Por José Antonio Primo de Rivera
Los hombres inteligentes de
nuestra generación se han dado cuenta, en España como en toda Europa, de que el
sistema liberal capitalista del siglo XIX está en sus últimos estertores, y se
aprestan –con la dura vocación para el sacrificio que existen estas épocas de
paro– a alumbrar un orden nuevo.
Los marxistas creen que ese orden
es necesariamente el suyo; nosotros, conformes en gran parte con la crítica
marxista, creemos en la posibilidad de un orden nuevo sobre la primacía de lo
espiritual.
Estas dos maneras –profundas,
completas, responsables– de entender el mundo se reparten el alma de la
juventud. Lo demás es cuquería, cuando no simple estupidez. Es querer hacerse
los distraídos ante un mundo que cruje.
Tal es el intento de todos los
grupos conservadores, se llamen como se llamen, y de sus pretendidas Juventudes
y para hacerse mejor los distraídos, para que la digestión no se les inquiete
con ninguna alusión molesta, se apresuran incluso a prohibir emblemas, camisas,
banderas, todos los atributos de los que adivinan, más allá de las tormentas,
una nueva concepción del mundo.
¡Juventudes de España!
¡Juventudes nuestras y juventudes revolucionarias marxistas, de cuyas filas vendrán
muchos a nuestra revolución social y nacional! Nosotros nos combatiremos de una
manera trágica a veces, pero que en su misma tragedia gana dimensiones de
historia. Este Estadito liberal, anémico, decadente, nos combate a unos y otros
con las medidas angustiosas, chinchorreras e inútiles que le, sugiere su
inspiración agonizante. ¡No importa! Esto pasará, y vosotros, o nosotros,
triunfaremos sobre las ruinas de lo que por minutos desaparece. Para bien
vuestro y nuestro –aunque ahora no lo creáis y aunque a veces hayamos dialogado
a tiros–, será nuestra revolución nacional la que prevalezca. ¡Arriba España!
Arriba, núm. 15, 27 de junio de
1935
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