Por Martín Miguel Rubio Esteban
El pensamiento fascista de Ramiro era todavía en el verano de 1931 básicamente anarcosindicalista. Apoyó y defendió la huelga dura que hicieron los trabajadores de la Compañía de Telefónica contra sus amos yanquis. Incluso la apoyó con acciones directas. El presidente americano de Telefónica en Madrid fue víctima de un atentado perpetrado por el propio Ramiro y algunos de sus hombres al salir de su domicilio de La Castellana. Le encasquetaron un saco negro de esparto en la cabeza y lo tiraron al suelo para patearlo sobre el pavimento durante tres minutos. Cuando los cuatro asaltantes se marcharon le habían roto muchos huesos. Tuvo que ser hospitalizado durante cuatro meses en un hospital madrileño, para continuar su recuperación en otro hospital de Nueva York durante otros seis meses. Perdió un ojo y quedó cojo para siempre. Eran los tiempos de la acción directa y el ataque al colonialismo financiero extranjero en España por parte de Ramiro y sus doce primeros hombres. Los fascistas y los anarquistas ganaron la batalla. Los americanos abandonaron la Compañía, y ésta pasó a manos del Estado republicano. Ramiro lo recordaría siempre como su primera victoria política, olvidándose por completo de las terribles heridas causadas al ejecutivo americano.
Ramiro admiraba sobremanera al héroe de la aviación española Ramón Franco, y éste le puso en contacto con pseudofascistas portugueses que soñaban con un gran país totalitario y obrero mediante la unión de España y Portugal. Las relaciones con aquellos portugueses les servirían mucho después, tanto a él como a Onésimo Redondo, en sus pequeños destierros a Portugal. Antonio Pedro representaba entonces el fascismo portugués, con sus ideales cooperativistas y sindicalistas. Y Ramiro trabajaba con sus camaradas lusos para que el pequeño y bravo Portugal entrase en una órbita hispánica imperial y poderosa. La manoseada independencia de los portugueses no les había servido, a través de los siglos, más que para caer en una vergonzosa esclavitud a los designios de Inglaterra.
En julio de 1931 se perpetró también por los independentistas el Estatuto Catalán. Ramiro creía asistir ante el Estatut a una oleada de cobardía nacional que amenazaba apoderarse de la situación política de España. Temía que el crimen histórico de la independencia de Cataluña, envenenada por Maciá, fuera consumado y que los traidores, de espaldas a los intereses de la Patria, firmaran la disolución del pueblo español. Ramiro entonces, ante el crudo espectáculo de la disolución nacional, exigió con una proclamación, resueltamente, que si el Gobierno no se atrevía a hacer frente a la auténtica gravedad del episodio de Cataluña, reuniera al pueblo, y éste sabría defender con las armas la intangibilidad del territorio patrio. No era pura farsantería fascista. Ramiro Ledesma comenzó a hacer acopio de armas de fuego y a repartirlas entre las escuadras de la Conquista del Estado. Fue entonces cuando el Gobierno – que no los jueces – lo detuvieron por vez primera, y fue así cómo pasó dos mes en la cárcel Modelo de Madrid. Pero la cárcel no sólo no le arredró sino que lo soliviantó mucho más. Le cayó simpático al alcaide de la prisión, un antiguo profesor de Matemáticas, con el que jugó dos docenas de partidas de ajedrez de las que ambos ganaron y perdieron la mitad. Los flabelíferos de Ramiro dirían después que el zamorano se dejaba ganar algunas veces para ganarse la voluntad del jefe de los carceleros, y de ese modo ser bien tratado.
- Nadie
podrá comprender jamás que un pueblo identifique su libertad política con el logro
de su exterminio.
- Eres
rotundo, Ramiro, y quizás razón no te falte. Pero lo siento, jaque mate. Esta
tarde gano yo.
El traidor conato de secesión catalana restó apoyos a la naciente República entre amplios sectores de la derecha española, a quienes parecía que el Gobierno de la República mostraba excesiva tolerancia, casi criminal, ante los ataques contra la unidad de España que llevaban a cabo todos los días los gobernantes catalanes, subvencionados encima con el erario público, al que vertían su generosidad patria todos los bolsillos particulares de todos los lugares de España. El mayor apoyo al desarrollo fascista español fue la inclinación independentista de la mezquina clase política catalana.
Nada más salir de la cárcel, en cuya salida le esperaba su hermosa amada de 1.91cm de altura, Juana García, Ramiro Ledesma Ramos se propuso con firmeza y presteza formar una organización temible: las “Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista”, las JONS.
Como tenía ardientes deseos de libertad física, de moverse en lugares abiertos festoneados por lejanísimos horizontes, marchó con Juana García a un pequeño pueblo de Almería, Roquetas, y más concretamente a su pedanía de Aguadulce, en donde se instalaron en una casita junto al mar cartaginés, que cuando se enfurecía se metía en el jardín de la casa. Ramiro se sentía libre y feliz nadando en aquel mar cuyas aguas comenzaban rápidamente a enfriarse en aquel otoño constituyente de 1931. Se alejaba nadando de la playa hasta dos kilómetros de mar adentro, y luego, exultante por el riesgo, volvía radiante, fuerte, libre y feliz. Por la tarde escribía cartas parenéticas y exhortativas a sus camaradas más cercanos, como el vallisoletano Onésimo Redondo, que apelaban al combate por la unidad nacional. Y la noche de húmedo frescor le traía como regalo celeste el esbelto y perfecto cuerpo de Juana García, con aquellos ojos de color de mar, anhelante siempre de su amor masculino, quizás un poco compulsivo.
En el puerto de Almería, de contrabando, se hizo con su primera pistola, una Luger P08, con la que nunca dispararía contra nadie, y la que le fue incautada la última vez que entró en la cárcel. Le valió 400 pesetas junto a una caja de munición con ochenta y cuatro balas. Aquel mismo otoño, en el Paseo Marítimo de Almería, encontró a un joven aristócrata de 23 años, Luis, hijo bastardo del Rey Alfonso XIII, que había leído a Curzio Malaparte, y que quería poner sus dotes de escritor de teatro al servicio del naciente movimiento de Ramiro, las JONS. Hablaba con un ceceo muy singular que, lejos de restarle pose intelectual, le añadía una depuradísima elegancia aristocrática muy del gusto de Ramiro.
- Todos los
borbones han sido grandes sementales. Se podría organizar toda una escuadra de
las JONS sólo con todos mis hermanos bastardos – afirmó Luis.
- Pero eso
parece un privilegio de sultán otomano, más que de un Rey cristiano y español,
mi querido marqués, que veo que te resbala mucho tu paternidad biológica.
- Cuando me
lo dijeron al cumplir los dieciséis años, sufrí todo lo que tenía que sufrir, y
ahora ya no tengo lágrimas para eso. Ahora sólo vivo para el Teatro, un Teatro
al servicio de una España imperial.
Extraído de: El Imparcial
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