Por Ramiro Ledesma Ramos
Teníamos que ser nosotros,
surgidos de lo más hondo del coraje hispánico, fieles a nuestra época, con un
programa postliberal en cada mano, quienes con mejor eficacia combatiésemos la
sociedad y el Estado comunistas.
Odiamos el espíritu liberal
burgués, trasnochado y mediocre, pero nuestro enemigo fundamental, aquel cuyo
mero estar ahí significa siluetearse el combate con nosotros, es el comunismo.
Frente al comunismo, con su carga
de razones y de eficacias, colocamos una idea nacional, que él no acepta, y que
representa para nosotros el origen de toda empresa humana de rango airoso. Esa
idea nacional entraña una cultura y unos deberes históricos que reconocemos
como nuestro patrimonio más alto.
El comunista es un ser simple,
casi elemental, que acepta sin control unas verdades económicas no elaboradas
por él y da a ellas su vida íntegra. El fraude que realiza de ese modo
trasciende de su orbe individual para convertirse, si triunfa ese sistema, en
el fraude total de un pueblo que deserta de sus destinos y juega al peligro del
caos.
No puede esto tolerarse. Nosotros
aceptamos el problema económico que planteó el marxismo. Frente a la economía
liberal y arbitraria, el marxismo tiene razón. Pero el marxismo pierde todos
sus derechos cuando despoja al hombre de los valores eminentes. Y le señala un
tope minúsculo, que detiene sus impulsos. Los partidos socialistas de todo el
mundo resuelven esas limitaciones recayendo en el viejo liberalismo que ellos
vinieron precisamente a destruir y superar.
Los partidos comunistas, en
cambio, aceptan todas las consecuencias, y creen que el marxismo es capaz de
asumir todos los mandos. Pero un pueblo es algo más que un conglomerado de
preocupaciones de tipo económico, y si de un modo absoluto se hacen depender de
los sistemas económicos vigentes los destinos todos de ese pueblo, se recae en
mediocre usurpación.
Tienen lugar hoy en la historia
hechos radicales que tienden precisamente a la defensa y exaltación de esos
valores supremos que el comunismo aparta de su ruta. Nosotros andamos en la
tarea de resucitar en España un tipo así de actuación pública.
Porque los momentos españoles de
ahora son tremendos y decisivos. Se quiere conmocionar al país para una
Revolución de juguete, y se dejan a un lado los motivos revolucionarios de
carácter social e histórico que son la médula de las revoluciones. ¿Qué se
pretende con eso? España debe ir, sí, a una Revolución. Pero auténtica y de una
pieza, a realizar cosas de alto porte y a expresar su voz en el hacer
universal.
Para ello hay que abordar, no
eludir, las cuestiones de tipo social. Entregarse a ellas. Acabar con las
crisis agrarias. Reglamentar y articular la producción industrial. Pero de
cara. A la vista de los intereses supremos del Estado.
Hay que hacer una revolución en
España para estimular al pueblo a que de una vez se ponga en marcha. Al
servicio, como hemos repetido y repetiremos, de una ambición nacional. Todo lo
demás, las algaradas y los conatos revolucionarios para copiar las gestas
viejas de nuestros abuelos, son despreciables e inmorales entretenimientos de
un sector de burgueses, despreciables e inmorales.
Todos esos caprichos de los
burócratas de espíritu corto no nos importarían nada si no significasen el
abrir y cerrar de ojos de la fiera comunista. Que está ahí, contra lo que creen
los miopes.
Y podemos decirlo con valentía.
Preferimos, desde luego, un régimen soviético al predominio imbécil de la
patrulla del morrión. Si no creyéramos con firmeza que triunfará hoy en
Occidente –y particularmente en España– el espíritu nacional y social que
propugnamos, nosotros desertaríamos. A los gritos huecos y a las majaderías
solapadas de la mediocridad liberaloide preferimos el sacrificio heroico del
comunista, que por lo menos se encara con el presente y trata de realizar su
vida del mejor modo que puede.
Frente al comunismo no hay sino
una fidelidad de cada gran pueblo a sus destinos. Entregarse a la época sin
temores, aceptando lo que exige de heroísmo, de lucha y de lealtad.
Frente a la empresa comunista
cabe la empresa nacional. El hundir las uñas en el palpitar más hondo. El
sentirse llamado a la genial elaboración de elaborar humanidad plena.
La Conquista del Estado, Madrid, 28 de marzo de 1931, número 3, página 2.
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