"El optimista, en política,
es un hombre inconstante, hasta peligroso, porque no se percata de las
grandes dificultades que ofrecen sus proyectos… Con harta frecuencia
estima que unas pequeñas reformas realizadas en la constitución
política, y sobre todo en el personal del gobierno, bastarían para
orientar el movimiento social de manera que atenuase lo que el mundo
contemporáneo ofrece de horrorosos a los ojos de las almas sensibles… El
optimista pasa con notable facilidad, de la ira revolucionaria al más
ridículo pacifismo social… Si es de temperamento exaltado y si, por
desgracia, está provisto de un gran poder, que le permite realizar el
ideal que se forjó para sí mismo, el optimista puede conducir a su país a
las peores catástrofes… Durante el terror, los hombres que más sangre
hicieron correr fueron aquellos que temían el más vivo deseo de que sus
semejantes llegasen a gozar de la edad de oro con que ellos habían
soñado, y que así mismo mayor preocupación tenían por las miserias
humanas: optimistas, idealistas y sensibles, se mostraron tanto más
inexorables cuanto mayor era su sed de felicidad universal."
Georges Sorel.
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