martes, 12 de noviembre de 2013
lunes, 4 de noviembre de 2013
EL FASCISMO NACE A LA IZQUIERDA
Erwin Robertson, para la revista Ciudad de los Césares
Reseña del libro “El nacimiento
de la ideología fascista” de Zeev Sternhell, Mario Sznajder y Maia Asheri;
(traducción de Octavi Pellisa). – 1ª ed. – Madrid : Siglo XXI, 1994, 418 p.
Que Mussolini fue
miembro del partido socialista es un hecho conocido. Hecho problemático, en
especial para una de las interpretaciones dominantes del fascismo; a saber, que
éste fue la reacción alentada o dirigida por el gran capital contra el avance
del proletariado. En tal evento, aquel hecho y la evolución consecutiva debían ser
entendidos como oportunismo, incoherencia o, en el mejor de los casos, como una
cuestión de conversión que no deja huellas en el pasado de un hombre. La obra
de Zeev Sternhell -profesor en la Universidad Hebrea de
Jerusalem- y sus colaboradores ha puesto toda esta materia bajo otra luz. En su
interpretación, la comprensión histórica del fascismo no puede disociarse esta
ideología de sus orígenes de izquierda.
Desde luego, toda una pléyade de
historiadores y filósofos abordó hace ya tiempo el problema del fascismo: cada
uno según sus particulares orientaciones espirituales, con sus propios puntos
de vista y sus personales prejuicios, pero no sin altura: Ernst Nolte, Renzo
de Felice, James A. Gregor, Stanley Payne, Giorgio
Locchi, y “last but not least”, el joven investigador hispano-sueco Erik
Norling, entre otros. No es que la “vulgaris opinio” aludida arriba goce
hoy de autoridad intelectual. Pero Sternhell viene a aportar la valorización de
fuentes hasta aquí tal vez descuidadas y, con ellas, la novedosa interpretación
que es objeto de este comentario. Estudioso en particular del nacionalismo
francés (suyas son “Maurice Barrés et le nationalisme français”, “La droite
revolutionarie” y “Ni droite ni gauche, L´ideologie fasciste en France”), el
profesor israelí no se cuida de los criterios de la corrección política. Es
notable leer sobre el tema páginas en las que está ausente la edificación
moral, en las que no se ha estimado oportuno advertir al lector que se interna
en terrenos peligrosos; en los que no hay,en suma, demonización ni tampoco el
afán de achacar polémicamente a la izquierda una incómoda vecindad.
¿Qué es, pues, el fascismo en la
interpretación de Sternhell? Ni anomalía en la historia
contemporánea, ni “infección” (Croce), ni resultado de la crisis de
1914-1918, ni reflejo o reacción contra el marxismo (Nolte). El fascismo
es un fenómeno político y cultural que goza de plena autonomía intelectual
(p.19); es decir, que puede ser estudiado en sí mismo, no como producto de otra
cosa o epifenómeno. Por cierto, y de partida, para Sternhell es preciso
distinguir el fascismo del nacional-socialismo (Sternhell dice
“nazismo”, acomodándose al uso, contra lo cual, sin embargo, se rebela
honestamente un Nolte). Con todos los aspectos que uno y otro
tienen en común, la piedra de toque está en el determinismo biológico: un
marxista puede convertirse al nacional-socialismo, más no así un judío (en
cambio, hubo fascistas judíos). El racismo no es elemento esencial del
fascismo, aunque contribuye a la ideología fascista. Y unas páginas más
adelante el autor apunta que uno de los elementos constitutivos del fascismo es
el nacionalismo tribal; esto es, un nacionalismo basado en el sentido de
pertenencia, la “tierra y los muertos” de Barrés, la “Sangre y suelo” del
nacional-socialismo. Este sentido organicista lo comparte con los nacionalismos
desde finales del siglo XIX, germanos y latinos, Maurras y Corradini, Vacher
de Lapouge y Treitschke. El mismo Sternhell debilita
así la distinción que acaba de hacer (reparemos, de paso, en la delicadeza del
adjetivo “tribal”: ¿sería poco oportuno por nuestra parte recordar que una
traducción de “tribal” es “gentil”)
El fascismo entonces es una
síntesis de ese nacionalismo “tribal” u “orgánico” y de una revisión
antimarxista del marxismo. Sternhell se extiende explicando
que a finales del siglo XIX las previsiones de Marx no se han
cumplido: el capitalismo no parece derrumbarse, ni la pauperización es la señal
característica de la población, mientras que el proletariado se integra
política y culturalmente en las sociedades capitalistas occidentales. De aquí
la aparición del “revisionismo”. Siguiendo el ejemplo del SPD, el partido
socialdemócrata alemán, el conjunto del socialismo occidental se hace
reformista; esto es, sin renunciar a los principios teóricos del marxismo,
acepta los valores del liberalismo político, y en consecuencia, tácticamente,
el orden establecido. Mas una minoría de marxistas va a rehusar el compromiso y
querrá permanecer fiel a la ortodoxia -cada uno a su modo-; son los Rudolf
Hilferding y los Otto Bauer, los Rosa Luxemburgo y
los Karl Liebknecht, los Lenin y los Trotsky,
todos de Europa del Este. Al mismo tiempo, en Francia y luego en Italia surgen
quienes, desde dentro del marxismo, van a emprender su revisión en sentido no
materialista ni racionalista, sin discutir la propiedad privada ni la economía
de mercado, pero conservando el objetivo del derrocamiento violento del orden
burgués: son los sorelianos, los discípulos de Georges Sorel, el
teórico del sindicalismo revolucionario, autor de las célebres “Reflexiones
sobre la violencia”. Las diferencias entre los dos sectores revolucionarios son
grandes. Los primeros, casi todos miembros de la “intelligentsia” judía,
destaca Sternhell, mantienen el determinismo económico de Marx,
la idea de la necesidad histórica, el racionalismo y el materialismo, mientras
los sorelianos comienzan por una crítica de la economía marxiana que llega a
vaciar el marxismo de gran parte de su contenido, reduciéndolo fundamentalmente
a una teoría de la acción Los primeros piensan en términos de una
revolución internacional, “tienen horror de ese nacionalismo tribal que florece
a través de Europa, tanto en el campo subdesarrollado del Este como en los
grandes centros industriales del Oeste… No se arrodillan jamás ante la
colectividad nacional y su terruño, su fervor religioso, sus tradiciones, su
cultura popular, sus cementerios, sus mitos, sus glorias y sus animosidades”
(p. 48). Los segundos, comprobando que el proletariado ya no es una fuerza
revolucionaria, lo reemplazarán por la Nación como mito en la lucha contra la
decadencia burguesa y así confluirán finalmente en el movimiento nacionalista.
Tal es la tesis fundamental
de Sternhell. En el desarrollo de “El nacimiento de la ideología
fascista”, el capítulo I está dedicado al análisis de la obra de Sorel:
tal vez no propiamente un filósofo ni autor de un corpus ideológico cerrado, su
verdadera originalidad, señala Sternhell, reside en haber constituido
una especie de “lago viviente”, receptor y fuente de ideas en la gestación de
las nuevas síntesis ideológicas del siglo XX. Nietzsche, Bergson y William
James lo marcaron sin duda más hondamente que Marx, con
ánimo de juzgar lo que consideraba un sistema inacabado. El autor de
“Reflexiones sobre la violencia”, de “Las ilusiones del progreso”, de
“Materiales de una teoría del proletariado”, etc., se sublevaba contra el
marxismo vulgar (que pone énfasis en el determinismo económico) y sostenía
que el socialismo era una “cuestión moral”, en el sentido de una
“transvaluación de todos los valores”. La lucha de clases era para él cuestión
principal y, por consiguiente, el saber movilizar al proletariado en la guerra
contra el orden burgués.
En un contexto social en el que
los obreros muestran un alto grado de militantismo sindical (1906, el año de
edición de “Reflexiones sobre la violencia”, es también en Francia el del
record de huelgas que muy a menudo suponen enfrentamientos sangrientos con las fuerzas
del orden), pero también donde una economía en crecimiento permite a la
clase dirigente hacer concesiones que aminoran la combatividad obrera, no
bastan el análisis económico ni la previsión del curso racional de los
acontecimientos. Sorel descubre entonces la noción del “mito social”, esa
imagen que pone en juego sentimientos e instintos colectivos, capaz de suscitar
energías siempre nuevas en una lucha cuyos resultados no llegan a
divisarse. Como el mito del apocalipsis para los primeros cristianos, el
mito de la huelga general revolucionaria será para el proletariado esta imagen
movilizadora y fuente de energías.. Con fervor análogo al de las órdenes
religiosas del pasado, con un sentimiento parecido al del amor a la gloria de
los ejércitos napoleónicos, los sindicatos revolucionarios, armados del mito,
se lanzarán a la lucha contra el orden burgués. Así, a la mentalidad
racionalista, que el socialismo reformista comparte con la burguesía
liberal, Sorel opone la mentalidad mítica, religiosa incluso.
Su crítica al racionalismo que se remonta a Descartes y Sócrates y,
contra los valores democráticos y pacifistas, reivindica los valores guerreros
y heroicos. De buena gana reivindica también el pesimismo de los griegos y de
los primeros cristianos, porque sólo el pesimismo suscita las grandes fuerzas
históricas, las grandes virtudes humanas: heroísmo, ascetismo, espíritu de
sacrificio.
Sorel ve en la
violencia un valor moral, un medio de regenerar la civilización, ya que la
lucha, la guerra por causas altruistas, permite al hombre alcanzar lo sublime.
La violencia no es la brutalidad ni la ferocidad, no es el terrorismo; Sorel no
siente ningún respeto por la Revolución Francesa y sus “proveedores de
guillotinas”. Es, en suma y en el fondo, contra la decadencia de la
civilización que dirige Sorel su combate; decadencia en la que
la burguesía arrastra tras sí al proletariado. Y no será sorprendente encontrar
a los discípulos de Sorel reunidos con los nacionalistas de Charles
Maurras en el “Círculo Proudhon”, que lleva el nombre del gran
socialista francés anterior a Marx. Tampoco será extraño que en sus
últimos años Sorel lance su alegato “Pro Lenin”, anhelando ver
la humillación de las “democracias burguesas”, al mismo tiempo que reconocía
que los fascistas italianos invocaban sus propias ideas sobre la violencia.
LA SÍNTESIS NACIONAL Y SOCIAL
Estos discípulos son también
estudiados por Sternhell (capítulo II). Son los “revisionistas
revolucionarios”, la “nouvelle école” que ha intentado hacer operativa una síntesis
nacional y social, no sin tropiezos y desengaños. Allí está Edouard
Berth, quien junto a Georges Valois, militante maurrasiano
(futuro fundador del primer movimiento fascista francés, muerto en un campo de
concentración alemán), ha dado vida al “Círculo Proudhon”, órgano de
colaboración de sindicalistas revolucionarios y nacionalistas radicales en los
años previos a 1914. Aventada esa experiencia por la guerra europea, Berth
pasará por el comunismo antes de volver al sorelismo. Está también Hubert
Lagardelle, editor de la revista “Mouvement Socialiste”, hombre de lucha al
interior del partido socialista, donde se ha esforzado por hacer triunfar las
tesis del sindicalismo revolucionario (por el contrario, en 1902 han triunfado
las tesis de Jaurés, que presentan el socialismo como complemento
de la Declaración de Derechos del Hombre). Ante la colaboración
sorelista-nacionalista, Lagardelle se repliega hacia posiciones más
convencionales; pero en la postguerra se le encontrará en la redacción de
“Plans”, expresión de cierto fascismo “técnico” y vanguardista -en ella
colaborarán nada menos que Marinetti y Le Corbusier-
y, durante la guerra, terminará su carrera como titular del ministerio de
trabajo del régimen de Vichy. Trayectorias en apariencia confusas pero que
revelan la sincera búsqueda de “lo nuevo”. De Alemania les viene el refuerzo
del socialista Roberto Michels, quien, a la espera de construir su
obra maestra “Los partidos políticos”, anuncia el fracaso del SPD, el partido
de Engels, Kautsky, Bernstein y Rosa Luxemburg. Michels observará
también que el solo egoísmo económico de clase no basta para alcanzar fines
revolucionarios; de aquí la discusión sobre si el socialismo puede ser
independiente del proletariado. El ideal sindical no implica forzosamente la
abdicación nacional, ni el ideal nacionalista comporta necesariamente un
programa de paz social (juzgado conformista), precisa a su vez Berth,
quien espera de un despertar conjunto de los sentimientos guerreros y
revolucionarios, nacionales y obreros, el fin del “reinado del oro”. En fin, la
“nueva escuela” desarrolla las ideas de Sorel, por ejemplo en
la fundamental distinción entre capitalismo industrial y capitalismo
financiero. Resume Sternhell su aporte: “…a esta revuelta nacional y social
contra el orden democrático y liberal que estalla en Francia (antes de 1914,
recordemos) no falta ninguno de los atributos clásicos del fascismo más
extremo, ni siquiera el antisemitismo” (p. 231).. Ni la concepción de un Estado
autoritario y guerrero.
Sin embargo, en general, los
revisionistas revolucionarios franceses fueron teóricos, sin experiencia real
de los movimientos de masas. De otro modo ocurre con el sindicalismo
revolucionario en Italia (capítulos III y IV de la obra de Sternhell).
Allí Arturo Labriola encabeza desde 1902 el ala radical del
partido socialista; con Enrico Leone y Paolo Orano llevan
adelante la lucha contra el reformismo, al que acusan de apoyarse
exclusivamente en los obreros industriales del norte, en desmedo del sur
campesino, y por el triunfo de su tesis de que la revolución socialista sólo
sería posible por medio de sindicatos de combate. De Sorel toman
esencialmente el imperativo ético y el mito de la huelga general revolucionaria.
La experiencia de la huelga general de 1904, de las huelgas campesinas de 1907
y 1908, foguean a los dirigentes sindicalistas revolucionarios, entre los
cuales la nueva generación de Michele Bianchi, Alceste de
Ambris, Filippo Corridoni. Al margen del partido socialista y
de su central sindical, la CGL -anclados en las posiciones reformistas-, los
radicales forman la USI (Unión Sindical Italiana), que llegará a contar con
100.000 miembros en 1913.
A su vez, los sindicalistas revolucionarios animan
periódicos y revistas. Labriola y Leone emprenden
la revisión de la teoría económica marxiana, especialmente la teoría del valor,
siguiendo al economicista austríaco Böhm-Bawerk; he ahí, dice Sznajder,
el aspecto más original de la contribución italiana a la teoría del
sindicalismo revolucionario. Ahí se encuentra también la noción de
“productores” (potencialmente todos los productores), contrapuesta a la clase
“parasitaria” de los que no contribuyen al proceso de producción. Por fin la
tradición antimilitarista e internacionalista, cara a toda la izquierda
europea, no será más unánimemente compartida por los sindicatos
revolucionarios. En 1911, la guerra de Italia con el Imperio Otomano por la
posesión de Libia producirá una crisis en el sindicalismo revolucionario: unos
dirigentes (Leone, De Ambris, Corridoni), fieles
a la tradición socialista, se oponen enérgicamente a esta empresa -y por mucho
que les disguste estar junto a los socialistas reformistas-; otros (Labriola, Olivetti, Orano)
están por la guerra, tanto por razones morales (la guerra es una escuela de
heroísmo) como por razones económicas (la nueva colonia contribuirá a la
elevación del proletariado italiano), y así coinciden con los nacionalistas
de Enrico Corradini, a quienes los ha acercado ya la crítica al
liberalismo político. Mas en agosto de 1914 aun quienes -en el seno del
sindicalismo revolucionario- habían militado en contra de la guerra de Libia,
están a favor de la intervención en el conflicto europeo al lado de Francia y
contra Alemania y Austria; al combate contra el feudalismo y el militarismo
alemán se agrega la posibilidad de completar gracias a la guerra la integración
nacional y de forjar una nueva élite proletaria que desplazará del poder a la
burguesía. En octubre de 1914, un manifiesto del recién fundado Fascio
Revolucionario de Acción Internacionalista, suscrito por los principales
dirigentes sindicalistas revolucionarios, proclama: “…No es posible ir más allá
de los límites de las revoluciones nacionales sin pasar primero por la etapa de
la revolución nacional misma… Allí donde cada pueblo no vive en el cuadro de
sus propias fronteras, formadas por la lengua y la raza, allí donde la cuestión
nacional no ha sido resuelta, el clima histórico necesario al desarrollo normal
del movimiento de clase no puede existir…” Nación, Guerra y Revolución... ya
no serán más ideas contradictorias
Hacia el final de la guerra el
sindicalismo revolucionario debe ser considerado ya un nacional-sindicalismo,
en cuanto la Nación figura para ellos en primer término. Como sea, los
nacional-sindicalistas aceptan que la guerra ha de traer transformaciones
internas: desde 1917 De Ambris ha lanzado la consigna “Tierra
de los Campesinos”; y acto seguido elabora un programa de “expropiación
parcial” tanto en el sector agrícola como en el sector industrial, que se dirige
ex propósito contra el capital especulativo y en beneficio de los campesinos y
obreros que han dado su sangre por Italia. Se trata también de mantener y
estimular la producción. El “productivismo” es uno de los factores que lleva a
los sindicalistas revolucionarios a oponerse a la revolución bolchevique, que
juzgan destructiva y caótica. Frente a la ocupación de fábricas del “biennio
rosso” de 1920-21, Labriola, que ha llegado a ser Ministro de
Trabajo en el gobierno del liberal Giolitti, presenta un proyecto
que reconoce a los obreros el derecho a participar en la gestión de las
empresas. Parlamento con representación corporativa, “clases orgánicas” que
encuadren a la población, un Estado que sea quien asigne a los propietarios
capaces de producir el derecho a usar los medios de producción, son, por otra
parte, las bases del programa del “sindicalismo integral” que propone Panunzio en
1919. Por fin, el sindicalismo revolucionario vibra con la aventura del
comandante Gabriele D´Annunzio en Fiume (1920-21). De
Ambris participa en la redacción de la “Carta del Carnaro”, ese
fascinante documento literario que es la constitución que el poeta y héroe de
guerra otorga a la “Regencia de Fiume”. No es menos un proyecto político que,
en consecuencia con el ideal del sindicalismo revolucionario, quiere
resolver a la vez la cuestión nacional y la cuestión social.
En estas luchas de la inmediata
posguerra, los sindicalistas revolucionarios han coincidido con los fascistas.
Pero la toma del poder por el fascismo acarreará la disolución del sindicalismo
revolucionario. De Ambris y su grupo pasarán a la oposición;
el primero terminará por exiliarse. Labriola también partirá hacia
el exilio, y sólo la guerra de Etiopía lo reconciliará con el régimen. Leone volverá
al partido socialista y rehusará todo compromiso con el fascismo. En
cambio, Bianchi aparece en 1922 como uno de los quadrumviri
que organiza la Marcha sobre Roma, Panunzio se presenta junto a Gentile como
uno de los intelectuales oficiales del fascismo, Orano (que
era judío), alcanza altos puestos en el partido fascista, mientras que Michels,
antaño miembro del SPD, profesor en la Universidad de Perusa, se inscribe como
afiliado en el PNF.
LA ENCRUCIJADA MUSSOLINIANA
Señala Sternhell que
siempre se ha tendido a subestimar el papel central que Mussolini ha
jugado entre todos los revolucionarios italianos. El futuro Duce “aporta a
la disidencia izquierdista y nacionalista italiana lo que siempre ha faltado a
sus homólogos franceses: un jefe”. Un hombre de acción, un líder carismático,
pero a su vez un intelectual capaz de tratar con intelectuales y de ganarse el
respeto de hombres como Marinetti, el fundador del futurismo, Michels,
el antiguo militante del SPD alemán devenido uno de los clásicos de la ciencia
política, o aun Croce, representante oficioso de la cultura
italiana frente al fascismo. Y Mussolini es toda una evolución
intelectual, no el hallazgo repentino de una verdad, ni el oportunismo, ni siquiera
la coyuntura de postguerra. Mussolini es ante todo el
militante socialista, incluso como líder de los fascistas. De joven se tiene
evidentemente por marxista, de un marxismo revisado por Leone y,
sobre todo, por Sorel, en quien ve un antídoto contra la perversión
socialdemócrata a la alemana del socialismo. Otra influencia decisiva es Wilfredo
Pareto y su teoría de circulación de las élites (en cambio, Sternhell no
destaca la influencia de Nietzsche, a quien Mussolini ha
leído tempranamente en Suiza).. El joven socialista se sitúa pues en la órbita
del sindicalismo revolucionario, aun cuando discrepa de las tácticas: duda de
la virtud de las solas organizaciones económicas y ve en el Partido el
instrumento revolucionario.
El joven Mussolini es
el líder indiscutible que se opone a la huelga general contra la
intervención en Libia, pues cree que el intento burgués de desencadenar
una guerra puede generar una situación revolucionaria. En 1912 es el principal
líder del partido socialista, imponiéndose sobre los reformistas y haciéndose
con la dirección de su periódico oficial, “Avanti!”, el líder indiscutido de
toda la izquierda revolucionaria italiana, pero al mismo tiempo el más fuerte crítico
de la ortodoxia marxista. Mussolini publica desde las páginas
de Avanti!” su profunda decepción acerca de la aptitud de la clase obrera para
“modelar la historia”, valoriza la idea de Nación: “No hay un único evangelio
socialista, al cual todas las naciones deban conformarse so pena de excomunión”.
A finales de 1913 Mussolini lanza la revista “Utopia”, con la
intención de proponer una “revisión revolucionaria del socialismo”. Allí reúne
a futuros comunistas como Bordiga, Tasca y Liebknecht;
futuros fascistas como Panunzio, futuros disidentes del fascismo
como su viejo maestro Labriola. En junio de 1914 Mussolini cree
llegado el momento de la insurrección, comprometiéndose en la “Settimana
Rossa”, en contra de la opinión del congreso del partido. Cuando estalla la
guerra europea, las disidencias son ya tan palpables que Mussolini es
desautorizado oficialmente por el partido, y no duda en romper con sus antiguos
compañeros para unirse a los sindicalistas revolucionarios en la campaña por la
entrada de Italia en la guerra.
Sternhell señala que el
nacionalismo de Mussolini no es el nacionalismo clásico de la
derecha.. Ocurre que ante las nuevas realidades nacionales y sociales el
análisis marxista se ha demostrado fallido, pues las clases obreras de
Alemania, Francia e Inglaterra marchan alegremente a la guerra. Mussolini no
renuncia al socialismo, pero el suyo es un socialismo nacionalista, obra de los
combatientes del frente: “Los millones de trabajadores que volverán a los
surcos de los campos después de haber vivido en los campos de las trincheras
darán lugar a la síntesis de la antítesis clase y nación”, escribe en 1917. Y
no será la revolución bolchevique lo que lleve a Mussolini a
la derecha, dado que lo esencial de su pensamiento se forjó antes de 1917:
ideas de jerarquía, de disciplina, de colaboración de las clases como condición
de la producción… Los Fasci Italiani di Combattimento, fundados en marzo de
1919 recogen todas las ideas del sindicalismo revolucionario y se sitúan
incluso a la izquierda del partido socialista (sufragio universal de ambos
sexos, abolición del senado, constitución de una Milicia Nacional, consejos
corporativos con funciones legislativas, jornada laboral de 8 horas,
confiscación de las ganancias de guerra… ). Pero con el biennio rosso las filas
fascistas se desbordan con la afluencia de las clases medias, especialmente de
jóvenes oficiales desmovilizados. El Partido Nacional Fascista, organizado como
tal en 1921, va a conocer un éxito (electoral incluso) vetado a los primitivos
“Fasci”: “Esta mutación no deja de recordarnos la de los partidos socialistas
al alba del siglo: el viraje a la derecha constituye el precio habitual del
éxito” (p.400). Mussolini, hombre de realidades que antepone la
praxis a la teoría, ha visto fracasar la ocupación “roja” de fábricas como la
gesta nacionalista de Fiume, decide llevar a cabo la revolución posible. Así,
en la perspectiva de Sternhell, la captura del poder por el jefe
fascista no es tanto el resultado de un golpe de Estado como de un proceso; es
la simpatía de una amplia parte de la masa política, de los medios
intelectuales, de los centros de poder, lo que permite a Mussolini instalarse
y sostenerse en el gobierno. Para Sternhell es sintomática la
actitud del senador Croce quien aun en junio de 1924 dio su
voto de confianza al primer ministro cuando el caso Mateotti puso
en crisis al gobierno y Mussolini estaba a punto de ser
despedido por el rey, porque, pensaba Croce, “había que dar tiempo
al fascismo para completar su evolución hacia la normalización”.
La idea de Estado, que parece ser
sólo característica del fascismo, es, sin embargo, el último elemento que toma
forma en la ideología fascista. En todo caso señala Sternhell que
toda la ideología fascista estaba elaborada antes de la toma del poder: “La
acción política de Mussolini no es el resultado de un
pragmatismo grosero o de un oportunismo vulgar más de lo que fue la de Lenin”
(p.410). El jurista Alfredo Rocco, proveniente de las filas
nacionalistas, ha “codificado” y traducido en leyes e instituciones los
principios fascistas y nacionalistas (visión mística y orgánica de la nación,
afirmación de la primacía de la colectividad sobre el individuo, rechazo total
sin paliativos de la democracia liberal). Pero es un Estado que, a la vez, se
quiere reducido a su sola expresión jurídica y política; que quiere renunciar a
toda forma de gestión económica o de estatalización, como anunciaba Mussolini desde
1921. No es, pues, o no es todavía, el Estado totalitario. El fascismo en el
poder, en suma, no se asemeja al fascismo de 1919, menos aún al sindicalismo
revolucionario de 1910. Pero, se pregunta Sternhell: “¿el
bolchevismo en el poder refleja exactamente las ideas que, diez años antes de
la toma del Palacio de Invierno, animaban a Plekhanov, Trotsky o Lenin?”
Ha habido una larga evolución, sin duda. Y con todo -concluye el autor-, el
régimen mussoliniano de los años 30 está mucho más cerca del sindicalismo
revolucionario o del “Círculo Proudhon” que lo que el régimen estaliniano está
de los fundamentos del marxismo.
EL SECRETO ENCANTO DEL
FASCISMO
Como conclusión, Sternhell da
una mirada a las relaciones entre el fascismo y las corrientes estéticas de
vanguardia en el siglo XX. El futurismo, desde luego (futuristas y fascistas
han dado justos la batalla por el “intervencionismo”, y Marinetti es
uno de los fundadores de los Fasci), pero también el vorticismo, lanzado en
Londres por Ezra Pound, que es en cierto modo una réplica al
futurismo, aun cuando comparte con él rasgos esenciales. “Los dos atacan de
frente la decadencia, el academicismo, el estetismo inmóvil, la tibieza, la
molicie general… Tienen una misma voz de orden: energía, y un mismo objetivo:
curar a Italia y a Inglaterra de su languidez” (p. 424). De Pound se
conoce de sobra su opción política. Sternhell destaca también
el papel de Thomas Edward Hulme, antirromántico, antidemócrata en
política, traductor al inglés de Sorel. “revolucionario
antidemócrata, absolutista en ética, que habla con desprecio del modernismo y
del progreso y utiliza conceptos como el de honor sin el menor toque de
irrealidad” (p. 429). Hulme es pues, para el autor, un
representante de esa rebelión cultural que brota por doquier,
antirracionalista, antiutilitarista, antihedonista, antiliberal, clasicista y
nacionalista y que precede a la rebelión política.
Las generaciones de los años
20 y 30, que ya conocen la experiencia fascista, rehacen el camino del
inconformismo. Así un Henri de Man, en 1938 presidente del partido
socialista belga, uno de los grandes teóricos del socialismo en la época,
seguido sólo ante Gramsci y Lukacs, reemprende su
propia revisión del marxismo y no será ilógico que, cuando su país capitule
ante Alemania en 1940 llame a los militantes socialistas belgas a aceptar la
nueva situación como un punto de partida para construir un nuevo orden: “La vía
está libre para las dos causas que resumen las aspiraciones del pueblo: la paz
europea y la justicia social”.. No muy diferente es en Francia el caso de Doriot.
¿Cómo ha podido surgir el
fascismo en la historia europea y mundial? La explicación coyuntural no puede
sino desembarcar en trivialidades. Se debe comprender al fascismo primero como
un fenómeno cultural. Es, de partida, un rechazo de la mentalidad liberal,
democrática y marxista; rechazo de la visión mecanicista y utilitarista de la sociedad.
Mas expresa también “la voluntad de ver la instauración de una civilización
heroica sobre las ruinas de una civilización bajamente materialista. El
fascismo quiere moldear un hombre nuevo, activista y dinámico”. No obstante
presentar esta vertiente tradicionalista, este movimiento contienen en sus
orígenes un carácter moderno muy pronunciado, y su estética futurista fue el
mejor cartel para la captura de intelectuales, de una juventud que se agobia en
las estrecheces de la burguesía. El elitismo, en el sentido de que una élite no
es una categoría social definida por el lugar que se ocupa en el proceso de
producción, sino un estado de espíritu, es otro componente mayor de esa fuerza
de atracción. El mito, como clave de interpretación del mundo; el
corporativismo, como ideal social que da a amplias capas de la población el
sentimiento de que hay nuevas oportunidades de ascenso y de participación,
constituyen también parte del secreto del fascismo, porque el fascismo reduce
los problemas económicos y sociales a cuestiones, ante todo, de orden
psicológico. Y, sobre todo, “servir a la colectividad formando un cuerpo con
ella, identificar los propios intereses a los de la patria, comulgar en un
mismo culto los valores heroicos, con una intensidad que desplaza al boletín de
voto en la urna”. Es por todo esto que el estilo político desempeña un papel
tan esencial en el fascismo. El fascismo vino a probar que existe una cultura
no fundamentada en los privilegios del dinero o del nacimiento, sino sobre el espíritu
de banda, de camaradería, de comunidad orgánica, de “Bund”, como se dijo en
Alemania en la misma época.
Estos valores presentes en el
fascismo tocan la sensibilidad de muchos europeos. Poco conocido es que en
1933 Sigmund Freud saludaba a Mussolini como
un “héroe de cultura”. Si esto era así, ¿por qué Croce hubiera
debido votar contra él en 1924, por qué Pirandello hubiera
debido rehusar el asiento que el Duce le ofreció en la Academia Italiana? Las
realidades de los países europeos entre las dos guerras no son de una pieza: la
cultura italiana está representada por Marinetti, Gentile y
por Pirandello no menos que por Croce, y por Croce senador
no menos que por Croce antifascista, del mismo modo que por la
cultura alemana pueden hablar tanto Spengler, Heidegger,
o Moeller van der Bruck tanto como los hermanos Mann,
y la cultura francesa es tanto Gide, Sartre o Camus tanto
como Drieu la Rochelle, Brasillach o Céline…
Así, “El nacimiento de la
ideología fascista” otorga a su objeto una dignidad que no siempre se encuentra
en los variados estudios sobre el tema. Ello sólo puede ser saludable para
la historia de las ideas. Hagamos por nuestra parte algunas observaciones.
Primero, que, como es evidente, Sternhell trata en su obra del
fascismo latino, esto es, de las corrientes inconformistas surgidas en Francia
y en Italia. Un tema de discusión es ver si el fascismo italiano y el
nacional-socialismo alemán son cosas totalmente diferentes (esta es la tesis
de De Felice), o bien si el nacional-socialismo es una especie
dentro del fascismo genérico (tesis de Payne y Nolte).
Del nacional-socialismo se ha discutido si fue “antimoderno” o si presentaba
rasgos de una radical modernidad, dado que el innegable que el movimiento
desarrolló un radicalismo antiburgués operativamente muy atractivo para los
militantes comunistas.
El fascismo nace a la izquierda,
a partir de una revisión del marxismo. Este revisionismo se desarrolla y se
constituye en una corriente intelectual y política independiente a la cual
concurren otras tendencias que cohabitan con el socialismo: Nietzsche, Bergson, James,
y el nacionalismo integral. Al respecto es interesante comparar las diferentes
evoluciones del marxismo que siguió siendo tal y las diferentes ramas
“apóstatas”. El fascismo en una revisión del marxismo encontró que todos los
partidos socialistas consideraban al marxismo una herencia a la que debían
permanecer fieles. Sin embargo, en su evolución reciente todos esos partidos
han renunciado a la herencia de Marx, acomodándose a la economía
neoliberal. Siguen apegados, desde luego, a la matriz ilustrada, materialista e
igualitaria. Al contrario, los fascistas, animados de otra cultura, mantuvieron
siempre el espíritu revolucionario de ruptura con el orden burgués.
Sternhell insiste permanentemente en
el respeto de los sindicalistas revolucionarios, de los socialistas nacionales,
de los fascistas, por la propiedad privada y el capitalismo. ¿No habría que
distinguir entre propiedad privada y capitalismo que, después de todo,
históricamente no se identifican sin más? Todos los fascismos subrayaron
siempre la diferencia entre la propiedad ligada al hombre y el gran capital
financiero; entre el trabajo productivo y la servidumbre al interés del dinero
(G. Feder). No parece adecuado pasarla por alto. Quizás Payne ha
sido el autor más justo en este sentido.
Finalmente, es verdad que una
cosa es reconocer el componente irracional de la vida humana y otra hacer del
antirracionalismo una política. Sternhell, que durante toda su obra
se ha mantenido alejado de toda afección moralizante, al final nos advierte del
peligro del irracionalismo: “Cuando el antirracionalismo deviene un instrumento
político, un medio de movilización de las masas y una máquina de guerra contra
el liberalismo, el marxismo y la democracia; cuando se asocia a un intenso
pesimismo cultural a la par de un culto pronunciado por la violencia, entonces
el pensamiento fascista fatalmente toma forma” (p.451). La cuestión sería si
sólo los valores políticos de la ilustración y del liberalismo son legítimos;
si solo el chato optimismo hedonista puede pasar por perspectiva cultural, si
las masas han de ser movilizadas sólo en nombre del deporte.
Aquí, obviamente, la ciencia no
puede decir nada: estamos en el campo de la opción política.
miércoles, 30 de octubre de 2013
SOCIALISMO E IDENTIDAD EN AMÉRICA LATINA: MARIATEGAISMO Y MAGONISMO
Por Christian Bouchet
Las formas autóctonas del socialismo
latino-americano están un poco ignoradas por los militantes europeos,
sean cultivados o curiosos. Ello ha llevado a la consecuencia nefasta
de privarles de puntos de referencia y de ejemplos normalmente
remarcables y originales y que podrían ser retomados y utilizados en la
lucha política europea.
Así Haya de la Torre, Van Marees,
Mariátegui o los hermanos Magón, por ejemplo, proponen cada uno un
enfoque original de las relaciones entre el socialismo y la identidad.
En este corto artículo trataremos sobre
Mariategui y los hermanos Magón, porque los estudios sobre ellos están
conociendo un -relativo- empuje debido para el primero al centenario de
su nacimiento en 1994 y para los segundos al levantamiento zapatista.
MARIÁTEGUI, UN MARXISTA NIETZSCHIANO
Nacido en Moquegua, en el sur del Perú,
en 1894 en una familia pobre y católica tradicionalista, Carlos
Mariátegui, muy pronto huérfano de padre y de salud frágil, busca
rápidamente en el estudio y en el misticismo compensaciones a la
dificultad de su existencia.
Joven periodista, consagra su tiempo a
las investigaciones literarias estetizantes. Pero en 1919, se tiene que
exiliar por motivos políticos. Durante cerca de 5 años, recorrerá
Europa, interesándose en Francia por el dadaísmo y por el surrealismo, y
en Italia por el pensamiento de Gramsci.
Vuelto a Perú a finales de 1923, se junta
con Víctor Raúl Haya de la Torre y participa en la creación del partido
pan-americano APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) que el
apoyará con su pluma y procurando crear entorno suyo un frente cultural.
A este fin, en setiembre de 1926, funda Amauta (Que en quechua
significa maestro de sabiduría. Elegido para rendir homenaje a la
cultura inca). Pero a finales de 1928, J. C. Mariátegui se separa del
APRA reprochando a este partido no ser más que populista y proclamando
su fe en un socialismo peruano que debe tener por objeto una “creación
heroica”. Esta poco tiempo después en la iniciativa de la creación del
periódico sindical Labor y del partido Socialista Peruano que logra su
afiliación a la Internacional Comunista bajo este nombre y en el que
Mariátegui es el alma hasta su muerte a los 35 años en 1930.
Afirmándose marxista, pero reconociendo
la influencia recibida de Sorel, de Nietzsche y de Bergson, Mariátegui
fue un comunista particularmente hetedoroxo (por esta razón el PSP fue, a
su muerte, totalmente retomado por la Internacional). En los
movimientos políticos después de la primera guerra mundial -liberalismo,
fascismo, comunismo- examina sobre todo “el enfrentamiento entre el
agotamiento decadente y la novedad creadora”. En la acción política,
busca sobre todo “la invitación a la vía heroica” y “la apología del
aventurero, del gran aventurero”. Y -heterodoxia suprema- para
Mariátegui, el socialismo debe ser ante todo identitario y arraigado, y
busca de acercar su compromiso político al pasado de Perú, al comunismo
aristocrático de los Incas y después de las comunidades campesinas. Así
en una de las dos únicas obras que publicó estando vivo “Siete ensayos
de interpretación de la realidad peruana” que apareció en la época del
creación del PSP, hace del Perú profundo el lugar privilegiado de la
expresión de la vida y el alma del pueblo y examina las cuestiones de
educación, de religión, del centralismo, del regionalismo, de la
literatura, de la economía, no en su relación con el proletariado urbano
sino en relación con la realidad india y sus lazos con la tierra.
A este propósito, es sin duda
significativo que el actual Partido Comunista del Perú de A. Guzmán se
reclame del “sendero luminoso del pensamiento de Mariátegui” y
confirme así la opinión de los politólogos y etnólogos serios que
estiman que tras un lenguaje estereotipado marxista particularmente
oscuro, Sendero Luminoso es ante todo un movimiento de resistencia
indígena a la modernidad occidental.
EL MAGONISMO: UN COMUNALISMO MEXICANO
Los hermanos Magón
El magonismo como corriente ideológica
organizada aparece en 1892 y desaparece, víctima de la represión, en
1916. Saca su nombre de los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón que
-influenciados por el ejemplo de los populistas rusos- crearon un
circulo revolucionario anti-yankee y anti-clerical en la región de
Oaxaca. Este circulo se introducirá rápidamente en el Partido Liberal
mejicano (en el México de fin del siglo XIX los liberales eran la
extrema izquierda) en donde serán el ala activista e izquierdista.
La característica de esta corriente es
que su socialismo tiene su origen en el comunalismo indígena y es una
respuesta autóctona a la occidentalización y la tentativa de dominación
americana sobre México. Toma la defensa -o el retorno según los casos- a
la organización india de la sociedad: democracia organizada,
propiedad colectiva de la tierra, trabajo limitado a la cobertura de
las necesidades, uso no capitalista de los recursos, etc.
Durante 26 años, toda la acción de los
magonistas seguirá el mismo eje. Sublevar las tribus indias, ponerlas a
constituir grupos armados y recuperar -o a defender- sus tierras. Para
Ricardo Flores Magon, el aspecto teórico era secundario, sino inútil, y
solo la acción y su ejemplaridad contaban.
Hasta 1918 -fecha en la que Ricardo
Flores Magón fue arrestado por un destacamento del ejercito yankee que
actuaba en México, trasladado a los USA y asesinado- los magonistas
crearon numerosos grupos armados, estuvieron en el origen de numerosos
levantamientos de tribus indias y participaron en el movimiento
zapatista. Totalmente olvidados a continuación, su nombre ha reaparecido
-pero de una forma casi inapreciable- cuando el comandante Marcos
declaro en una entrevista que el pensamiento práctico de los
insurgentes de Chiapas venia en línea directa de Zapata y de los
hermanos Magón.
Extraído de: Alternativa Europea
martes, 29 de octubre de 2013
ÚLTIMOS MOMENTOS DE RAMIRO LEDESMA RAMOS
-¡Los que sean nombrados, al salón de actos!
Pintarrajos de calaveras y tibias, los de la Casa del Pueblo hoces y martillos, caras estragadas, ceños peludos, ínfulas autoritarias, mandonas.
-¡Catorce! ¡Ramiro Ledesma Ramos!
¿A qué pretender disimular con el truco de Roberto Lanzas, que no engañaba a nadie? Era el momento de demostrar que... Salió. A medio salón hizo ademán de volver a la celda. Le agarraron por el brazo.
-¿Adónde vas?
-Por la chaqueta. La tenía de almohada.
-No te va a hacer falta-se le abría la boca con la risa al socialero.
En el centro del salón de actos, un chafarroneado de medallas y galones, papel en mano:
-¡Atención! Traslado a Chinchilla. Tú cállate, sin reírte, Casimiro. Padrón de los que trasladamos. Tú, ¿qué eres? Se dirigía a Ramiro:
-Periodista.
Polo estaba allí, dándose importancia de amo del cotarro, con celos de las chapas y tiras rojas que lucía el del "comité".
-¿No me dijiste que eras astrónomo?
-No es incompatible ser astrónomo y periodista.
El ageneralado rascose la barbilla. No sabía decidir, Polo decidió:
-Bueno, es igual. Arrea p'alante.
Así de estúpido es el morir, tantas veces, así de chabacano entonces, en la revolución patuda. Miró Ramiro alrededor, no estaba el Padre Villares, tampoco el Padre Marín, se alegró, aunque ¿no era mejor terminar la agonía, ahorrarse más horas de conflicto entre anhelo y realidad, mordida la garganta, desolación del ánimo? Estaba tranquilo, agradecía terminar de una vez.
Entraban los llamados, las manazas bruscas los alineaban, al frente Polo y el otro superclase. Vio Ramiro a Don Ramiro, fue a él:
-¡A ti también, Maeztu, a ti, que eres nuestro modelo y nuestro guía...!
-Soy el número diez, nada más.
Maeztu se acercó, tocándose hombro y hombro, con Ledesma. Se agarraron de la mano, transfundiéndose ese sentimiento de compenetración que une a los idénticos.
-Valor.
-Sí, valor. Que éstos no nos vean claudicar. Enteros, verdaderos. -Se apretaban la mano.
-A mí, Don Ramiro, no me matarán como ellos quieran, ¿yo, obedecerles?, no, Don Ramiro.
-Eres muy joven...
Maeztu se reconcentraba, rostro blanco. Ledesma, afilado hacia esqueleto, tenía ojeras cárdenas, los pómulos sobresalían y el mentón, afloraba el cráneo, la boca trazo horizontal, apretado, voluntarioso, sacaba el mentón agresivo, los puntos de brillo de los ojos destellaban en el círculo morado, parecían crujir. Les registraron, algo salió de los escondrijos; era el último botín. No los ataban arriba, era abajo, al hacerlos subir al camión.
-¡A contar!
Descendía la procesión lúgubre, la flanqueaban, dedo en el gatillo, los tipos agresivos. El vestíbulo, la puerta abierta, golpe de milicianos desplegados, aculado a la puerta un camión, "el carro de la carne". De dos en dos los ataban por los codos con alambre. Ramiro, al llegar con Maeztu al pelotón que les ataba, soltose de la mano amiga.
-¡A MÍ ME MATÁIS DONDE YO QUIERA, NO DONDE VOSOTROS QUERÁIS!
Se abalanzó al fusil más cercano, quiso arrebatárselo al socialista; otro que estaba cerca disparó. Ramiro, como si le estallase la cabeza, estrellose del salto contra el quicio; se desplomó. El asesino fue a él a rematarle. Polo le detuvo un momento. El cráneo de Ramiro manaba sangre y materia blanca.
-No hace falta. ¡Estos fachistas!
-Son perros rabiosos.
Maeztu, crispada la mano, se apretaba el rostro; murmuró:
-¡Jesús!
Silencio, entre luces de foco; ir y venir de fusileros; la calle abriéndose, generosa, ante ellos, ¡la calle, la libertad!, ironía, salir a la calle libre y seguir en calabozo; los presos obedecían, se dejaban atar, subían al camión quedándose en pie, apoyándose unos en otros, el motor retemblaba. Al que se sentía morir le sostenían sus compañeros de codos inútiles, las manos podían emplearse un poco; alguien dijo: "¡Por España!", hubo un murmullo. El cadáver de Ramiro le tiraron al camión; los presos procuraban no pisarle.
El Padre Villares oyó el trajín de la "saca", acurrucado, los compañeros, al engurruñarse, pretendían hacerse más chiquititos, que no les vieran, inocencia del instinto; la oreja del Padre Villares tocaba el suelo; oyó el tiro, sintió la vibración del disparo, los motores en marcha, el alejarse del redoble, el silencio otra vez. Rezó, pidió, se unió a Dios mentalmente.
En la oficina registraban el oficio, fecha 30, un día anticipado, porque lo burocrático nunca se lo saltaban los que salteaban las vidas. Supieron -Radio Petate- que las expediciones sucumbían en el cementerio de Aravaca, ante una de las tapias, en el interior; que Maeztu se adelantó ante los fusiles, gritando: "¡Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por qué muero, porque vuestros hijos sean mejores que vosotros!"; que en una zanja honda los arrojaban revueltos.
A Compte, al Padre Villares, al Padre Félix García (y se corrió por toda la cárcel) les susurraron el episodio de Ramiro Ledesma, su último destello. “Uno de los fascistas se defendió como un jabato y estuvo a punto de ahogar a uno, casi lo machaca.” Trinidad Ledesma fue a las ocho con el tributo familiar al hermano; alguien de las Milicias le dijo que estaba en Chinchilla, algún otro que en Ocaña, los dos con su poquito de chunga. Trinidad se apretó el dolor, voló apresurada a decírselo a Olmedilla, el defensor posible. Los guardianes, para no dar importancia a un “fachista”, corrieron la voz, al saber enterada del rasgo a la cárcel entera, que el rebelde era un boxeador.
Cuando Ortega y Gasset supo en París que habían asesinado a Ramiro exclamó: “No han matado a un Hombre, han matado a un Entendimiento"
Tomás Borrás, Biografía.
domingo, 13 de octubre de 2013
jueves, 10 de octubre de 2013
LA REVOLUCIÓN SOCIAL
Por Onésimo Redondo Ortega
Nosotros somos asimismo entusiastas de la revolución social.
Lo queremos declarar desde el principio. Estamos conforme con que hay que
revolver muchas instituciones: volcar cabeza abajo en el campo de lo social
innumerables abusos. Y estamos enamorados de cierta saludable violencia, por el
convencimiento de que en otra forma se escurrirán siempre los espectadores y
acabarán al final de cada prueba flotando sobre sus oprimidos con el nombre
trocado y la casaca siempre nueva.
Hay que acabar, sí, con esos hijos y nietos favorecidos de
la desamortización que no han tenido tiempo ni de recorrer sus inacabables
fincas, mientras en el municipio donde radican otros pasan hambre. Hay que
ahogar la cruel tiranía del propietario sobre el colono cuando aquél no hace
otra cosa que chupar la sangre vertida sobre la tierra trabajada por éste, que
paga cada vez mayores rentas y gana menos.
Debemos acorralar con un genuino movimiento revolucionario
todas las formas de usura, incluso esa moderna que consiste en pagar al
labrador por sus productos un mínimo bastante para que no muera y siga
trabajando, pero insuficiente para que sostenga decorosamente a los hijos que
da a la Patria y condenado a no mudar nunca de suerte. El campo debe echarse
encima de los acaparadores Que hacen grandes fortunas con solo estudiar sobre
la mesa del café el modo de tiranizar a los productores con la especulación: de
los azucareros que ganan el 100 por 100 y zurcen el rostro del remolachero con
desprecios inhumanos...: de los “trust” que gravitan con sus tarifas
implacables sobre las rentas, cada vez más escuálidas, de los consumidores no
acogidos a monopolio alguno... Hay que redimir, en fin, al que trabaja y
revolver violentamente si es preciso, como lo será, a la burguesía encastillada
en sus numerosos feudos económicos.
Semanario Libertad , número 2
20 de Junio de 1931
lunes, 30 de septiembre de 2013
LEY DE SOCIALIZACIÓN DE EMPRESAS
He aquí el texto del Decreto Ley sobre la socialización tal como fue aprobado por el Consejo de ministros:
El Duce de la República Social Italiana
Vista la Carta del Trabajo;
Visto el proyecto de la nueva estructura económico social, aprobado por el Consejo de ministros el 13 de Enero de 1944;
A propuesta del ministro de Economía Corporativa y de común acuerdo con el ministro de Hacienda y con el de Justicia, decreta:
(Título I)
Artículo 1. Gestión de la empresa.
La gestión de la empresa, ya sea del Estado o de la propiedad privada,
queda socializada. En ello toma parte directa el trabajo. El
funcionamiento de las empresas socializadas queda reglamentado por el
presente decreto, por el estatuto o reglamento de cada empresa, por las
normas del Código Civil y por las leyes especiales en cuanto no
contradigan las presentes disposiciones.
Artículo 2. Organismos para la gestión de la empresa.
Los organismos para la gestión de la empresa son:
a) Para las empresas privadas que tengan forma de sociedades de
accionistas o de sociedades de responsabilidad limitada con un mínimo de
un millon de capital: el jefe de la empresa, la asamblea, el consejo de
administración y el colegio sindical;
b) Para las empresas privadas que tengan otra forma de sociedad:el jefe de la empresa y el consejo de administración;
c) Para las empresas privadas individuales: el jefe de la empresa y el consejo gestor;
d) Para las empresas de propiedad del Estado: el jefe de la empresa, el consejo de administración y el colegio sindical.
Sección 1.ª
Administración de las empresas de propiedad privada
Capítulo 1. Administración de las empresas de capital social.
Artículo 3. Órganos de las sociedades de accionistas y de las sociedades de responsabilidad limitada.
En las sociedades de accionistas y en las de responsabilidad limitada
con un mínimo de un millón de capital, forman parte de los órganos
colegiales de administración los representantes elegidos por los
trabajadores de la empresa: operarios, empleados administrativos,
empleados técnicos y dirigentes.
Artículo 4. Asamblea, consejo gestor y Colegio sindical.
En virtud de las disposiciones vigentes en los artículos 2.368 y
siguientes del Código Civil sobre su reglamentaria constitución,
participan en la asamblea los representantes de los trabajadores con un
número de votos igual al del capital intervenido.
La asamblea nombra un consejo de administración formado en su mitad por
los representantes de los socios, y la otra mitad por los representantes
de los trabajadores. La asamblea nombra, además, un Colegio sindical,
entre cuyos componentes debe haber, por lo menos, un síndico titular y
un suplente, propuestos por los representantes de los trabajadores, de
acuerdo con las disposiciones establecidas en el Código Civil para los
Colegios sindicales.
Artículo 5. Votaciones.
En las votaciones, tanto de la asamblea como del consejo de
administración, prevalece, en caso de igualdad de votos, el voto del
jefe de la empresa que, por derecho, preside los antedichos órganos
sociales.
Artículo 6. Consejo gestor de las sociedades que no son de accionistas ni de responsabilidad limitada.
En las sociedades no comprendidas en el artículo 3.º y que tengan un
mínimo de cien trabajadores, el consejo gestor estará integrado por
socios y, en igual número, por representantes elegidos por los
trabajadores de la empresa.
Artículo 7. Poderes del consejo gestor.
El consejo gestor de las empresas privadas de capital social. sometidas a
un periódico y sistemático examen de los elementos técnicos, económicos
y financieros de la gestión:
a) Delibera sobre todas las cuestiones relacionadas con la vida de la
empresa, con la orientación de desarrollo de la producción dentro del
cuadro del plan nacional establecido por los organismos competentes del
Estado;
b) Expone su parecer acerca de la estipulación de los contratos de
trabajo con las asociaciones sindicales encuadradas en la Confederación
Única del Trabajo, de la Técnica y de las Artes, y sobre cualquier otra
cuestión inherente a la disciplina y tutela del trabajo y de la empresa;
c) En general, ejerce dentro de la impresa todos los derechos que le
confiere el estatuto y los previstos por las leyes vigentes relativas a
los administradores siempre que no entren en colisión las disposiciones
de la presente reglamentación;
d) Redacta el balance de la empresa y propone la repartición de los
beneficios, ateniéndose a las disposiciones de la actual reglamentación y
del Código Civil.
Artículo 8. Prerrogativas de los miembros del consejo gestor.
Los miembros del consejo gestor elegidos por los trabajadores no están obligados a prestar juramento.
Artículo 9. El jefe de la empresa.
En las sociedades de accionistas y a las de responsabilidad limitada con
un mínimo de un millón de capital, el jefe de la empresa es elegido de
entre los socios con las modalidades previstas por las actas de
constitución, estatuto y reglamento de las mismas sociedades.
Artículo 10. Poderes del jefe de la empresa.
El jefe de la empresa convoca la asamblea y la preside; preside, además,
el consejo de administración; representa a la empresa en las relaciones
con terceros. Tiene la responsabilidad y los deberes señalados en los
artículos 21 y siguientes y todos los poderes que se le reconocen con el
estatuto, así como los previstos por las leyes vigentes, siempre que no
estén en contradicción con las disposiciones de la presente
reglamentación.
Capítulo 2. Administración de las empresas de capital individual.
Artículo 11. Consejo gestor.
En las empresas individuales, siempre que el capital invertido llegue al
millón y el número de trabajadores a cien, se constituye un consejo
gestor compuesto, por lo menos, por tres miembros elegidos según el
reglamento de la empresa, por cada una de las categorías de la empresa:
operarios, empleados administrativos, empleados técnicos y dirigentes.
Artículo 12. El jefe de la empresa y poderes del consejo gestor.
En las empresas individuales, el empresario, que asume la persona
jurídica del jefe de la empresa con las responsabilidades y deberes
establecidos en los artículos 21 y siguientes, está asistido en la
gestión de la empresa por el consejo gestor, el cual deberá ajustar su
actividad a las directrices de la política social del Estado. El
empresario jefe de la empresa debe reunir periódicamente, al menos una
vez al mes, el consejo para someterle las cuestiones relacionadas con la
producción de la empresa, y anualmente, al efectuar el cierre de la
gestión, para la aprobación del balance y el reparto de los beneficios.
Sección II
Administración de las empresas propiedad del Estado
Artículo 13. El jefe de la empresa.
El jefe de la empresa propiedad del Estado es nombrado por decreto del
ministro de Economía Corporativa de acuerdo con el ministro de Hacienda,
previa designación por el Instituto de Gestión y Finanzas y escogido de
entre otros elementos de la misma empresa o de empresas pertenecientes
al mismo ramo de la producción que ofrezcan especiales garantías de
reconocida capacidad técnica o administrativa. El jefe de la empresa
tiene la responsabilidad y los deberes señalados en los artículos 21 y
siguientes, y los poderes serán determinados por el Estatuto de cada
empresa.
Artículo 14. Consejo de Administración.
El consejo de administración está presidido por el jefe de la empresa y
compuesto por representantes elegidos por las distintas categorías de
trabajadores de la empresa: operarios, empleados técnicos, empleados
administrativos y dirigentes, así como por un representante propuesto
por el Instituto de Gestión y Finanzas y nombrado por el ministro de
Economía Corporativa, de acuerdo con el ministro de Hacienda. El
procedimiento de elección y el número de miembros del consejo será
establecido por el estatuto de la empresa. Los miembros del consejo no
recibirán retribución alguna por su gestión, salvo el importe de los
gastos.
Artículo 15. Poderes del consejo de empresa.
Respecto a los poderes del consejo de administración de las empresas de
propiedad del Estado, debe atenderse a las normas contenidas en el
precedente artículo 7.º
Artículo 16. Colegio sindical.
El Colegio sindical de las empresas de propiedad del Estado se
constituirá por decreto del ministro de Economía Corporativa, de común
acuerdo con el ministro de Hacienda y a propuesta del Instituto de
Gestión y Finanzas, encargado de establecer la retribución a los
síndicos.
Artículo 17. Aprobación del balance y distribución de los beneficios.
El balance de las empresas de propiedad del Estado y el proyecto de
distribución de beneficios, aumento y reducción de capitales, así como
las fusiones, concentraciones, selección y liquidación de empresas de
propiedad del Estado, se efectúan a propuesta del Instituto de Empresas y
Crédito, oído el consejo de administración de las empresas interesadas,
previa aprobación del ministro de Economía Corporativa y de acuerdo con
el ministro de Hacienda y los otros ministros interesados.
Sección III
Disposiciones comunes a las secciones precedentes
Artículo 18. Actos constitutivos y estatuarios de las empresas de propiedad del Estado.
Los actos fundacionales y los estatutos de las empresas de propiedad del
Estado, como sus correspondientes modificaciones, son aprobados por
decreto del ministro de Economía Corporativa, de acuerdo con el ministro
de Hacienda.
Artículo 19. Estatutos y Reglamentos de las empresas de propiedad privada.
A partir del 30 de Junio de 1944, todas las empresas de capital privado
procederán a adaptar los estatutos a las normas contenidas en el
presente decreto. Sus estatutos y reglamentos serán sometidos en el
término de 30 días a la homologación del Tribunal territorial competente
que, comprobado la regularidad y la correspondencia por el presente
decreto y otras leyes vigentes en la materia, ordenará la transcripción
en el registro de empresas.
Artículo 20. Modo de elegir los representantes de los trabajadores.
Los representantes de los trabajadores llamados a formar parte de los
organismos de las empresas socializadas, ya sean propiedad del Estado o
privada, son elegidos en votación secreta por todos los trabajadores de
la empresa: operarios, empleados técnicos, empleados administrativos y
dirigentes. Los candidatos son promulgados a través de unas listas
confeccionadas por los sindicatos municipales del respectivo ramo, en
número doble de los representantes a elegir y proporcional a las
respectivas categorías de la empresa.
Artículo 21. Responsabilidades del jefe de empresa.
El jefe de empresa, ya sea ésta de propiedad privada o del Estado, es
personalmente responsable ante el Estado de la marcha de la producción y
puede ser reemplazado o destituido a tenor de los artículos siguientes y
en los casos previstos por la vigente ley cuando su actividad no
responda a las exigencias de los planes generales de producción y a las
directrices de la política social del Estado.
Artículo 22. Sustitución del jefe de la empresa propiedad del Estado.
En la empresa de propiedad del Estado, la sustitución del jefe de la
empresa corre a cargo del ministro de Economía Corporativa de común
acuerdo con el ministro de Hacienda, por orden o a propuesta del
Instituto de Administración y Crédito o del consejo de administración o
de síndicos, previa oportuna comprobación.
Artículo 23. Sustitución del jefe de empresa privada de capital social.
En las sociedades de accionistas, la sustitución del jefe de la empresa
se efectúa por deliberación de la asamblea. En las restantes empresas de
capital social, la sustitución del jefe de la empresa se regula por los
estatutos fundacionales o reglamentos, aunque también puede ser
promovida por el consejo de administración, mediante el mismo
procedimiento previsto por los artículos 24 y siguientes relativos a las
empresas privadas de capital individual. Es facultativo del ministro de
Economía Corporativa proceder a la sustitución del jefe de empresa
cuando éste demuestre no poseer sentido de responsabilidad o falte a los
deberes señalados en el artículo 21.
Artículo 24. Sustitución del jefe de empresa de capital individual.
En las empresas privadas de capital individual, el empresario, jefe de
la empresa, sólo puede ser sustituido previa sentencia de la
Magistratura del Trabajo, organismo a quien compete señalar las
responsabilidades. La declaración de responsabilidades puede ser
provocada por el consejo de administración de la empresa, por el
Instituto de Administración y Crédito, caso de estar interesado en la
empresa, o por el ministro de Economía Corporativa, mediante instancia
al Procurador del Estado cerca del Tribunal de Apelación competente de
la demarcación.
Artículo 25. Procedimiento ante la Magistratura del Trabajo.
La Magistratura del Trabajo, oído el empresario, el consejo de
administración de la empresa, o del Instituto de Administración y
Crédito, y vistos los oportunos comprobantes, declara mediante sentencia
la responsabilidad del empresario. Contra la sentencia se admite el
recurso de Casación previsto en el artículo 426 del Código de
Procedimiento Civil.
Artículo 26. Sanciones contra el jefe de la empresa.
Una vez dictada la sentencia que declara las responsabilidades del
empresario el ministro de Economía Corporativa tomará aquellas medidas
que juzgue más convenientes al caso, confiando, si fuese necesario, la
administración de la empresa a una cooperativa formada por los empleados
de la misma empresa.
Artículo 27. Medidas preventivas.
Pendiente la aplicación de los artículos precedentes, el ministro de
Economía Corporativa puede suspender, mediante decreto, al empresario
jefe de la empresa en sus actividades y nombrar un comisario para que
administre temporalmente la empresa.
Artículo 28. Responsabilidades del consejo de administración.
Caso de que el consejo de administración de la empresa, ya sea propiedad
del Estado o privada, demuestre no tener suficiente sentido de
responsabilidad en el cumplimiento de los deberes encomendados para
adaptar la actividad de la empresa a las exigencias de los planes de
producción y de la política social de la República, el ministro de
Economía Corporativa, de acuerdo con el ministro de Hacienda, puede
disponer, vistos los oportunos comprobantes, la disolución del consejo y
el nombramiento de un comisario que cuide temporalmente de la
administración de la empresa. La intervención del ministro de Economía
Corporativa puede ser por cuenta propia o a instancias del Instituto de
Administración y Crédito, del jefe de la empresa, de la asamblea o de
los sindicatos.
Artículo 29. Sanciones penales.
Al jefe de la empresa y a los miembros del consejo de administración de
la misma, ya sea propiedad del Estado o privada, les pueden ser
aplicadas las sanciones previstas por las leyes relativas a empresarios,
socios y administradores de las sociedades comerciales.
(Título II)
Sección IV
Responsabilidades del jefe de empresa y de los administradores
Artículo 30. Traspaso de empresas a la propiedad del Estado.
La propiedad de empresas que comprendan sectores básicos para la
independencia política y económica del país, así como aquellas que
suministren materias primas, energía y servicios indispensables al
normal desarrollo de la vida social, puede ser asumida por el Estado
según las normas del presente decreto. Cuando la empresa sea considerada
de actividades productivas diversas, el Estado puede asumir tan sólo
una parte de la propiedad de dicha empresa. Por lo demás, el Estado
puede participar en el capital de las empresas privadas.
Artículo 31. Procedimiento para pasar una empresa a propiedad del Estado.
Por decreto del Jefe del Estado, oído el Consejo de Ministros, a
propuesta del ministro de Economía Corporativa, de común acuerdo con el
ministro de Hacienda, serán eventualmente señaladas las empresas que
deban pasar a propiedad del Estado.
Artículo 32. Jurisdicción del sindicato, nombramiento de los jefes de sindicatos y de comisarios del Gobierno.
Por el decreto del artículo precedente y por decretos sucesivos, las
empresas que deban pasar a propiedad del Estado están sujetas al
sindicato según procedimiento expuesto en la ley de 17 de Julio de 1942
núm. 1.100. La gestión extraordinaria de la empresa podrá ser confiada a
uno de los administradores de la misma en calidad de comisario del
Gobierno.
Artículo 33. Anulación de los negocios que modifiquen el título de propiedad del capital.
Serán considerados nulos los negocios entre particulares que, en
cualquier caso, modifiquen la relación de propiedad con respecto a los
títulos de accionista que constituyen el capital de las empresas
designadas para pasar a propiedad del Estado, efectuados desde el día de
entrada en vigor de la disposición que decide el traspaso de propiedad.
Artículo 34. Administración del capital de las empresas propiedad del Estado.
El capital de las empresas incorporadas a la propiedad del Estado es
administrado por medio de un Instituto de Administración y Crédito, como
entidad pública con propia personalidad jurídica. La constitución del
Instituto y la aprobación del correspondiente estatuto se realizarán
mediante disposiciones separadas.
Artículo 35. Tarea del Instituto de Administración y Crédito.
El Instituto de Administración y Crédito controla las actividades de las
empresas comprendidas en el artículo 30. según las directrices del
ministro de Economía Corporativa, y administra, además, las
participaciones del Estado en las empresas privadas.
Artículo 36. Transformación de las aportaciones de capital.
Las aportaciones de capital ya invertido en las empresas que pasan a
propiedad del Estado son sustituidas por aportaciones de crédito al
Instituto de Administración y Crédito en forma de títulos emitidos por
el mismo Instituto a tenor de los sucesivos artículos.
Artículo 37. Valor de transferencias de las aportaciones de capital.
La sustitución de las aportaciones de capital ya invertido en alguna
empresa que pasa a propiedad del Estado con los títulos del Instituto de
Administración y Crédito se efectúa por un importe a la par al valor
real de las mencionadas aportaciones de capital.
Artículo 38. Determinación del valor de las aportaciones de capital.
El valor real de las aportaciones de capital de las empresas que pasan a
propiedad del Estado será determinado por decreto del ministro de
Economía Corporativa, de común acuerdo con el ministro de Hacienda, a
propuesta del Instituto de Administración y Crédito, caso de desacuerdo
con los administradores de la empresa. Contra el decreto del ministro de
Economía Corporativa se admite recurso, dentro de los sesenta días a
partir de su publicación, al Consejo de Estado por parte de los
administradores de la empresa o de un número de socios que por lo menos
represente la décima parte del capital social.
Artículo 39. Características de los títulos del Instituto de Administración y Crédito.
Los títulos del Instituto de Administración y Crédito son nominales,
negociables y transferibles y de rédito variable. Se emiten en series
distintas correspondientes a los diversos sectores de producción. El
rédito de cada una de estas series será determinado anualmente por el
Comité de Ministros para el Ahorro y Ejercicio del Crédito, a propuesta
del Instituto de Administración y Crédito, habida cuenta de la marcha de
los correspondientes sectores de la producción.
Artículo 40. Limitaciones a la negociabilidad de los títulos.
Se delega al Comité de Ministros para la Defensa del Ahorro y Ejercicio
del Crédito, la limitación de negociabilidad de los títulos del
Instituto de Administración y Crédito, emitidos en sustitución de las
aportaciones de capital, y la inscripción en los libros del Instituto de
Crédito de los titulares de tales aportaciones, sin que se efectúe la
consignación material de los títulos.
Artículo 41. Modalidades del traspaso de propiedad al Estado.
En el decreto que dispone el traspaso de la empresa al Estado se
establecen las normas ejecutivas, la modalidad y términos necesarios y
oportunos para la transferencia del capital al Estado y para la
asignación y distribución de los títulos del Instituto de Administración
y Crédito a los que a ello tienen derecho.
(Título III)
Artículo 42. Asignación de los beneficios.
Los beneficios netos de las empresas dependen de los balances
resultantes de la aplicación de las normas del Código Civil y a base de
una contabilidad administrativa que podrá ser sucesivamente unificada
con oportunas disposiciones legales.
Artículo 43. Remuneración del capital.
Tras las consignaciones legales para la reserva y una vez establecidas
las eventuales reservas especiales a tenor de los estatutos y
reglamentos en vigor, se concede una remuneración al capital invertido
en la empresa en una cantidad máxima fijada por los sectores de la
producción del Comité ministerial para la tutela del ahorro y ejercicio
del crédito.
Artículo 44. Asignación de los beneficios a los trabajadores.
Los beneficios que queden, una vez efectuadas las asignaciones indicadas
en el artículo anterior, serán repartidos entre los trabajadores:
operarios, empleados administrativos y dirigentes. Esta asignación se
efectuará teniendo en cuenta las remuneraciones que cada uno de ellos
percibe durante el año. Con todos, el reparto no podrá exceder, en
ningún caso, al 30% del total líquido que corresponda a los trabajadores
en concepto de retribución en el transcurso del ejercicio. El excedente
será destinado a una Caja de compensación, administrado por el
Instituto de Administración y Crédito, y destinado a fines de carácter
social y de producción. En disposición aparte, el ministro de Economía
Corporativa, de común acuerdo con el ministro de Hacienda, aprobará el
reglamento de dicha caja.
Artículo 45. Las aportaciones de beneficios.
La aportación de beneficios a las empresas de capital individual, de
redundar en beneficio de los trabajadores, deberá ser mesurada en un
tanto por ciento del rédito destinado a fines del impuesto de riqueza
inmobiliaria.
El presente decreto, que será publicado en la Gaceta _Oficial de Italia e
inscrito, con el correspondiente sello del Estado, en la colección
oficial de leyes y decretos, entrará en vigor el día señalado por el
correspondiente decreto del Duce de la Républica Social Italiana.
Extraído de: Fascismo revolucionario - Erik Norling
Encontrado en: Nova Fortia
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