Por Juan Manuel de Prada
En las últimas semanas, decenas de miles de refugiados procedentes en su
mayoría de Siria tratan de introducirse en Europa. Los medios de
adoctrinamiento de masas divulgan imágenes desgarradoras del éxodo, nos
desvelan algunos episodios especialmente trágicos del mismo y nos muestran los
aspavientos inoperantes de las autoridades europeas, que no saben cómo hacer
frente a la avalancha humana. Algún día las informaciones sobre este éxodo
multitudinario podrán ser estudiadas como un modelo de esa mezcla inmunda de
sensiblería y cinismo que caracterizó una época inmoral en la que se ponía
tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias.
Es, en verdad, diabólico que se nos presente este éxodo trágico como un
dilema moral irresoluble al que los europeos debemos hacer frente, eligiendo
entre el buenismo filantrópico y la dureza de corazón, mientras se nos
escamotean las causas del mismo. Y, con las causas, la complicidad de los
gobiernos europeos en la catástrofe que ahora se desmanda. Porque, para
explicar lo que en estos días sucede, hay que empezar explicando que existía un
país musulmán llamado Siria donde la minoría cristiana era respetada y donde
las intemperancias del islamismo habían sido embridadas; un país soberano que
había decidido entablar alianzas económicas, políticas y militares con países
vecinos que el Nuevo Orden Mundial quiso impedir a toda costa, puesto que
desafiaban sus planes para la región, que exigen sumisión plena a las
directrices del anglosionismo. De este modo, un país pacífico, regido por un
dictador relativamente benévolo, fue convertido en un polvorín: el Nuevo Orden
Mundial armó a «rebeldes» y «opositores» (así se designaba entonces a los
fanáticos mahometanos que ahora reciben el nombre de «yihadistas»),
presentándolos ante las masas cretinizadas como «opositores de Al Assad»; y no
sólo los armó, sino que los aprovisionó, los dotó de apoyo logístico, les
proporcionó la ayuda de sus servicios de inteligencia. En algún momento,
incluso, el Nuevo Orden Mundial pensó irrumpir a rostro descubierto en el
«conflicto» que él mismo había generado, pero la oposición de Rusia lo
desaconsejó; aunque desde entonces ha seguido operando enmascaradamente, como
hace en estos momentos Turquía (con la bendición de los Estados Unidos), que
con la excusa de crear una «zona segura» en derredor de su frontera (¡esa misma
frontera que durante años ha dejado expedita a los fanáticos venidos de todo el
mundo que deseaban sumarse a la Yihad!) se está anexionando territorio sirio y
matando kurdos a mansalva, que ya se sabe que siempre ha sido uno de los
pasatiempos predilectos de los turcos.
Y, mientras todo esto sucedía, los gobiernos europeos, que no son sino los
capataces de las colonias democráticas que el Nuevo Orden Mundial ha instaurado
en el viejo continente, han mirado para otro lado. Han callado ante las
masacres de cristianos sirios, han negado su ayuda al régimen de Al Assad, han
financiado la formación militar de «rebeldes» y «opositores», han mirado para
otro lado cuando los «rebeldes» y «opositores» eran dotados con armamento de
fabricación europea, han ensayado pucheritos de horror cuando los «rebeldes» y
«opositores» se han puesto a filmar degollaciones o a dinamitar restos
arqueológicos. Y ahora se llevan las manos a la cabeza, ante la avalancha de
refugiados sirios. Y, como los saduceos, nos tienden la trampa de elegir entre
el buenismo filantrópico y la dureza de corazón. Caiga la sangre de los sirios
sobre vosotros y sobre vuestros hijos, capataces abyectos, felpudos indignos,
lacayos serviles del Nuevo Orden Mundial.
Extraído de: ABC