En 
sí, emergió en Alemania y en Rusia para reflejar la intuición, por parte
 de algunos teóricos políticos, del carácter nacional de la Revolución 
bolchevique de 1917, carácter oculto a la fraseología del marxismo 
internacionalista ortodoxo. En el contexto ruso, “nacional-bolchevique” 
fue la denominación habitual de aquellos comunistas orientados hacia la 
conservación del Estado y (consciente o inconscientemente) continuadores
 de la línea geopolítica de la misión de la Gran-Rusia. Pero 
“nacional-bolcheviques” rusos se encuentran tanto entre los blancos 
(Ustrialov, los “smeno-vekhovisij”, los euroasiáticos de izquierda) como
 entre los rojos (Lenin, Stalin, Radek, Lezhnev, etc.) (1). En Alemania 
el fenómeno análogo se asoció a las formas de nacionalismo de extrema 
izquierda de los años 20 y 30 del siglo XX, en cuyos ambientes se daba 
una combinación de ideas socialistas no-ortodoxas, ideas nacionalistas y
 actitudes positivas a un entendimiento con la Unión Soviética.
 Entre los nacional-bolcheviques alemanes, el más coherente y radical 
fue sin duda Ernst Niekisch; pero en este movimiento también encontramos
 personajes destacados de la Revolución Conservadora alemana, como Ernst
 Jünger, Ernst von Salomon, August Winnig, Karl Otto-Paetel, Harro 
Schulzen-Beysen, Hans Zehrer, así como miembros del Partido Comunista, 
como Laufenberg e Wolfheim, pero también figuras espontáneas del ala 
izquierda del NSDAP, como Otto Strasser y Joseph Goebbels. 
En 
verdad, el concepto de “Nacional-Bolchevismo”, por amplitud y 
profundidad, atraviesa las corrientes políticas. Todavía hoy, para 
llegar a una comprensión adecuada, debemos examinar problemas de orden 
teórico y filosófico de orden más global, concernientes a las 
definiciones de “derecha” y de “izquierda”, de “nacional” y de “social”.
 La doble palabra “nacional-bolchevismo” encierra un significado 
paradójico. ¿Cómo pueden dos nociones mutuamente excluyentes combinarse 
en un único término? 
Independientemente
 de los éxitos alcanzados por las reflexiones de los 
nacional-bolcheviques, que se resienten sin duda de las limitaciones del
 contexto histórico específico, la idea de una aproximación de la 
izquierda al nacionalismo y de la derecha al bolchevismo se revela 
inesperada y sorprendentemente fecunda, abriendo nuevos horizontes a la 
comprensión de la lógica histórica, del desarrollo social y del 
pensamiento político. 
Nuestro
 punto de vista no será un hecho político particular y concreto: si 
Niekisch escribió esto, si Ustrjalov evaluó un cierto fenómenos de tal 
modo, si Savitskij apuntó esta argumentación, y demás. Debemos, por el 
contrario, intentar la observación del fenómeno desde un punto de vista 
sin precedentes: aquello mismo que lo hizo posible la existencia de tal 
combinación “nacional y bolchevique”. Obrando tal estaremos en 
condiciones no sólo de describir el fenómeno, sino también de 
comprenderlo y ―gracias a ello― de comprender muchos otros aspectos de 
nuestra época paradójica.
LA INESTIMABLE CONTRIBUCIÓN DE KARL POPPER.
En la 
ardua tarea de definir la esencia del “nacional-bolchevismo” es difícil 
algo mejor que la referencia a las investigaciones sociológicas de Karl 
Popper, y especialmente a su trabajo fundamental “La sociedad abierta y 
sus enemigos”. En esta obra ponderosa, Popper propone un modelo en base 
al cual todos los tipos de sociedad se reparten en grandes líneas en dos
 categorías principales: las sociedades abiertas y las sociedades no 
abiertas, siendo estas últimas obra de los enemigos de la sociedad 
abierta. Según Popper, las sociedades abiertas se basan en el rol 
central del individuo y sobre sus características fundamentales: 
racionalidad, discrecionalidad, ausencia de una teleología global en la 
acción, etc. El sentido de la sociedad abierta consiste en el rechazo de
 todas las formas de Absolutos no compatibles con la individualidad y 
con su naturaleza.. Una sociedad tal es abierta” a causa de la variedad 
de las combinaciones ilimitadas de los átomos individuales (aunque 
privados de sentido y de finalidad); teóricamente, una sociedad de este 
género debiera estar dirigida a conseguir un equilibrio dinámico ideal. 
El mismo Popper se declara un firme partidario de la sociedad abierta. 
El 
segundo tipo de sociedad es definido por Popper como “hostil a la 
sociedad abierta”. Queriendo prevenir las posibles objeciones, no la 
llama “sociedad cerrada”, pero usa frecuentemente el término 
“totalitaria”. En cualquier caso, según Popper, la simple aceptación o 
rechazo del concepto de “sociedad abierta” constituye un criterio de 
clasificación para cualquier doctrina política, social o filosófica. 
Enemigos
 de la “sociedad abierta” son quienes propugnan todo género de modelos 
teoréticos fundados sobre el Absoluto, en vez del rol central del 
individuo. El Absoluto, incluso cuando se elige por libre elección, 
invade inmediatamente la esfera individual, transforma radicalmente su 
proceso evolutivo, viola coercitivamente la integridad atomista del 
individuo sometiéndolo a cualquier otro impulso individual externo. El 
individuo vienen inmediatamente limitado por el Absoluto, y por lo tanto
 la sociedad pierde su condición de “apertura” y la posibilidad de un 
libre desarrollo en todas las direcciones. El Absoluto pone fines y 
límites, establece dogmas y normas, plasma al individuo como el escultor
 plasma sus materiales. 
Popper 
hace iniciar la genealogía de los enemigos de la “sociedad abierta” con 
Platón, a quien considera el fundador del totalitarismo en filosofía y 
padre del “oscurantismo”. Después, paso a paso, continúa con Schlegel, 
Schelling, Marx, Spengler y otros pensadores modernos, todos puestos en 
común, en su clasificación, por un indicio: la introducción de 
construcciones metafísicas, éticas, sociológicas y económicas fundadas 
sobre principios que niegan la “sociedad abierta” y el rol central del 
individuo. Y sobre este punto Popper es absolutamente justo.
El 
elemento más importante del análisis de Popper es el hecho de que 
pensadores y políticos sean catalogados como “enemigos de la sociedad 
abierta” independientemente de sus convicciones de “derecha” o de 
“izquierda”, “reaccionarias” o “progresistas”. Popper pone el acento 
sobre otro punto sustancial y sobre un criterio más fundamental, que 
unifica ideologías y filosofías en apariencia contradictorias. 
Marxistas, conservadores, fascistas, algunos social-demócratas, todos 
ellos pueden ser identificados como “enemigos de la sociedad abierta”. 
Al mismo tiempo, liberales como Voltaire o pesimistas reaccionarios como
 Schopenhauer pueden descubrirse unidos en el conjunto de los amigos de 
la sociedad abierta. 
La fórmula de Popper es esta: o “la sociedad abierta” o “sus enemigos”
LA SANTA ALIANZA DEL OBJETIVO
La 
definición más acertada y apreciada de “nacional-bolchevismo”, será 
ahora la siguiente: “El nacional-bolchevismo es la super-ideología común
 a todos los enemigos de la sociedad abierta”. No es sólo una entre las 
ideologías hostiles a tal sociedad, sino precisamente su antítesis 
consciente, total y natural. El nacional-bolchevismo es un tipo de 
ideología que se apoya en la completa y total negación del individuo y 
en su rol central; y en la cual el Absoluto ―en cuyo nombre el individuo
 es negado― asume su sentido más amplio y general. Osaremos decir que el
 nacional-bolchevismo justifica cualquier versión del absoluto, 
cualquier refutación de la “sociedad abierta”. En el 
nacional-bolchevismo está inscrita la tendencia a universalizar el 
Absoluto a cualquier coste, a promover una ideología y un programa 
político tales que sean la encarnación de todas las formas intelectuales
 hostiles a la “sociedad abierta”, reconociendo un común denominador e 
integrando un bloque conceptual y político indivisible. 
Naturalmente,
 en el transcurso histórico, las varias tendencias hostiles a la 
“sociedad abierta” fueron también hostiles las unas hacia las otras. Los
 comunistas han negado indignados su semejanza a los fascistas, y los 
conservadores han negado tener nada que ver con ambas corrientes 
citadas. En la práctica, ninguno entre los “enemigos de la sociedad 
abierta” admite ninguna relación con las otras ideologías análogas, 
considerando al mismo tiempo este parangón como una crítica 
denigratoria. Al mismo tiempo, las diferentes versiones de la misma 
“sociedad abierta” se han desarrollado en estrecha unión recíproca, 
demostrando una clara conciencia de su parentela ideológica y 
filosófica. El principio del individualismo ha sabido unir a la 
monarquía protestante inglesa con el parlamentarismo democrático de 
Norteamérica, donde en sus inicios el liberalismo se combinó 
graciosamente con la posesión de esclavos.
Fueron 
precisamente los nacional-bolcheviques los primeros en intentar una 
coalición de las varias ideologías hostiles a la “sociedad abierta”; 
ellos revelaron la existencia de aquel eje común que ―al parecer de sus 
adversarios ideológicos ― reunía en torno a sí todas las posibles 
alternativas al individualismo y a la sociedad por él fundada.
Los 
primeros nacional-bolcheviques históricos construyeron su teoría sobre 
la base de aquel impulso profundo y casi del todo irreflexivo. El blanco
 de la crítica nacional-bolchevique fue el individualismo, de “derechas”
 tanto como de “izquierdas”. En la “derecha”, el individualismo se 
expresaba en la economía, en la “teoría del libre mercado”; en la 
izquierda, en el liberalismo político: la “sociedad igualitaria”, la 
ideología de los “derechos humanos “, y similares.
En otras palabras, los nacional-bolcheviques supieron identificar la esencia de su posición metafísica y la de sus adversarios.
En el 
lenguaje filosófico, “individualismo” se identifica prácticamente con 
“subjetivismo”. Si operásemos una lectura de la estrategia 
nacional-bolchevique a este nivel, podríamos afirmar que el 
nacional-bolchevismo es netamente contrario a lo “subjetivo” y netamente
 favorable a lo “objetivo”. La cuestión entonces no se pone en los 
términos materialismo o idealismo, sino en los términos idealismo 
objetivo y materialismo objetivo (a un lado de la barricada) o idealismo
 subjetivo y materialismo subjetivo (al otro) (2).
Así, la
 filosofía política del nacional-bolchevismo sostiene la natural unidad 
de las ideologías fundadas sobre la posición central de lo objetivo, al 
cual se le confiere un status idéntico a aquel del Absoluto, 
independientemente de cómo sea interpretado este carácter de los 
objetivo. Podemos decir que la máxima metafísica suprema del 
nacional-bolchevismo es la fórmula hinduísta “El Atman es Brahman”. En 
el hinduismo, el “Atman” es el Ser humano supremo, trascendente e 
indiferente al “yo” individual, pero al mismo tiempo interno a este 
último como su parte más íntima y misteriosa, huidiza a los 
condicionamientos de lo inmanente. El Atman es el Espíritu interior, en 
su sentido objetivo y supraindividual. El “Brahman” es la Realidad 
Absoluta, que abarca al individuo desde el exterior, el carácter 
objetivo exterior elevado a su fuente primaria y suprema. La identidad 
del Arman y el Brahman en su unidad trascendente es el sello de la 
metafísica hindú y, sobre todo, el punto de partida de la realización 
espiritual. Se trata de un elemento común a todas las doctrinas 
sagradas, sin excepción. En todas se presenta la cuestión de la 
finalidad fundamental de la existencia humana, de la superación del “sí 
mismo”, de la expansión hacia otros límites del pequeño “yo” 
individual.; el camino que se aleja de este “yo”, interior o exterior, 
conduce al mismo éxito victorioso. De aquí lo paradójico de la tradición
 iniciática, expresado en la famosa fórmula del evangelio: “quien quiera
 ganar su vida la perderá”. El mismo significado está contenido en la 
genial afirmación de Nietzsche: “Lo humano es aquello que debe ser 
superado”. El dualismo filosófico entre “subjetivo” y “objetivo” ha 
influenciado todo el curso de la historia en la esfera más concreta de 
la ideología, siguiendo las especificaciones de la política y del 
ordenamiento social. Las diferentes versiones de la filosofía 
“individualista” se han concretado progresivamente en el campo 
ideológico del liberalismo y de la política liberal-democrática. Se 
trata del macro-modelo de “sociedad abierta” del cual se ha ocupado 
Popper. La “sociedad abierta” es el último y más maduro fruto del 
individualismo vuelto en ideología y realizándose en una política 
concreta. Es por ello que nos obligamos a desarrollar el problema de un 
máximo común modelo ideológico para los autores de la percepción 
“objetiva”, de un programa sociopolítico universal para los “enemigos de
 la sociedad abierta”. El resultado que obtendremos será la ideología 
del nacional-bolchevismo.
En 
paralelo a la radical innovación de esta filosofía discriminante, 
operada verticalmente respecto a los esquemas habituales (como 
idealismo-materialismo), los nacional-bolcheviques señalan una nueva 
línea de confín en política. Derecha e izquierda son ahora ambas 
divididas en dos sectores. La extrema izquierda (comunistas, 
bolcheviques, “hegelianos de izquierda”), vienen a combinarse en la 
síntesis nacional-bolchevique con los extremistas nacionalistas, 
estatalistas, sostenedores de la idea del “Nuevo Medievo”, en breve, con
 todos los “hegelianos de derecha” (3).
Los enemigos de la “sociedad abierta” han retornado a su terreno metafísico común.
LA METAFÍSICA DEL BOLCHEVISMO O MARX VISTO DESDE LA DERECHA
Aclaremos
 ahora el modo de entender los dos componentes de la expresión 
“nacional-bolchevismo” en un significado puramente metafísico.
Como es
 sabido, el término “bolchevismo” hizo su aparición en el curso del 
debate interior en el seno del POSDR (Partido Obrero Social-Democrático 
Ruso), para definir la fracción que se situó junto a las tesis de Lenin.
 Recordemos que la política de Lenin en el ámbito de la socialdemocracia
 rusa se caracterizaba en su extrema radicalidad, en el rechazo de los 
compromisos, en la acentuación del carácter elitista del partido y en el
 “blanquismo” o teoría de la conspiración revolucionaria. En seguida, 
los hombres que llevaron a término la Revolución de Octubre y tomaron el
 poder en Rusia fueron llamados “bolcheviques”. Pero, en la fase 
post-revolucionaria, casi de súbito, el término perdió su significado 
circunscrito y pasó a ser entendido como sinónimo de “mayoritario”, de 
“política pan-nacional”, de “integración nacional” (“bolchevique”, en 
ruso, puede traducirse aproximadamente como “representante de la 
mayoría”). Se llegó así a una fase en la que el “bolchevismo” fue 
percibido como una versión nacional, puramente rusa, del comunismo y del
 socialismo, en contraposición a las abstracciones dogmáticas de los 
marxistas y, al mismo tiempo, de las tácticas conformistas de las otras 
tendencias socialdemócratas. Una similar interpretación del bolchevismo”
 fue en larga medida característica de la Rusia, y fue aquella la que 
predominó en Occidente. La mención del “bolchevismo” en reacción al 
término “nacional-bolchevismo” no se limita todavía a este significado 
histórico. Estamos en presencia de una determinada política, común a 
todas las tendencias de la izquierda radical de naturaleza socialista o 
comunista que podemos definir “radical”, “revolucionaria” o 
“antiliberal”. La referencia es a aquel aspecto de la teoría de la 
izquierda que Popper define como “ideología totalitaria” o como “teoría 
de los enemigos de la sociedad abierta”. Por lo tanto, no es posible 
reducir el “bolchevismo” al influjo de la mentalidad rusa sobre la 
doctrina de la socialdemocracia. Se trata de una determinada componente 
siempre presente en todas las filosofías de izquierda, y que puede 
libremente desarrollarse al margen de las condiciones en la Rusia de 
1917.
En los 
últimos tiempos, una cuestión viene interrogando a los historiadores más
 objetivos: ¿La ideología fascista, es realmente “de derechas”? Y el 
mismo hecho de expresar esta duda apunta naturalmente en la dirección de
 la posible interpretación del “fascismo” como fenómeno más bien 
complejo, que presenta una gran cantidad de trazos típicamente “de 
izquierda”. Y aquí anotamos la cuestión simétrica: ¿el “comunisno”, es 
realmente “de izquierdas”? Tal pregunta no ha llegado a los medios 
académicos, pero la cuestión se hace urgente: es necesario cubrir esta 
demanda.
Es 
difícil negar al comunismo trazos auténticamente “de izquierdas”, como 
la apelación a la racionalidad, al progreso, al humanismo, al 
igualitarismo, etc. Pero, al lado de estos, presenta aspectos que se 
presentan, sin sombra de duda, al margen de un marco de “izquierdas” y 
que se asocian a la esfera de lo irracional, del antihumanismo y del 
totalitarismo. Estos son en su conjunto los elementos de “derechas” 
presentes en la ideología comunista, que definimos como “bolcheviques” 
en su sentido más general, Antes, en el mismo marxismo, aparecen dos 
elementos sospechosos, desde el punto de vista progresista, de ser 
“auténticamente” de “izquierdas”. Se trata de la herencia de los 
socialistas utópicos franceses y del hegelianismo de izquierdas. Sólo la
 ética de Feuerbach contrasta con la esencia “bolchevique” de la 
construcción ideológica de Marx, confiriendo al conjunto entero una 
colorista terminología humanista y progresista.
Los 
socialistas utópicos, ciertamente incluidos por Marx en el conjunto de 
sus maestros predecesores, fueron los espontáneos de un particular 
mesianismo místico y los predecesores de un “retorno a la Edad de Oro”. 
Prácticamente, todos fueron miembros de sociedades secretas y 
esotéricas, fuertemente impregnadas de una atmósfera de misticismo, 
escatología y predicciones apocalípticas. Este un universo en el cual se
 intercalaban motivos sectarios y ocultismos religiosos, cuyo sentido se
 reducía al siguiente esquema: “El mundo moderno es intrínsecamente 
malvado, pues ha perdido la dimensión de lo sacro. Las instituciones 
religiosas son corruptas y han perdido la bendición de Dios (un tema 
común entre las sectas extremistas protestantes, como los anabaptistas y
 los “viejos creyentes” rusos). El mundo está gobernado por el mal, el 
engaño, el materialismo y el egoísmo. Pero los iniciados sabemos del 
próximo retorno de una Edad de Oro, y la favoreceremos con rituales 
enigmáticos y aciones ocultas”
Los 
socialistas utópicos proyectaron este modelo, común al esoterismo 
mesiánico occidental, sobre la realidad social, y revistieron de 
semblanzas políticas y sociales el siglo áureo del porvenir. 
Ciertamente, era un intento de racionalización del mito escatológico, 
pero al mismo tiempo era una intromisión en la política del carácter 
sobrenatural del Reino venidero, del “Regnum”, y evidentemente en sus 
programas sociales y en sus manifiestos, donde no es difícil encontrar 
descripciones de las maravillas de la futura sociedad comunista 
(navegantes que cabalgan a lomos de delfines, manipulación de las 
condiciones meteorológicas, comunidad de esposas y libertad sexual, 
vuelos humanos, etc.). Es absolutamente evidente el carácter 
cuasi-tradicional de esta dirección política: un misticismo escatológico
 radical, la idea del retorno a los Orígenes, que justifican plenamente 
la clasificación de esta componente no sólo a la “derecha”, sino incluso
 a la “extrema derecha”.
Ahora 
lleguemos a Hegel y a su dialéctica. Es ampliamente conocido que las 
convicciones políticas personales del filósofo fueron extremadamente 
reaccionarias. Pero esta no es la cuestión. Si examinamos el fundamento 
metodológico de la dialéctica hegeliana (y fue precisamente el método 
dialéctico el que Mar tomo prestado, en muy amplia medida, de Hegel), 
descubriremos una doctrina perfectamente tradicionalista, incluso 
escatológica, que hace uso de una terminología específica. Además, tal 
terminología refleja la estructura del acercamiento iniciático, 
esotérico, a los problemas gnoseológicos, bien distante de la lógica 
puramente profana de Descartes y Kant; éstas tendrían por fundamento el 
“sentido común”, las especificaciones gnoseológicas de aquella 
“conciencia de la vida cotidiana” de la cual (vale la pena anotarlo) 
todos los liberales, y en particular Karl Popper, son apologistas.
La 
filosofía de la historia de Hegel es una versión del mito tradicional, 
integrada en una teleología puramente cristiana. La Idea Absoluta, 
alienada de sí misma, deviene el mundo (recordemos la fórmula del Corán:
 “Allah era un tesoro escondido que quería ser descubierto”). 
Encarnándose en la historia, la Idea Absoluta ejerce una influencia 
desde el exterior sobre los hombres, como “astucia de la Razón”, 
predeterminando el carácter providencial de la trama de los de los 
eventos. Para tal fin, mediante el adviento del Hijo de Dios, la 
perspectiva apocalíptica de la realización total de la Idea Absoluta se 
desvela al nivel subjetivo, que, por efecto de aquelllo, de “subjetivo” 
se hace “objetivo”. “El Ser y la Idea son una misma cosa”, es decir: “el
 Atman es Brahman”. Esto deviene en un determinado Reino particular, en 
un Imperio del Fin que el nacionalista alemán Hegel identificó con 
Prusia. La Idea Absoluta es la tesis; la alienación en la historia es la
 antítesis; su realización en el Reino escatológico es la síntesis. La 
gnoseología hegeliana se funda sobre esta visión ontológica. Distinta de
 la racionalidad común –que se apoya sobre las leyes de la lógica 
formal, obra sólo con afirmaciones positivas y se limita a las actuales 
relaciones de causa/efecto- la “nueva lógica” de Hegel asume como objeto
 aquella especial dimensión ontológica de la cosa, integrada en su 
aspecto potencial, inaccesible a la “conciencia de la vida cotidiana”, 
pero ampliamente empleada en las corrientes místicas de Paracelso, Jakob
 Boheme, los hermetistas y los rosacrucianos. El hecho de un sujeto o 
afirmación (al cual se reduce la gnoseología “cotidiana” de Kant) es 
para Hegel sólo una de las tres hipóstasis. La segunda hipóstasis es la 
“negación” de aquel hecho, entendida no como pura nada (según la visión 
de la lógica formal) sino como una particular modalidad de existencia 
supraintelectual de una cosa o de una afirmación.. La primera hipóstasis
 es el “Ding für uns” (la cosa para nosotros); la segunda hipóstasis el 
“Ding an sich” (la cosa en sí). Pero, a diferencia de la perspectiva 
kantiana, la “cosa en sí” es interpretada no como algo trascendente y 
puramente apofático, no como un no-ser gnoseológico, sino como un 
ser-en-otro-modo gnoseológico. Y ambas hipóstasis relativas desembocan 
en la Tercera, la síntesis, que abraza tanto la afirmación como la 
negación, la tesis tanto como la antítesis. Así, considerando el proceso
 de pensamiento en su coherencia, la síntesis tiene lugar después de la 
“negación”, en cuanto que segunda negación o “negación de la negación”. 
En la síntesis se complementan tanto la afirmación como la negación. La 
cosa co-existe con su propia muerte, que según una particular 
perspectiva ontológica y gnoseológica no es vista como vacío, sino como 
otro-modo-de-ser de la vida, como alma.
El 
pesimismo gnoseológico kantiano, raíz de la meta-ideología liberal, es 
derribado, es descubierto como “irreflexión”, y el “Ding an sich” (la 
cosa en sí) deviene “Ding fuer sich” (cosa para sí). La razón del mundo y
 el mismo mundo se combinan en la síntesis escatológica, donde la 
existencia y la no-existencia estarán ambas presentes, sin excluirse 
recíprocamente. El Reino Terrenal del Fin, dirigido por la casta de los 
iniciados (la Prusia ideal) se integrará con la Nueva Jerusalén 
descendida a la Tierra. Será el final de la historia y el comienzo de la
 Era del Espíritu Santo.
Este 
escenario mesiánico escatológico fue tomado en préstamo por Marx y 
aplicado a una esfera diferente, a la esfera de las relaciones 
económicas. Una pregunta interesante: ¿por qué hizo Marx tal cosa? La 
“derecha” está presta a responder citando su “falta de idealismo”, su 
“naturaleza grosera” (cuando no sus intentos subversivos). Explicaciones
 sorprendentemente simplistas, que han mantenido su polaridad en el 
curso de varias generaciones de reaccionarios. De manera más verosímil, 
Marx –que estudió a fondo la economía política inglesa- fue seducido por
 la semejanza entre las teorías liberales de Adam Smith, que ven la 
histor4ia como un movimiento progresivo hacia la sociedad de libre 
mercado y la universalización de un denominador común monetario 
material, y el concepto hegeliano que expresa la antítesis histórica, 
vale decir la alienación de la Idea Absoluta en la historia. De modo 
genial, Marx ha identificado la máxima alienación del Absoluto en el 
Capital.
Del 
análisis de la estructura del capitalismo y de su desarrollo histórico 
Marx extrae el conocimiento de la mecánica de la alienación, la fórmula 
alquímica de sus reglas de funcionamiento. Y esta comprensión mecánica 
–las fórmulas de la antítesis- fue sólo la primera y necesaria condición
 para la Gran Restauración tras la Última Revolución. Para Marx, el 
Reino del comunismo por venir no era solamente el progreso, sino el 
éxito final, la “revolución” en el sentido etimológico del término. No 
por casualidad el propio Marx definió el estadio primero de la humanidad
 como “comunismo de las cavernas”. La tesis es el “comunismo de las 
cavernas”, la antítesis es el Capital, la síntesis es el comunismo 
mundial. Comunismo es sinónimo de Fin de la Historia, de Era del 
Espíritu Santo. El materialismo, la focalización sobre las relaciones 
económicas e industriales, no testimonia el interés de Marx por la 
praxis, sino de su aspiración a la transformación mágica de la realidad y
 de su rechazo radical de los sueños compensatorios de todos los 
soñadores irresponsables que no han hecho sino agravar el elemento de 
alienación con su inacción. Según una lógica similar, los alquimistas 
medievales podrían ser tachados de “materialistas” y de sedientos de 
riquezas para todos aquellos que no tengan en consideración su 
simbolismo profundamente espiritual e iniciático que se encierra en sus 
discursos sobre la destilación de la orina, sobre la transmutación del 
oro en plomo y sobre la conversión de los minerales en metales.
Estas 
tendencias gnósticas presentes en Marx y en sus predecesores fueron 
recogidas por los bolcheviques rusos, crecidos en un ambiente donde la 
fuerza enigmática de las sectas rusas, el mesianismo nacional, las 
sociedades secretas y el los tratados apasionantes y románticos de los 
rebeldes formaron el fermento contra un régimen monárquico alienado, 
secularizado y degenerado. Moscú era la “Tercera Roma”; el pueblo ruso 
era un pueblo deíforo (portador de Dios); Rusia estaba destinada a 
salvar al mundo: todas estas ideas estaban permeabilizadas en la vida 
cotidiana del pueblo ruso, en sintonía con la inclinación a escoger un 
sujeto esotérico en el marxismo. Pero frente a las fórmulas 
estrictamente espirituales, el marxismo ofrecía una estrategia 
económica, política y social, clara y concreta, comprensible a la gente 
simple y apta para formar una base a disposición de su naturaleza social
 y política.
Fue 
este “marxismo de derechas” el que triunfó en Rusia bajo el nombre de 
“bolchevismo”. Pero esto no significa que se trate de una cuestión 
únicamente rusa: tendencias análogas se han presentado en los partidos 
comunistas de todo el mundo cuando estos no se han degradado al nivel de
 la socialdemocracia parlamentaria conforme al espíritu liberal. Así, no
 es sorprendente que el socialismo revolucionario haya triunfado 
integralmente, además de Rusia, el los países del Extremo Oriente: 
China, Corea, Vietnam, etc. Precisamente los pueblos y las naciones más 
tradicionalistas, menos progresistas y “modernos” (o sea, menos 
“alienados al Espíritu), aquellos más “a la derecha”, que reconocieron 
en el comunismo una esencia mística, espiritual, “bolchevique”.
El 
nacional-bolchevismo tomó como propia esta tradición bolchevique, este 
“comunismo de la derecha” cuyos orígenes hacían referencias a las 
antiguas sociedades iniciáticas y a las doctrinas espirituales de eras 
remotas. El aspecto económico del comunismo no vienen aquí negado, pero 
se considera como un medio de la práctica teúrgica, mágica, como un 
instrumento particular para la transformación social. La única cosa que 
se les aparece inadecuada y caduca en el discurso marxista, en la cual 
aparecen los temas accidentales y obsoletos del humanismo, es el 
progresismo.
El 
marxismo de los nacional-bolcheviques equivale a Marx menos Feuerbach, 
es decir, menos el evolucionismo y menos aquel humanismo inercial que 
ahora emerge en el mundialismo globalizador.
METAFÍSICA DE LA NACIÓN
Por 
supuesto, también la otra componente del término “nacional-bolchevismo” 
merece ser explicada. El concepto de “nación” es todo menos simple; su 
interpretación puede ser de naturaleza biológica, política, cultural, 
económica. Nacionalismo puede significar tanto la exaltación de la 
“pureza racial” o de la “homogeneidad étnica”, como la agregación de los
 individuos atomizados con el fin de asegurarse un “optimum” de 
condiciones económicas en un espacio geográfico limitado.
La 
componente “nacional” del nacional-bolchevismo (en su sentido ya 
histórico, ya metahistórico, absoluto) es especial. En el curso de la 
historia, los círculos nacional-bolcheviques se han distinguido por la 
tendencia a leer el concepto de nación en su significado imperial, 
geopolítico. Para los seguidores de Ustrjalov, los “euroasiáticos de 
izquierda”, por no hablar de los nacional-bolcheviques soviéticos, el 
“nacionalismo” es super-étnico, está asociado al mesianismo geopolítico,
 al “lugar de desarrollo”, a la cultura, al fenómeno-nación a escala 
continental. También en los escritos de Niekisch y de sus seguidores 
alemanes encontramos la idea del Imperio continental “de Vladivostok a 
Flessing”, junto a la idea de la “Tercera Figura Imperial” (Das Dritte 
imperiale Figur).
En 
todos los casos, se trata de la cuestión de la interpretación 
geopolítica y cultural de la nación, ajena de la mínima traza de racismo
 o miras de “pureza étnica”.
Esta 
lectura cultural y geopolítica de la “nación” se fundamenta en el 
dualismo geopolítico que en las obras de Halford MacKinder encontró su 
primera definición clara y dio paso a la escuela de Haushofer y de los 
“euroasiáticos” rusos. La agregación imperial de las naciones 
orientales, unidas en torno a Rusia constituye el posible esqueleto de 
la nación continental, consolidada en la elección “ideocrática” y en el 
rechazo de la plutocracia, por una dirección socialista revolucionaria 
contra el capitalismo y el “progreso”.
Es 
significativo que Niekisch insistiese al afirmar que en Alemania el 
“Tercer Reich” debiera ser erigido en torno a Prusia, protestante y 
potencialmente socialista, genética y culturalmente asociada a Rusia y 
al mundo eslavo, y no en torno a la Baviera católica y occidental, 
gravitando en torno a la órbita del modelo capitalista (4). Pero, junto a
 esta versión “gran-continental” del nacionalismo –la cual, por inciso, 
corresponde exactamente a las reivindicaciones mesiánicas universales 
específicas del nacionalismo escatológico y ecuménico ruso- también 
existe en el nacional-bolchevismo una interpretación más restringida, la
 cual, respecto a la escala continental, no se presenta como una 
contradicción, sino como su definición en un nivel inferior.
En este
 último caso la nación se entiende en modo análogo al concepto de 
“Narod” (pueblo-nación) interpretado por los “narodniki” (populistas) 
rusos, o sea: como un ente integral, orgánico, por su esencia 
refractario a cualquier subdivisión anatómica, dotado de un destino 
particular y de una estructura única.
Según 
la doctrina Tradicional, un determinado Ángel, un determinado ser 
celestial, se encarga de la vigilia de cada una de las naciones de la 
Tierra. Ese Ángel es el sentido histórico de la nación particular, 
destino fuera del tiempo y del espacio, pero constantemente presente en 
las vicisitudes históricas de la nación. El Ángel de la nación no es 
algo vago o sentimental, nebuloso, sino una esencia intelectual 
luminosa, un “pensamiento de Dios, como dice Herder. Su estructura es 
visible en las realizaciones históricas de la nación, en las 
instituciones sociales y religiosas que la caracterizan, en su cultura. 
Toda la trama de la historia nacional no es otra cosa que el texto de la
 narración de la cualidad y de la forma de aquel luminoso Ángel 
nacional. En las sociedades tradicionales el Ángel de la nación se 
manifiesta de forma personal en la “Re Divini”, en los grandes héroes, 
en los sabios y en los santos, aun cuando su realidad sobrehumana lo 
hace independiente de su portador humano. Por lo tanto, una vez caídas 
las dinastías monárquicas, puede encarnarse en una forma colectiva, en 
un orden, en una clase, en un partido.
Así, la
 nación, entendida como categoría metafísica, no se identifica con la 
multitud de los individuos concretos con la misma sangre o que hablan la
 misma lengua, sino con la misteriosa entidad angélica que se manifiesta
 a lo largo de todo su recorrido histórico. Es el análogo de la Idea 
Absoluta de Hegel, pero en forma minúscula. El intelecto nacional se 
desprende de la multitud de sus individuos y de nuevo se concreta –en su
 aspecto consciente, “cumplido”- en la élite nacional en el curso de 
determinados períodos escatológicos de la historia.
Estamos
 en un punto muy importante: estas dos interpretaciones de la “nación”, 
ambas aceptables para la ideología nacional-bolchevique, tienen una 
tierra común, un punto mágico en la cual ambas se fundamentan. Se trata 
de Rusia y de su misión histórica. Es significativo que en el 
nacional-bolchevismo alemán la “rusofilia” desempeñó el papel de piedra 
angular sobre la cual erigir su visión política, social y económica. La 
interpretación rusa (y en gran medida soviética) de la “nación rusa” 
como comunidad mística abierta, destinada a portar la luz de la 
salvación y de la verdad al mundo entero en la época del fin de los 
tiempos; en esta visión se funden tanto la concepción gran-continental 
como la histórico-cultural de la nación. En esta perspectiva, el 
nacionalismo ruso y soviético deviene el fulcro ideológico del 
nacional-bolchevismo, no sólo en los confines de Rusia y de la Europa 
Oriental, sino a nivel planetario. El Ángel de Rusia se desvela cual 
Ángel de la integración, como ser luminoso particular que busca unir 
teológicamente las otras esencias angélicas en el interior de sí, sin 
cancelar la individualidad de cada uno, pero elevándolos a la escala 
imperial universal. No es un hecho accidental que Erich Mueller, 
discípulo y colaborador de Ernst Niekisch, había escrito en su libro 
titulado “Nacional-Bolchevismo”: “Si el Primer Reich fue católico, y el 
Segundo Reich protestante, el Tercer Reich deberá ser ortodoxo, ortodoxo
 y soviético”.
En el 
caso específico estamos frente a una cuestión en extremo interesante. Si
 los ángeles de las naciones son individualidades diferentes, los 
destinos de las naciones en el curso de la historia, y sus 
correspondientes instituciones sociales, políticas y religiosas reflejan
 la formación de las fuerzas del mismo mundo angélico. Y lo que es más 
fascinante: esta idea, absolutamente teológica, y brillantemente 
confirmada por el análisis geopolítico, demuestra la interrelación entre
 las condiciones de existencia geográficas, territoriales, de las 
naciones, y su cultura, psicología, e incluso sus inclinaciones sociales
 y políticas. Así toma gradual explicación el dualismo entre Oriente y 
Occidente, e incluso el dualismo étnico: la tierra, la Rusia 
“ideocrática” (el mundo eslavo más las otras etnias euroasiáticas) 
contra la isla, el Occidente plutocrático anglosajón. El orden angelical
 de Eurasia contra la armada atlántica del capitalismo. La verdadera 
naturaleza del “Ángel” del capitalismo (que según la Tradición tiene el 
nombre de Mammón) no es difícil de adivinar.
EL TRADICIONALISMO O EVOLA VISTO DESDE LA IZQUIERDA
Cuando 
Karl Popper “desenmascara” a “los enemigos de la sociedad abierta”, hace
 un uso constante del término “irracionalismo”. Y es lógico, porque la 
misma “sociedad abierta” se basa en la regla del sentido común y sobre 
los postulados de la “conciencia ordinaria”. De principio, los autores 
más abiertamente antiliberales tienden a justificarse y a objetar de 
frente la acusación de “irracionalismo”. Los nacional-bolcheviques 
aceptan conscientemente el esquema de Popper, aceptando esta acusación, 
aun cuando expresando una valoración del todo opuesta. Las motivaciones 
principales de los “enemigos de la sociedad abierta” y de sus más 
acérrimos y coherentes adversarios, los nacional-bolcheviques, no nacen 
en los solares del racionalismo. En la presente cuestión nos es 
imprescindible la obra de los escritores tradicionalistas, y en primer 
lugar de René Guènon y Julius Evola.
Tanto 
en la obra de Guènon como en la de Evola se expone al detalle la 
mecánica del proceso cíclico, en el cual la corrupción del elemento 
tierra (y de la correspondiente conciencia humana), la desacralización 
de la civilización y el moderno “racionalismo” con todas sus lógicas 
consecuencias, son considerados como una de las fases de la 
degeneración. Lo irracional no es interpretado por los tradicionalistas 
como una categoría negativa o peyorativa, sino como una gigantesca 
esfera de la realidad, imposible de estudio con los solos métodos del 
análisis y del sentido común. Por lo tanto, sobre este tema la doctrina 
tradicional no desafía las sagaces conclusiones del liberal Popper, sino
 que concuerda con él, pero apuntando en la dirección opuesta. La 
Tradición se fundamenta en el conocimiento supra-intelectual, sobre el 
ritual iniciático que provoca la fractura de la consciencia, sobre las 
doctrinas expresadas en símbolos. El intelecto discursivo tiene un valor
 tan solo auxiliar, y no reviste ningún significado decisivo. El centro 
de gravedad de la Tradición se coloca dentro de una esfera no sólo no 
racional, sino incluso no-humana; y no se trata de la bondad de la 
intuición, de la previsión o de los presupuestos, sino de la confianza 
de la particular experiencia iniciática.
Lo 
irracional, desenmascarado por Popper como punto central de la doctrina 
de los “enemigos de la sociedad abierta”, es en verdad el eje de lo 
Sacro, el núcleo y fundamento de la Tradición. Estando así las cosas, 
las diversas ideologías antilibrales –incluidas las ideologías 
revolucionarias “de izquierda”- deben tener una relación con la 
Tradición.
Ahora 
bien, si esto aparece obvio en el caso de las ideologías de “extrema 
derecha”, hiperconservadoras, es un asunto problemático en el caso de 
las ideologías de “izquierda”. Ya hemos tocado la cuestión tratando del 
concepto de “bolchevismo”. Pero aquí nos topamos con otra cuestión: las 
ideologías revolucionarias antiliberales, especialmente el comunismo, el
 anarquismo y el socialismo revolucionario, pregonan la radical 
destrucción no sólo de las relaciones capitalistas, sino también de las 
instituciones tradicionales (monarquía, iglesia, organizaciones 
religiosas…) ¿Cómo combinar este aspecto del antiliberalismo con el 
tradicionalismo? Es significativo que el mismo Evola (y en cierta medida
 Guénon, si bien esto no puede ser afirmado sin duda, en cuanto que su 
comportamiento en las confrontaciones de la “izquierda” no fue nunca 
explícito) negó cualquier carácter tradicional a las doctrinas 
revolucionarias, considerándolas como la máxima expresión del espíritu 
contemporáneo, de la degradación y de la decadencia, aun cuando la 
vivencia personal de Evola tuvo períodos –especialmente los primeros y 
los últimos- durante los cuales manifestó puntos de vista nihilistas, 
anarquistas, teniendo como única respuesta positiva el “cabalgar el 
tigre”, que vale decir hacer causa común con las fuerzas del declive y 
del caos, con el fin de sobrepasar el punto crítico de la “decadencia de
 Occidente”. Pero aquí no nos ocuparemos de la experiencia histórica de 
Evola en cuanto figura política. En su lugar importa resaltar cómo en 
sus escritos políticos –también incluso en su período intermedio, de 
máximo conservadurismo- viene acentuada la necesidad de hacer apelación a
 cualquier tradición esotérica, el caso de que, en general, no se 
encontraba del todo en línea con los modelos monárquicos y clericales 
predominantes entre los conservadores europeos que con él tuvieron 
contactos políticos. No se trata solamente de su anti-cristianismo, sino
 de su marcado interés por la tradición tántrica y por el budismo, que 
en el contexto del tradicional conservadurismo hinduísta son 
considerados heterodoxos y subversivos. Por otro lado son absolutamente 
escandalosas las simpatías de Evola por personajes como Giuliano 
Kremmerz, Maria Naglovska y Aleister Crowley, que fueron situados por 
Guénon entre los representantes de la “contra-tradición”, entre las 
tendencias negativas y destructoras del esoterismo.
Así, si
 Evola se reclama constantemente en la “ortodoxia tradicional” y critica
 violentamente las doctrinas subversivas de la izquierda, al mismo 
tiempo hizo apelación a una heterodoxia evidente. Hecho significativo 
fue el reconocerse entre los seguidores de la “Vía de la mano 
izquierda”. Y aquí llegamos a un punto específicamente conectado con la 
metafísica del nacional-bolchevismo. En efecto, vemos como se combinan 
paradójicamente no sólo dos tendencias políticas antagónicas (“derecha” e
 “izquierda”), no sólo dos sistemas filosóficos de los cuales el uno es a
 primera vista la negación del otro (idealismo y materialismo), sino 
incluso dos tendencias en el seno mismo de la Tradición, la positiva 
(ortodoxa) y la negativa (subversiva). En el caso específico, Evola es 
un autor significativo, donde se observa una cierta discrepancia entre 
su doctrina metafísica y sus convicciones políticas, basadas –según 
nuestra opinión- en ciertos prejuicios reacios a morir, típicos de los 
círculos políticos de la extrema derecha “mitteleuropea” contemporánea.
En 
aquel espléndido libro sobre el tantrismo que es “Lo Yoga della potenza”
 (5), Evola describe la estructura iniciática de las organizaciones 
tántricas (kaula) y su jerarquía típica (6). Esta jerarquía se muestra 
verticalmente en la postura hacia la misma jerarquía sacra, 
característica de la sociedad hindú. El ritual tántrico (como la misma 
doctrina budista) y la participación en sus iniciaciones traumáticas 
comportan en cierta medida la cancelación de todas las estructuras 
políticas y sociales ordinarias, asegurando que “quien recorre el camino
 corto no necesita de apoyos externos”. Para los fines tántricos no 
tiene ninguna importancia ser un brahaman o un chandala (representante 
de las castas inferiores). Todo depende del cumplir las complejas 
operaciones iniciáticas y de la autoridad de la experiencia 
trascendente. El tantra es una especie de “sacralidad de izquierdas”, 
fundada sobre la convicción de la insuficiencia, de la degeneración y 
del carácter alienado de las instituciones sacras ordinarias. En otros 
términos, el esoterismo “de izquierdas” se opone al esoterismo “de 
derechas” no en cuanto que sea la negación, sino a causa de una 
particular afirmación paradójica versada sobre el carácter auténtico de 
la experiencia y sobre el carácter concreto de la auto-transformación. 
Es evidente que nos encontramos de frente con esta realidad del 
esoterismo “de izquierdas” en el caso de Evola y de aquellos místicos 
que están en el origen de las ideologías socialistas y comunistas. La 
critica destructiva evoliana hacia la Iglesia no es una mera negación de
 la religión, sino una particular forma estática del espíritu religioso 
que insiste sobre la naturaleza absoluta y concreta de la 
auto-transformación “aquí y ahora”. El fenómeno de los “viejos 
creyentes” (7), las autoinmolaciones de los “kristis”, pertenencen a la 
misma especie. El mismo Guènon, en un artículo titulado “El quinto 
Veda”, dedicado al tantrismo, escribe que en determinados períodos 
cíclicos, próximos al fin del Kali-Yuga, las instituciones tradicionales
 pierden su fuerza vital, y por lo tanto la auto-realización metafísica 
debe tomar métodos y vías nuevas, no ortodoxas; este es el motivo de que
 sólo existiendo cuatro Vedas, la doctrina tántrica sea llamada “el 
quinto Veda”.
En 
otras palabras, a medida que las instituciones tradicionales 
conservadoras decaen (es el caso de la monarquía, de la iglesia, de las 
instituciones sociales, de las castas, etc.), siempre asumen un rol de 
primer grado aquellas particulares prácticas iniciáticas, arriesgadas y 
peligrosas, vinculadas a la “Vía de la mano izquierda”. El 
tradicionalismo típico del nacional-bolchevismo, en su significado más 
general es el “esoterismo de izquierdas”, que copia en su sustancia los 
principios del “kaula” tántrico y la doctrina de la “trascendencia 
destructiva”. El racionalismo y el humanismo de estampa individualista 
han golpeado de muerte a aquellas instituciones del mundo contemporáneo 
que nominalmente se reclaman “sacras”. El restablecimiento de la 
Tradición en sus proporciones reales según la vía del gradual 
mejoramiento de las condiciones existentes, es imposible. Además, toda 
apelación a la evolución y a la gradualidad no conduce sino a la 
expansión del liberalismo. En consecuencia, la lección de Evola para los
 nacional-bolcheviques consiste en acentuar aquellos elementos 
directamente conectados a las doctrinas “de la mano izquierda”, a la 
realización espiritual traumática en la concreta esperanza de 
transformación y revolución de aquellos usos y costumbres que han 
perdido toda justificación de orden sagrado.
Los 
nacional-bolcheviques entienden lo “irracional” no simplemente como 
“no-racional”, sino como “activa y agresiva destrucción de lo racional”,
 como lucha contra la “conciencia cotidiana” (y contra el 
“comportamiento cotidiano”), como inmersión en el elemento de la “nueva 
vida”, aquella particular existencia mágica del “hombre diferenciado” 
que ha rechazado toda prohibición y norma exterior.
TERCERA ROMA, TERCER REICH, TERCERA INTERNACIONAL
Dos 
solas variantes teóricas de los “enemigos de la sociedad abierta” fueron
 capaces de vencer temporalmente al liberalismo: el comunismo ruso (y 
chino y los fascismos europeos. Entre estos dos extremos se colocaron 
los nacional-bolcheviques, exponentes de una ocasión histórica única que
 no vio la luz, sutil formación de políticos clarividentes, constreñidos
 a actuar en los márgenes del fascismo y del comunismo, condenados a 
asistir al fracaso de sus esfuerzos ideológicos y políticos a favor de 
una integración.
En el 
nacional-socialismo alemán prevaleció la nefasta y quebrada línea 
católico-baviera de Hitler; en cuanto a los soviéticos, refutaron 
obstinadamente proclamar las motivaciones místicas inherentes a su 
ideología, desangrando espiritualmente y castrando intelectualmente al 
bolchevismo.
El 
primero en caer fue el fascismo, después llegó el turno de la última 
ciudadela antiliberal: la U.R.S.S. A primera vista, el año 1991 señala 
la clausura del encuentro geopolítico con Mammón, el Ángel cosmopolita 
del capitalismo. Pero, contemporáneamente, deviene clara como el Sol no 
sólo la verdad metafísica del nacional-bolchevismo, sino también la 
absoluta justicia histórica de sus primeros representantes. Solamente el
 discurso político de los años 20 y 30 del siglo XX que había conservado
 su actualidad se encontraba en los textos de los euroasiáticos rusos y 
de los revolucionarios-conservadores “de izquierda” alemanes. El 
nacional-bolchevismo es el último asilo de los “enemigos de la sociedad 
abierta”, al menos que estos no quieran persistir en sus doctrinas 
superadas, históricamente inadecuadas y totalmente ineficaces.
Si la 
extrema izquierda rechaza ser el apéndice vanal y oportunista de la 
socialdemocracia, si la extrema derecha no quiere ser usada como terreno
 de reclutamiento, como fracción extremista del aparato represivo del 
sistema liberal, si los hombres que poseen sentimientos religiosos no 
encuentran satisfacción en los miserables sucedáneos moralistas 
ofertados por sacerdotes de cultos imbéciles o en un 
pseudoespiritualismo primitivo, entonces sólo les resta una vía: el 
nacional-bolchevismo.
Al otro
 lado de la “derecha” y de la “izquierda”, hay una sola e indivisible 
Revolución, aquella que se contiene en la tríada dialéctica: “Tercera 
Roma – Tercer Reich – Tercera Internacional”.
El 
reino del nacional-bolchevismo, el “Regnum”, el Imperio del Fin; he aquí
 el cumplimiento perfecto de la más grande Revolución de la historia, al
 mismo tiempo continental y universal. Hablamos del retorno de los 
ángeles, la resurrección de los héroes, la insurrección de los corazones
 contra la dictadura de la razón. Esta Última Revolución es tarea del 
acéfalo, el portador sin cabeza de cruz, hoz y martillo, coronado por el
 sol de la esvástica eterna.
NOTAS
(1) 
Durante los últimos años del régimen soviético, el término 
“nacional-bolcheviques” hacía referencia a algunos círculos 
conservadores del P.C.U.S., los denominados “estatalistas”, y en esta 
acepción la expresión asume un significado peyorativo. Pero estos 
“nacional-bolcheviques” tardosoviéticos, en primer lugar, no se 
reconocen en este nombre, y en segundo lugar no formularon de modo 
coherente sus puntos de vista, ni siquiera en una ideología 
aproximativa. Naturalmente, estos “nacional-bolcheviques” estaban en 
cierto modo ligados a la línea política de los años 20 y 30 del siglo 
XX, pero esta conexión se basaba más que nada en la inercia, y no era 
racionalmente reconocida.
(2) Si 
las primeras tres nociones (“materialismo objetivo” o simplemente 
“materialismo”, “idealismo objetivo” e “idealismo subjetivo”), son de 
uso corriente, el término “materialismo subjetivo” requiere ulteriores 
explicaciones. “Materialismo subjetivo” es la ideología –típica de la 
sociedad de consumo- según la cual la satisfacción de las necesidades 
individuales de naturaleza material y física es la primera motivación de
 la acción. Sobre esta base, la realidad no consiste en las estructuras 
de la conciencia individual como en el idealismo subjetivo), sino en el 
conjunto de las sensaciones individuales, en las emociones de rango más 
bajo, en los miedos y en los placeres, en los estratos inferiores de la 
psique humana, conectados con las funciones corporales y vegetativas. A 
nivel filosófico se corresponde al sensismo y al pragmatismo así como a 
algunas corrientes psicológicas, como el freudismo. Por otra parte, 
todas las tentativas de revisionismo político en el seno del movimiento 
comunista, del maquinismo al bernsteinismo, se acompañaron sobre el 
plano filosófico con la tendencia subjetivista y a varias versiones del 
“materialismo subjetivo”, cuya extrema manifestación quizás sea el 
freudo-marxismo.
(3) En 
el lado opuesto se tiene el proceso inverso: revisionistas kantianos en 
las filas de la socialdemocracia, liberales de izquierda, progresistas 
que revelaron su proximidad a los conservadores de derecha que 
reconocían los valores del mercado, del libre cambio y de los derechos 
humanos.
(4) La 
desastrosa victoria de la línea hitleriana, austro-bávara y eslavófoba, 
fue proféticamente reconocida por Niekisch, en 1932, tal como lo declara
 en el libro “Hitler, una fatalidad alemana”. Es sorprendente como 
Niekisch predijo todas las trágicas consecuencias de la victoria de 
Hitler para Rusia, Alemania y la idea de Tercera Posición.
(5) 
Traducido y publicado en España con el nombre de “El Yoga Tántrico”, 
cuando el autor rechazó él mismo este nombre para su obra (N del T).
(6) Es 
significativo que la descripción de las sectas tántricas recuerda de 
modo sorprendente las tendencias escatológicas europeas, la secta de los
 “raskolniki” (cismáticos) rusos, los “kristis” y… las organizaciones 
revolucionarias.
(7) Los
 “viejos creyentes” rusos constituyen una secta cismática de la iglesia 
ortodoxa que se remonta a los tiempos del Ducado de Moscú. Durante una 
época fue la fe abrazada por la mayoría de los cosacos.
Los 
“kristis” son una secta cuyos ritos se fundamentan en bailes extáticos y
 frecuentemente orgiásticos y en varios modos de flagelación y 
mutilación. A esta secta pertenecía Rasputín (N del T).

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